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Teatralidad en el mundo Mexica
Mariluz Suárez Herrera

Si se desea ubicar y definir manifestaciones teatrales en el territorio del antiguo México ocupado por el pueblo mexica, un poco antes de su contacto con la cultura europea representada por España, se vuelve necesario centrar primeramente la atención en sus celebraciones. El indígena mexica, antes de la llegada de los españoles, conformaba una cultura en la cual las comunidades formaban parte íntimamente de la rica vida animal y vegetal que las rodeaba. De esa interacción con el ámbito físico surgió una compleja visión del mundo. El pensamiento, ligado a los fenómenos naturales, era básicamente mágico,   y el comportamiento social estaba impregnado de mini rituales, lo que daba como resultado un escenario altamente teatral, donde toda acción era importante. El destino del mexica estaba marcado desde el inicio, su vida cotidiana enriquecida por buenos o malos agüeros, y las prácticas realizadas   antes, durante y después de los rituales, conformaban todo un espectáculo.

Las fiestas eran muchas y muy variadas. Podían incluir: 1) el espacio ritual, e. g. montaña, cueva, bosque, camino, encrucijada, río, laguna; 2) escenarios creados, e.g. patio, templo, montón de piedras, extensión de agua rodeada de cuatro casas, la cancha del juego de pelota; 3) espacios marcados por los puntos cardinales y los atributos específicos atribuidos a un determinado color; 4) ayunos, penitencias y purificaciones; 5) lenguaje ritual, e.g. gesto, mímica, maquillaje, indumentaria, tocado, música/ruido, danza, palabra. Los objetos y su disposición podían tener valor de verdaderos personajes, e.g. insignias, macanas, cetros, lanzas, escudos. Podían también adquirir el valor de reliquia como en el caso de una mujer muerta en el parto, cuyo dedo medio de la mano izquierda adquiría   poderes mágicos, al punto que los guerreros peleaban por adquirirlo: su significación y su belleza añadían dramatismo al rito.  

La comida, la bebida y la ingestión de alucinógenos no se limitaban, en verdad, al aspecto nutritivo sino a un específico comportamiento escénico. Era también importante la duración del rito, así como lo eran los individuos que cumplían tareas muy precisas para la escenificación del ritual, tanto como los diferentes niveles y momentos de una determinada acción. El sacrificio de una víctima -que se da también en otras culturas-, ya sea   humana, animal o vegetal, se consideraba la culminación de la representación. El actor o personaje de la representación nunca valía por lo que era sino por lo que hacía, tal es el caso del sacerdote encargado de llevar a cabo el sacrificio humano, o el sacerdote que debe llevar puesta la piel del sacrificado como símbolo del renacimiento de la primavera en la fiesta de Tlacaxipehualiztli. El público, por así llamarlo, situado en un determinado lugar así como su participación que puede ser distante o cercana, no pone su atención en el actor como sucede en nuestra tradición occidental; su vinculación está dirigida específicamente a un determinado dios objeto de la celebración, y su percepción estará dirigida a ese dios siempre presente, ya sea representado en una escultura o en el actor que desempeña el papel de la divinidad.

Para complementar lo antes dicho elegiremos un único elemento para ejemplificar lo detallado y elaborado de estas manifestaciones mágico-religiosas.   Hay que recordar que la cultura náhuatl (mexica) era una cultura predominantemente visual, por lo tanto el gesto añadía y complementaba la palabra. La gestualidad enmarcaba y llevaba a cabo la comunicación, que podía darse desde una mirada hasta por un movimiento muy elaborado.   Esto puede estar relacionado con la música y/o con la danza. El doctor   Patrick Johansson nos habla de gestos de significación, emblemáticos, ilustrativos, fáticos, de espacio, de tiempo, de representación.        

Además, estaban los   gestos desordenados o dionisíacos que muy seguramente   molestaron a los religiosos españoles, quienes los prohibieron de inmediato, como muchas otras cosas. Hablar con más detalle resultaría muy largo por lo que sólo daremos algunos ejemplos: el acto de tomar un poco de tierra del suelo y llevarla a la boca o levantar los brazos y agitar las manos.   Hay que tomar en cuenta también las diferentes muecas nacidas de la emoción. Es muy probable que dentro de los recintos sagrados   se efectuaran o desarrollaran gestualidades específicas, que seguramente eran mucho más controladas.   Había un protocolo específico en esta cultura por lo que podemos asegurar que existía un orden gestual y posicional, por lo que hay que tomar en cuenta también los gestos simultáneos y los gestos sucesivos. El gesto podía prolongarse con los movimientos del cuerpo, con   la pintura corporal y con la indumentaria. Antonin Artaud define la representación gestual azteca de la siguiente manera: Una densidad en el espacio de los movimientos de los gritos y de los gestos; el sentido de las necesidades plásticas, una abundancia de impresiones, todas más ricas las unas que las otras.

Como se ha mencionado, eran muchos los rituales. Existían los rituales mágicos relacionados con la cacería, la pesca, el cultivo, la guerra, entre otros; los rituales socio-religiosos sobre la vida y la muerte, vinculados con el nacimiento, el casamiento, el duelo; la ceremonia antes, durante y después de la siembra; la castración de los nuevos magueyes (pita), de vital importancia para la fabricación del pulque; las ceremonias para estrenar las nuevas casas así como los baños llamados temazcalli (casa de baño con fuego), actualmente conocidos como temascal: correspondería al baño de vapor, con una enorme cantidad de elementos adicionales que hacían del baño todo un rito. Asimismo, la salida de los mercaderes requería de una serie de aspectos para que su trabajo se llevara a cabo con éxito, desde el signo favorable para la partida hasta la prohibición de lavarse la cabeza y cortarse el pelo antes del regreso.  

El año náhuatl merecería un capítulo aparte, si tomamos en cuenta que su año incluía diez y ocho veintenas y se llevaba a cabo una fiesta al inicio de cada veintena, aparte de la importantísima ceremonia del fuego nuevo y otras celebraciones de igual relevancia pero diferente periodicidad. Era un mundo dual en donde las entidades sagradas, que llamamos dioses (eran más de dos mil) - pues no existe un término exacto en nuestro idioma-, tomaban diferentes rasgos. Y esos dioses eran colocados en el escenario y asistían a la representación, que casi siempre culminaba con el sacrificio de la víctima.

Hablaremos ahora de la fiesta de Tóxcatl , cuya fecha establecida por los cronistas estaría a la altura del quinto mes del año, y correspondería arbitrariamente a veinte jornadas entre los últimos días de mayo y los primeros de junio de nuestro calendario. Durante esta veintena se celebraba   una fiesta en honor de Tezcatlipoca; el adorno principal consistía en collares de palomitas de maíz como podemos verlos actualmente en las imágenes de los códices. Se iniciaba sahumando toda la casa para después ir a la gran celebración colectiva. Para esta fiesta se fabricaba una masa formada con huauhtli (amaranto y miel de maguey), cuya figura se comía al terminar la celebración.   Como hecho anecdótico añadiremos que la ultima celebración de esta fiesta se llevó a cabo en el año de 1521, en que todos los participantes se ataviaron ritualmente y sin armas, la cual desembocó en una de las peores masacres en la historia de la Conquista al intervenir los españoles al final de la fiesta.   Una vez mencionada a grandes rasgos la dinámica de esta celebración, veremos algo de lo que nos dicen los cronistas.

Al quinto mes llamaban Toxcatl. En este mes hacían fiesta y pascua a honra del principal dios, llamado Tezcatlipoca. En esta fiesta mataban un mancebo, muy acabado en disposición, el cual habían criado por espacio de un años en deleites, decían que era la imagen de Tezcatlipoca. En matando al mancebo ponían otro en su lugar. Escójanlos entre los cautivos, ponían diligencia en que fuesen los más hábiles y sin tacha ninguna corporal. Se le enseñaba que supiese bien tañer una flauta, para que supiese tomar y traer las cañas de humo y las flores, según se acostumbrara entre los señores y palacianos; y enseñábanle a ir chupando el humo, y oliendo las flores, yendo andando, como se acostumbra entre los señores y en palacio.  

Con gran detalle se menciona cómo se cuidaba al muchacho escogido, qué comía y todo el arreglo para el día de la celebración; se le entregaban cuatro doncellas y su vida acababa con grandes honores después de haber sido regalado y honrado. Se bailaba con la participación de los sacerdotes, los mandatarios y el pueblo, y hasta   se invitaba a miembros de grupos enemigos.

El doctor Guilhem Olivier en su magnifico libro Moqueries et métamorphoses d’un dieu aztêque. Tezcatlipoca, le“Seigneur au miroir fumant”, analiza esta fiesta de Tóxcatl, aparte de hacer el más completo estudio sobre Tezcatlipoca, describiendo sus diferentes aspectos, sus orígenes y las funciones míticas que se le asignaban.

En su interesante texto del año de 1997 menciona la abundante información existente como son las fuentes escritas y el material iconográfico.   Menciona que el elegido era el personaje principal de la fiesta, encarnaba   a la divinidad. Se le   untaba de hollín el rostro, se le cubría la cabeza con plumones de águila y con una corona de flores de maíz tostado.

Sus orejas eran adornadas con mosaico de turquesa y pendientes de oro en forma de concha curva. Llevaba un collar de conchas y una pechera de conchas blancas. Su ornamento labial era de caracol de mar. En su espalda, se colocaba una bolsa […]. Alrededor de sus brazos ponían unos brazaletes de oro, y unos de turquesa recubrían sus antebrazos. Revestía un taparrabo precioso y una vestimenta de hilo bordada con hilos de algodón castaño. Unos cascabeles de oro sonaban alrededor de sus tobillos, encima de sandalias blancas de orejas de jaguar.

Lo casaban con las cuatro jóvenes asignadas, se le ataviaba como guerrero. No se ha podido determinar el origen geográfico ni la posición social del elegido pues existen datos contradictorios, podría ser noble o prisionero de guerra. Hombre “libre” durante un año, cumplía con un papel divino. El doctor Olivier lo describe como un posible prisionero de origen noble que aceptaba su destino pues le aseguraba un “más allá glorioso”. Esta importante muerte simbólica estaba complementada por un sinnúmero de elementos y acciones apenas mencionados, pero lo importante aquí sería quedarnos con todo lo que podría conectarse con el carácter de representación dramática. Es aquí donde tendríamos que recurrir   a esa pregunta hecha por tantos investigadores respecto a esos espectáculos que no dejaban de ser un rito, y que podían o no considerarse teatro.

Mencionaríamos en primer lugar el gusto de los nativos por este tipo de representaciones; estos llamados “ejercicios dramáticos” fue lo que encontraron los misioneros y los frailes españoles que llevaron a cabo la tarea de catequización, continuando con la realización de grandes espectáculos.   Se empezó por una especie de recitación mezclada con música y baile durante los desfiles y   las procesiones relacionadas, desde luego, con un santo católico. Se acompañaba por los instrumentos de percusión o de viento todavía aquí existentes, así como caracoles marinos. Se sabe de una primera pieza teatral en la Nueva España, alrededor de 1533: se representó el fin del mundo, en lengua náhuatl y los intérpretes fueron indígenas.   Se sabe de espectáculos más importantes que otros, como los que se efectuaban en la plaza del mercado o en el atrio de los templos. Se montaba un escenario con la altura adecuada para ser visto desde cualquier lugar. La danza y la música continuaban ligadas a estas representaciones probablemente como literatura dramática muy rudimentaria, y su expresión ritual y simbólica empezaba poco a poco   a buscar nuevos caminos. Al margen de que estas manifestaciones puedan considerarse teatro o no, nada nos impide valorar la riquísima vida social y espiritual existente en el territorio mexica a la agresiva y aun brutal llegada de una nueva cultura.  

Mariluz Suárez Herrera

26 de abril de 2009

Ciudad de México

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