Dentro y fuera del canon intelectual mexicano: Mujer que sabe latín... de Rosario Castellanos
ensayo de José Manuel Suárez Noriega
[1]

Resumen

Este ensayo explora la faceta menos discutida de la obra de Rosario Castellanos: su producción ensayística, centrándose en su colección Mujer que sabe latín... publicada en 1973. A través de un análisis del canon literario del México de la segunda mitad del siglo XX, el ensayo destaca cómo Castellanos, desde dentro del canon, amplió sus fronteras al abordar temas como el papel de la mujer en la cultura, la obra de escritoras extranjeras y la inclusión de géneros literarios populares. Se examina cómo los ensayos de Castellanos desafían las concepciones tradicionales y ofrecen nuevas perspectivas sobre la sociedad y la cultura. Este ensayo también reflexiona sobre la vigencia del pensamiento de Castellanos y su capacidad para seguir inspirando debates contemporáneos y así subrayar la importancia de reevaluar su obra en el contexto actual.

Palabras clave

Ensayo de género; literatura mexicana; canon; Rosario Castellanos.

Abstract

This essay explores the lesser-discussed aspect of Rosario Castellanos' work: her essayistic production, focusing on her 1973 collection Mujer que sabe latín... Through an analysis of the literary canon of mid-20th century Mexico, the essay highlights how Castellanos, from within the canon, expanded its boundaries by addressing themes such as the role of women in culture, the work of foreign women writers, and the inclusion of popular literary genres. It examines how Castellanos' essays challenge traditional conceptions and offer new perspectives on society and culture. This essay also reflects on the relevance of Castellanos' thought and its capacity to continue inspiring contemporary debates, emphasizing the importance of reevaluating her work in the current context.

Keywords

Gender essay; Mexican literature; canon; Rosario Castellanos.

Porque soy algo más ahora, por fin lo sé,

que una persona, un cuerpo y la celda de un nombre.

Yo soy un ancho patio, una gran casa abierta:

yo soy una memoria.

                                Rosario Castellanos

Es innegable la presencia, relevancia, reconocimiento e influencia de Rosario Castellanos (1925-1974)[2] dentro del canon de la literatura mexicana del siglo XX. Como narradora, poeta, ensayista, dramaturga, crítica, diplomática, docente e intelectual, Castellanos no solo se presenta en el siglo actual como una figura referente del pensamiento del siglo pasado, sino como una de las voces más potentes y vigentes dentro del feminismo mexicano; una especie de feminismo autocrítico, poco complaciente y en constante cuestionamiento. Las obras de Castellanos siguen dando de qué hablar porque en ellas se ahonda sobre la condición marginal de la mujer; las posibilidades de la literatura y de la escritura como formas de acceder al entendimiento a partir de diversos géneros que ella misma cultivó y que la posicionaron, a fuerza de trabajo y lucha, dentro de un canon mayoritariamente masculino. Lejos de necesitar referentes, la obra de Rosario Castellanos se sostiene sin parangón alguno en relación con sus contemporáneos. Elena Poniatowska menciona que:

Existen en el mundo varias pensadoras que escribieron sobre y para las mujeres: Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Betty Friedan, Gisele Halimí, Germaine Greer, y en Rosario Castellanos nació una literatura comprometida que echa por la borda patrones de conducta y formas de sometimiento, y muestra a las mujeres una nueva forma de ser, como ella misma lo pidió en un poema que podría considerarse el tótem del movimiento feminista mexicano, la única que encontró ''otro modo de ser humano y libre''. (s/p)

Es nuestro interés abordar una de las facetas menos discutidas de la obra de Rosario Castellanos: su producción ensayística. Nos centraremos en Mujer que sabe latín..., obra de 1973. Nuestro punto de partida es desde dentro del canon literario del México de la segunda mitad del siglo XX, canon en el que se encontraba Castellanos y que, gracias a esa inclusión, tuvo la posibilidad de expandir, de una forma u otra, las fronteras canónicas, al menos en cuanto a la discusión de temas que, en su momento, podrían pasar desapercibidos o provocar nulo interés. Temas como el papel de la mujer mexicana en la cultura; las diferentes máscaras impuestas a la mujer en el pensamiento, el arte y las relaciones sociales; la obra de escritoras extranjeras cuya lengua literaria no era, necesariamente, el español y cuyos temas se salían de los intereses tradicionalmente sedimentados (lo doméstico, la fantasía, la procuración de un sustento y una autonomía como personajes femeninos, la rebeldía del pensamiento, etc.); la inclusión de géneros literarios populares y reflexiones que van desde la filosofía a las canciones de cuna propias del folclore mexicano.

Partimos de la aceptación de la figura de Rosario Castellanos como una escritora reconocida en su tiempo, una figura de autoridad quien, tanto en su contexto como en el nuestro, continúa desafiando las concepciones sobre la creación literaria como fuente de saberes filosóficos; la tradición, la carga histórica que mujeres y hombres llevan a cuestas; la necesidad de hacer preguntas y, como rasgo particular y definitorio de Castellanos, la risa y la ironía como antídotos a una solemnidad innecesaria e inefectiva en el mundo de la intelectualidad y las artes.

Mujer que sabe latín... es una muestra de las preocupaciones filosóficas y personales de Rosario Castellanos. Principalmente, esa compilación de ensayos es testimonio de las inquietudes de una Castellanos lectora, siempre ávida de hallar respuestas a través de otras escrituras y otras maneras de ser y estar en el mundo. Una lectora comprometida con la palabra y la apertura de las puertas del hermético mundo cultural mexicano.

El canon en el México del siglo XX

Para entender la relevancia y la inclusión de Rosario Castellanos en el canon literario mexicano, primero es esencial definir qué es un canon y cómo se forma. Alvaro Clavijo Corchero lo define como un “catálogo panorámico conformado por autores y obras que son consideradas modélicas, dignas de ser leídas y estudiadas, por mandamiento o por un conjunto de reglas establecidas por la óptica conservadora” (49). Este canon oficial es considerado coherente y estable, compuesto por una colección completa de autores y obras que no permiten remodelaciones o ampliaciones, y está promocionado por los centros de poder cultural de un país, como la educación, el mecenazgo, la política y el periodismo (Clavijo Corchero 52). Por su parte, Mary Louise Pratt añade que los cánones son estructuras dinámicas que se confirman a sí mismas mediante las prácticas de lectura y los aspectos elementales de la experiencia literaria, como el horizonte de expectativas, el género literario, el contenido, el lenguaje y el punto de vista. Según Pratt, “los cánones no son solo una nómina de obras consagradas, más bien constituyen toda una maquinaria de valores que generan sus propias verdades” (72). José María Pozuelo Yvancos sostiene que las hipótesis sobre la constitución de los cánones literarios responden a patrones contextuales recurrentes (103). Luz Elena Gutiérrez de Velasco refuerza esta idea al afirmar que el canon literario es un reconocimiento que abarca lo global y lo local, basado en rasgos estéticos y elementos extraliterarios que varían con el tiempo y el lugar (s/p). Gutiérrez de Velasco también señala que:

Al sesgo de género, que ha frenado la confección de una historia de la literatura donde aparezcan nombres de mujeres y de hombres por igual, se suma un sesgo geográfico que, ese sí, sufren todas y todos...El canon literario se construye desde muy diversos ámbitos: desde el mundo editorial, el mundo académico y el de la publicidad y la difusión; cada uno influye para crear una imagen o figura de escritor o escritora. ¿Cómo se distingue a ciertos autores en vez de a otros? Muchas veces a través de instituciones como los premios y las becas; además, las editoriales mismas. (s/p)

La comprensión de estas dinámicas del canon literario es crucial para abordar la obra de Castellanos desde una perspectiva que nos permita cuestionar y ampliar sus límites tradicionales. Aunque Castellanos es una figura reconocida dentro del canon mexicano, la reevaluación, relectura y reinterpretación de su obra bajo las preocupaciones contemporáneas nos lleva a cuestionar la estabilidad y rigidez de esta institución literaria.

En el canon literario mexicano de mediados del siglo XX, la narrativa abordaba predominantemente temas relacionados con la Revolución Mexicana, la posrevolución, el surgimiento de una clase media, la urbanización inminente derivada del proyecto de modernización del país y la problemática indígena con un fuerte referente a las consecuencias del fracaso político y económico de la Revolución Mexicana. En esa producción se empleaban arquetipos humanos y espaciales tradicionales como el campesino, el hacendado, el indígena, la hacienda, la milpa y el mundo rural (Bobadilla Encinas 12).

Sin embargo, con el tiempo, este enfoque varió. Los escritores comenzaron a centrarse menos en las causas sociohistóricas y más en las dinámicas internas, psicológicas y humanas, así como en las contradicciones provocadas por la posición del sujeto dislocado y desencantado frente a las consignas progresistas y del desarrollo económico que México vivió tras la Segunda Guerra Mundial. Esto llevó al surgimiento de narradores y personajes fragmentados, caracterizados por una introspección y una ambivalencia que anuncia el malestar existencial y de cronotopos simultáneos que reconfiguran y desafían la estructura narrativa. Se desestabilizan las fronteras espaciotemporales; se recurre a diversas voces narrativas y se atestigua la profunda psicologización de los personajes tal y como sucede en novelas ya clásicas: Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo, Balún Canán (1957) de Rosario Castellanos; La región más transparente (1958) de Carlos Fuentes, La feria (1963) de Juan José Arreola y Los recuerdos del porvenir (1963) de Elena Garro. Este grupo de escritores se destacó por reescribir el trauma histórico de la Revolución Mexicana. En lugar de adoptar una perspectiva meramente sociohistórica, abordaron estos temas desde una perspectiva fantasmática, ambigua y ambivalente. Esta aproximación les permitió explorar las repercusiones íntimas del conflicto histórico en el alma humana, así como las obsesiones y los perfiles humanos que emergieron de este (Bobadilla Encinas 12).

La inclusión de narradoras, poetas, ensayistas y dramaturgas es crucial para considerar las observaciones de Maricruz Castro Ricalde, quien señala que ya desde la década de los setenta se publicaban antologías de escritoras mexicanas y latinoamericanas que incluían prólogos con conceptos fundamentales como “escritura de mujeres”, “literatura feminista” y “marcas de género” (16). Estos primeros esfuerzos teóricos y editoriales ayudaron a trazar un itinerario conceptual para entender y analizar la literatura femenina y fueron pioneros en la inclusión de escritoras poco discutidas o conocidas por los públicos. En estas antologías no solo se promovió la visibilidad de figuras reconocidas como Rosario Castellanos, sino que también se destacó a autoras que no eran (y en muchos casos siguen sin serlo) reconocidas en las estructuras rígidas del canon mexicano. Entre las décadas de los años setenta y los noventa se van dando transiciones que reflejan las fases de la crítica literaria feminista, que busca “hallar marcas de género, detectar más diferencias que convergencias entre la escritura femenina y la masculina” (Castro Ricalde 18). Estos estudios han sido fundamentales para visibilizar y analizar la literatura escrita por mujeres al contribuir a una reescritura de selecciones literarias tradicionalmente dominadas por hombres. Hoy en día, se observa una tendencia a releer, repensar, resignificar y revalorizar a escritoras como Rosario Castellanos, Elena Garro y Elena Poniatowska y también se busca poner en foco a otras autoras que han sido ignoradas o minimizadas.

Carmen Servén Diez argumenta que la crítica literaria contemporánea debe abordar los textos desde un enfoque menos “normalizado”. Esto implica no solo leerlos como monumentos literarios inamovibles, sino también cuestionar su estatus, explorar las formas de vida y pensamiento que representan, y entender quiénes los han promovido y cómo se han perpetuado y reproducido en la cultura (Servén Diez 9). Subraya que una obra literaria es una creación verbal en la cual el pensamiento expresado es inseparable del lenguaje utilizado. Este lenguaje, a su vez, es portador de los valores de la sociedad que lo produce. Por lo tanto, la obra literaria no solo tiene una función estética, sino también una función gnoseológica, ya que constituye una forma de conocimiento y comprensión de la realidad. Asimismo, posee una función axiológica, al transmitir un sistema de valores (Servén Diez 10). No se trata simplemente de reafirmar el lugar que Castellanos posee en el canon literario, sino de cuestionar y entender las dinámicas que la fueron llevando a esa posición y cómo su obra sigue siendo fuente de análisis axiológico, ideológico y estético en el contexto actual. Al explorar las formas de vida y pensamiento en los ensayos de Castellanos, podemos comprender mejor su visión crítica sobre la condición de la mujer y su papel en la cultura, así como la manera en que utiliza el lenguaje para cuestionar y redefinir estos conceptos.

Según Gutiérrez de Velasco, y en concordancia con lo mencionado anteriormente por Castro Ricalde, el planteamiento desde una perspectiva feminista es que, al igual que existe un canon literario general o predominante, es también valioso y justo reconocer un canon específico para las mujeres. Este enfoque surge notablemente a partir de los años setenta y ochenta con el fenómeno conocido como el boom de las escritoras latinoamericanas. Este boom condujo a la formación de un recorrido especializado en la producción literaria femenina, el cual demostró su capacidad de captar el interés de un amplio público. Gutiérrez de Velasco también menciona a las mujeres que forman parte del canon literario y a otras escritoras igualmente notables, como Luisa Josefina Hernández[3].

Mary Louise Pratt destaca que la percepción de los cánones literarios como estables y eternos ha sido cuestionada por investigaciones literarias empíricas. Estas investigaciones demuestran que son, de hecho, cambiantes y son constantemente influidos por factores sociales; están estrechamente vinculados con las jerarquías sociales y de poder de cada época (71). Este análisis evidencia cómo los cánones literarios reflejan y perpetúan las estructuras de poder existentes, sugiriendo que lo que se considera literario está determinado no solo por méritos estéticos, sino también por las dinámicas de poder de cada periodo histórico. Pratt argumenta que los ensayos latinoamericanos han sido dominados por identidades masculinas en contextos cívicos, políticos y culturales. Este enfoque ha excluido a las mujeres y a otros grupos no dominantes, negándoles la capacidad de participar plenamente en la esfera intelectual y cultural. En consecuencia, la figura dominante en estos ensayos es la del hombre blanco criollo, consolidando su posición como el principal agente cultural e intelectual desde la independencia (Pratt 75). Este monopolio masculino en la producción de ensayos sobre la identidad cultural latinoamericana ha reforzado la exclusión de las voces femeninas y otras minorías. Como apunta Socorro Venegas:

Hablar de canon literario es referirnos inevitablemente al machismo que ha dominado en las decisiones sobre lo que debe publicarse, lo que vale, lo que debe permanecer. Pasa y pesa en todos los ámbitos: ¿a quién se la concede un premio, una beca? Es urgente ampliar los horizontes de lectura, comprender que nos hemos perdido de la otra mitad del cielo, como dice Sara Sefchovich[4]. Me gusta mucho la propuesta de la ensayista Isabel Zapata[5]: buscar el (anti) canon, ir precisamente contra la forma en que las mentes masculinas han diseñado escalas de valores donde sistemáticamente se invisibiliza a las mujeres. (s/p)

Aunado a lo anterior, es crucial entender que la actualización del canon literario depende de cómo se leen las obras y no simplemente de los nombres y la autoridad que conllevan. Wendell V. Harris argumenta que “aunque por definición un canon se compone de textos, en realidad se construye a partir de cómo se leen los textos, no de los textos en sí mismos” (56). Esto implica que la relevancia de una obra dentro del canon no está fija, sino que cambia según los contextos de recepción, los cuales son ajenos al contexto de producción original de los textos. Además, Harris insiste en que no existe un canon literario único, sino múltiples y que su formación es un proceso continuo de selección de textos. No hay un criterio único para estas selecciones. Las convenciones dominantes en cualquier sociedad obtienen su poder de múltiples fuentes, como factores políticos, económicos, morales, estéticos, metafísicos, religiosos y psicológicos que están interrelacionados (Harris 57).

Por otro lado, Harris advierte sobre el riesgo de un estancamiento intelectual si no luchamos por nuevas selecciones basadas en nuevos criterios. Leer como un censor ideológico implica desacreditar cualquier texto que apoye la autoridad o el elitismo, lo cual puede ser una tarea superficial y simplista (58) y concluye argumentando que “si El Canon [sic] ha muerto, la razón es que nunca vivió; sólo [sic] han existido, y existen, selecciones con determinados objetivos” (60). Esto refuerza la idea de que la relectura de la obra de Castellanos es necesaria y justificada debido a las preocupaciones contemporáneas que moldean nuestras lecturas actuales, aunque su nombre figure como una autoridad canónica desde mediados del siglo XX. Su importancia va más allá de la apuesta que hace sobre la discusión respecto al papel de la mujer en su tiempo. Como señala Marta Lamas:

Hoy el legado crítico de Rosario Castellanos se perfila también como un punteo necesario en la agenda ético-política del feminismo mexicano. Entre las varias tareas que ella esbozó destacan dos: la de la autocrítica implacable para evitar la abnegación, el mujerismo y el victimismo, y la de la asunción de un feminismo lúcido y radical -que va a la raíz- y que, al visualizar los costos que tiene la masculinidad, es capaz también de incluir a los varones. (46)

En este contexto, la obra de Rosario Castellanos, y en particular su colección de ensayos Mujer que sabe latín... , se presenta como una oportunidad para profundizar en temas de género, identidad y crítica cultural desde una perspectiva contemporánea. Estos ensayos no solo reflejan las preocupaciones de su tiempo, sino que también dialogan con nuestras inquietudes actuales.

A pesar de que su autoría forme parte de un canon establecido, la visión de Castellanos ilumina la discusión vigente y siempre abierta sobre la necesidad de un espacio en el que las autoras sean leídas, escuchadas, criticadas e interpretadas más allá de la simplificación de su identidad de género. Este enfoque permite una mirada crítica y reflexiva que puede detonar cuestionamientos severos, taxativos y elocuentes, pero nunca condescendientes.

En la siguiente sección, exploraremos, brevemente, cómo los ensayos de Castellanos abordan estas temáticas y continúan siendo relevantes en la discusión sobre el lugar de las mujeres en la literatura y la cultura contemporáneas.

“La mujer lista y callada, de todos es alabada”[6]

En Mujer que sabe latín...[7], Rosario Castellanos presenta una serie de ensayos que, a pesar de su importancia, han sido poco estudiados en el contexto de su producción literaria. En su estudio sobre estos ensayos, Maricruz Castro Ricalde señala que esta parte de la obra de Castellanos ha sido mayoritariamente pasada por alto por la crítica y, agregamos, la academia, la difusión literaria y el público lector. La estructura y el estilo de los ensayos de Castellanos reflejan su intento de dirigirse a un público diverso, desde sectores letrados hasta lectores con intereses menos especializados. Este enfoque requería mantener un tono claro, directo y accesible que, a menudo, se inclinaba hacia la brevedad y el fragmento, características que podían dificultar su aceptación dentro del canon literario tradicional (Castro Ricalde 174).

El libro fue publicado en 1973: un año antes de la muerte de Castellanos quien se encontraba como embajadora de México en Israel y quien ya contaba con una trayectoria como funcionaría pública, narradora, docente, dramaturga, poeta, intelectual y que, desde 1963, era colaboradora de Diorama de la cultura, el suplemento cultural del diario Excélsior. Una intelectual que no estaba ajena a los detractores a pesar de ser, ella misma, una autoridad académica y literaria; una figura cuyo posicionamiento cultural le permitía tomar la palabra, hacer uso de ella y cuestionar, inclusive, a los poderes hegemónicos, especialmente tras la masacre del dos de octubre de 1968 en Tlatelolco, ciudad de México. Sobre el papel de Castellanos como intelectual, Claudia Domínguez Miranda menciona que:

Es muy importante la función que tuvo como periodista. En especial, en 1968 en Excélsior. En ese año, ella acusó al gobierno de Díaz Ordaz de dividir a la sociedad que excluía a todo aquel que difería del Gobierno... cuando ocurrió la masacre de Tlatelolco ella pasó de un silencio a una profunda interrogación. pese a eso, ella ocupó su lugar como editorialista en Excélsior para pedir al Gobierno una explicación sobre las personas muertas y desaparecidas. Excélsior era un periódico que no. se enfrentó al Gobierno directamente; pero sí sacó notas para pedir explicaciones. En esas notas que salieron, Rosario Castellanos tomó la palabra. (s/p)

Además de ser una voz inquisitiva, la de Rosario Castellanos era una voz que se preocupaba por el sentido irónico de la tragicomedia existencial. Pero, también era una voz comprometida con la búsqueda de respuestas: no solo a través de sus ensayos y notas críticas, sino también a través de sus novelas, sus poemas, sus obras de teatro y sus relatos. La riqueza de la obra de Castellanos radica en su facultad de tender puentes entre diversos lectores. Sus observaciones iban de las novelas de folletín a la injusticia social; de las compras en una boutique de Tel Aviv a la reflexión profunda sobre el discurso como mecanismo de exclusión.

Mujer que sabe latín... sigue la línea de la heterogeneidad temática; conserva la intención de su autora: interpelar al lector con un cuestionamiento sobre las prácticas cotidianas de la identidad, específicamente, de la mujer. En esta compilación hallamos 35 textos, de los cuales, 26 hablan sobre la producción literaria de 31 escritoras[8] (en un ensayo se habla de cinco autoras, en otro de tres y en uno se enfoca en el contenido de la tesis de licenciatura de una estudiante de Letras); uno sobre un escritor (Paul Claudel); dos sobre la condición de la mujer en cuanto autoimagen y su papel en la educación formal; dos que Castellanos nombra “notas al margen”: una sobre el lenguaje como instrumento de dominio y la otra sobre filosofía y escritura y, finalmente, cuatro textos de índole reflexiva acerca de la identidad de Castellanos como lectora y escritora. A pesar de que la mayoría de los textos se enfocan en la mujer y la escritura, dentro de ellos hay menciones (desde las irónicas, las comparativas, las inquisitivas, las referenciales, hasta las de franca admiración, respeto e inspiración) a autores masculinos: Goethe, Borges, Shakespeare, Proust, Juan Rulfo, Virgilio, Juan Ruiz de Alarcón, Tolstoi, entre otros[9].

Es importante analizar la variedad de autoras y géneros literarios que discute. Castellanos construye una visión amplia y diversa del papel de la mujer en la literatura y la cultura a través de su selección de ensayos. Este análisis revela un equilibrio entre tradiciones literarias establecidas y aquellas que desafían las convenciones. Respecto a las autoras que selecciona, el 45% escribía en inglés y el 29% en español. En este sentido, muestra una inclinación por la literatura de habla inglesa, con mayor presencia en el canon literario occidental, especialmente en lo que respecta a la crítica y la academia eurocéntricas. Además, el origen geográfico de estas autoras es notable: el 54% es europeo, el 23%, estadounidense y el 23%, de Latinoamérica. Esta distribución geográfica nos habla de un enfoque que no solo valora las influencias literarias dominantes de Europa y Estados Unidos, sino que también reconoce, en menor medida obviamente, la presencia literaria de América Latina en sus textos. Castellanos no se limita a la literatura producida en su contexto inmediato, sino que abarca una perspectiva internacional que incluye algunas voces latinoamericanas, muchas veces marginadas en el discurso hegemónico. Sin embargo, no podemos olvidar que toda selección lleva una intencionalidad, tanto de lo que se selecciona como de lo que queda fuera de esa elección final. Por lo tanto, en sus ensayos, llama la atención la nula presencia de escritoras mexicanas contemporáneas a Castellanos quienes contaban con obra digna de discusión como Elena Garro, Inés Arredondo, Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas o Luisa Josefina Hernández.

Podemos deducir que una de las decisiones más significativas de Castellanos es escribir sobre sus contemporáneas extranjeras ya que el 65% de las 31 escritoras discutidas seguía con vida en 1973. Al enfocarse en autoras contemporáneas, Castellanos subraya la relevancia y la vigencia de las voces femeninas en su tiempo y, podemos afirmar, basa su selección en un criterio de lectora crítica cuyo interés, probablemente, era discutir la obra de autoras relevantes para ella y no necesariamente relevantes para la crítica, la academia y las editoriales. Autoras vivas quienes estaban moldeando la literatura y la cultura contemporánea y que siguieron haciéndolo: prueba de ello es el reconocimiento a Doris Lessing -una de las autoras discutidas por Castellanos- con el Premio Nobel de Literatura en 2007.

En su selección, Castellanos aborda temas y autoras que ya tienen un lugar en el canon literario, utilizando géneros literarios mayores y centrados en tradiciones europeas. Entre las mujeres consagradas que podríamos denominar canónicas, habla de figuras como santa Teresa de Jesús, sor Juana Inés de la Cruz, Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, Simone Weil y Flannery O’Connor. Estas autoras representan un linaje de escritoras que han influido profundamente en la literatura y el pensamiento occidental. Por otro lado, también incluye géneros considerados menos prestigiosos o populares, como la novela negra y policíaca en el caso de Agatha Christie, Dorothy Sayers y Patricia Highsmith; la novela rosa o de folletín en el caso de Corín Tellado y textos fantásticos y ominosos con autoras como María Luisa Bombal y Silvina Ocampo. Además, su interés en ensayistas como Betty Friedan y Susan Sontag (aunque su ensayo se centra en la faceta de novelista de Sontag) y la mención de trabajos académicos contemporáneos, como la tesis de licenciatura de Patricia Martel Díaz Cortés sobre la muerte en las canciones de cuna mexicanas, subraya su compromiso con una amplia variedad de formas de expresión literaria que van más allá de una reafirmación de un canon establecido. Harris argumenta que la relevancia de un texto en el canon no se basa únicamente en su autoridad, sino en cómo se lee y se relaciona con otros textos, su polivalencia y su congruencia con las preocupaciones actuales de los críticos. Harris subraya que “en lugar de estampar obras con el marchamo de autoridad, los cánones literarios proponen la entrada en el coloquio crítico de una cultura” (42). Esta perspectiva nos ayuda a entender la inclusión de las diversas voces y géneros literarios que Castellanos discute, ya que su selección no se limita a las normas tradicionales del canon, sino que se abre a un diálogo crítico más amplio y contemporáneo. De acuerdo con Castro Ricalde, Rosario Castellanos:

Inserta, así, a mujeres singulares dentro de un devenir más amplio; las restituye a un momento histórico preciso, exalta su valía y, a la vez, les resta un carácter de excepcionalidad o de ser paradigmas únicos, aislados.

Dirigir el reflector sobre estas creadoras tiene como propósito desarrollar ideas, alrededor de sus hechos y/o su obra. Castellanos no se reduce a elogiar (aspecto en el que, además, suele a ser muy renuente), sino a convertirlas en casos ejemplares. Difunde sus textos, elabora recuentos sobre sus vidas, las inserta en una corriente histórica, filosófica y moral, identifica sus aportaciones estéticas, resalta sus contribuciones dentro del campo social. (185-186).

Castellanos aborda temas de género desde una perspectiva crítica y reflexiva que sigue dotando de vitalidad a la discusión sobre las mujeres y los hombres desde la construcción genérica. En su ensayo “La mujer y su imagen”, escribe sobre la necesidad de las mujeres de rechazar las falsas imágenes impuestas por la sociedad y encontrar su verdadera identidad. “La hazaña de convertirse en lo que se es... exige... el rechazo de esas falsas imágenes que los falsos espejos ofrecen a la mujer en las cerradas galerías donde su vida transcurre” (18). Aquí, aborda la lucha interna de las mujeres por autodefinirse, un tema central en los estudios de género que busca desafiar la representación hegemónica de las mujeres en la sociedad. En “La participación de la mujer mexicana en la educación formal”, Castellanos critica las costumbres tradicionales que perpetúan una relación sadomasoquista entre hombres y mujeres y propone que estas costumbres sean ridiculizadas y no tomadas en serio: “poner en evidencia lo que tienen de ridículas, de obsoletas, de cursis y de imbéciles... necesitamos tanto reír porque la risa es la forma más inmediata de la liberación” (31). En relación con la risa, en su texto “Si 'poesía no eres tú', entonces ¿qué?”, Castellanos habla sobre la evolución de su estilo y la necesidad de renovar constantemente su lenguaje y de no tomarse tan en serio al retomar la idea con la que inicia Mujer que sabe latín... “Hay que reír, pues. Y la risa, ya lo sabemos, es el primer testimonio de la libertad” (161). Esta crítica de las normas sociales y su propuesta de liberación a través de la risa es una forma de disidencia y disrupción a la solemnidad de la reflexión sobre la identidad de género y de aportar nuevas formas de pensar y entender la sociedad a partir de un análisis minucioso de la costumbre y la cultura.

Por otro lado, en su reseña sobre Betty Friedan, Castellanos cuestiona la idea de felicidad y el rol tradicional de la mujer: “Pero cuando se descubre que la felicidad es algo que tampoco alcanza la sencilla mujercita hogareña, llega la hora de pedir cuentas al responsable” (95). Este cuestionamiento de los ideales tradicionales es recurrente en su obra; cuestionamiento que busca revelar las contradicciones y las falsas promesas de la ideología dominante. En consonancia con esta idea, en su ensayo “María Luisa Bombal y los arquetipos femeninos”, Castellanos describe cómo las mujeres latinoamericanas se ven atrapadas en roles predefinidos y cómo luchan por mantener su propia identidad: “Y la mujer guarda lo único que será suyo, completamente suyo, para siempre: la nostalgia” (112). Aquí, retoma otro tópico al que recurre en su pensamiento: cómo las mujeres son relegadas a una vida de nostalgia y petrificación, de una espera que se alarga en el tiempo. Finalmente, en “Escrituras tempranas”, explora su propio desarrollo como escritora y cómo su obra se convierte en una forma de autoconocimiento y autoafirmación: “Soy yo misma la que quiero verme representada para conocerme, para reconocerme” (152). Este proceso de autodescubrimiento y representación es central en esta obra, misma que merece un estudio mucho más profundo en cuanto a los discursos y concepciones tanto literarias como filosóficas que conlleva.

Extravagante e irregular

A través de Mujer que sabe latín., Castellanos no solo aborda la reflexión en torno a la condición de las mujeres en la sociedad, sino que también critica los imaginarios y las estructuras de poder que perpetúan la desigualdad. Su uso de la ironía como herramienta de crítica y liberación subraya su habilidad para conectar con las preocupaciones contemporáneas al desacralizar el papel de la intelectual y portavoz de un pensamiento inquisidor e inconforme. Al explorar las formas de vida y pensamiento en los ensayos de Castellanos, podemos apreciar cómo su obra sigue siendo una fuente vital de análisis y reflexión en el contexto actual porque no solo habla de literatura, de escritura y cultura, Castellanos habla de la transformación del rol intelectual y creativo de la mujer occidental. En sus ensayos se habla de la escritura de mujeres que, desde diversos frentes, desafiaron los convencionalismos y se apropiaron con orgullo de sus propias narrativas de vida -algunas marginalizadas, colonizadas, subyugadas- que ameritarían un estudio aparte.

La relevancia de Rosario Castellanos en el canon literario hispanohablante no se basa únicamente en su autoridad, sino en cómo sus textos se leen y se relacionan con las preocupaciones actuales. Como argumenta Wendell V. Harris, la verdadera importancia de una obra literaria radica en su capacidad para entrar en el coloquio crítico de una cultura y adaptarse a las nuevas interpretaciones y necesidades de los lectores. En este sentido, Mujer que sabe latín... es una obra que no solo refleja las preocupaciones de su tiempo, sino que también dialoga con nuestras inquietudes actuales y vuelve porosas las fronteras de las concepciones tradicionales sobre las mujeres como creadoras de cultura y, con la inclusión de autoras que, en su momento, no eran discutidas en México, amplía el catálogo de voces literarias, filosóficas e intelectuales. Marta Lamas, en su reflexión sobre el legado de Castellanos, destaca cómo su obra aborda cuestiones centrales del feminismo contemporáneo, como el debate entre luchar por la igualdad o por la equidad. Además, Castellanos reconoce la diversidad de experiencias y situaciones de las mujeres, desmontando la noción simplista de “la mujer” y subrayando la importancia de distinguir entre los diferentes contextos económicos, culturales y temporales (42). En una entrevista realizada por Elena Poniatowska en 1971, Castellanos expresó cómo la sociedad impone límites a las mujeres que intentan salir de los roles tradicionales:

Si la sociedad no te facilita una forma de actuar dentro de la que tu acción sea respetada y además exista un cauce establecido para esa acción, entonces es natural que resultes extravagante. Además, estás colocándote frente a la sociedad, desafiándola. En el desafío ya hay una actividad anormal y de ahí se derivan otras actitudes que redundan en esta aureola que rodea a las mujeres que hacen algo fuera de lo común. Su conducta se considera “irregular”. Si se dedican a cualquier forma de trabajo que no sea el doméstico, salen de su cauce natural y entran a un terreno totalmente inexplorado. (s/p)

Rosario Castellanos demuestra que la mujer que sabe latín tiene una voz, una historia, una narrativa y un punto de vista que debe conocerse, discutirse, refutarse, cuestionarse; pero, sobre todo, una presencia que debe ocupar un sitio en igualdad de circunstancias con las voces masculinas. Igualdad en derecho de presencia. En sus textos, Castellanos demuestra que la verdadera alabanza no proviene del silencio, sino del cuestionamiento y la crítica que desafían las normas establecidas y promueven una sociedad más justa, una sociedad de lectores y, principalmente, de lectores que sepan escuchar más allá de los corsés ideológicos de las narraciones canónicas.

Nuestro texto es apenas un somero esbozo del contenido del pensamiento ensayístico y crítico de Castellanos. Por sus alcances y limitaciones, no hacemos un análisis detallado de cada uno de los 35 textos de Mujer que sabe latín..., tarea que merece mucho más elaboración y profundidad. La vigencia del pensamiento de Rosario Castellanos radica, justamente, en esa posibilidad: la de seguir descubriendo sus ideas con el fin de entender el mundo que habitamos en tiempo presente y el porvenir que se avecina, a veces amenazante, a veces esperanzador, pero nunca en silencio.

Obras citadas

Bautista, Virginia. “Rosario Castellanos (1925-1974)”. Excelsior, 27 de mayo de 2017, https://www.excelsior.com.mx/expresiones/2017/05/27/1165958.

Bobadilla Encinas, Gerardo. “El nuevo canon de la novela mexicana (1947-1980) o los clásicos contemporáneos de la literatura en México”. Revista Baciyelmo, no. 5, año 17, julio 2023, https://revistasenlinea.saber.ucab.edu.ve/index.php/baciyelmo/article/download/6257/6099/21929

Castellanos, Rosario. Mujer que sabe latín. 4a ed., FCE, 2003.

Castellanos, Rosario. Poesía no eres tú. 4a ed., FCE, 2006.

Castro Ricalde, Maricruz. “El género, la literatura y los estudios culturales en México”. Estudios sobre las Culturas Contemporáneas, época II, vol. XVIII, no. 35, verano 2012, pp. 9-29.

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Notas:

 

[1] Maestro en Estudios Humanísticos por el Tecnológico de Monterrey en México y Maestro en Ética para la Construcción Social por la Universidad de Deusto en España. Profesor de tiempo completo del departamento de Estudios Humanísticos en el Tecnológico de Monterrey región Ciudad de México desde 2012. Líneas de investigación: literatura mexicana y latinoamericana contemporáneas; semiótica de la cultura; escrituras posmodernas y escritura creativa y curativa. Contacto: jmsuarez@tec.mx

 

[2] Rosario Castellanos Figueroa, nacida el 25 de mayo de 1925 en Ciudad de México y criada en Comitán, Chiapas, inició sus estudios primarios y secundarios en Chiapas antes de mudarse a la capital a los dieciséis años. Comenzó en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, pero se cambió a Filosofía. A los dieciocho años, publicó sus primeros textos en la Revista Antológica América y fue parte de la “Generación del 50”, destacándose por su crítica sobre la mujer y la presencia indígena en la literatura. Obtuvo su licenciatura y maestría en filosofía en la UNAM con una tesis sobre cultura femenina y, en 1950, recibió una beca para estudiar en la Universidad de Madrid, donde publicó Presentación al templo en 1951. De vuelta en México en 1952, dirigió el Instituto Chiapaneco de Ciencias y Artes y escribió textos escolares para el Instituto Nacional Indigenista de 1958 a 1961. Ejerció roles académicos y diplomáticos, impartiendo cátedras en la UNAM y en universidades extranjeras como la Universidad de Wisconsin y la Universidad Hebrea de Jerusalén. Sus primeros libros de poesía incluyen Apuntes para una declaración de fe (1947) y Trayectoria del polvo (1948). Su obra poética completa fue publicada en 1972 bajo el título Poesía no eres tú. En prosa, sus novelas notables son Balún Canán (1957), Ciudad Real (1960), y Oficio de tinieblas (1962), centradas en la realidad social y multicultural de Chiapas. Castellanos también es conocida por su producción ensayística y periodística. Su obra Mujer que sabe latín... (1973) la posiciona como una precursora del feminismo en México. Colaboró regularmente en el diario Excélsior entre 1963 y 1974. En 1971, fue nombrada Embajadora de México en Israel. Falleció el 7 de agosto de 1974 en Tel Aviv.

 

[3] Luisa Josefina Hernández (1928-2023) fue una destacada dramaturga, novelista y guionista mexicana. Es conocida por su prolífica obra teatral que incluye más de cincuenta obras, entre las que destacan Los grandes muertos, La paz ficticia y Los frutos caídos. Recibió el premio Xavier Villaurrutia por su novela Apocalipsis cum figuris. Hernández también incursionó en el guion cinematográfico. A pesar de su notable contribución, su trabajo ha sido menos estudiado y reconocido en comparación con otros autores de su época, entre ellos Rosario Castellanos.

 

[4] Sara Sefchovich, nacida en la Ciudad de México en 1949, es una reconocida ensayista y narradora. Doctora en Historia por la UNAM, ha trabajado como investigadora en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM durante 25 años y ha sido articulista del diario El Universal. Ha recibido importantes becas del INBA y la Fundación Guggenheim, así como la Medalla Gabino Barreda y el Premio Agustín Yáñez por su novela Demasiado amor (1990). Su trabajo ha sido adaptado tanto al teatro como al cine; destaca su notable contribución a la literatura y al ensayo en México.

 

[5] Isabel Zapata (Ciudad de México, 1984) es ensayista, poeta, traductora, novelista y editora. Estudió Ciencia Política en el ITAM y Filosofía en la New School for Social Research en Nueva York. Cofundó Ediciones Antílope. Es autora de los libros Las noches son así (2018), Alberca vacía (2019) y Una ballena es un país (2019), In vitro (2021) y Troika (2023). Es colaboradora de revistas y publicaciones periódicas.

 

[6] Se trata de un dicho popular, principalmente en España, que refleja un estereotipo sexista en el cual se valora a la mujer por su silencio y sumisión. Para una muestra más detallada sobre la representación de la mujer en el refranero español, véase Juliana Panizo Rodríguez, “La mujer en el refranero”, disponible en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-mujer-en-el-refranero/html/

 

[7] Alude a otro dicho o refrán popular en México: “Mujer que sabe latín. no tiene marido ni buen fin”.

 

[8] Santa Teresa de Jesús (España, 1515-1582); Sor Juana Inés de la Cruz (México, 1648 o 1651-1695); Virginia Woolf (Inglaterra, 1882-1941); Simone de Beauvoir (Francia, 1908-de 1986); Elena Croce (Italia, 1915-1994); Natalia Ginzburg (Italia, 1916-1991); Karen Blixen (Dinamarca, 1885-1962); Simone Weil (Francia, 1909-1943); Elsa Triolet (Rusia/Francia 1896-1970); Violette Leduc (Francia, 1907-1972); Agatha Christie (Inglaterra, 18901976); Dorothy Sayers (Inglaterra, 1893-1957); Patricia Highsmith (Estados Unidos, 1921-1995); Ivy Compton-Burnett (Inglaterra, 1884-1969); Doris Lessing (Irán/Inglaterra; 1919-2013); Penelope Gilliat (Inglaterra; 19321993); Lillian Hellman (Estados Unidos 1905-1984); Eudora Welty (Estados Unidos, 1909-2001); Mary McCarthy (Estados Unidos 1912-1989); Flannery O’Connor (Estados Unidos, 1925-1964); Betty Friedan (Estados Unidos, 1921-2006); Susan Sontag (Estados Unidos, 1933-2004); Clarice Lispector (Ucrania/Brasil, 1920-1977); Merce Rodoreda (España, 1908-1983); Corín Tellado (España, 1927-2009); María Luisa Bombal (Chile, 1910-1980); Silvina Ocampo (Argentina, 1903-1993); Ulalume González de León (Uruguay/México 1932-2009); Frances Erskine Inglis de Calderón de la Barca (Escocia, 1804-1882); María Luisa ‘La China’ Mendoza (México, 1927-2018) y la estudiante de la licenciatura en Letras Patricia Martel Díaz Cortés. Además de este inventario, hay otras menciones a las hermanas Bronte, Emily Dickinson, Jane Austen, Delmira Agustini, Juana de Ibarborou, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y otras autoras indirectamente referidas.

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[9] Menciona además a Francis Jeanson, Joseph Conrad, James Joyce, Walter de la Mare, D.H. Lawrence, Octavio Paz, Cortázar, Robbe-Grillet, Chesterton, Valery Larbaud, Federico García Lorca, José Gorostiza, García Márquez, san Agustín, Sócrates, san Pablo, Sartre, Heráclito, Demócrito, Gregorio Martínez Sierra, Amado Nervo, Luis Cernuda, Paul Claudel (único al que dedica un texto completo), Bécquer, Rubén Darío, Cristo, Jorge Guillén, Ernesto Mejía Sánchez, Parménides, Platón, Aristóteles, Saint John Perse, Ortega y Gasset, Thomas Mann, Pérez Galdós, John Galsworthy, Stendhal, Carlos Pellicer, Jaime Sabines, Rubén Bonifaz Nuño, Juan Bañuelos.

 

ensayo de José Manuel Suárez Noriega

 

Publicado, originalmente, en: Estudios de Teoría Literaria. Revista digital: artes letras y humanidades  Vol. 13, Núm. 32 (2024)
Estudios de Teoría Literaria. Revista digital: artes letras y humanidades es una revista fundada por el Grupo de Investigaciones Estudios de Teoría Literaria y radicada en el Centro de Letras Hispanoamericanas (CELEHIS) de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

Link del texto: http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/etl/article/view/8162

 

Ver, además:

 

                      Rosario Castellanos en Letras Uruguay


Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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