Estación Etiopía |
La pasajera de
Tlalpán |
San
Agustín de las Cuevas, hoy Tlalpan, ha dado abrigo a diversas órdenes
por su ambiente tranquilo. Famoso por su variedad de conventos y capillas
a cuyos oficios se presentan postulantas y abadesas con puntualidad. Así,
periódicamente, van y vienen de fuera y dentro del país, por lo que no
me era extraño ver pasar religiosas. Durante algunos días
escuché el liviano caminar de unas monjas, siempre a la misma
hora. Mientras lavaba el auto, antes de salir a trabajar, me distrajo su
frívolo siseo. Después de una semana, sin darle importancia, vi cruzar
al grupo frente a mi puerta, como los días precedentes. Dos minutos después
sentí la fugaz mirada de una de ellas que quedaba rezagada. A
la mañana siguiente, percibí la marcha del mismo grupo. Contemplé con
evidente claridad el porte lento de la que acortaba el paso, más atrás.
Fue apenas perceptible su mirada y grande mi ensueño al ver un rostro tan
hermoso. A
las seis treinta y cinco del octavo día, ella cruzó mi puerta nueve
segundos después del siseo y dieciocho pasos más atrás que las demás.
De manera evidente, palpable y manifiesta, levantó la vista y nuestros
ojos se encontraron. Un
día después, con gran presteza abrí el zaguán sin que ella lo
esperara. En un arranque de celeridad, la jalé por los brazos. Con
presuroso ímpetu la metí a la cochera, la tomé de la cintura y la besé.
Sin una sola palabra, le mordí los labios, toqué sus muslos y sentí
como se separaban. Mil veces más sonoro que el tañido de las campanas
fue el latir de nuestros corazones. Hizo un violento esfuerzo y escapó. Triplicando
el paso, alcanzó a sus compañeras. Había aceptado mi muestra de
admiración a su belleza. Se hizo cómplice de aquella, nuestra mutua
atracción, que aumentó paulatinamente, conforme pasaron los días. Sé
que a las monjas se les lee la cartilla, sé que tienen en poco la
libertad, sé que vuelven a su país de origen obedeciendo a sus
autoridades eclesiásticas. Sin embargo, muchas otras mañanas deseé que
pasara y en vano esperé volver a verla. Quedó en mi mente como un
recuerdo y yo tengo la esperanza de haber sido su timbre de gloria. |
Mariluz
Suárez Herrera
De "Una mañana cualquiera"
Ediciones Luna de Papel, Monterrey, N. L. México 2006
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