Crónica venezolana |
Para Laura Antillano |
Sin
mayores contratiempos volé del Distrito Federal a Bogotá y de allí a
Caracas, leí completas las Memorias
de Olga Harmony y sentí haber hecho algo de provecho. A la una de la
madrugada de Caracas hacía una larga cola para pasar migración cuando un
empleado se apiadó de mi cara de fatiga EMPLEADO:
¿Viaja usted sola señora? MARILUZ:
Sí, y me faltan dos hora s y media para llegar a Valencia. EMPLEADO:
¿Ahora mismo? MARILUZ:
Sí, dentro de… EMPLEADO:
Déjeme ver… Se
fue a consultar al oráculo y regresó pidiéndome lo siguiera. Ante la
sorpresa de los cientos de pasajeros que pacientemente formaban siete
colas selló mi pasaporte y salí. Al no enconar mis maletas pensé que se
habían perdido, empecé los trámites para su localización cuando
avisaron que estaba por salir el equipaje del vuelo de Avianca Bogotá-Caracas.
Salgo de la sala y cuatro solícitos choferes de taxi insisten en llevarme
a algún lugar incierto. Afortunadamente ya había yo visto un enorme
cartel con mi nombre que un apuesto joven llevaba. Tomamos la carretera,
hablamos de treinta tonterías, mientras escuchábamos una folklórica
selección de música mexicana, elegida por él para hacer mi viaje
agradable, dijo que así no empezaría a extrañar. A
las cuatro de la mañana llegué al Hotel don Pelayo, me dieron el cuarto
901 y caí sobre la cama como vaca después de la ordeña. Me desperté a
las 9, corrí a desayunar y esperar pacientemente a que alguien me
llamara. Como no pasaba nada entré a Internet, feliz de navegar sin ser
molestada pero el tiempo seguía pasando. A las doce llamé a Laura
Antillano, dijo que había consigna de
que nadie me molestar. Mandaron por mí para ir al almuerzo,
tardamos mucho en llegar, así es que la persona que me llevaría a
impartir mi taller se cansó de esperar y se fue. Una agradable pareja de
maestros de escuela se ofreció a levarme a San Diego, comunidad a una
hora de Valencia donde ya todo el mundo había mandado el taller a la goma
porque la “mexicana” no llegó. Por celulares empezaron a pasar la voz
y el taller comenzó hora y media tarde. Llegaron veinte niños de sexto
de primaria y algunos adultos que tomaban notas con mucho interés.
Hicimos oralmente la obra de teatro de Julio y Patricia, dos estudiantes
de 12 y 11 años que tenían
que presentar un examen. El conflicto era que uno quería hacerlo y el
otro no. El niño era agresivo y malo, la niña dulce, obediente,
estudiosa y todo eso que los niños de esa edad ven en las niñas. El título
y los diversos finales fueron muy divertidos, algunos felices, otros muy
desgraciado. El siguiente ejercicio fue contar la misma obra de teatro a
través de los padres de estos niños. Cuando estábamos en lo mejor de la
historia me pidieron terminar pronto pues faltaba tomar unos bocadillos y
dejar el espacio para una junta política vecinal. Como
el carro de los maestros se apagaba durante todo el camino optaron por
regresarme en taxi. Fuimos al hotel a bañarnos y cenar, de allí a casa
de Laura Antillano quien nos esperaba con deliciosos bocadillos y vino que
casi no comí pues mi panza ya estaba llena y muy llena. El
viernes a las ocho y media nos recogieron en el hotel bañados y
desayunados todo el día fue de conferencias, mi exposición programada
para las diez de la mañana fue leída en la tarde ante un público más
que harto y cansado pero invadido de una heroica paciencia. Como fui la última
en hablar, gustó mucho lo que dije, si es que alguien consiguió para ese
momento poner atención, creo que sus sonrisas eran de alegría pues ya
“casi” acababa el suplicio. Como colofón se presentó una obra de
teatro preparada con los textos de algunos autores presentes y otros
reconocidos venezolanos no presentes. El vestuario y escenografía fueron
hechos con papel periódico, crepe, de china y más bien parecía trabajo
para exponerse que para una obra de teatro. Yo lo calificaría de
maravilloso. Mi bolsa de mano corrió el riesgo de ser llevada por el mar
que se encontraba en el pasillo principal y era una larga tira azul de
papel crepé. Por suerte no había olas, los piratas que pasaron repetidas
veces junto a ella, no la miraron y la protagonista me advirtió en cierto
momento que mejor la quitara pues podía mojarse. Como
fin de fiesta nos pusieron un mandil de papel muy blanco a cada uno de los
asistentes para que nos firmáramos unos a otros. Regresamos al hotel a
cenar y a suspirar con tristeza porque el congreso había terminado. El
domingo desayunamos en el hotel mientras llegaba el transporte para ir a
Caracas, fuimos a ver una hermosa exposición a la Galería Universitaria
Braulio Salazar, llamada 34 SALÓN NACIONAL DE LAS ARTES DEL FUEGO. Una de
las obras era de una mexicana ¡qué suerte! Como no llegaba el transporte
nos sugirieron comer allí y seguir platicando, riendo y disfrutando del cálido
contacto con estos nuevos amigos, nuevos colegas y viejos conocidos. Llegamos
finalmente al hotel en la Guaira para dormir unas horas y salir al
aeropuerto. Como “no existe la casualidad” sabia frase de Ibargoyen me
encontraba cenando con la dulce escritora argentina Sandra Comino, cuando
veo llegar a mi querida amiga, la poeta venezolana Antonieta Flores, que
no iba yo a poder saludar pues debía de estar volando para Rosario,
Argentina. Sentí que algo estaba fuera de lugar, me sentí una ficha de
dominó en el momento que los jugadores “hacen la sopa”. ANTONIETA:
No ha llegado el avión de Buenos Aires. SANDRA
Y MARILUZ: ¡No! ¿Cómo? ¿Por qué? Etc. Presentaciones,
abrazos, alegría, júbilo, sorpresa, mismo hotel, mismo restaurante,
misma hora. ¡Qué fortuna! Platicamos, reímos, comimos, bebimos,
dormimos. Para este lunes primero de octubre cada una de las tres se
encuentra en algún punto de esta nuestra patria grande, América Latina.
Sandra en Caracas pues se canceló (español de México, no pudo salir) su
boleto, Antonieta llegando a Buenos Aires, camino a Rosario y Mariluz en
Bogotá esperando la salida al aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México
donde despertará de este dulce sueño. Con todo mi agradecimiento a Venezuela, a los organizadores y participante del Segundo Encuentro de literatura infantil en Valencia. No cito nombres por no excluir a alguien pero llevo a todos dentro del sagrado cofre de la memoria. |
Mariluz Suárez Herrera
1º de octubre de 2007
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