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A veces la apatía, el pesimismo y la desesperanza ―que cunden por doquier― me abruman y me dan ganas de tirar la toalla para bajarme del mundo en la primera esquina. Es como si estuviéramos marcados con el estigma de la inutilidad, la mediocridad o la mendicidad. O, como decía Augusto Roa Bastos… eternpos enamorados del infortunio. ¿Es esto real, o sólo somos víctimas de nuestra propia falta de iniciativas y creatividad? Sería interesante analizar algunos lastres consuetudinarios que llevamos en nuestra mente y nos obligan a rendirnos ―a veces sin lucha― o a capitular ante cualquier problema aparentemente insoluble.
¿Realmente somos infradotados, como muchos creen, especialmente èsos que apuestan por lo foráneo? ¿Los paraguayos no servimos como investigadores, en ciencias y tecnologías y debemos conformarnos con las migajas del Primer Mundo? ¿Tenemos esa pereza mental que ―según afirman los exégetas del norte industrializado― nos impide ir más allá de ser simples agricultores y vendedores de materia prima? ¿Por qué no fuimos capaces de ganar un Premio Nobel en algo, aunque sea en inpuntualidad?
Esos graves interrogantes me suelen martillar el caletre, especialmente en las siestas interminables del verano donde uno suda sin esfuerzo alguno, sin hallar respuestas acordes a la gravedad de las preguntas. Me suelo preguntar ―por ejemplo― cuál es la razón por la que no se da prioridad a la educación y la cultura (la local y la universal) para crecer como personas. También me llama la atención de no buscar alternativas menos costosas para el transporte habiendo tanta enegía limpia disponible y si usar. Imaginemos limpios y cómodos trolebuses eléctricos circulando por el microcentro asunceno, en lugar de esos sucios y contaminantes ómnibuses chatarra. ¿Cuál es el impedimento para no rehabilitar el ferrocarril, con tanta energía disponible de nuestras “represas binacionales”?
Es evidente de que algo NO funciona en nuestra política de estado… o en nuestros políticos, que por ahí va la cosa. Es como si ―aún habiendo personas sanas, honestas e idóneas― nos emperramos en votar a los más impresentables y convertir nuestras instituciones en un circo marrano. Es evidente que algo ―o alguien― no funciona, o carbura a leña húmeda al frente de nuestros destinos (o desatinos, que no es lo mismo pero es igual) y nos conduciera al abismo como un flautista de Hamelín del subdesarrollo. ¿Me explico?
Tengo confianza en que el homo paraquariensis sabrá superar este marasmo inducido y su apatía visceral, para descubrir todo su potencial. Creo que no somos imbéciles, sino simplemente nos lo han hecho creer para dividirnos y someternos a sus caprichos. Especialmente ese noble bruto llamado Cecilio Báez, que se creía superdotado por ser masón y decía que somos un país de cretino. Claro que tal vez repitió el discurso de Sarmiento, como buen liberal racista y genocida. No. Creo qe el paraguayo es noble e incluso demasiado ingenuo (sin generalizar, por favor) como para ser un buen canalla.
En fin, aliento a mis coterráneos que alejen de sus mentes este pensamiento devastador con que nos programaron los genocidas del 70 y arrojemos la pereza y la ignorancia al basurero de la historia.
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