Un supuesto “ex” integrante del supuesto EPP acaba de entregarse a las generosas autoridades que prometieron el oro y el moro (recompensa, dicen) a quien o quienes informen sobre el esquivo y ubicuo EPP, una especie de entelequia que encubre a quièn sabe què organización criminal disfrazada de política. No sè si le darán la recompensa a este ser “arrepentido” de andar a salto de mata por esos andurriales plagados de necesidad, pero de que se la tiene ganada, la tiene. Eso sí, es fácil ser generoso con dinero ajeno, de los contribuyentes como usted y este escriba. Así cualquiera.
Supongo que por un puñado de papiros verdes, cualquiera podría “ponerse a disposición de la justicia” (si ésta fuera real y no otra entelequia de papel) y disfrutar de la fresca viruta en chirona hasta saciarse y sin trabajar. Claro que para ello debe “aportar” datos fiables acerca del tan buscado EPP y su rehén de ocasión. De lo contrario, nones, que el Rafa tonto no es, aunque a veces lo parezca. Recompensar a malhechores por delatar a sus pares podría ser rentable, pero creo que es mejor usar tecnología punta e inteligencia, si èsta no brillara por su ausencia en algunos cráneos de por ahí.
Hasta ahora el triángulo está haciendo sombra y los rambos nativos haciendo más ruido que nueces en esta cuestión. Hasta para agarrarlo al Jarvis ése tuvieron que hacer muchos relevos de altos mandos, a causa de complicidades poco claras, asì que no sería extraño que los piratas sampedranos tengan informantes y topos en la policía nacional, el ejército y alguna logia de por ahí. Nunca se sabe, y cuando se sabe, los protagonistas están muertos u olvidados; usted me entiende. Así como el Gran Maestre Saúl González ―artífice del desvío de esos 16 millones del BCP― que le tocó pagar el pato a Julio González Ugarte para salvar a aquél. Pero así es nuestra “justicia”, ni pronta, ni barata y mucho menos justa.
Pero volviendo al mono que por la plata baila, eso de ofrecer dinero del fisco para incentivar a los chivatos y delatores me parece poco ético. Tal vez hubo funcionado en el salvaje oeste, cuando la palabra ley era poco creíble y más mítica que real; pero nunca aportó demasiado, ya que los cazarecompensas entregaban al “buscado” muerto, para evitar que hablara y pocos se avenían a identificar al cazado o atestiguar su identidad.
Tampoco Al Capone fue capturado, pese a las recompensas por su cabeza, y menos aún por Elliot Ness y sus retocables, sino por el Internal Revenue Service por cargos de evasión impositiva. Vea usted. Nuestros monitos bailan al sólo tintinear de monedas, aunque luego deban conformarse con bananas, que también el premio gordo se lo lleva el más astuto, como usted sabe. Y generalmente los delatores oficiosos tarde o temprano acaban juntando moscas, en los pasillos de nuestro Alcatraz o en la frontera seca. C`est la vie. Que el hampa no perdona y la policía tampoco.
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