Estación Balderas |
Entre Vecinos |
Una
mujer llamada Elena se levantó muy de mañana. Ese día era su cumpleaños.
Tenía ya treinta y tres años. Con la bata puesta se miró al espejo, vio
su cabello oscuro, ondulado, su pequeña cabeza y el cuello fuerte, los
ojos claros muy tristes y su perfil abultado. Más tarde fue al lavadero
donde le esperaba la tarea de todos los martes: tallar y tallar su ropa,
la de tres hijos y un marido. Viernes
18 de enero. Querida
abuelita: Hoy
en la mañana internó mi papá a mi mamá en el hospital, pues el martes
pasado perdió al bebé. No nos quedó otra, pues el doctor lo ordenó así.
Ya sabes, con esa costumbre de subir a lavar la ropa, que no la quiere
dejar por nada. Mi papá le ha dicho que contrate una muchacha pero ella
dice que no, que qué haría todo el día de floja, aparte de que su
sirvienta es sólo para ricos. Te lo platico porque no quiero que te
enteres por mis tíos o alguien más pero, por favor, no te preocupes; el
doctor dijo que será cosa de dos o tres días y saldrá. Recibe muchos
besos de mis hermanos y de tu nieta que te quiere. Elenita P:
D: Si vas a al pueblo a hablar y nadie te contesta es que fuimos al
hospital. Nadie
subió al lavadero el martes siguiente. La onda fría a continuó y lo que
aparentemente fue un aborto repentino se complicó con hemorragia y
anemia. Los médicos estaban muy optimistas, pues una mujer así de fuerte
que ya había tenido tres hijos no tiene por qué no salir del problema.
Fueron días inmóviles. No se sabe quién de los médicos pidió se le
hiciera una transfusión. Ninguno de los hijos pudo donar sangre, pues no
tienen edad para ello. El marido estaba en el trabajo y de sus conocidos
nadie acudió. Se hizo de improviso, sin pedir autorización alguna; el
caso lo ameritaba. Aunque, a decir verdad, nadie explicó concretamente la
causa de dicha medida. Un día de marzo después del trabajo entró
en un bar. Realmente lo necesitaba, eran muchas cosas juntas, la
enfermedad de su mujer, el aseo de la casa, las cuentas que pagar, la
escuela de los hijos y, para colmo, la chamba y toda su carga. Felizmente
no habría otro bebé; no es que no lo deseara, pero ya cuatro eran
demasiados. Tendrían más cuidado para el futuro. Después de la segunda
copa, se sintió optimista, ya saldría de todo esto, no era más que una
serie de problemas como los que enfrenta cualquier otro, él no sería la
excepción. Fue
antes de Semana Santa cuando los doctores lo mandaron llamar, estaba
seguro que ya por fin darían de alta a su paciente. En el camino pensaba
que cada día la notaba más cadavérica, incluso había percibido que últimamente
su tez, antes tan chapeada, empezaba a tomar un extraño color. Estaba
seguro que se debía a tantas semanas de hospital, no era para menos. Por
motivos que no son fáciles de explicar, el hospital solicitó a los
familiares de la paciente Elena Ángel de Alcaraz buscaran un sitio
adecuado donde trasladarla, alguna institución o su propia casa, debido
al resultado de los últimos exámenes efectuados en los que apareció
como SEROPOSITIVA. La
repulsión y el enojo fueron, en el esposo, tan fuertes que no pudo hacer
otra cosa que fumar. Claramente lo explicó en el hospital: una sidosa no
pondría jamás un pie en su casa que era la de sus hijos. Dejaba a la
institución en entera libertad de enviarla a donde fuera, lo más lejos,
mejor. Es cierto que se sentiría muy solo, pero sabía que con el tiempo
llegaría la resignación. Sábado
27 d marzo Sra.
Elena: Le
escribo para darle una noticia dolorosa. Su hija falleció el día de
ayer. Como ella misma me contó, para usted es imposible venir a esta
ciudad a causa de su parálisis. También sé que donde vive no tiene teléfono,
así es que por eso conseguí su dirección con su nieta Elenita y la
pongo al tanto de los acontecimientos pues no sé si su yerno o sus
nietos tengan ánimos de platicárselos. Lo que mucho nos sorprendió a todo el
vecindario es que vino la policía. La calle estaba desierta, alguien llamó
a la Cruz Roja. Mientras tanto el cuerpo quedó solo encima de la
banqueta. Fue sobre la avenida donde hay muchas tiendas, no sé si usted
la recuerda, ya todas estaban cerradas a esa hora, es decir, las once de
la noche. Yo quería mucho a su hija. Me encuentro
desolada, como puede imaginarse. La noticia se regó por toda la vecindad.
Yo la conocí a usted en la reunión para el cumpleaños de Elena, hace
unos seis años. La recuerdo muy bien y me sentí en la obligación de
informarle y darle mi más sentido pésame por esta inmensa pérdida. Violeta
(la del 4) |
Mariluz
Suárez Herrera
De "Una mañana cualquiera"
Ediciones Luna de Papel, Monterrey, N. L. México 2006
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