Estación Hospital General |
Huevos de pascua |
-Aquí
se corrieron las famosas "12 Horas de Reims" durante los
sesentas. Escucho
la frase y miro los abandonados pits, los restos de un estrado, su olvido
y descuido que a mí, no me dicen nada. Mi amiga Nora recuerda, con sus
hermanos, Edouard y Pierre, cómo ella y sus amigas conseguían la firma
de los corredores, seguras de su atractivo de jóvenes francesas en
minifalda. Nos detenemos en el pueblito de Gueux. -Hemos seguido el camino
de los Reyes de Francia, aquí hacían un alto obligado, cuando visitaban
esta región. Es aquí también adonde celebraremos la Pascua, en casa de
la señora Helga Schmitt, madre de mi amiga y de sus cinco hermanos. Saludo a las personas que aún no conozco: una señora desdentada
que sonríe mostrando sus rosadas encías
lleva un chongo que sostiene su blanca cabellera. Mientras el frío
se cuela por el kilo y medio de ropa que me cubre, saludo a Geneviève, a su esposo alto,
blanco y barbado llamado Jean Jacques, a Clement, hijo de ambos, a Ingrès,
casada con Narong, tailandés, y a sus dos hijos: Ayu y Vashtai, mejor
conocidos como "los chinos". Aunque su madre proclama que son
franceses y jamás serán vistos como tailandeses, ni aprenderán la
lengua de su padre. Los niños me saludan con sus caritas redondas, sus
bellas sonrisas y sus ojos rasgados. Los veinte asistentes al convivio nos encontramos en posición de
arranque para ir a buscar los huevos de Pascua previamente escondidos en
el jardín. -Falta
mi hijo Thierry -dice Edouard y se dirige a su auto. Levanto uno y otro pie, deseando sentir menos frío, observo los árboles
pelones ridículamente decorados con huevos de todos colores, colgados de
un hilo; éstos hacen las veces de hoja, flor y fruto, dando algo de color
al triste paisaje del invierno que acaba de terminar. -Mira,
éste lo pintó mi hermana Andrée cuando estaba en primero de primaria,
éste se lo regaló Paul a mi mamá en su cumpleaños y éste yo lo hice.
Escucho con atención el origen, fecha y autoría de los huevos
colgantes del pequeño jardín, junto a la banqueta, pues aún no pasamos
al jardín de la casa. Llega Edouard, jalando de una oreja a su hijo
Thierry, después de recordarle que la computadora no se irá y la Pascua
se celebra una sola vez al año. Nos dirigimos todos a buscar entre las matas, y entre las pocas
flores que empiezan a salir avisando la llegada de la primavera. El pequeño
Louis, nieto de mi amiga, se ha sentado sobre las plantas recién
sembradas por su bisabuela. En lugar de buscar los huevos y regalos para
él asignados, saca de raíz, las flores acomodadas esta mañana por la señora
Helga. Atraído por los colores, destroza a gran velocidad, lo que tomó
tanto tiempo componer. Minutos más tarde,
Andrée, la bella pelirroja de labios gordos y
sensuales, levanta el brazo derecho y se estira para sacar el huevo
escondido entre las ramas de uno de los árboles. Al instante se acerca
Narong, el tailandés, a tratar de ayudarla, quien no puede disimular su
admiración por ella. Miro como se para de puntas y la minúscula
minifalda se eleva. Seguro le veré la ropa interior, pienso, si es que
usa, pues ya vi que sostén no tiene, sus pezones se pararon a causa del
frío, que todos dicen no sentir. Brunoy, su marido le grita -Tresor,
tresor ¿qué tratas de hacer? El cuñado blanco y barbado, se perdió el
espectáculo y la posibilidad de ayudarla, pues entró en la casa.
El marido se acerca, pero de nada sirve, pues está igual de
chaparro que el tailandés. Llega al rescate Francis, morenazo, hijo de
italianos, yerno de mi amiga, él sí tiene la estatura apropiada, toma el
paquete plateado y lo entrega a Andrée.
Una vez encontrados los regalos, entro a un comedor cuya mesa está
llena de todo tipo de pasteles, galletas, chocolates y, al centro, un gran
conejo blanco decorado. Los adultos tomamos asiento, los niños son
confinados a otro cuarto. -No dejes de probar el Babaruá à l'ananá
hecho por Ingrès, me dice su hermana Genevièe.
Opino que está delicioso, mientras saboreo una simple gelatina de
leche con piña de lata. -Si quieres te doy la receta, aunque dudo que allá
encuentres el molde para hacerlo. -dice, y me nuestra un gran recipiente
de lámina en forma de conejo. -Tienes razón, dudo que lo haya,
-respondo. Mi plato cuenta
con cuatro pedazos diferentes de pastel, los restos de la oreja del
conejo, seis galletas y tres chocolates. Hago cuentas de cuantas tazas de
café se necesitan para deglutir esta cantidad
de dulce, cuando entra Norbert, hijo de Edouard. -Papá, mi hermana
y su novio Jacques están encerrados en el cuarto de Memé. Ingrès se
levanta de inmediato y sale antes que su hermano. Entra Thierry, hermano
de Norbert y me pregunta: -¿Es
cierto que el chocolate lo inventaron los mexicanos?
-Eso lo saben todos los niños franceses- responde la maestra
Geneviève por mí. -Yo lo supe hasta hoy tía, pues mi papá nos ordenó
ver un programa sobre el chocolate para decir esto a Mariluz en esta reunión.
-Eres una mierda,- dice Norbert, -no tenías que decir eso. -Igual de
mierda eres tú, que también lo viste,- responde Thierry. -Yo no ordené
nada de eso- trata de explicarme Edouard.
En eso entra su hija Silvie, seguida por su novio Jacques (alias "el
huevón", término muy
apropiado para la celebración de hoy) joven menor
que ella, que ha decidido no estudiar ni trabajar por tiempo
indefinido. -Fuí yo- dice Silvie -les dije eso para que nos dejaran un
rato la computadora. Y ya nos
vamos a ver la Formula I, a casa de Jacques. Se levanta el hombre blanco y barbado, mira por la ventana y se
dirige a la puerta. Entra Peter, su hijo mayor. -Disculpa
Memé por llegar a esta hora. -Hace tres horas que deberías estar
aquí - dice Jean Jacques a su hijo y le da dos bofetadas. -Estaba con
unos amigos... ya hablaremos más tarde...sí papá -sale el chico
azotando la puerta. Los pasteles y galletas han casi desaparecido de los platones, los
comentarios sobre la vejez, los hombres que sólo sirven para hacer hijos,
las mujeres emancipadas que prefieren salir a trabajar en lugar de estar en su Por
último saca Christa, hija de mi amiga, una charola con corchos de
chocolate rellenos de champaña. -Aquí no se toma licor, dice la Sra.
Schmitt. - Ni una gota. Eso quedó claro desde que murió tu abuelo. - Es
sólo un dulce Memé, y de todos modos, nos reuniremos más tarde en casa
de mi tío Edouard, para
tomar champaña, de despedida, después de cenar.
¡Cómo! ¿Falta la cena?, pienso, ¡y el champaña! Me pregunto si
quedará lugar en mi estómago. Tengo que volver a casa de Edouar a pie y
aguantar el frío, con tal de contrarrestar la manda alimenticia del día
de hoy. Por el camino me dice Nora -¿Ves como Geneviève es
in-so-por-t-ble, e Ingrès una creída, pero no sabe que su marido esta
semana se regresa a Tailandia y la deja, y mira Andrée dio vuelta, no se
atreve a cruzar por aquí, porque se ha acostado con todos los padres de
familia de esta calle. Ya te dije que yo sólo me entiendo con los hombres
de esta familia. -Fue un día muy feliz para tu mamá,- le respondo. -Con
mi madre tampoco me puedo comunicar, no hace otra cosa que llamarme
rebelde. Hace siete años que yo no venía, y Paul vive en Italia y
tuviste que venir tú para que se reuniera la familia. Mientras damos vuelta a la esquina, pienso que cambia el lugar, el
idioma y el clima pero todas las fiestas familiares tienen algo en común
y estoy contenta de haber participado en esta celebración de
Pascua, que para todos los que a ella asistimos fue ¡a huevo! |
Mariluz
Suárez Herrera
De "Una mañana cualquiera"
Ediciones Luna de Papel, Monterrey, N. L. México 2006
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