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Los torcidos caminos de la virtud |
Mi abuela calificaba la torpeza de sus empleadas domésticas invocando siempre la paciencia del santo Job para salir adelante en tan desagradables empeños. Nunca supe si ella sabía que este libro de la Biblia carece de autor conocido, y que uno de sus temas principales es el sufrimiento de los inocentes. En caso de haber conocido dicha información, es posible que la referencia se aplicara a sí misma, patrona inocente, víctima de eterna maldad, envidia y tentaciones a las que estaba expuesta por esos seres que ayudan en el trabajo de la casa.
Crecí con esa idea de Job igual a
paciencia, y su imagen me ha sido, desde entonces, desagradable; es difícil
identificarse con los que sufren, peor aún con la pasividad frente a la
agresión, es incluso vergonzoso pasar por dejado o pusilánime. Es así que el Job del siglo XX, ciudadano emprendedor y exitoso, un día descubre que su mujer lo engaña, su hijo favorito es afeminado, su negocio va a pique y los tumores que tiene pueden ser malignos. Antes de conformarse con su suerte, empezará a encontrar alivio en su poco trabajo y en sus amigos. Cada día estará más pálido, el camino le parecerá interminable, avanzará fatigosamente. Su yo interno repetirá:
–No
te incomodes, esto sucede porque es necesario.
Una vez aceptada la voluntad del Creador
experimentará una mansa conformidad. La vida continuará y el epílogo de
su existencia consistirá en vivir muchos años,
para
ese momento los días de amargura y soledad habrán sido endulzados con el
amor de nietos y bisnietos. Se sentirá tranquilo pues el transcurso de
todas esas décadas de sufrimiento le tiene reservado un puesto de honor
en el Cielo, por haber llegado a los ciento cuatro años, mismos que no
supo vivir.
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Mariluz
Suárez Herrera
De "Una mañana cualquiera"
Ediciones Luna de Papel, Monterrey, N. L. México 2006
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