Las escaleras de Xirkhum |
Me place sobremanera describir las maravillas, ya descritas hace
siglos por Heródoto, Eforo, Erastótenes de Alejandría, Ibn Batuta y
otros ilustres viajeros que han visitado, o por lo menos han fingido
hacerlo o escuchado de otras bocas, acerca
de los palacios de la perdida Xirkhum, las de las torres doradas, los mármoles
alabastrinos, el pórfido y la malaquita que ornaban sus edilicios
atributos oníricos tallados en la roca viva que la circundaba como si sus
montes cercanos intentaran abrazarla. Alejandro
de Macedonia, en su multitudinaria conquista de Asia no llegó a hollar su
intimidad ni el recogimiento de sus habitantes; no hechos éstos para la
guerra ni para el oficio de las armas, sino para las artes, las ciencias,
la meditación y el juego. Eso
sí, los antiguos habitantes de Xirkhum amaban lo lúdico y lo festivo.
Según Ibn Uqmar ben Ullah, uno de ellos podría haber creado el
juego de alfanorona, que luego diera origen a su vez al ajedrez pre islámico,
pero sólo Allah sabe más. La
fama de sus habitantes, acerca de su generosidad y esplendidez, no deja
corta la belleza de sus mujeres y la vivaz inteligencia de sus niños
y jóvenes. Y uno de los juegos favoritos de los niños eran las
escaleras. Éstas, estaban construidas de tal modo, que entraban y salían
de todos los edificios y parecían ir a ninguna parte. No era raro que
algunos niños se perdieran por días enteros en sus laberintos y
escalones creados para subir y subir, teniendo vedados los descensos, para
lo cual existían pistas deslizantes, por las cuales discurrían cual
impetuosos ríos de las cercanas montañas de Al Faq. Los
habitantes de Xirkhum también discurrían plácidamente por los senderos
de la especulación filosófica y la erudición matemática, que todo lo
explica por la relación de la naturaleza y el número Uno; y su
parentesco misterioso con los números áureos de las proporciones divinas
y quizá hayan descubierto el enigmático número f, equivalente a
0,618181818. No
es de extrañar que Alejandro (Iskandar Zu Al Qarnain, para los árabes) y
sus huestes no hayan podido penetrar en la ciudad casi mágica de Xirkhum,
dado que sus habitantes se llevaban muy bien con los reinos limítrofes
que se ocuparon de desviar el rumbo del general macedonio hacia las
tierras más allá del Indo, en los dominios de Aryan.
Tarde el joven guerrero se enteró de los tesoros perdidos de
Xirkhum, cuando ya las malignas fiebres devoraban su conciencia y lo que
restaba de su cuerpo, consumido por las disipaciones.
Muhammhad
Ibn Quarram ya en la época post islámica hizo una breve mención en su Al-Arabbiyya
al historiar además a los vates y poetas que adornaban los encantos
de por sí brillantes de Xirkhum; aunque nunca se refirió a sus mágicas
y alucinantes escaleras. Tal
vez por guiarse de referencias ajenas y lejanas, puesto que nunca hubo
puesto pie en ella, pues su tardía contemporaneidad se lo impidiera.
Tal vez se haya servido de algunas menciones de los circulares y otros teólogos heréticos del naciente cristianismo
mediterráneo y que tal vez haya oído hablar de Xirkhum, aunque no
existan pruebas documentadas de ello. Añadiré
que existe una versión apócrifa de poemas no escritos (es decir, fueron
declamados solamente en una noche olvidada de jolgorio) de Omar Khayyam,
recopilados poco después en papiros por Semyram Abdul uq Aleyma, uno de
los primeros maestros sufís de Ishkandar la magnífica, en Persia. En
ellos —supuestamente, el rapsoda de los placeres del vino y el amor—
hubo cantado cierta noche a las maravillas de Xirkhum, aunque ésto último
no está debidamente comprobado, debiendo remitirme a las anteriores
menciones de Heródoto, Ibn
Uqmar ben Ullah de Damasco y otros que no recuerdo ahora.
Permítaseme acotar que en los primeros años del sufismo, se
mencionaba con insistencia a Muhammhad Alí Nasrudin, como oriundo de
Xirkhum y creador de toda una corriente literaria, que ha dado a su vez
origen a múltiples variantes y anécdotas en tradición oral, del mismo
personaje con diferentes nombre y situaciones.
Recientemente leí en una publicación de la Editorial Gloria
Matutina de Pekín, Los Cuentos de
Afanti al que en otros lugares de Oriente se lo conoce como Alí
Saifudín y encarna al humor y la gracia pícara de los sufíes. Como
comprenderán, la literatura proveniente de Xirkhum es muy escasa —por
que preferían lo oral y el deleite de las memorias, antes que el
ejercicio de la escritura—, porque por otra parte, ésta sólo sirve
para nublar los oídos y recluir La Palabra en ajenos anaqueles de
prohibidos libros, que sólo están al alcance de los eruditos y los
pedantes más o menos informados. Cuando
el Al-Qurain húbose escrito,
muchos años después del óbito del Profeta, ya la ciudad de Xirkhum
pertenecía al reino de las leyendas casi olvidadas.
Según Imru Ibn Quays, uno de los más grandes poetas árabes y
creador de los Quadith, el
Profeta abominó a la ya mítica Xirkhum por su aparente idolatría y por
haber desaparecido antes de conocer El Mensaje; aunque el poeta Imru
personalmente no lo hizo, pues la fama de Xirkhum en lo tocante a nobleza
y generosidad aún flotaba en los sueños de miles de árabes, persas y
nabateos. Si
bien en Xirkhum se conocía la escritura, ésta tenía pocos usos, salvo
para registrar números, realizar apuntes y poco más, ya que La Palabra
oral tenía mucho valor y era más que documento.
Tal vez ninguno de sus ciudadanos se haya avenido a escribir algún
libro, donde su prosa o su poesía quedaran confinadas y presas del
tiempo. Sin
embargo el gracejo, las metáforas y los poemas improvisados —cual
florales juegos de Castalia— eran la constante y el pueblo los celebraba
repitiéndolos de memoria, hasta que se diluyeran en el tiempo tras la
aparición del Islam y El Pecado. Para
entonces, Xirkhum existía sólo en los recuerdos de algunos memoriosos y
en alguna fatigada cita perdida de uno que otro historiador apócrifo.
Se cree que el terremoto de la indiferencia, barrió sus doradas
torres, donde brillaban por su ausencia los minaretes, muecines y
mezquitas y campeaba la alegría, el vino y el haschich.
Sus
míticas escaleras, que conducían solamente a las alturas y se prestaban
a lo lúdico e informal de los juegos infantiles, quedaron en la nebulosa
de las memorias diluidas. Casi nadie las recuerda hoy día y hasta las citas que
las mencionan, son cada vez más escasas.
Incluso quisiera creer, que, más de uno de quienes han mencionado
su existencia, no han existido realmente más que en mi imaginación;
incluso ésto último no es del todo seguro ni probable. El
cálamo (al qualam) o pluma, según
dice el Quadith, fue posterior a La Palabra y por lo tanto, supeditada a
ella. Por ello, proclamo que
debe haber existido la mítica Xirkhum y sus fantásticas torres
resplandecientes heridas por el sol, así como sus incontables escaleras
que servían para ascender siempre un peldaño más hacia las alturas.
Según
los autores apócrifos (que son los más), no terminaban nunca de subir,
hasta que los niños (que eran quienes más gozaban de ellas) se
extraviaban en las nubes y a veces tardaban en reaparecer en sus hogares.
Se decía, a viva voz, que no eran extrañados si desaparecían,
dada la generosidad de sus habitantes, ya que en cualquier casa un niño
extraño podría hallarse como en la suya.
Toda la ciudad estaba hecha para el goce de los niños y de sus
sabios habitantes que, aún sin saberlo y muchos siglos antes que
apareciese El Profeta, glorificaron a la Gran Sabiduría Universal,
creadora de cuanto existe, cuanto vive y cuanto resuena a los oídos. Como
el canto de los pájaros, la elocuencia poética y la risa de los niños
apareciendo y desapareciendo en sus míticas escaleras. Algunos, relataban
al regreso, que habían sido huéspedes de algún ángel o algún djinn que merodeaba las terrazas de la ciudad.
Otros, afirmaban haber jugado con las nubes, disfrazadas de
gigantescos corderos avellonados. Pero todos tenían algo en común. No conocían el miedo ni la avaricia, tan común entre
las tribus hebreas y beduinas del desierto de más allá del Mar Rojo. Tal
vez por ello, no temieron cuando les fue anunciada la inminente (e
inexorable) desaparición de la ciudad y sus habitantes; no sólo del
territorio que ocupaba, sino también de las memorias históricas y
literarias. Justo
es reconocer que, si bien pocas voces y escritos han reivindicado la
presencia de Xirkhum en la antigua llanura nabatea, y pocas evidencias
existieron de su emplazamiento, la memoria de la nobleza, la generosidad y
hospitalidad de los habitantes, aún perduran. Ibn Fhurad al Quyyat, poeta
del renacimiento árabe celebra en algunos versos las memorias recuperadas
de Xirkhum y sus torres de oro (realmente es una metáfora, ya que eran
cubiertas de cobre y bronce pulidos, que en las auroras y crepúsculos
reverberaban al sol), aunque sin mencionar sus mágicas escaleras, tal vez
por ser nada más que juegos de niños.
O nada menos. Y
yo, Mustafá Quarhiff Muley de Omán, no desearía entregar mi espíritu a
Allah antes de haber rescatado del olvido las maravillas de Xirkhum la
hospitalaria. Por ello pido
que si os dirigís hacia la Meca, haced en el desierto un alto y orad, por
los niños que no fueron y por los que no han tenido oportunidad de jugar
en las escaleras de esa legendaria ciudad, donde hasta los ángeles se
extraviaban en sus terrazas y hasta los djinn
perdían allí el juicio, olvidando los servicios que debían
prestar a los emisarios celestes. Os
mencionaré un corto relato que vindica la generosidad de los habitantes
de Xirkhum. Un
hombre llamado Ka'b que durante el calor del verano viajaba hacia su
ciudad desde Yattrib (después Madhinnah al Nabi) con su caravana de
camellos y su gente. Cierto día
halló a un viajero extranjero que le rogó unirse a la caravana, medio
muerto de sed. Ka'b lo aceptó de buen grado y ello significaba que el huésped
era sagrado para él. No
tardaron en perderse en una tormenta de arena y tras vagar en círculos,
descubrieron que el agua íbase agotando, ordenando Ka'b que se la
racionase para sobrevivir. Cada
día disminuía el vital líquido y finalmente, Ka'b ordenó a su
asistente que sirviese al extranjero su ración, quedando él sin beber. Al
día siguiente, hizo lo propio que el anterior.
Al cuarto día, Ka'b quedó tendido en la arena y uno de sus
sirvientes lo sacudió gritándole que el oasis estaba cerca, pero Ka'b ya
no pudo responderle. Piadosamente,
lo cubrieron con un manto para protegerlo de las aves de carroña. Había muerto para que el extranjero pudiese vivir. Estos
y otros ejemplos de la generosidad de los ciudadanos de Xirkhum me dan la
pauta de que, si bien han desaparecido de su región y de la historia —e
incluso de las leyendas—, han legado a la cultura árabe el precioso
ejemplo del darse generosamente, aún al precio de la vida.
Y no pueden tener temor por su vida, quienes se saben inmortales
como las leyendas. Nunca
se supo cómo terminó Xirkhum ni qué se hizo de sus sabios e
industriosos habitantes. O si
se supo, bien guardado quedó el secreto de lo sabido.
O tal vez, como muchos investigadores han aseverado, no haya
existido nunca esa ciudad de maravillas sin mal, aunque las ruinas de
Petra, talladas en la roca son testimonio veraz de su existencia.
Los mitos siempre se retroalimentan y crecen con el tiempo, incluso
luego de la desaparición de quienes hayan dado lugar a las creencias.
Siempre habrá en cualquier lugar del mundo, la leyenda de alguna Tierra-sin-mal. Sea ésta en la Arcadia,
Utopía, Shangri-La, Aggharthi, Guaranya (el autor, oyó hablar de ella a
través de las memorias apócrifas de Rui Baruch Péres de Sepharad, que a
su vez la oyó mencionar en Sevilla en 1542) o Shambhallah, la guerrera. Las
leyendas siempre mencionan alguna tierra de inmortales, donde la
enfermedad y el dolor no toman parte de la vida cotidiana; y donde la
abundancia es la norma que cubre todas las necesidades; donde la prisa y
el malhumor no tienen lugar y donde la alegría estalla en todas las
esquinas, ventanas y mesas, espontáneamente y sin inducción alguna de
parte de los que gobiernan o rigen, que en este caso, no existieron. En
Xirkhum, no existía rey alguno, Califa ni Sultán, sino que todo se
resolvía de consenso entre el consejo de notables, los ancianos y el
pueblo. Ningún tirano,
mullah, ayatollah, rabino o sacerdote alguno sojuzgó jamás a esta noble
ciudad, ni obligó a sus habitantes a ser infelices por decreto o imposición
de la Sagrada Culpa y la penitencia. Tal
sea esta la historia de Xirkhum la hermosa. Tal vez yo mismo, alguna vez,
haya formado parte de ella, como alguna vez formaré parte de alguna
Tierra-sin-mal en algún lugar del planeta.
Siempre he tenido la certeza de que todos los hombres proceden de
una misma memoria y que en el fondo, todos los hombres son un sólo hombre
dividido en millones de porciones que perduran y perviven en la memoria
colectiva de sus iguales; y que todos los libros son un sólo libro, así
como todos los pensamientos son un sólo pensamiento —pese a las
aparentes contradicciones entre filosofías y doctrinas infinitamente
enunciadas a través de los tiempos de los tiempos— como parte del juego
cósmico. Alguna
vez, descubriré los misterios que aún persisten en desafiarnos y pese a
ser uno entre millones, sé con certeza indeclinable, que todos los
hombres del mundo están en mí, como yo lo estoy en ellos.
Esa
es la lección que he asimilado de los antiguos habitantes de Xirkhum, la
de las cúpulas heridas de sol y sus escaleras siempre ascendentes, como
buscando lo infinito, e incluso, atreviéndose a ir más allá de lo
infinito. Porque lo infinito es el destino final de la humanidad toda.
Todos los números, alguna vez deberán fusionarse con el Uno. La unidad
nos llama hacia lo infinito.
¡Allah u Ak'bar! |
Chester
Swann
de "Cuentos para no soñar"
Obra
registrada en el Registro Nacional de Derechos de Autor
Del Ministerio de Industria y Comercio de la República del Paraguay
Bajo el folio Nº 2.446, Foja 87
Art. 34 del Decreto Nº 5.159 del 13 de setiembre de 1999
A los efectos de lo que establece el Art. Nº 153 De la Ley Nº 1.328/98
“De Derechos de Autor y Conexos”
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