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Los espíritus del estero |
Kÿgwrägwi
Txamöi el cazador nivaklé, merodeaba por los alrededores del llamado por
los blancos Estero Patiño,
Chaco paraguayo, en busca de algún carpincho o jakaré que abreviase el
hambre de los suyos, acentuado por la sequía reinante.
La aridez del Chaco, estaba en su punto más álgido y, lo que
hasta hacía poco fuera el pantanal más húmedo de la cuenca del
Pilcomayo, estaba reducido a barroso pircal, regado de esqueletos
putrefactos de animales, víctimas de la sed.
Los estancieros de la localidad chaqueña de Teniente Esteban Martínez,
medraban desesperados y aunque, de tanto en tanto, daban a los indígenas
alguna ayuda para subsistir, estaban tan angustiados como éstos. El
ganado moría en pie y la escasa vegetación, parecía corona de espinas
de Cristo al cual los lugareños casi iban perdiendo la fe, de puro
crucificados que se sentían a causa de la naturaleza. |
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Kygwrägwi acarició sus inútiles flechas,
emplumadas como para ceremonia. Si la sequía proseguía escaldando la tierra, no habría
más animales que cazar. Don
Faustino Brizuela el estanciero de la zona, le había regalado una
vaquillona medio muerta para su tribu, pero hacía días que fuera
devorada hasta los huesos por los famélicos suyos y no se sentía capaz
de pedir una vez más ayuda para su tribu.
Le parecía una descortesía no poder devolver el favor y le dolía,
siendo varón y cazador de penacho y atributos plumarios, no poder
satisfacer el hambre y sed de sus hermanos. De pronto, divisó algo
en la distancia que se movía entre los pircales que aún quedaban en pie.
Se aproximó con toda la prisa que pudo y con todo el sigilo que le
permitía la ansiedad. Su
saeta ya estaba a punto de disparo entre sus tensos dedos y la cuerda del
arco, pero lo que fuera que suscitara su atención se las arreglaba para
esquivarlo y eludir su mortal puntería. Corrió y corrió detrás de la esquiva
silueta hasta sangrarle los pies a causa de las espinas y guijarros
filosos. Pronto tuvo cerca a
la presunta presa aunque no pudo identificarla pues los pajonales tenían
una altura de casi un adulto. Pero
evidentemente, eso podría ser
cazado, de no ser un palha'ha
(hombre), aunque si la escasez apremiaba y su tribu desfallecía, no dudaría
en matar a alguien que sirviese de alimento ¡tan desesperantes pueden
llegar a ser el hambre y la
sed! De pronto, cuando parecía que alcanzaría a
su presa, Kÿ- gwrägwi vio una luz cegadora y quedó paralizado y sin
capacidad de reacción alguna. Ni
sintió cuando cayó al duro y áspero suelo, como redescubriendo la ley
de gravedad. Sólo sus pensamientos aún le respondían, aunque dispersos
y diluidos en el asombro. No
había perdido conciencia del todo y pudo permanecer allí, asustado e
inerme. De pronto, una voz brotó en medio de sus
pensamientos y en su propio lenguaje: —Palha'ha ¿por qué querías matarme? Soy diferente a tí,
pero en el fondo somos iguales. Kÿgwrägwi
apenas pudo responder con su pensamiento, pues su capacidad de hablar
estaba, de momento, apagada: —No
queremos matar, pero tiene hambre nosotros ya. No quedan animales casi.
Tenemos mucha hambre y mujeres, niños, otros en allá, todos mucha
hambre tienen. —¿Por
qué han muerto tantos seres aquí? —volvió a preguntar eso.
—Agua
del cielo no cae mucho hace. No agua, no animales, hambre mucho
—respondieron los pensamientos del nivaklé, a quien fuese que lo tuviera a su merced.
—Escucha,
hermano de la Tierra
—dijo el otro pensamiento. Estamos
intentando saber las causas del sufrimiento de los seres de este mundo, y
nuestra conclusión es que ustedes son los más grandes responsables.
—No,
espíritu que habla en silencio. Nosotros sólo mata para comer.
No gustamos matar
—dijo el nivaklé, sin hablar, a eso. —Sólo queremos vivir en paz con Yink'ä
öp el creador y sus criaturas del monte, nosotros no mata con alegría
animales. Ellos, amigos. —Entonces, los autores de esa quema de palosanto y el envenenamiento de
eso que respiras... ¿acaso tú no eres como ellos? —No.
Nosotros los palha'ha, no como
otros que viviendo en allá, muy lejos y venir, quemar monte y mata mucho
animales y plantas —volvió a pensar el nivaklé, a quien sea. —Blancos cojñhone tiene mucho poder y mucho destruir para tener más
poder y quitar tierras de nosotros, palha'ha de antes mucho,
para criar animales que poder matar después.
—Entiendo,
palha'ha.
Ustedes necesitan que caiga
mucha agua para salvar a los animales que sirven para comer. Entonces,
nosotros vamos a tratar de que caiga mucha agua para mojar la tierra, pero
no maten más de lo que puedan comer. Kÿgwrägwi Txamöi por fin pudo recobrar el
movimiento perdido y se puso en pie, para ver con quién había estado en
comunión de pensamiento a pensamiento; pero sólo pudo ver una luz
girando hacia el cielo. Aguzó
la vista hasta ver perderse en las alturas la misteriosa luminaria y al
poco rato, sintió el ramalazo de un viento extraño que mecía a la rala
vegetación del Chaco Austral y pastoreaba los rebaños de nubes luminariamente amenazadoras
con quizá mucha agua en sus entrañas.
¿Sería el espíritu a quien casi confundiera con un animal de
presa? Emitió un suspiro de
alivio mientras el calcinante sol iba oscureciéndose hasta desaparecer,
devorado por el celaje que tomaba el cielo por asalto.
No tardó en desencadenarse una tormenta que anegó nuevamente el
estero. Y tuvo la corazonada
de que la caída de las aguas del cielo duraría varios días, gracias a
la merced del misterioso ser con quien tuviera contacto esa tarde. Kÿgwrägwi
tomó su arco y flechas y aguardó pacientemente mientras las gotas caían
mojando su sonrisa de satisfacción. ¡Lastima que no pudiese conocer a
quien favoreciera de ese modo a él y a su tribu! Tal
vez alguna vez lo supiera y pueda expresarle su gratitud, pero mientras
tanto, aguardaría por alguna presa, que sin duda alguna, no había de
tardar en ponerse frente a su letal saeta cazadora.
El
pantano de Estero Patiño , merced al agua del cielo recobraría
nuevamente vida y no precisarían mendigar a don Faustino Brizuela, el
estanciero, unos mendrugos
para su gente. Dio nuevamente
gracias a Yinkä' öp y a los espíritus del estero y preparó su filosa saeta.
Esta vez, no volvería junto a los suyos con las manos vacías.
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Chester
Swann
de "Cuentos para no soñar"
Obra
registrada en el Registro Nacional de Derechos de Autor
Del Ministerio de Industria y Comercio de la República del Paraguay
Bajo el folio Nº 2.446, Foja 87
Art. 34 del Decreto Nº 5.159 del 13 de setiembre de 1999
A los efectos de lo que establece el Art. Nº 153 De la Ley Nº 1.328/98
“De Derechos de Autor y Conexos”
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