Estación La Raza |
Diálogo
epistolar |
Viernes
8:00 a. m. -Te
recuerdo Ernesto que todavía no hemos pagado la tarjeta. No, no uses la
servilleta de tela, ¿cuándo vas a entender que son sólo de adorno? ¿Ya
vas a encender tu cigarro? ¿Qué no te das cuenta, cómo se vicia el
ambiente? Bueno te decía del cheque... no, no pongas el cerillo en el
plato. ¿Ya viste cómo dejaron la alfombra tu hermano y tu cuñada?
Seguramente pisan un lodazal y después vienen a limpiarse las suelas de
los zapatos en mi alfombra nueva. Así mejor que ni nos visiten. Bueno, no
tan nueva, la cambiamos hace dos años ¿o no? Ah sí, el cheque de la
tarjeta... Baja los pies Ernesto, llevo dieciocho años repitiéndote que
las sillas del ante comedor no son par subir los pies. Ah, por cierto,
dejaste tu cepillo lleno de pelos sobre el lavabo, ya lo limpié, pero es
la última vez que lo hago, la próxima va a ir a dar a la basura, junto
con todos tus cabellos sucios, ah, y tus canas, ¿ya viste cómo estás de
canoso? Ah sí fírmalo tú, de una vez, paso a pagar. Viernes
4:00 p. m. -Gordita
linda: Te dejo este mensaje en la contestadora porque no pude llamar
antes. No podré llevarte al cine, como te había prometido. Mañana
tampoco podré acompañarte a la cena de tu empresa, tengo problemas en el
trabajo. Por favor llama a la Agencia de Viajes y cancela el fin de semana
en Acapulco, trata de entender. No encontrarás regalo pues no me pagaron,
estoy en deuda contigo. Podemos inventar algo para la cena. Llego a buena
hora. Viernes
7:00 p. m. Recuerdo
que fue el día de su cumpleaños. Flora improvisó una cena para
celebrarlo. Cuando llegué había ido a buscar a sus hermanas que festejarían
con nosotros. Entré en al cocina y no pude resistir la tentación de
decorar muros, muebles, alfombra, cama y todo lo que pudiera con el
contenido de una cazuela de guisado; acto seguido abrí un frasco de
cajeta, dos de mayonesa, mostaza, catsup, jarabe de maple, jugo maggi, puré
de tomate, zucaritas, nescafé, vinagre, aceite, suavitel, rajas y leche
condensada. Como a la ocho llamó para avisar
que llegarían en unos minutos. Escribí una nota avisando mi
partida cuya causa se debía a los dieciocho años y meses de escuchar las
mismas prohibiciones y amenazas. Después de cerrar la puerta del
departamento, bajé por la escalera de servicio mientras el elevador se
detenía. No había llegado a la planta baja cuando escuché unos gritos
de histeria. Antes de tomar un taxi tiré la llave, decidido, cuanto
antes, a quemar el cajón de mis recuerdos. |
Mariluz
Suárez Herrera
De "Una mañana cualquiera"
Ediciones Luna de Papel, Monterrey, N. L. México 2006
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