La danza de los dioses |
Hubo
—según los filósofos, creadores de teogonías alucinadas y mitos epopéyicos—,
un tiempo olvidado de perdidas y deliciosas
intimidades, entre los mortales y los dioses. Éstos decididamente
no precisaban preocuparse —y ni siquiera ocuparse— de lo
cotidianamente problemático de la supervivencia terrenal.
El paraíso, en suma. Así,
al menos lo proclama El
Libro de Enoch, uno de los muchos frutos del intelecto mítico, es
decir: libros llamados apócrifos;
esto es no autorizados por la ortodoxia. Apócrifo no sig-nifica falso ni
herético, sino que tiene connotación de "secreto" o
simplemente de "paralelo" (para lelos, creo). No
diré cuáles dioses, ya que su cantidad supera a cuanto podamos imaginar,
e incluso cualesquiera de ellos se mimetiza bajo nombres variados, en
distintas culturas. Pero siempre acompañaron el devenir de la humanidad,
desde sus casi inaccesibles parnasos, y lo hicieron encarnando, algunos de
ellos —los menos crueles y más inteligentes— en visionarios;
profetas; artistas, poetas, ebrios; idiotas;
creadores e imaginativos. Es
decir: locos de atar. Estos Prometeos —casi
siempre sacrificados, más por imprudentes que por heroicos— se han jugado por los seres humanos, legítimos herederos de
los ángeles caídos. Especialmente para hacerlos salir de la imbecilidad
primigenia pre-paradisíaca, aunque sea de tiempo en tiempo. No
todos los dioses reclaman sumisión a los mortales. Los hay empeñados en
librarlos de las cadenas invisibles de la teología monoteísta (la más
peligrosa y alienante). Lo terrible es que, en los dos últimos siglos
encarnaron en el planeta los espíritus más turbulentos que jamás
visitaran la Tierra. Desde Hitlers y Capones, a Ghandhis y Einsteins.
Es que, desde Babilonia y Teotihuacán hasta nuestros tiempos, los
humanos des-cubrieron los astros y su relación con el destino. Percibidos
desde siempre como los vi-gilantes de la vida, siguieron sus cursos
aparentemente erráticos, descubriendo al Tiempo y sus secretos. A
partir de allí, homo sapiens
quiso trepar a los cielos —según relata el mito babeliano— no cejando
en sus intentos hasta hoy con los resultados que saltan a la vista: armas
de destrucción apocalipticas; violencia creciente; tendencias suicidas
involuntarias o no; conatos masivos de
imbecivilización y otros
síntomas conocidos. Y algunos dioses no son ajenos a esto, a juzgar por
ciertas manifestaciones eruditas de investigadores de lo improbable y retóricos
de lo necio. Es
que los dioses, están fuera de nuestro campo de comprensión, a causa de
que muchos de ellos fueron creados y alimentados por nosotros; hasta que
crecieron tanto como para alimentarse de nosotros. Marte y Mercurio;
espada y caduceo; hierro y oro cubriendo los flancos de la historia y
destruyendo a unos en desmedro de otros, en concubinatos y alianzas de
conveniencias. La eterna danza de las divinidades, hechas a imagen y
semejanza de sus devotos, no ha de darse tregua en afán de poseer y regir
parte del planeta y luego el cosmos habitado. Thor
hubo desafiado a Odin y Loki a plural combate, en tiempos recientes, lo
cual fue aceptado porque, como se sabe, los dioses son inmortales y a lo
sumo pueden ser heridos levemente a primera sangre, tras lo cual, a veces
viene una inesperada reconciliación; en tanto que los mortales que pelean
en sus huestes u hordas son quienes por lo general pierden. Y cuando digo:
—pierden— ténganlo por
seguro, no será un eufemismo indulgente y frío. Loki tomó el mando de
una parte del mundo y aguardó a que Thor diese el primer paso estratégico.
Este, que en astucia no es tan pletórico ni creativo, se ensoberbeció al
punto de no esperar el momento propicio y lanzó sus rayos-martillo contra
Anglia y Polanskya, donde moraban los devotos de Loki y Odín, siendo
respondido, aunque no de inmediato. El
duelo fue sin duda atroz, y duró no mucho tiempo, aunque las pérdidas
—en vidas, materiales y sobre todo de tiempo—, fueran abrumadoras. Aún
el planeta no se hubo recobrado de tal danza de dioses, los cuales ahora
se emborrachan juntos, de hidromiel y walkyrias
rubias de agua oxigenada, desprovistas de blindaje, en su wallhala, sin
preocuparse de hecatombes y holocaustos, huérfanos y viudas. Totentanz
alucinado de calaveras apocalípticas —que terminaría en un
brindis por la Paz, como si nada—, impregnado de hedor de metales
forjados para la muerte. Óxidos
y sulfuros crepitantes, macerándose en los crisoles malditos de las
abominaciones. Es el crimen
pluralizado a las más altas cotas decibélicas con ruidos de truenos
azufrados de cordita y toluenos. Y
ahora participando de orgiástica Danza de Guerra, el dios de los
Ladrones... y del Comer-cio: Hermes, el veloz portador del Caduceo; el cínico
y trapacero Mercurio —del alado casco y la torva sonrisa de la
usura—,gran estafador planetario. Y
sumándose a la degradación de la Arcadia; Venus-Ishtar, la gran ramera
que brindara su carne impura en Babilonia y en las lupas romanas, sazonada con vinos resinosos de haschich, nepenthe,
soma y ambrosía. También
los sátiros —que si bien no son dioses, sino apenas mestizos mediáticos
semi divinos— divierten a las divinidades y los sacian con su lujuriosa
vitalidad, participando de la sagrada y dionisíaca danza. El pan ázimo
de centeno fermentado corre de boca en boca, de doncellas a efebos,
provocando alucinaciones eleusinas.
El llamado kikeon báquico
—comunión pagana del despertar de los sentidos—, sazona la fiesta
olimpiana de picante sensualidad, exenta de la Sagrada Culpa que sólo
atormenta a los mortales y no envilece a los dioses. Pero
en la faz del Valle de Lágrimas trasparadisíaco, la realidad se expresa
con la bárbara espada del miedo. Mientras los dioses juegan y danzan, las
parcas cosechan lo suyo, trastrocando las leyes biológicas, como lo
comentara Erich María Remarque ("Sin novedad en el Frente"),
afirmando que los padres deben enterrar a los hijos, contrariando a la
naturaleza. Totentanz;
la danza de las calaveras en su menos simbólica iconografía.
Mies humana, segada en la más dulce juventud. Hasta los propios
segadores son —a su vez— cosechados sin misericordia por las tropas
negras. La máquina no debe
detenerse en pos de la renovación de la vida a trueque de la vida, hasta
el postrer Göttendammerüng: el
crepúsculo divino y la caída de los dioses al nadir de la ateología
futura. Los
dioses, según sus apologistas, previenen explosiones demográficas,
diezmando a los jóvenes, envejeciendo a los sobrevivientes y realizando
sacrificios humanos al Moloch fenicio, al Baal cananeo, al Dagón
filisteo, al Yahveh hebreo y al Mercurio neoyorkino. Y esto, sin omitir al
Tezcatlipoca mesoamericano, al Lugh celta y al dios desconocido el que
—según cuentan los memoriosos— expía las culpas de los genocidas
para fomentar la impunidad. Sólo
que a veces, el hambre fuera usado a guisa de cuchillo sacrificial y las
ofrendas; a plazo fijo y porcentajes de estafa. Si antes, el dios
cristiano —por interpósita persona de sus intermediarios fraudulentos y
doctores en leyes canónicas— pedía resignación, francamente
ignominiosa, en nombre de paraísos escatológicos; ahora pide
oportunidades de redistribución del hambre.
Opta aunque demasiado tarde por los pobres, pero el poder de
decidir, lo poseen los ricos y opulentos. Y éstos, finalmente, son
quienes proveen de carne de espada y cañón a las huestes divinas. Y éstas
se desangran para agradar a sus respectivos dioses con el holocausto
infausto de la injusticia y la locura colectiva. Las
lúdicas danzas y simulacros de batallas celestiales, ocupan a los dioses
el tiempo que les sobra, para solazar el tedio eternal que los abruma. A
nosotros, los mortales, nos dan oportunidad de evolucionar a través del
dolor, del miedo, de la amargura im-potente de quien se sabe juguete de
las potencias cósmicas, al garete de toda conmiseración y al margen de
toda racionalidad. —La
guerra debe continuar —sentenciaron
los Sabios de Iron Mountain. —El progreso tecnológico de la humanidad se forja en las fraguas
guerreras de Hefaistos Hecatombeón y Arés Polemikón. No en el seno de Ceres o Pallas Athenai —dirá otro
emisario de Zeus en Washington D.C. ante el Senado.
—No queremos paz; no
—graznan los Hechiceros de la Guerra en sus aquelarres de jet-set. —Mientras
los elefantes pelean, la hierba queda pisoteada —gimen en Timor y
Chechenia. Totentanz;
danza de las calaveras y la siega periódica de vidas en acción.
Como en toda danza, se precisan dos para hacer pareja, a veces más
de dos: como en el amor, como en la guerra.
Los dioses tienen todo el tiempo del universo para perderlo en sus
danzas y juegos de guerra en que desangran a los humanos y otros mortales,
que rinden pleitesía de sometimiento a aquéllos. La danza de los dioses
es danza de vida y de muerte, lo que a éstos les resulta indiferente para
su egolatría y perversión Un
día de 1992, los aprendices de hechiceros de la guerra a bordo de la
fragata norteamericana Vincennes,
decidieron jugar su macabra danza disparando un misil de búsqueda
infrarroja contra un avión de pasajeros iraní, en las aguas del Golfo Pérsico.
Mas de cien pasajeros, ignorantes de las cosas de los dioses, fueron
sacrificados para satisfacer la egolatría del Becerro de Oro. No hubo
sobrevivientes ni disculpas por parte de los hechiceros, ni de los dioses.
Sólo dijeron en su lacónico, e infame, informe que, "lo
confundieron con un caza hostil". Estos ejemplos ilustran cabalmente
los juegos divinos que, según los augures y sacerdotes, arrastran a los
mortales a su destrucción irracional "por que no se puede comprender
los propósitos de los dioses" —o de Dios, según los teólogos
monoteístas—, ni auscultar en los sagrados Misterios de lo trascendente
y lo absoluto. Muchos
mortales tuvieron la osadía de desafiar a los dioses buscando, entre
otras cosa, la inmortalidad. Algunos lo lograron, entre ellos Alexandros
el Magno, quien despreciando su propia vida cortó de un tajo el nudo
gordiano, para poder penetrar en el Asia a combatir a Ahura
Mazda y Ahrimón arrebatándoles
el dominio del imperio persa. Julio
César hubo desafiado a Lugh y Teuthates conquistando las Galias y la
inmortalidad; por lo menos en las memorias de los mortales.
A los dioses (y a sus agentes de marketing
en la tierra), nada les sacia a plenitud;
nada llena su hambre y sed de sacrificios de sangre, a menos que
buenamente sus comanditarios y sátrapas de este Valle de Lágrimas
esquilmen el diezmo de los creyentes.
También la redistribución de la estupidez excitó los afanes lúdicos
y dionisíacos de los dioses del dinero y el big
business, ordenando a sus clérigos la contratación de talentosos
creativos para mantener a los mortales en éxtasis.
En el más imbécil de los estados de nirvana.
En la más relajada de las posturas y en la más pasiva de las
actitudes, a fin de no molestar a gobiernos y empresarios con demandas
peligrosas o pensamientos de disidencia.
Y esto, divierte a los dioses también ¿por qué no?
Recordad que los grandes Dignatarios Celestiales enviados a este
planeta como embajadores, o por lo menos chambelanes divinos, han llevado
una vida opulenta y desahogada, con pocas excepciones.
Señal de la Gracia, sin duda alguna. No se podría dudar de sus
dones de Ungidos con el santo óleo de algún espíritu de luz. Por lo
menos así lo proclamaban en vida. Tomás de Torquemada, recibió la
iluminada instrucción de quemar cuerpos de herejes para salvar sus almas.
Esta Totentanz anti
renacentista, costó miles de vidas, sacrificadas al Más Alto, aunque sus
almas fueron salvadas de las llamas eternas (por lo menos no hubo reclamos
en contrario). En
la mal llamada (pésimamente, diría) América Latina, millones de nativos pagaron su tributo de
sangre, sudor y lágrimas al dios crucificado extranjero que vino a
someterlos, para salvarlos como bien saben.
Totentanz de cuatro a
cinco siglos de duración, hasta que finalmente se llegara a la extinción
total de los antiguos dueños de la Tierra Prometida.
—¡Eretz Israel! —dirían
los financistas de esta evangelizadora cruzada sin sonrojarse ni dejar de
guiñar a sus accionistas. Y la danza macabra proseguiría en Africa,
Asia, Oceanía, Medio Oriente y en la propia Europa, cuna de muchos de los
dioses más guerreros y terribles. E
incluso de los más veleidosos e inestables.
Totentanz; göttentanz; el juego eterno de los dueños del destino y árbitros
de la muerte. De los amos del
Tiempo y el Espacio, contenido en el microcosmos aluvial del antiguo paraíso
adámico. Nada los detiene. Sus teólogos, doctos impostores de la mitología
deísta universal, seguirán embaucando a los mortales acerca de las
delicias ultrasepulcrales que aguardan a los sumisos y mansos; a los
pobres de espíritu y a los herederos del reino de la Gran Mentira;
guerras, pestes, hambre y sacrificios mediante.
Y muchos han de seguir sucumbiendo a la tentación de la
bienaventuranza eterna y a las promesas de paraísos mahometanos o
nirvanas de ultratumba. Pocos
son los elegidos que escaparán a esta sutil manipulación de los
sacerdotes, pastores, rabinos y patriarcas. Muy pocos serán realmente
libres y testigos escépticos de la macabra danza de dioses que arrasa la
Tierra con cíclica regularidad y administrativa eficiencia. Y aún esos
pocos, serán perseguidos por las nuevas inquisiciones creadas para
preservar la estupidez de la mayoría de los acólitos danzantes y
preservadores de la teogonía macabra. Los
hombres seguirán matándose entre sí, mientras vivan sus dioses. La
sangría ha de acabar solamente el día que los mortales matasen a los
dioses, sorprendiéndolos en medio de sus lúdicas y orgiásticas danzas.
Y con ellos, a sus sacerdotes y hechiceros de la guerra que los
acompañan en su eterna y atroz corte clerical de los milagros. Y ese día,
la raza humana se hará libre e inmortal por haber, tras eras de desigual
lucha, conquistado la Justicia. |
Chester
Swann
de "Sobrevivientes anónimos"
Obra
registrada en el Registro Nacional de Derechos de Autor
Del Ministerio de Industria y Comercio de la República del Paraguay
Art. 34 del Decreto Nº 5.159 del 13 de setiembre de 1999
A los efectos de lo que establece el Art. Nº 153 De la Ley Nº 1.328/98
“De Derechos de Autor y Conexos”
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