Las alfombras de Ishkandar
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Un
militar norteamericano —de cuyo nombre no quisiera acordarme—, estando
en misión de ocupación en Iraq, tras los saqueos de los museos de
Bagdad, oyó relatar esta historia por parte del profesor
Ishmail Z`wari Mahmoud, quien por esos días intentaba
infructuosamente detener el inicuo saco de milenarios tesoros culturales
de una de las cunas de la civilización mundial, efectuado al amparo de la
invasión extranjera.
Hace
muchísimos años, tantos que no pudieron haber sido calendarizados, el
visir Shaar Ib’niz, en viaje hacia Ishkandar, se detuvo en un oasis para
un merecido reposo, en casa de un varón justo de nombre Khemail Ish Fahan.
Khemail
Ish Fahan comentó al
Visir
Shaar Ib'niz —el cual se hallaba de paso, en misión de recaudar los
impuestos de vasallaje—, acerca de las maravillas de Ishkandar, reino
tributario del Gran Rey de Persépolis.
Desde perlas del tamaño de cocos, diamantes del brillo de un sol,
palacios lujosos con la majestuosidad de monumentos y miniaturas apenas
visibles al ojo humano, como una joya diminuta en oro y platino
representando un oasis esculpido no mayor que una uña de meñique.
El Visir Shaar Ib'niz
prestaba
atención auditiva a Khemail Ish Fahan, su anfitrión, con los ojos
abiertos del tamaño de huevos de roc, y los oídos atentos como lebrel
afgano.
Estaba de visita por
Ishkandar en representación del
Sha'inshah
,
el Rey de Reyes de Persépolis, capital del reino feliz; o por lo menos,
así lo creía el soberano, tan crédulo él como sus vasallos, gracias a
sus diligentes informantes, de atroces memorias, imaginación excesiva y
falaces lenguas.
Sabía
de la tendencia de los iranianos a la magnificencia, la ostentación y la
exageración, sólo superadoa siglos más tarde por los andaluces, los
tejanos y los brasileños, y quizá los paraguayos; pero tenía a bien
creer las maravillas relatadas por Khemail Ish Fahan, ya que éste tenía
fama de veraz y varón justo, pero aún así, le costaba admitirlo.
Khemail
mencionó la calidad de las alfombras de laboriosos y pequeñísimos
puntos de tejido, cuya confección demandaba
años de trabajo y casi una vida de consagración a la obra, donde
adultos, mujeres y niños participaban en familia.
Algunas de éstas poseían poderes mágicos
desde el momento de su concepción y diseño y tenían fama de
milagrosas; pero esto último no estaba del todo confirmado.
Al menos el Visir nunca hubo visto una de ellas, y suponía que el
interlocutor tampoco. Este relató al Visir que su abuelo hubo tenido
pactos con el mismísimo Ahrimán, habiendo poseído una de estas
alfombras mágicas y cierta vez viajó a Bagdad en la misma, y regresó de
igual modo.
El
Visir tenía por misión recaudar tributos para el
Sha'inshah,
de las arcas de los reyes vasallos; e Ishkandar era parte de sus reinos
tributarios, por lo que debía estar satisfecho de cuanto hubo oído y lo
que ello significaría para su misión. El diezmo del reino de Ishkandar
sería de una magnificencia incalculable a su entender, al menos si su
prosperidad no fuese más que espejismo para la exportación.
Tras
beberse un té salado con grasa de carnero (exquisitez de los árabes,
mongoles y persas, desearíamos creer), el Visir obsequió a su anfitrión
Khemail Ish Fahan, un zafiro de treinta y dos quilates en prenda de
amistad antes de proseguir su viaje a Ishkandar.
Khemail por su parte, obsequió al Visir una de sus magníficas
alfombras y otra para el
Sha'inshah
,
en prenda de lealtad y obediencia al Gran Rey.
El
Visir alabó el magnífico trabajo artesanal de los súbditos de Ishkandar,
ponderando la paciencia de sus artífices y su casi oblación sacrificial
en aras de su misión de crear una obra, tan cercana a la perfección como
lo permitiese El Libro.
El
Al
Qurain
dice que sólo la
obra de Allah es perfecta;
el
hombre es apenas la copia imperfecta del Original ¡loado sea Allah!
por lo que toda obra humana sería casi errónea.
Caso contrario, en la búsqueda de Lo Perfecto se incurriría en
pecado de soberbia contra Él.
De
tanto hilar e hilar, con la fe puesta en su obra que tienen los artífices,
que parte de su energía
impregna
el tramado de su alfombra, en el momento de la concepción, de los
colores y los nudos del tejido.
Una alfombra es sacrificio de años de trabajo si realmente
el artesano se entrega a ella en cuerpo, mente y alma. Y con él, sus
auxiliares, generalmente mujeres y niños de su familia. Y no siempre la
venden a buen precio.
Algo
parecido a quienes trabajan toda su vida en una corporación, y en pago
reciben salario de subsistencia y endeudamientos deficitario, más una
jubilación de miseria.
Y
es acerca de la magia adquirida por la alfombra —que las más de las
veces actúa con vida propia—, cuanto desearía acotar
al relato de Khemail Ish Fahan a los oídos del Visir
Shaar Ib'Niz.
La magia de las alfombras de Ishkandar no reside en su
propiedad de volar o vencer a la gravedad, sino en ser
parte
de su propietario y señor.
Existen aún alfombras que tras ser compradas por un jefe de clan,
pasa de padres a hijos por cientos de generaciones sin deteriorarse, tal
es el cuidado que le es prodigado a una alfombra y
aún más a las mágicas.
Dícese,
aún hoy, que los tejedores de una alfombra, a propósito rompen la simetría
de algunas tramas, nudos o colores, para evitar pecar en perfección
contra
Allah, porque sólo Él,
es la perfección en suma.
Aunque
las alfombras
preislámicas sí
llegaban a la perfección absoluta, pues sus artífices desconocían la
Sagrada Culpa que es artículo de Fe de muchas religiones, incluso las
judeocristianas y
es también
conocida como
el
recto sendero hacia el sagrado hastío
Pero
aún imperfectas en forma, aunque no en espíritu, las alfombras de
Ishkandar hubieron conquistado reinos lejanos a donde fueran llevadas,
como trofeos de batallas, como tributos o simplemente como obsequios de
amistad o sumisión.
Su
belleza, sobriedad y calidez sobrepasaba cuanto húbose elaborado en
humanas manos en parte alguna del mundo y cuanto fuese conocido en algún
canto de la tierra.
Podría
ser que las alfombras de Esmyrna, de Ishtambul, de Bagdad o del lejano
Hindostán tuviesen casi el mismo trabajo, colorido y belleza, pero no sus
virtudes y poder de seducción, quizá atribuíbles al denodado esfuerzo
de sus artesanos, los cuales
se
entregaban con su propia vida como bagaje.
Antes
de partir para Ishkandar, el Visir solicitó a su anfitrión una relación
conocida
acerca de los
poderes mágicos de alguna alfombra; a la que tal vez buscaría hasta
encontrarla para adquirirla. Necesitaría una de ellas, plena de
prodigiosa virtud para abreviar sus largos viajes por el reino de los Mil
Reyes, en su función de
Ojo y Oído
del Gran Rey
, además de cobrador de tributos.
—Oye
entonces con atención esta anécdota, ¡Oh! gran Visir del Gran Rey,
porque de labio alguno la volverás a oír, aunque puede que otros
conozcan dicha maravilla, pero mucho se guardarán de describirla.
Si no a causa de su temor de desprenderse de su alfombra,
quizá por su falta de elocuencia para describir tal prodigio.
Así
principió a relatar Khemail Ish Fahan a su egregio visitante, el Visir
Shaar Ib'Niz, acerca de una de las alfombras con poderes mágicos de
ubicuidad y bilocación.
—Hace
muchísimos años, tantos que ingresaron casi al olvido, un modesto
tejedor de alfombras llamado Gudnu'z Kemal, oriundo de Turkestán y
afincado en Ishkandar a causa de las persecuciones sufridas en su país,
pidió a Dios que antes de morir deseaba hacer —con su ayuda e inspiración,
claro—, una alfombra que fuese la quintaesencia de la belleza y la
perfección.
Gudnu'z Kemal
vivió en Ishkandar muchísimos años antes de la llegada del Islam y no
conoció la Palabra del Profeta, pero tenía harta fe en Dios, y a Él se
encomendaba para cada obra y en cada situación crítica en su vida.
Y Dios oyó sus plegarias otorgándole la necesaria inspiración y
fuerzas para emprender la Obra.
Y
sucedió que, tras ímproba labor, ayudado por sus seis hijos y sus
mujeres, logró dar
cima a
dicha obra, que por su belleza y su escasa distancia a la perfección
cautivara a propios y extranjeros en el mercado de Ishkandar donde exhibiría
la alfombra. Un extranjero, oriundo de Srinagar y conocido como mago y
alquimista del Rey de Ishkandar la vio, quedando extrañamente absorto y
cautivado ante la belleza de sus intrincado diseño, que aún hoy es
utilizado como patrón y modelo del arte textil de esta región.
El
extranjero se acercó al artífice y, tras preguntar por el precio de tal
obra de arte, extrañóse de la exigua cantidad solicitada por el tejedor.
—Te ofrezco tres veces lo que me pides Gudnu'z, y aún más.
He de rogarte que te traslades a mi palacio con tu familia y te
recompensaré con largueza por tu arte.
Quiero que confecciones otras para mí y te daré el poder de hacer
alfombras con atributos mágicos. ¿Aceptas?
Gudnu'z
Kemal quedó anonadado y confuso, pues era costumbre que los compradores
de alfombras, casi todos mercaderes viajeros, ofrecieran harto menos de lo
solicitado y subvalorasen el ímprobo trabajo de los artífices.
El arte del regateo era ejercido por los revendedores, en desmedro
del arte de los tejedores y sus productos en casi todos los reinos de
Persia o Arabia. Gudnu'z aceptó la oferta del mago y muy pronto se instaló
en una de las dependencias de su palacio, ya que éste estaba al servicio
del rey de Ishkandar.
Sin
embargo, tras instalarse e iniciar la confección de otra magnífica
alfombra para su nuevo amo, Gudnu'z tuvo un sueño que lo llenó de
turbadores presagios. Una noche, oyó la voz (según creyó) del propio
Allah, que le aconsejaba volviese a su antigua vida de pobre artesano
tejedor, por que el extranjero que lo acogía en su casa, estaba en pactos
con espíritus demoníacos y su magia era indeseable para el omnisciente
Allah.”
“En
tanto, el mago había encantado la alfombra adquirida tiempo antes en el
mercado, y la utilizaba para desplazarse hacia su lejano país cuando lo
deseara. Nunca nadie lo vio salir por ninguna ventana como dicen los
cuentos de las Mil y Una Noches, pero siempre volvía con oro, pedrería y
joyas de Srinagar. Según parece, le bastaba encerrarse en la habitación
donde se hallaba la alfombra, sentarse en el suelo sobre ella y luego
desaparecía con su tapiz.
Horas
más tarde, antes de cantar los gallos, reaparecía en la misma habitación
como si nunca hubiese salido de ella. En cuanto a Gudnu'z, estaba apenado
por el consejo onírico de Allah a que abandonase la vida de protegido del
mago hindú, astrólogo y adivino del rey.
Es que la vida de un tejedor de alfombras no es un lecho de rosas,
sino un constante y cotidiano batallar contra las enfermedades, la escasez
de alimentos y las penurias del pobre.
Evidentemente, nadie que haya salido de la pobreza quisiera volver
a ella. Gudnu'z tampoco era una excepción a esta áurea regla, pese a los
sueños premonitorios que casi cada noche lo conminaban a alejarse del
mago quien, aún a pesar de su aparente bondad, andaba en pactos maléficos
para incrementar su poder. O al menos, eso creía el pueblo todo (menos el
rey, pero Alá sabe más).
Este,
tras notar la preocupación en el rostro de su protegido lo interpeló a
fin de sonsacarle la causa de sus preocupaciones, aunque como buen mago,
intuía algo.
Tras dudas,
titubeos y soslayos, el tejedor confesó al mago cuanto le revelaran en
sueños los enviados del Más Alto, o quizá El en persona. Por la
gratitud que sentía hacia su protector sentía que no debía abandonarlo,
pero no quería perder su alma tampoco y esto lo tenía afligido y
confuso, llegando al colmo de cometer errores en las tramas, lo que en un
artífice de su fama era casi imperdonable. El mago, Indragit Devaki, rió
de las angustias del tejedor y le sugirió que hiciese caso omiso del
aviso, admitiendo por otra parte el tener amigos en el mundo de los espíritus
turbulentos, aunque prefería utilizar sus poderes en pro del reino antes
que en su beneficio.
Le
sugirió que si así le conviniese, volviera a su casa y de todos modos le
seguiría comprando sus magníficas alfombras a buen precio para evitarle
penurias que malograsen su obra.
De todos modos era eso lo que deseaba, no retenerlo en su palacio
contra la voluntad de Dios.
El
mago demostró tener buen corazón después de todo y aconsejó al tejedor
ser humilde en la magnificencia de su arte.
—
No
te daré magia para tus alfombras, Gudnu'z, pero si eres grato a Dios y al
rey, tendrás tu recompensa. Con la habilidad que posees, no precisas de
magia alguna que envanezca tu espíritu. Yo me gano la vida con mis artes
adivinatorias y alquímicas. Tu con lo tuyo, que es tu mayor riqueza.
Gudnu'z
Kemal agradeció al mago sus palabras y prontamente abandonó el
palacio, retornando a su humilde morada. En cuanto a sus alfombras, pudo
terminar unas diez antes de entregar su alma a Allah y su oficio a sus
hijos. Mas, de todas sus alfombras que por el mundo están, sólo la del
mago Indragit Devaki el brahman poseyó el verdadero poder de translación
y bilocación. Y esa alfombra ha sido contemplada en Bombay, en la India.
El
Visir Shaar Ib'Niz quedó impresionado con el relato de su anfitrión y
preguntó a éste quién era actualmente el poseedor de la alfombra de
Indragit Devaki, ya que siempre deseó poseer una que le aliviase la
duración de sus prolongados viajes por el reino.”
—Una
alfombra de Ishkandar cuesta lo que os pidan por ella, pero si es mágica,
todo el oro de Oriente sería poco para poseerla ¡Oh Gran Visir! Pero si
eres magnánimo y justo con los vasallos de Ishkandar ante el Gran Rey,
tal vez puedas obtenerla, aunque algún sacrificio te demandará.
Es difícil ser justo y a la vez misericordioso.
Especialmente para con los pobres.
—Si
es preciso, he de pactar con el mismísimo Ahrimán para ello, ¡Oh
generoso Shamir! Mas no he de renunciar a poseerla aunque sea por última
vez en mi vida.
—Todo
prodigio es obra de Allah, ¡Oh Visir del Gran Rey! Pero no harías bien
en ser ingrato a Dios pactando con el Mal.
Puede que la humildad y la generosidad te abran puertas que el
propio Ahrimán no pueda abrirlas. Y ahora, toma mis presentes y emprende
el camino. Ya tendrás noticias mías.
El
Visir se despidió y encabezando su caravana se dirigió a Ishkandar, a
fin de recaudar tributos del rey vasallo.
Durante el largo trayecto pensaba en la alfombra mágica y al mismo
tiempo en lo que exigiría
al
rey tributario como presentes para el Gran Rey.
Luego
recordó las palabras de Shamir Ish Fahan quien lo acogiera en el oasis.
“
Si
eres magnánimo y generoso...” .
Evidentemente,
la apresurada declaración suya de hacer hasta un
pacto con el Malo, no era lo mejor de cuanto hubo salido de
su boca y ya estaba arrepintiéndose de ello.
Tomó
el Al Qurain que llevaba consigo y lo besó respetuosamente, encomendándose
a Allah para que lo guiase en el más acá en el arte de ser justo, que es
una de las artes más exigentes y donde más fácil es equivocarse.
Tras
dura travesía, a camello y caballos, el Visir llegó a Ishkandar siendo
recibido con honores por el rey vasallo Quraish Shamr Rudin, el Tigre de
Ishkandar (casi todos los reyes guerreros tienen sobrenombres de animales
fieros, por más que hayan perdido batallas o partidas de ajedrez), quien
honró al Visir con la mejor de las doncellas de su reino para que lo
acompañase durante su visita: su propia hija Naifah.
Pero ésta se resistió a servir de carne de lujuria y al enterarse
de la inminente pérdida de su virginidad, corrió a sus aposentos y se
encerró en ellos.
Su
padre la conminó a salir y cumplir con su deber de Estado, mas Naifah optó
por ingerir un poderoso veneno antes que entregarse al Visir, que por
cierto ya le llevaba harta ventaja en años. El rey de Ishkandar llamó en
vano a las puertas y envió a sus guardias a derribarlas, hallando tras éstas
a su hija única agonizando en su lecho.
Furioso el rey ordenó degollar a las ayas de su hija Naifah, pero
el Visir detuvo su mano.
—No
he venido a servirme de tu hija, ni te la he pedido. Antes debiste preguntármelo.
Siento mucho que tu hija haya llegado a esta extrema decisión a
causa de tus deseos de caerme grato, pero no permitiré que viertas sangre
inocente de algo que tú mismo has provocado.
Y a partir de hoy, responderás de tus acciones ante mí y el
Sha'inshah
de Persépolis. Me he jurado a mí mismo no permitir más
injusticias en el reino. Y ahora, haz un funeral digno de tu sangre para
Naifah, quien se lo merece. Ha defendido su tesoro con su vida, cosa que tú
nunca has intentado, antes prefiriendo el vasallaje a la lucha, pese a
llamarte el Tigre de Ishkandar.
Y
ahora, te ruego que me dejes solo, que lo prefiero a la compañía de un
chacal con nombre de tigre.
Quraish
Shamr Rudin quedó anonadado ante la severidad del Visir y ordenó que las
honras fúnebres de la princesa Naifah fuesen las mismas de un rey. Luego
se encerró en su estancia a llorar como un niño porque en el fondo amaba
mucho a su única hija, cuya belleza eclipsaría a la misma luna y a las
flores de su jardín.
Apenas
amaneció al día siguiente de la muerte de Naifah, el Visir asistió a
sus funerales, tras velar toda la noche con los hermanos de la princesa.
Cuatro de ellos se comprometieron a partir con el Visir a fin de servir al
Gran Rey en Persépolis y ser custodios de los tributos anuales que su
padre enviaba al
Sha'inshah
. Lo que ignoraba el Visir es que entre las magníficas alfombras que el Tigre de Ishkandar mandó envolver para obsequio al visitante, se hallaba una que había pasado por las hábiles manos de Gudnu'z Kemal... y por los encantos del mago Indragit Devaki: y llegara a las suyas a causa de sus deseos de justicia como premio de Allah, que como todos saben —o creen saber—, es grande, justo y misericordioso. Al menos, hasta que se demostrase lo contrario. |
Chester Swann
de
"Cuentos para no dormir"
Obra registrada en el Registro Nacional de Derechos de Autor
Del Ministerio de Industria y Comercio de la República del Paraguay
Bajo el folio Nº 2.445, Foja 87.
Art. 34 del Decreto Nº 5.159 del 13 de setiembre de 1999
A los efectos de lo que establece el Art. Nº 153 De la Ley Nº 1.328/98
“De Derechos de Autor y Conexos”
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