Estación Indios Verdes |
Una mañana como cualquier otra |
6:30
A. M. ¿Qué
hora será? Ya no voy a buscar la perfección. Si soy tolerante todo irá
mejor. La voy a felicitar en la primera oportunidad que tenga. Ah, y le
pediré el alpiste, que ya casi se acabó. Si, es un hecho, la próxima
vez que se niegue a seguir mis consejos, no voy a protestar. No volveré a
opinar sobre su falta de creatividad. Total si quiere seguir siendo
mediocre, por mí que siga de cajera. Ah, y olvidé decirle que ya puede
regalar los cachorros. Qué diferente a su hermano, él es maravilloso, mi
bello Rubén, la felicidad que me da mi querido hijo. Con cuánto gusto
espero el sábado en que comemos juntos, bueno, cuando puede. Sus bellos
ojos, su gentil sonrisa. Ojalá ya cambie su horario para que pasemos más
tiempo juntos. 8:40 A. M. Mamá:
Llegué con cuarenta minutos de retraso al trabajo, pero ya estoy en la
tienda. Te mando esta nota con el cerillo y tu super pues dejaste
descolgado tu teléfono. No me has dicho nada sobre mi promoción. Hasta
el bueno para nada de Rubén ya me felicitó. También ya supe que estás
lavando la ropa de mi hermano, no sé hasta cuando lo vas a dejar que
crezca. Ah, te aviso que ya tronó con Lusa. ¿Para qué tener pareja si
en tu casa lo tiene todo? Si se compone tu teléfono, llámame, si no paso
en la tarde a verte. Chela 7:30
A.M. Un
gato muerto junto al portón, un gato negro recto y pestilente. Fuera del
hocico le colgaba un trozo de carne descompuesta cubierto de hormigas. En
cuanto Rosario lo vio, empezó a gritar con gran desconsuelo. Antes de
recogerlo, lo contempló cariñosamente, no podía estar segura si era
suyo o uno más de los que rondaban su casa. De todos modos todo animal
callejero encontraba un hogar con ella. La muerte del animal representaría
el suceso más importante del día y tal vez de varios días. Sería tal
vez motivo de conversación para varias semanas. Lo primero que hizo fue
correr al cuarto de Rubén. La cama intacta le confirmó que tampoco había
llegado a dormir. Para ella esto no causaba conflicto, es un hombre muy
ocupado. El gran amor de Rosario por los animales era un hecho. También
lo era el disgusto de los vecinos que se lamentaban del deplorable zoológico.
Continuamente envenenaban al perro, gato o conejo que se dejara. Todos los
reclamos de la propietaria habían sido inútiles, ni la policía había
podido resolverlo. Junto
a la cafetera acomodó el veneno para las ratas.
Como todas las mañanas tomó el cesto con los frascos de
medicamentos, tres semanas tardó en juntar los diez frascos de cianuro. Trató
de recordar cuando se rió por última vez. Haría un esfuerzo, un gran
esfuerzo porque una amplia y dulce sonrisa quedara en su rostro, mientras
cambiaba paulatinamente de color. Al mismo
tiempo metía la cuchara dentro de su boca, una cucharada tras
otra, sin parar. Entre cada bocado sonreía, cada vez de diferente manera.
|
Mariluz
Suárez Herrera
De "Una mañana cualquiera"
Ediciones Luna de Papel, Monterrey, N. L. México 2006
Ir a índice de América |
Ir a índice de Suárez Herrera, Mariluz |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |