Carta ciudadana desde el Paraguay (217) |
¿Adiós a las armas? ¿Por qué no? Busca sustituto ético a la pólvora mojada: Chester Swann |
Luque, Paraguay, 17 de setiembre de 2009 |
Desde los primeros antepasados post-primates que comenzaron a disputar por mendrugos de condumio, en épocas de escasez o sequías, no hemos parado de matarnos unos a otros, como si la violencia fuera nuestra única meta en la vida. Y les aseguro que no es necesario vestir uniformes para ejercerla, ni ser profesional de armas tomar. Que por regla general en nuestras propias casas rige la ley de la fuerza bruta (no hay otra fuerza que no lo sea), generalmente con los más débiles: mujer, niños, mascotas —en este orden—, luego extensiva a la vecindad. También lo hacemos en calles, plazas, parques, discotecas, tránsito callejero y dondequiera se encienda y amotine nuestra sangre por un quítame de allí esas pajas. Sin embargo muchos mesías, maestros, escritores, filósofos y pensadores se han ocupado de la Paz, quizá por no hallar otra cosa en qué perder su tiempo. Encima, los primitivos cristianos nos impusieron —como emblema o tótem ornitológico de la paz y del “espíritu santo”— a uno de los bichos volátiles menos pacíficos que existen: la paloma. Ésta —a diferencias de los tigres, leones , lobos y chacales, que perdonan al oponente que se rinde—, masacra inmisericordemente al adversario rendido y lo deshace a picotazos, como el más cruel de los verdugos de la inquisición. ¡Hasta en eso nos equivocamos! Si vis pacem, para béllum, diría un estratega romano a sus legiones. Ahora cunde el pánico a causa de que Bolivia ha encargado aviones (de transporte, no de guerra ni nada parecido) y algunos fusiles algo más modernos para su ejército. Creo que a causa de aquel conflicto del siglo anterior, estamos paranoicos y azuzados con el ¡chúmbale! de una prensa perteneciente a una familia cuyos ancestros han lucrado en el pasado con esa guerra. No creo que Bolivia repita esa aventura, ahora que ha roto amarras con las transnacionales que otrora la empujaran contra nosotros. No al menos Evo Morales, que de los otros del Oriente de la Media Luna no me fiaría tanto. Después de todo, a los bolivianos les escoce más Chile que Paraguay; así como al Paraguay le pica más el Brasil… por razones obvias; pero ello no significa que querramos la guerra para reivindicar lo perdido en el pasado. Creo sinceramente que nuestro país debería adherir a la Doctrina Costa Rica, renunciando a la guerra y reconvirtiendo a las FF.AA. en gendarmería de frontera, que bien lo haríamos. Después de todo, nuestros enemigos están dentro de ellas y no afuera. Entre estos insidiosos adversarios se hallan la ignorancia, la corrupción endógena, la violencia familiar, la carestía alimentaria, la falta de salud y trabajo y la pobreza endémica. Ahí debemos apuntar nuestras estrategias; sin cuartel ni contemporizaciones, pero también sin fusiles y con buena voluntad. Paraguay debería adherir a la neutralidad a ultranza, renunciar a la guerra para siempre y abrirse de todo bloque o entente que aglutine a estados conflictivos. Incluso hasta de la OEA, TIAR, UNASUR, MERCOSUR, NACIONES UNIDAS, URUPABOL y cualesquiera otra “sociedad” (¿o se dice zoo-ciedad?) que nos arrastre a carreras armamentistas. Hasta sería saludable reeducar a las Fuerzas Armadas y enseñarle a combatir a abigeos, contrabandistas y traficantes en nuestros linderos, antes que usarlas como ejército de ocupación en nuestro propio país contra los más pobres. Si invertimos en educación, cultura y tecnologías de punta, nuestro país puede ser una Suiza austral, con las ventajas que ello implique. No debemos seguir el nefasto y perverso juego de la carrera de “a ver quién la tiene más grande”, auspiciada por países exportadores de chatarra bélica. Recuerden que a las armas las carga el diablo… para que nosotros las descarguemos contra nuestros hermanos de adentro o de afuera. ¿Quo vadis Paraguay? Si queremos la paz… desarmemos nuestras conciencias. |
Chester Swann Ex periodista, cantautor, escritor y diseñador gráfico, entre otras maneras de perder tiempo sin perecer en el intento. |
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