Estación Copilco |
Justa indulgencia |
El paquete legó por primera vez una mañana
muy temprano. Lo abrió, lo volvió a cerrar y pensó regresarlo ese mismo
día. Fink aceptó la categoría de criatura urbana y empezó a adaptarse
al restringido ambiente. Para la joven, él era sólo un enorme
reptil, un ser grande y pacífico con dientes de ratón y ojos tan pequeños
como los de un faisán. Lo contempló y se negó a
convertirse en su protectora, le dio de comer y ese mismo día lo
envió de regreso. El día que Lisa llegó a la mayoría de
edad, entre sus regalos, recibió un novedoso paquete; al abrirlo se sintió
incómoda. Dentro del bello empaque la miraba Fink, como se mira a un
padre. Esta vez decidió quedarse con él sólo por unos días. La
ceremonia del saludo, la curiosidad, la inteligencia, la sensibilidad y la
organización territorial, todo fue un éxito entre ambos. Después de dos
semanas, se suscitó la preocupación por la sociedad y lo que los vecinos
dirían. Así que lo empacó con destino a Itabú. La séptima vez que lo mandó de regreso,
le pareció que aún seguía dentro del departamento. Más tarde, cuando
salió a tirar la basura, vio la caja de madera, una vez más, tras la
puerta. Ese juego de ir y venir se repitió sin
parar. Corrían ya historias extrañas acerca de Lisa. Nadie entendía por
qué la puerta y los muros de su pequeño departamento se tornaron
infranqueables. La mascota se volvió una carga. El cuarto ya no era el
sitio adecuado. Cada vez que se separaban lo enviaba a un lugar más
lejano. Tomaba un poco más de tiempo pero Fink siempre volvía. No fue fácil
decidirse, pero había que hacerlo, así que lo despachó a un sitio
inaccesible, con remitente desconocido. Buscó
mudarse y empezó a empacar. Dejó el edificio durante la noche con
toda premura. Terminado el acarreo, sacó lo indispensable y
se acostó a dormir. Empezaría una nueva vida, ahora que por fin
se había desecho de Fink. A la mañana siguiente, una de las cajas junto al muro se encontraba unos metros más lejos de donde la pusieron a llegar. Nunca se supo si formó parte de la mudanza, probablemente ya se encontraba en el nuevo domicilio, el hecho es que Lisa heredó a Fink. |
Mariluz
Suárez Herrera
De "Una mañana cualquiera"
Ediciones Luna de Papel, Monterrey, N. L. México 2006
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