El
jaguar y el cazador
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Kwälapöngi
,
el cazador nivaklé,
olfateó
a
Köz’Jaät
el
jaguar. Preparó
su arco y su
más afilada
saeta
—
ya
previamente bendecida por
el chamán—,
para enfrentar a la astuta
fiera
cuyas
carnes podrían, además de alimentar a él y a su tribu, proporcionarles
la astucia y el valor de las que hacía gala en sus rampantes correrías.
Kwälapöngi no tenía miedo del astuto felino Köz’Jaät. Más bien
respeto y hasta si se quiere, admiración.
¡Tantas
veces lo había visto —por los viboreantes senderos y cañadones—
lucir su lasciva musculatura y
elástica
silueta, en pos de esquiva caza!
No.
No sentía miedo; pero así tampoco
podía
evitar que su corazón guerrero tamborileara, cual los telúricos parches
de las sagradas cajas que hacían vibrar el vientre de la noche ritual del
Chaco Boreal.
Köz’Jaät
olfateó con felina impaciencia al esquivo y casquivano viento. P’alha’ä:
el-hombre-que-mata-de-lejos, estaba cerca. El inconfundible aroma
de
sudor
y
algarrobo lo delataba.
“—
Si lo llego a
cazar
—pensó con
su astuta lógica
—
he
de adquirir el coraje y la sabiduría de los bípedos-del-brazo-que-vuela-y-mata,
mas no debo dejar
que me sorprenda”.
Volvió
a agitar sus sensibles belfos para asegurarse de la ominosa presencia de
su ancestral enemigo disponiéndose a la lucha.
Sabía
que P’alha’ä —además de astucia e inteligencia— disponía de
armas para prolongar el largo de su brazo y además, de certeza mortal.
Pero también estaba seguro de su increíble fuerza y agilidad. En
esto aventajaba al cazador
y de
su
astucia dependería que sorprendiese a éste antes de darle
oportunidad de arrojar
su
letal venablo de caña y
alecrín
templado a fuego y paciencia durante las luengas noches
de fogata, chicha, algarrobos
e
instintos básicos
adormecidos.
Kwälapöngi
y
Köz’Jaät ya
se presentían próximos uno del otro, aunque no se divisaran aún.
Tensos estaban ambos —como las cuerdas cósmicas que entretejen a las
galaxias—, con las fibras musculares a punto de estallar en fragmentos
meteóricos.
Su
primigenio universo selvático íbase contrayendo, como tratando de
absorber a ambos guerreros en sus fauces. Giraban sin pausa por los
espinosos cañadones tratando de huir
del
soplo delator en
paroxística danza, como enamorados de la muerte, quien se quedaría con
el que se dejase sorprender primero... o con ambos quizá.
La
distancia —que los separaba y
unía
a la vez— disminuía ostentosamente, mientras su alocada coreografía
acechante seguía sin pausa entre jadeos, sudores, espasmos y latidos. La
microcósmica
danza
los aproximaba al instante supremo en que uno caería en los brazos
o garras del otro inexorablemente. Llegó el punto en que ninguno rehuiría
la batalla, ni su destino. La
osmosis los uniría en una suprema comunión alimentaria, en
que ambos guerreros se conjugarían en un solo cuerpo y alma. En suma: la
ley de la naturaleza en su máxima expresión.
De
pronto, como presintiendo el desenlace de tan singular combate, el astuto
Köz’Jaät, con un pavoroso salto ascendió ágilmente a las ramas de un
robusto
algarrobo. Las
alturas son inmejorables para ver sin ser
vistos y
atacar por
sorpresa. Especialmente si el adversario dispone de las extrañas
armas arrojadizas que burlan la distancia, y buscan el corazón contrario
con filosa decisión y mortífera precisión.
Kwälapöngi
ya tenía su aserrada flecha calzada entre el arco y la cuerda. No dudaba
de la proximidad de su adversario, ni de la posibilidad de ser, él mismo,
presa de su digno oponente. La suerte estaba echada en el lúdico y
letal microcosmos chaqueño.
El
cazador nivaklé se detuvo un momento para vivisectar el espacio que lo
circundaba. Sabía... o presentía que Köz’Jaät
acechaba lo suficientemente cerca, aunque no estaba a tiro de
ojos. Se apoyó de espaldas en un tronco de algarrobo para evitar ser
atacado por
retaguardia,
mientras tensaba
la cuerda
del arco. La espinosa y rala vegetación del cañadón le impedía
maniobrar con su larga flecha, por lo que debía ser harto precavido. El
tiempo se detuvo en una elongada e implacable eternidad de instantes
sucesivos, durante el prodigioso salto con que el astuto Köz’Jaät
se proyectó sobre él.
Ambos
se confundieron en una única materia carnal-espiritual. En un abrazo
ritual agónico y protovital. El nivaklé apenas pudo alzar la punta de su
saeta al sentir la ominosa sombra caer a raudales sobre su empenachada,
testa ornada de viriles atributos plumarios con que proclamaba su viril
condición de cazador-guerrero.
Tras
varios días de búsqueda, los demás cazadores de la tribu de Kwälapöngi
hallaron sus restos, devorados por insectos y buitres junto al esqueleto
de un gran jaguar
cuyas
fauces abiertas tenían una larga
flecha,
aún no disparada, clavada accidentalmente en su boca
y cuya punta llegaba casi hasta donde latieran sus entrañas. Cuentan los abuelos nivaklé que, los inquietos espíritus del cazador y el del jaguar, juegan eternamente su alocada danza ritual en los celestiales pagos de Yinkä’öp, tratando de alcanzarse el uno al otro, y así seguirán hasta el final de los tiempos, entrecruzándose inmaterialmente, sin poderse herir jamás, pues se merecen el uno al otro por su valor y pocos valientes escapan del eterno juego del acecho mutuo. |
Chester Swann
de
"Cuentos para no dormir"
Obra registrada en el Registro Nacional de Derechos de Autor
Del Ministerio de Industria y Comercio de la República del Paraguay
Bajo el folio Nº 2.445, Foja 87.
Art. 34 del Decreto Nº 5.159 del 13 de setiembre de 1999
A los efectos de lo que establece el Art. Nº 153 De la Ley Nº 1.328/98
“De Derechos de Autor y Conexos”
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