Confinados relato de Luis Soto |
Bandadas de mariposas uniformadas, un ala negra, la otra azul, bailoteaban alrededor del cartel que anuncia “Quebrada del Escoipe,26kms". No cesaba su revoloteo buscando flores que en esa zona sólo puede ser ciega fidelidad al mandato ancestral, ilusión de su fantasía. El camino viborea entre laderas que muestran cortes en carne viva de los cerros y otras cubiertas por cactus y sufridos arbustos, que resisten la falta de agua. Los lechos de los ríos eran pura piedra, cada tanto un chorrito esmirriado ofrecía un fugaz simulacro de vida natural. La brochette de decenas de curvas, algunas muy cerradas, me lleva a avanzar con cuidado. Estaba por internarme en la Cuesta del Obispo, camino de ripio a 3.700 m del llano. A las 6 y cuarto de la tarde un Corsa parado en la banquina cambió de pronto la visión de la ruta desierta. Un hombre alto, pelo y barba canosos, hacía señas con una linterna para que me detuviera. En un español inseguro, pero correcto explicó que el auto alquilado en la capital de Salta había tenido un desperfecto. Aunque debía andar por los 65 años se lo veía flamante “Me llamo Kurt", dijo, se fue soltando y su español se agilizó basta permitirse toques de humor. Se acercó su esposa -"Heddy", la presentó- unos años menor, ojos verdes, rostro que conservaba un encanto cierto. Ella era checoeslovaca, el austriaco, y vivían en Alemania. Kurt había trabajado 3 años en el sur de Chile, de ahí su manejo del idioma. Reñido con los principios básicos de la mecánica, no sabía que podía haber paralizado al Corsa. Lo grave era que en ese rincón desértico de los valles calchaquíes su celular no tenia señal para comunicarse con el resto del mundo, en particular la agencia de alquiler de autos. Su situación se tornaría crítica si alguien que fuera hacia la capital no informaba a la empresa del accidente. Yo iba a Cerrillos, lejos del aislamiento de Escoipe. Les dije que intentaría comunicarme, pero que antes de seguir quería tomar café. No había alternativas: un único lugar era oasis para los viajeros a lo largo de 80 kilómetros. Había recalado otras veces allí. Una chica, nativa del lugar, hacia empanadas memorables y milanesas estándar. Sugerí que probaran las “chuecas" (así llaman los salteños a las empanadas), “si les gustan, encarguen una docena y una botella de vino torrontés". Tenían por delante una larga espera y el bar atendía hasta las 7, cuando en abril comienza a caer la tarde. Charlamos sentados en la galería que daba al valle. En la recorrida por tierra argentina los habían cautivado dos paisajes distintos, con nombres que rimaban: Calafate y Cafayate. Habían ido a Santa Cruz ver el glaciar Perito Moreno. “Estuvieron en Bariloche", desconté. Hay diálogos breves, ocasionales, que sin embargo alcanzan para que surjan rasgos de ideología y cultura. Tras una pausa Kurt se sinceró "no quísimos ir, nos contaron que quedan nazis, prefiero no cruzarme más con ellos". Los dejé agitando las manos desde una ventana del bar Imagen de soledad con la noche encima y pocas garantías de que el auxilio los salvara de dormir adentro del Corsa con una temperatura por debajo de cero. En Chicoana, ya cerca de las 9, logré comunicarme con la agencia. Un empleado preguntó qué le había pasado al coche. Cuando arriesgué que se podía haber quedado sin batería dijo que en media hora dispondría de un mecánico, de manera que era imposible llegar al Maray antes de las 11. Insistí en que se trataba de un auxilio urgente, la esposa debe tener 75 años, exageré. El tipo pidió que les avisara de la demora para tranquilizarlos y cuando expliqué que allá los celulares estaban sin señal cortó bruscamente la comunicación. No tenía voluntad de ayuda. Volví a llamar y me atajó el contestador. De caliente, me largue hasta la agencia. El local estaba cerrado y a oscuras, al lado había un garaje desuñado a los autos de la empresa. Me metí, se oían votes en un entrepiso. Jugaban al truco, uno de las jugadora gritaba “real envido" Hubo un "quiero", el gritón cantó 32 y un golpazo seco retumbó sobre la mesa. Aplaudí con fuerza para que supieran que había alguien. No hubo eco, me mandé. Por supuesto, el empleado estaba orejeando sus naipes. Empezó a tirar explicaciones, le había costado ubicar al mecánico, ya lo tenía. "Preparo la pick-up y sale", redondeó. Pensé en Heddy y Kurt. “Son gente grande, extranjeros, pónganse en mi lugar", dije y en seguida sentí que era una frase vacía, nadie se pone en el pellejo de otros, sobre todo si están tirados en El Maray. "Vamos Flaco". el empleado apuntó a uno de saco piyama, pantalones de corderoy y ojotas. El Flaco se paró. Por un momento no supe qué hacer. “Me voy al Maray, esta gente va a ganar una hora de calma". dije, variante que no habían previsto. Tenían un plan, me enteré 3 horas más tarde. A las 11 y 20 frené junto al improvisado dormitorio de la pareja. Kurt tardó en asomar la nariz por la ventanilla, el gorro de lana sólo dejaba ver mis ojos, no me habían reconocido. Reseñe un panorama de la trabajosa negociación. El vino y las empanadas habían sido eficaces compañeros de exilio. Me acomodé en el asiento trasero del Corsa. Ofrecí un trago de mi petaca cargada con una caña dulzona, Kurt aceptó. Habían perdido ganas de hablar, aunque hoy no sé si mi vuelta, acto de solidaridad poco habitual entre desconocidos, no les habrá resultado sospechosa. Más de una hora después se oyó el ronquido de un motor y apareció la pkk-up frente al bar. Cuando bajó el conductor vi que no era el Flaco. A grancies zancadas se vino un urso, abrí la puerta. Le costó entrar, luego de un penoso forcejeo contra su propio cuerpo. Se sentó al lado mío y sin saludar le pidió las llaves a Kurt. "El señor se llama Kurt. ¿Usted...?”, procuré civilizar la escena. “Bocha". Por la voz tuve la sensación de que era uno de los tipos que jugaban a los naipes, casi Seguro estaba “Entonces usted es el mecánico?”, fue el reparo final de mi desconfianza. “Si. No te preocupes", dijo. Después arrimó la boca a mi oído: "¿a qué viniste, papá?, no necesito peón, lo que cobre es guita mía”, planteó con bronca. Demasiado torpes para un tipo de 35 años eran los movimientos de “Bocha". Tomó envión para bajar y la cabeza y golpeó contra el techo del auto. Al caer como un bulto en el asiento vi que el brazo derecho, antes del codo, remataba en un muñón. Muñón morado y deforme, me acordé de esos culos de mono que parecen cassatas. Hedy no pudo ocultar un gesto de rechazo. El tipo sacó un trapo elastizado y cubrió el muñón. "Quién no tiene un defecto ......", me apuré a decir, vencido por un brote de tendencia al ridículo, pero sólo yo lo percibía “No es por la señora. Me lo abrigo, en la montaña no se jode con el frío y el viento”, dijo "Bocha", logró superar la puerta y bajó. Heddy opinó en alemán que con tanta niebla no me convenía regresara a la ciudad, tradujo Kurt. Diije que era tarde, tenía que volver. “No nos deje solos", rogó Kurt y en su morral asomó un fajo de billetes de 100 dolare». "Yo me haría carpo de su molestia", completó la oferta. Heddy seguía transmitiendo mensajes: “este hombre es un discapacitado", acusó. Cuando me ponía el gorro Kurt extendió tres o cuatro de los billetes que me había hecho ver. No le toque, salí detrás de "Bocha". Mientras él trataba de levantar el capot del Corsa pude oler al muñón boyando en el aire. Olor a huesos baratos de carnicería. Pensé que estaba amoratado de tanto pegarle con furia a la mesa festejando las 32. Ahora el muñón franeleaba a los cables de las bujías, como una verga buscona trataba de excitarlos, "Bocha" me venía mirando de reojo, “Tómatelas'', encaró. No entendí el cambio de tono, la amenaza. “En un rato llegan dos mas en moto. Los gringos están regalados. Si no querés terminar hecho puré entre las rocas, desaparece. Y cósete la boca", mordía las palabias antes de escupirlas. Me despedí de los gringos. Heddv volvió a hablar en alemán: “el cónsul nos advirtió miren que se van a meter en las entrañas de la América profunda*. "No se vaya", oí implorar a Kurt. Fui obediente, un portazo de mi coche y desaparecí. Atiné a encender las luces bajas. Tal vez sirvieran las entrañas desangradas, que sólo baña un barro chirle y mierdoso, el que tanto vomita "Bocha" de humanidad mutilada. Necesitaba apartar una idea: lo que estaba haciendo era escapar. Puse primera, primera profunda. |
relato de Luis Soto
Publicado, originalmente, en
Suplemento
Literario Telam - Reporte Nacional Año 4 Numero 179 / Jueves 7 de mayo de
2015
El primer lanzamiento de SLT, el Suplemento Literario Télam
fue el 21 de noviembre de 2011 en versión digital, y desde el 8 de diciembre, en
papel, cada jueves, junto al Reporte Nacional, el periódico de
la Agencia de Noticias, por decisión del por entonces presidente de Télam,
Carlos Martín García.
Link: https://ahira.com.ar/ejemplares/slt-n-179/
Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas que es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,
que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.
Ver, además:
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
instagram: https://www.instagram.com/cechinope/
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
Ir a índice de narrativa |
![]() |
Ir a índice de Luis Soto |
Ir a página inicio |
![]() |
Ir a índice de autores |
![]() |