Huamán
Chester Swann

Nunca supuse, ni por asomo, que iría a buscar los secretos del Valle de los Perdidos; y menos aún a ese horrendo lugar de sulfurosos recuerdos y malsanas emanaciones de acechantes volcanes semiactivos de mi conciencia. Es que, cierto tipo de aventuras no previstas, me atrae morbosamente como la  miel a las hormigas.   Especialmente si se trata de arriesgar más el alma que el cuerpo, es decir:  viajes metapsíquicos al interior de las marismas de Morbius Ínferos.   Allí, donde subyacen las viscerales fobias del instinto ancestral, de una especie tan paradigmática y paradójica como la humana, a la que me honro —con las reservas del caso y beneficio de la duda— de pertenecer, aún sin desearlo.   Y cuando digo "humana", lo digo sin ironías, pese al poco respeto que me merece esta especie de primates con revólver termonuclear que presume de ¿consciente?

Cierta vez, estando en Iquitos —donde acudí como quien no quiere la cosa y sin un propósito determinado—, en la Amazonia Peruana, conocí a Huamán Qullak, un amauta y curandero indígena del Qusco que había ido allí a adquirir un poco de curare y algunas hierbas para sus pócimas.  Tras charlar un rato acerca de las misteriosas plantas de la Amazonia, me invitó a una sesión de ayahuasqa.

Nunca hube probado tal brebaje y no dudé en aceptar el alto riesgo de conocerme a mí mismo; a develar ese gran desconocido, que todos llevamos adentro; ese ser que nos habita cual clandestino polizón dirigiendo el piloto automático del subconsciente. 

La posibilidad de tener un contacto íntimo con otras realidades no comunes, como las llamaba don Juan Matus el brujo yaqui de Sonora, me sublevaba las arterias y desbocaba las riendas del corazón.  Había oído hablar de la ayahuasqa hacia mucho, pero nunca la he probado ni en sueños y mi viaje a Iquitos, pocos propósitos turísticos tuvo y más bien lo hice para engancharme a algún chamán indígena que me la dosificase a fin de no perder el autocontrol. Y fue allí, que ingresé al Valle de los Perdidos por primera vez, curiosa y paradójicamente, para encontrarme a mí mismo.

Habrá entre ustedes quienes ignoren el significado de ayahuasqa, una palabra quechwa que alude a un preparado de la liana banisterospis capii, muy común en Sudamérica tropical, y otras plantas que no mencionaré, pues prometí al amauta guardar su secreto.  Es que ingerir la divina ayahuasqa es cosa de cuidado, para no sobrepasarse en la dosis.  Sólo un amauta con amplia experiencia podría saberla administrar sin daños a terceros.

Y este amauta, Huamán Qullak era todo un sabio herborista, por lo que intuí que no correría riesgos al someterme a su conducción.

Una noche, tras prolongado ayuno de agua natural, para evitar interferencias en el aparato digestivo (la ayhuasqa tiene un sabor horrible y esto lo digo con cierta indulgencia) y sorpresas desagradables durante la primera fase: Lo Peor.

El chamán me llevó a un riacho tributario del Amazonas, al sur del Urubamba, para darme un chapuzón previo a fin de purificarme para la ceremonia de ingreso al Valle de los Perdidos.   Yo en tanto, me preparé mentalmente para retener en la memoria cuanto de insólito me aconteciera en el viaje. Necesitaría de ello para describir posteriormente la experiencia, lo cual, de todos modos me resultó imposible.

Tras las abluciones —completamente desnudo, en el esófago de la noche fresca de los Andes Amazónicos—, bebí mi primer trago de la pócima indígena que entrañaba doce mil años de sabiduría acerca de los poderes del reino vegetal.   En tanto, Huamán me platicaba acerca de sus experiencias con vegetales de las profundidades selváticas.

—Los seres vegetales tienen vida propia, aunque carezcan de individualidad, tal como ustedes la conocen o creen conocer —comenzó Qullak. —Las plantas son capaces de amar, odiar, tener miedo y hasta nos hablan en sueños, si sabemos entender su lenguaje —prosiguió sin alterar su expresión hierática de escultura sagrada. —En tiempos antiguos, el hombre podía entenderse con animales y plantas, y hasta con lo inorgánico, en apariencia muerto o estéril. Todo cuanto alienta en el universo tiene vida, aunque no lo percibamos.

Al llegar a esta parte, apenas podía entender cuanto acontecía en mi entorno.  Las aves nocturnas y los insectos competían con los batracios, en sus coros de vibraciones cósmicas de la música primordial. La ayahuasqa dio inicio a correr por mis venas y arterias alterando la química de mis sentidos.  Lo Peor entraba en su estagio inicial.  Mi estómago comenzó a contraerse espasmódicamente en cortos ciclos de segundos.  Menos mal que tuve la precaución de ingerir sólo agua durante dos días previos a la ceremonia.

Poco es cuanto podría relatarles de esta primera fase en Lo Peor, salvo que pasaron por mi mente cuanto de detestable y protervo hubiese en mis actos, desde mi niñez y toma de conciencia de mi Yo.  El primer pajarillo muerto con mis manos;  las torturas a que sometí a gatos, perros, insectos y las mentiras, piadosas o no, que dije y las que he callado, mis odios catárticos, verdades hirientes y mis amores sicalípticos, mis actos de cobardía y de coraje, mis temores y vilezas ocultas. Todo hubo fluido como río desbocado por los meandros de mis recuerdos y olvidos, inundando las oquedades de mi conciencia hasta desbordarla al punto de saturación.

Nada hubo escapado de la inquisitoria de las planta de poder. Cuanto estuviese guardado en los más recónditos rincones de mi subconsciente debió haber salido en mi delirio multicolor.  Esta fase podría haber durado varias horas.  No lo sé con certeza, pero tras la catártica descarga de conciencia, fui entrando en la segunda etapa de limpieza, algo más serena y contemplativa, cual espejo de aguas calmas.

Cuando abrí mis ojos a la realidad, ésta se me hizo turgente, rediviva y real, cual masa gravitatoria galáctica.   Todo lo sentía fluir a través mío, pero sin detenerse en mí, sino cruzando el cosmos de pasado a futuro.  No intentaré más que una pálida descripción de este viaje al Valle de los Perdidos, pero lo vivido ese día, supera toda descripción oral o escrita que pudiese expresar cuanto experimentara mi conciencia y mi materia física.  Las visiones de la primera etapa tal vez reflejasen un poco nuestro lado oscuro, pero las de la segunda, proyectarían nuestra parte luminosa e inmortal.   Esta fase habría durado bastante a juzgar por la luz de un sol elevado casi al cenit, mientras yo seguía desnudo y acuclillado a orillas del riacho y frente al amauta.

Tras la alucinante experiencia retornamos a Iquitos, entre pláticas sobre el poder de diversas plantas sudamericanas, todas familiares de mi nuevo amigo. Este, no sólo las conocía por su nombre quechwa y guaraní, sino por sus intraducibles clasificaciones científicas en griego o latín, cosas que yo ignoraba de manera supina, salvo las que conocía para el mate o el tereré (con sus nombres vulgares).  Pero la exposición del chamán incaico fue tan exuberante e ilustrativa cuan filosófica.

Me relató que desde la aparición del ser humano en la faz del planeta, éste comprendió la necesidad de relacionarse con los otros seres vivos de su entorno y de paso, arrancarles sus secretos. Siempre dentro de un marco de respeto y equilibrio.

—¿En qué consiste el equilibrio?  —pregunté a Huamán Qullak intrigado. —La humanidad por lo general opta por dominar, poseer, abusar, apoderarse. No figura en su diccionario el compartir, el respetar, salvo en papeles sin valores reales.

—Existen seres parecidos a humanos —respondió Huamán —pero que tienen un nivel de conciencia muy bajo. Muchos psicólogos e incluso vuestros esoteristas, afirman que son una oleada de vida rezagada.  Es decir, que son semisalvajes que reencarnan en tiempos modernos.  Pero no hay tal.  El semi y aún el "salvaje" respetan a la naturaleza, es decir a Pachamama, Gaia o Ñande-Syrenondeté, la Madre Tierra. Es el hombre moderno, civilizado, liberal, individualista, cínico. burgués ilustrado, pragmático y hedonista, el que se cree dueño de todo lo creado... y ni siquiera puede ser dueño de sí mismo.

Me sorprendió la erudición y capacidad de análisis del chamán incaico.  Mis estúpidos prejuicios urbanoides, subvaloraron cuanto fuese proveniente de otras culturas y costumbres. ¿Por qué la ayahuasqa no pudo despojarme aún de ellos?

—La ayahuasqa no hace milagros, señor Moebius.  No se debe subvalorar, pero tampoco sobreestimar un poder.   La sagrada ayahuasqa puede limpiarlo de a poco de ciertos hábitos de pensamiento, pero la cura es responsabilidad suya. El médico sólo diagnostica.  El paciente debe asumir su curación y ello, es sólo su deber.   De nadie más.

Otra sorpresa más. ¿El amauta leía mis pensamientos?  ¿Era un psicólogo sin diploma?  ¿Era...?

—Soy neurólogo y psiquiatra por la Universidad de Lima y tengo un doctorado en la UCLA de California, sobre mi tesis: "La alteración de estados de conciencia y la creación intelectual". Pero ésta es mi verdadera vocación: médico de almas y escultor de conciencias. ¿Por qué sus pensamientos deberían ser secretos para quien lo ha estado llamando para este encuentro, desde hace más de dos años?  Lo mejor que pueda hacer, es continuar con su catarsis y ello le servirá para rehacer su escala de valores.

—¿Es decir que Ud. me ha estado convocando para que yo sintiese ganas de venir a Iquitos? —pregunté más sorprendido aún que al principio. Mis creencias pequeñoburguesas se iban derrumbando cual castillo de arena sometido al capricho de las olas y los vientos. ¿Doctor por UCLA? ¡Vaya!

—El problema de los indígenas en su país, es que están desculturizados y desorganizados a causa de su división, más producto de su ignorancia que de su desidia.  Si hubiesen tenido un Amarú en los albores del sistema colonial, tendrían más conciencia y lucharían con las armas del saber.

La reflexión de Huamán Qullak esta vez no me sorprendió.  Comenzaba a intuir que algo estaba cambiando en mí. Debí ingresar al Valle de los Perdidos para encontrarme. Ahora, debería continuar lo iniciado, pero no desistiría hasta hallar la iluminación, aunque para ello debiera ingresar al Valle de los Muertos. Tal vez ello me hiciese vivir de una buena vez. Huaman Qullak se despidió de mí invitándome a proseguir el tratamiento de limpieza psíquica con la ayahuasqa.   Por mi parte le agradecí su deferencia y a mi vez lo invité a visitar mi país cuando quisiera.   No quiso aceptar ningún regalo ni dinero porque según me explicó, los dioses se lo habían ordenado y su estancia en Iquitos fue para recibirme con su ciencia pues me esperaban tiempos difíciles y debía estar preparado para lo que viniere.

Antes de ir a mi alojamiento, le pregunté acerca de lo dicho y me respondió que se avecinaban vientos de cambios y los cambios suelen ser traumáticos, aunque preñados de nuevas oportunidades.

—Deberá encarar los cambios, aún sin tomar partido beligerante, pero sí seguir en su carrera, difundir ideas sobre la nueva conciencia y mantenerse en la cresta de la ola hasta donde pueda.   Si hasta ahora tuvo perfil bajo, tendrá que escalar posiciones para la lucha.   Eso es todo.

—¿Cuánto tiempo me demandará la limpieza catártica? —pregunté—.   Dispongo de veinte días antes de regresar al Paraguay y desearía aprovecharlos a plenitud.

—Con una o dos sesiones, se hallará preparado. Pachamama se encargará de lo demás.  Pierda cuidado.

Tres días más tarde, nos encontramos en el mismo lugar, en la ribera del riacho tributario.  Esta vez, la parte más difícil de la anterior transcurrió serenamente y sin demasiados sobresaltos.   La ayahuasqa se infiltró en mi organismo penetrándolo todo.  No quedó resquicio donde no hiciese sentir su presencia purificadora y terapéutica paso a paso. Toda mi sangre y mis humores quedaron impregnados de ella, despertándome a una nueva conciencia que, en modo alguno retrocedería sobre lo andado ni descendería lo subido.

Tal, mi experiencia renovadora, conducida por un auténtico amauta a seguro puerto, con firme timón y manos de seda. Sería redundante describir las alucinaciones producidas por el bebedizo indígena y sus posteriores visiones, algunas premonitorias y otras descolgadas de lo pretérito de mis años, pero íntimamente relacionadas con lo por venir. Es sabido, aunque no tenido en cuenta, que nuestras acciones y represiones de la infancia, a veces trazan el sendero de nuestra existencia con líneas de hierro, difíciles de romper. Por ello, y en cumplimiento de algún secreto designio de dioses desconocidos, fui impelido a este ritual desde tiempo antes.

A partir de allí, ya no sería el mismo de antes y todos mis actos, palabras y pensamientos estarían reprocesados y alineados en otro rumbo más afín a lo verdaderamente humano y sujeto a leyes naturales, antes que a otras impuestas por la sociedad.

Tras despedirme del amauta y en la certeza de separarnos definitivamente, pese a mis deseos de tenerlo alguna vez como huésped en mi casa, tomé el vapor Morey que haría el trayecto entre Iquitos y Manaos, para luego regresar por tierra hasta Paraguay, de donde cierto día saliera a buscar algo que ignoraba, pero necesitaba con urgencia: aprender a vivir conforme a las inmutables leyes éticas del cosmos y por sobre todo, a ser yo mismo y no una caricatura masificada de una sociedad basada en valores huecos y desprovistos de solidaridad.

Tal vez en alguna remota esquina del espacio-tiempo el amauta me estaría esperando para darme alguna valiosa lección de sabiduría y romper los prejuicios adquiridos desde una educación alienante y castradora que nos imponen los demás. Quizá vez para entonces ya no existan la ayahuasqa ni otras hierbas medicinales, a causa de la depredación humana y la desaparición de los bosques sagrados.  Pero un sabio como Huamán Qullak podrá hallar un sustituto, para que la humanidad pueda seguir escalando niveles de conciencia, en pos de una nueva forma de pensar y vivir un milenio que se avecina con sus cambios, quizá traumáticos pero henchidos de progresión de niveles de consciencia y filosofía; despojada de todo cascarón hedonista e individualista y más bien impregnada de compasión sin pasión.

Tal vez me decida a aprender la lengua quechwa para escribir a Huamán en su idioma, agradeciéndole su bondad.  Aunque, hombres como Huamán, conocen, si cabe decirlo así, todas las lenguas del universo.  

Chester Swann
de "Sobrevivientes anónimos"

Obra registrada en el Registro Nacional de Derechos de Autor
Del Ministerio de Industria y Comercio de la República del Paraguay
Art. 34 del Decreto Nº 5.159 del 13 de setiembre de 1999
A los efectos de lo que establece el Art. Nº 153 De la Ley Nº 1.328/98
“De Derechos de Autor y Conexos”

Ir a índice de América

Ir a índice de Swann, Chester

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio