Los amigos y enemigos de Indiana Jones |
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Introducción Pocos días antes del estreno de la última película de Steven Spielberg, Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal[1], en la que el famoso arqueólogo de la ficción —ya entrado en años— inicia la afiebrada búsqueda de una extraña reliquia de (supuesto) origen precolombino, un diario de la ciudad de Buenos Aires (República Argentina)[2] me convocó para que diera una opinión respecto de la influencia de “Indy” en el quehacer cotidiano de los arqueólogos e historiadores de la vida real. Por sugerencia directa mía se remitieron a un ensayo que escribí hace unos meses y en el que intenté realizar una radiografía de personaje dando una visión retrospectiva, propia de la historia, no carente de cariño y agradecimiento por los buenos momentos que siempre me ha hecho pasar “el viejo profesor Jones”[3]. |
Pero mayúscula fue la sorpresa cuando, a mi correo electrónico personal, empezaron a llegarme duras críticas de distintas partes del mundo por los “ásperos conceptos que había vertido sobre Indy”. Como hasta ese momento no había tenido acceso a la nota periodística, me puse en campaña y la busqué por Internet a fin de confirmar cuál había sido la herejía cometida[4]. Me llamó la atención la repercusión que mis dichos habían tenido. Diarios de México, España, Alemania e Italia habían levantado la nota del periódico porteño y difundido mi apellido junto a consumados enemigos del famoso arqueólogo. Entre otras cosas, el artículo hacía referencia al desprestigio que Indiana Jones acarreaba a la arqueología y “a lo indignados que estábamos todos por el mensaje de sus películas”. Indy se convertía así en el chivo expiatorio de miles de ladrones de tumbas “profesionales” que —con o sin títulos universitarios— han venido saqueando el pasado y el patrimonio arqueológico de diferentes países, desde hace décadas, en completo silencio y anonimato. En
principio quisiera hacer un descargo: no me siento parte de aquellos de
critican duramente al doctor Jones. Creo que sería estúpido tomar en
serio a un personaje que, desde el principio, sabemos pertenece al
universo de la ficción fílmica y literaria. Como escribí anteriormente,
no ha sido mi intención juzgarlo. Lejos de mí estuvo caer en semejante
ridículo. Las películas de Indy no pretenden otra cosa más que
divertir, entretener, pasar un rato agradable y, por su intermedio, soñar
con las aventuras de nuestra infancia y adolescencia. Jones no es más que
el canal que nos vincula con la inocencia de los tiempos idos, con
aquellas tardes en que jugábamos a ser exploradores en mundos perdidos.
Él es la encarnación más reciente de la aventura en su estado puro; el
responsable, desde 1981, de la renovación del género, convirtiéndose en
el arquetipo del nuevo héroe e inspirador de toda una legión de
imitadores (sin tanto éxito) que invadieron las pantallas de los cines en
las dos últimas décadas del siglo XX[5]. Influencias Pero, ¿qué influencia tuvo —y tiene— Indiana Jones en historiadores y arqueólogos reales? Creer que la arqueología y la historia proceden del modo en que él lo hace es, lisa y llanamente, una estupidez. Es no conocer nada de los aspectos metodológicos de ambas profesiones y volver a confundir realidad con ficción. Aún así, el carisma del personaje ha influido indudablemente en la vida personal de muchos profesionales del pasado y canalizado la vocación de otros. ¿Quién no ha soñado ser Indiana Jones alguna vez? ¿Quién no ha aspirado a encontrar reliquias sagradas con poderes sobrenaturales o toparse con civilizaciones perdidas en medio de la selva amazónica? Yo sí. De hecho, he invertido poco más de la mitad de mi vida en la búsqueda del Paititi, una legendaria ciudad incaica que, como en el último film, permanece aún por descubrir en las selvas orientales del Perú. Es un tema fascinante y encontrar restos arqueológicos en sitios en donde los especialistas más ortodoxos creen no poder encontrar nada, pone al organismo en un extraño estado de ebullición adrenalínica. En situaciones como ésas es imposible no sentirse un poco Indiana Jones. Es que el “Viejo Indy” combina, como si fuera un cóctel extravagante, aventura, exotismo, nomadismo y misterio, ruinas sagradas y extrañas costumbres, comidas inimaginables y peligros que van más allá de nuestra cotidianeidad.. Indy nos traslada a un mundo extra-ordinario. Un mundo que rara vez podemos saborear los mortales comunes. Por eso, cuando la vida nos pone en situaciones de esas características, es imposible no recordar al ficticio arqueólogo del Marshall College. Él es la contraimagen misma de la mediocridad y, como él, cuando se viven circunstancias fuera de lo común, en lugares poco comunes, la frase del gran Joseph Conrad se convierte en una realidad ineludible: "Me
encontré de regreso (de la selva) en la ciudad sepulcral donde me
molestaba la vista de la gente apresurándose por las calles para sacarse
un poco de dinero unos a otros, para devorar sus infames alimentos, para tragar su insalubre cerveza, para soñar
sus insignificantes y estúpidos sueños. Se entrometían en mis
pensamientos. Eran intrusos cuyo conocimiento de la vida era para mí una
irritante pretensión, porque yo estaba seguro de que era imposible que
supieran las cosas que yo sabía. Su conducta, que era simplemente la
conducta de individuos vulgares ocupándose de sus negocios con la certeza
de una perfecta seguridad, era ofensiva para mí, como ultrajantes
ostentaciones de insensatez ante un peligro que es incapaz de comprender.
No tenía ningún deseo especial de ilustrarles, pero me resultaba
bastante difícil contenerme y no reírme en sus caras, tan llenas de estúpida
importancia"[6]. “Estúpida importancia”. Perfecto. ¡Si hasta puedo ver esos rostros adustos de intelectuales sin fantasías, ofendiéndose ante molinos de viento! Ridículo. ¿Qué tiene de malo reconocer las influencias que Indiana Jones pueda haber tenido en nuestras elecciones profesionales? ¿Qué pecado imperdonable cometemos al soñar, de tanto de tanto, con ponernos un sombrero fedora de ala ancha y un látigo imaginario en la cintura? Ninguno. Siempre que seamos concientes de que el trabajo del arqueólogo y del historiador se alejan bastante del que practica Indy en las películas. Por otro lado, mirando con detenimiento los cuatro filmes, y considerando la época en que transcurren las aventuras, podría decirse que las prácticas depredatorias que Indy comete en algunos yacimientos arqueológicos (como en las primeras escenas de Los Cazadores del Arca Perdida) eran más comunes ayer que hoy; al menos oficialmente hablando. Pero por otro lado, su intensión por conservar el patrimonio material de los pueblos en museos, lo redime un poco de su vandalismo inicial. De seguro, si Indy viviera en nuestros días sería un ferviente defensor de las leyes que protegen el patrimonio histórico y arqueológico de los países. Pero su época es otra y cometeríamos el pecado del anacronismo si pretendiéramos que el personaje se comportara en las décadas del 1930, 1940 y 1950, como si su profesión estuviera enmarcada por las leyes actuales. Indy es el producto de su tiempo; con los aciertos, errores y contradicciones de cualquier hombre dedicado a rescatar los restos del pasado en aquellos días. |
Además, si nos limitamos a lo que muestran los filmes, Jones es más un “explorador arqueológico” que a un arqueólogo en el sentido estricto del término. En ninguna de las cuatro películas lo vemos excavando metódicamente un yacimiento. Para él, el contexto en el que se encuentra la pieza que busca no cuenta. No importa destruir un templo entero si el resultado es rescatar una estatuilla de oro; o romper a mazazos el mármol centenario del piso de una iglesia bizantina, cuando se trata de encontrar el pasaje que conduce a la tumba secreta de un caballero cruzado de la Edad Media. Pero aunque parezca mentira, esas atrocidades se han cometido en la realidad y nadie protestaba, siempre y cuando el resultado fuera tener las vitrinas llenas de objetos, en lujosos museos metropolitanos. |
Pero todo eso está cambiando, afortunadamente. Las leyes protectoras del patrimonio indican que los artefactos antiguos, encontrados en el subsuelo de un país, pertenecen y son propiedad inalienable de ese país. Aún así el tráfico de antigüedades constituye el tercer negocio ilegal más importante del mundo, después de las drogas y las armas. Por otra parte, Indiana Jones era menos hipócrita que muchos arqueólogos actuales del primer mundo que, aún existiendo legislaciones que lo prohíben, siguen llevándose objetos a sus países de origen. Indy no puede ser juzgado por leyes que por entonces no existían. Los últimos, sí. Hasta
la década de 1960 la arqueología no dispuso de un cuerpo teórico
establecido y por lo tanto el interés por la interpretación es algo
bastante nuevo[7]. La disciplina pasó por
una etapa en la que los datos se recogían sin ninguna razón concreta o
con la esperanza de que en el futuro se sabría lo suficiente a partir de
ellos y se podrían formular cuestiones teóricas convenientes. Durante
mucho tiempo no existió la conciencia de que los restos materiales del
pasado pudieran servir para probar las especulaciones sobre el origen y
organización de las comunidades humanas. El interés por los objetos era
mero coleccionismo. Es así cómo nació en Europa, durante los siglos
XVII y XVIII, lo que hoy llamados arqueología; que, de hecho, está
actualmente desligada de coleccionismo[8]. Deslices De todas las películas de la saga, El Reino de la Calavera de Cristal es sin duda la más controvertida; no tanto por las actitudes “huaqueras” que Indy pueda haber mostrado (en mucho menor medida que en los filmes anteriores), sino por el tono general de la trama y el enfoque lleno de errores que se plantean respecto de América Latina. El ex-rector e historiador peruano de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Manuel Burga, fue taxativo al declarar lo siguiente: “Faltó
asesoramiento técnico porque hay muchos detalles incorrectos, aunque se
trate de ficción. Eso va a ser perjudicial para mucha gente que no conoce
nuestro país, pues muestra un escenario peruano que no es el real. No es
posible que se confunda la Amazonia con la selva de Yucatán en México.
Debía haber especialistas que investiguen previamente antes de elaborar
el guión”[9]. De todas maneras, Burga ha sido el menos virulento a la hora de denostar el accionar de Indy y sus “progenitores (Spielberg y Lucas). Muchos otros dejaron destilar su veneno e ira, y guiados por una línea nacionalista, que no conoce de “licencias artística”, han hecho referencia a la total falta de respeto por el Perú que el film expresa; intoxicando y tergiversando la historia antigua y contemporánea del querido país sudamericano. Según éstos, el film se ensañaría con el pauperismo y subdesarrollo de la república andina, transmitiendo una imagen estereotipada, en la que las gallinas y los pollos deambulan por las calles, teniendo como música de fondo rancheras mexicanas que nada tienen que ver con el país en el que transcurre la aventura. Por otro lado, los errores geográficos también son destacados. Todo el mundo medianamente ilustrado sabe que las líneas de Nazca (sitio en el que transcurre parte de la trama) no están en Cusco (ubicado en la zona de la sierra), sino en el desierto costero, bañado por el océano Pacífico. Por otro lado, tampoco hay pirámides de clara factura maya en las selvas de Iquitos, ni cataratas hawaianas en el Amazonas. Además, el retrato de Orellana, que Indy muestra en un segmento del film, no corresponde al de ese conquistador español, sino al de Francisco Pizarro[10]. ¡Craso error, doctor Jones! Pero la lista no termina allí. Los críticos también hacen referencia a una realidad que se desliza, sin ser muy advertida: según la película, el Perú aparece caracterizado como un país sin autoridad soberana, en el que una atajo de rusos comunistas instalan (fuera del alcance del Estado) un campamento para disponer a su antojo de las selva y de las ruinas allí escondidas. No quisiera ser abogado del diablo pero el film se inicia con ese mismo comando soviético entrando en una instalación supersecreta de los Estados Unidos y, que yo sepa, nadie tiró la bronca diciendo que el país del norte carece de soberanía. Por otro lado, debo ser sincero conmigo mismo y decir que —por tener conocimiento directo de la realidad selvática de Sudamérica— hay que convenir que la fuerza del gobierno, más allá de los límites de la selva, es en verdad reducida. Inexistente, casi ausente; y eso bien lo sufren centenares de colonos que están librados a su suerte en parajes semejantes a los del film. Y esto no sólo pasa en Perú. Los miembros del Partido Comunista de San Petersburgo también han levantado sus voces en contra del famoso arqueólogo de la ficción. Sostienen que el film “está lleno de mentiras que fomentan un sentimiento de idolatría por EE.UU., promoviendo el saqueo de bienes culturales y dando una imagen falsa de la política exterior de la URSS durante los años ’50”[11]. Según ellos, todo esto no sería otra cosa que una nueva campaña antisoviética (¿no suena medio anacrónico?). ¿Por qué se dejaron deslizar tantos errores? ¿Es Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal un eslabón más de la conspiración mundial yanqui por derretirnos el cerebro y controlarnos? Creo que no. Ellos tienen otros métodos. Más sutiles, mas efectivos. No tan evidentes. De
todas maneras, puede que haya varias respuestas a estas cuestiones. Y es a
lo que quiero referirme en los párrafos que siguen. Perspectivas Una primera posibilidad sería continuar la línea argumental arriba señalada: los errores están fundados en la ignorancia pura y llana de unos gringos semianalfabetos que confunden a la Argentina con Brasil, al Perú con México y siguen pensado que en estas latitudes continuamos siendo indios semidesnudos boleando ñandúes en las pampas y pateando plumíferos animales con cada paso que damos. Desde este punto de vista, sería el desconocimiento de la realidad histórica de América Latina la responsable de lo que se observa en el film; y que lo que se advertiría no es otra cosa que una subestimación de lo latino y una estereotipada imagen del subdesarrollo. |
Algo de verdad hay en todo eso. Pero creo que es una
exageración apuntar todos los dardos contra Indy ya que ha sido una
“mala costumbre” que venimos soportando desde los días en que Maxwell
Smart (El
Superagente 86) practicaba espionaje en una Sudamérica de aspecto
mexicano en todas sus latitudes y repleta de nazis fugitivos. La segunda posibilidad podría sostenerse con el siguiente argumento: La América Latina de Indiana Jones no es otra cosa que una reconstrucción “libre y ficticia” de una realidad histórica y geográfica que no pretende dar cátedra sino, únicamente, entretener. |
Ya
he sostenido en otro trabajo que no debemos confundir la ficción con la
realidad y que lo que Indy hace no es ciencia sino cine. Quizá se le podría
reprochar al director no haber inventado algún país imaginario, evitando
así tocar susceptibilidades (recurso que Hergé utilizó copiosamente en
sus archifamosas Aventuras
de Tintín). Seguramente, una republiqueta bananera salida de la
imaginación del guionista habría traído muchos menos problemas y espíritus
ofendidos. La tercera posibilidad es quizás la más condescendiente de todas. En ella la explicación consiste por comprender la época en que la película está ambientada. El año es 1957 y lo que la trama intentaría reflejar son los prejuicios que por entonces existían sobre Latinoamérica. Si es así, para ser sincero, bastante poco es lo que ha cambiado esa visión de las cosas. |
En cuarto lugar nos encontramos con una argumentación que podría llegar a convencer a más de uno. El film, al haber sido hecho siguiendo el estilo de los seriales cinematográficos de las décadas de 1940 y 1950, respeta los lineamientos de la época y recaptura los estereotipos que esas producciones clase B transmitían a nuestros padres; en donde una visión maniquea de las cosas, daba paso a dos bandos bien definidos: el de los “buenos” y el de los “malos”, de una manera casi caricaturesca. De la misma forma la explotación de lo exótico y misterioso, llevaría a “modificar” la realidad latinoamericana para volverla más acorde al clima de aventuras que se pretende transmitir. |
No hay que olvidar que El Reino de la Calavera de Cristal está ambientada en plena Guerra Fría y que la estigmatización —a uno y otro lado de la Cortina de Hierro— era algo corriente cuando se refería al enemigo. Un mundo dividido y con miedo a la guerra atómica no solía ver los logros del “Otro” (por ejemplo los satélites soviéticos lanzados al espacio) como avances científicos en pro de la humanidad, sino como una amenaza peligrosa. Por lo tanto, cualquier otra aproximación a la problemática estaría empapada de cierto anacronismo, en especial las más críticas, que trasladan a 1957 un clima ideológico impropio de aquellos días. La protesta proveniente del partido comunista ruso, que como hemos dicho antes parte de una supuesta “ola antisoviética”, se encuadraría dentro de esta línea. Lo
mismo sucede con el tema de la intervención extraterrestre. No hay que
olvidar que la “problemática OVNI” estaba vigente por entonces y que
el imaginario norteamericano de “Guerra Fría” había alimentado la
moderna leyenda urbana de la infiltración alienígena entre los seres
humanos. El archifamoso Caso Roswell
de 1947 —al que se alude directamente en el film— sería un claro
ejemplo de todo ello[12]. Hombrecitos
verdes En mi opinión, este es el tema más espinoso de toda la película. Considerar, indirectamente, que las culturas precolombinas fueron incapaces de desarrollarse sin la ayuda de seres de otros planetas se inscribe dentro de una larga tradición imperialista que arranca en el siglo XIX con las leyendas de tribus blancas enquistadas en las selvas sudamericanas. Según esta visión —que la Ahnenerbe de Himmler defendió en su delirio racista por justificar la presencia de arios en la historia antigua de diversas partes del mundo— una “raza superior” habría sido la responsable de las altas culturas surgidas hace siglos fuera del ámbito “culto” de Europa[13]. De ese modo, los moais de la isla de Pascua; las líneas de Nazca, en el Perú; las pirámides de Egipto; las construcciones megalíticas del norte de Europa y el Pacífico; la arquitectura incaica o las centenarias ruinas del centro ceremonial de Tiahuanaco, en Bolivia —por citar unas pocas— no serían otra cosa que los misteriosos (y mal interpretados) vestigios del paso de extraterrestre por la Tierra, hace miles de años. En La calavera de Cristal, la ciudad perdida de Akator —que Indy y los soviéticos buscan incansablemente— es un producto extraterrestre; y la deformación craneana que los aborígenes se realizaban —alargándose las cabezas— tenía como meta imitar los cráneos de los “dioses”. |
La temática de las cabezas alargadas no es otra cosa que una interpretación libre de las teorías evolucionistas en boga desde que Darwin publicó su La Evolución de las Especies, en 1859. Según el imaginario, el cerebro, tras una larga evolución, crecería de volumen, lo que provocaría la expansión de la caja craneana. El desarrollo de la inteligencia supliría al esfuerzo físico reduciendo el papel de los demás órganos. Finalmente el hombre llegaría a ser sólo una gran cabeza. He aquí el hombre del mañana… que, de hecho, es el extraterrestre de las fantasías urbanas de hoy[14]. ¿Es que los filmes de Indiana Jones terminaron absorbiendo el mensaje racista de aquellos a los que tanto odiaba y combatió su personaje principal, en las películas anteriores? |
Me parece que todo esto es forzar demasiado las cosas. La última aventura de Indy es ante todo, y por sobre todo, un hecho de ficción, una aventura, puro entretenimiento, y no un ensayo de historia o arqueología alternativa. Estamos hablando de un personaje literario. Nunca olvidemos eso. Aquí no debatimos a partir de un texto o de un documental que pretenda ser científico. Adoptar una mirada tan crítica y dura sobre un tema que desde el principio sabemos es pura “mentira”, ¿no es encabalgarnos en las mismas teorías conspirativas que pretendemos combatir y denostar? En lo personal, me hubiera asesorado mejor históricamente de haber sido el autor del guión (como sostiene Manuel Burga) y habría respetado un poco más la realidad histórica del mundo precolombino, sin acudir a extraterrestres y sí a un poder autóctono que, a la postre, resultaría tan misterioso y trepidante como la llegada de hombrecitos verdes del espacio exterior (o de otras dimensiones). Pero el lugar común en el que cayeron los guionistas del film no deja de ser interesante, puesto que explota un imaginario muy difundido a mediados del siglo XX. Tan difundido que de las páginas de los libros y revistas de la New Age han pasado a esa realidad alternativa tan propia de los apóstoles del delirio. |
Palabras
finales Las acusaciones son duras y seguirán siéndolo por algún tiempo. Indiana Jones es caratulado de huaquero, imperialista, racista, promotor de mentiras, abanderado de la soberbia yanqui, violento y “destructor de imperios”. Un encubridor, más que un descubridor. Un representante de la violencia. Un compendio de injusticias e hipocresía. De este modo, Indy parecería sintetizar todos los males del siglo XX[15]. Y como símbolo no estaría nada mal. |
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Pero también está el lado positivo del famoso arqueólogo; una faceta que sus admiradores no dejan de destacar. Así, para millones, Indy encarna la imagen del aventurero romántico; la del amigo leal, el intelectual de reconocimiento; el humanista; al espíritu libre y nómada del individualismo con deberes; al demócrata trotamundos, que lucha contra dictaduras de derecha y de izquierda; el tipo inteligente, simpático, resistente y persistente. En pocas palabras, una persona que despierta amores y odios, apoyo y desprecio, tolerancia e intransigencia. Por eso no pasa desapercibido y ha terminado convirtiéndose en un icono de la cultura popular. Con sus grandezas y miserias Indy nos muestra que todos somos ángeles y demonios; que el corazón de las tinieblas está dentro nuestro y que las obsesiones, alimentadas por la fe en concretar los proyectos planeados, en lo que hace que la vida tenga sentido. Indiana Jones vino al mundo para entretenernos. Si queremos historia y arqueología real, no vayamos al cine a buscarlas. Ellas permanecen en los estantes de nuestras bibliotecas. Referencias: [1] Nota: estreno mundial el 22 de mayo de 2008. [2] Diario Crítica de la Argentina, 21 de mayo 2008, Director Jorge Lanata. [3] Véase: Indiana Jones y la Aventura en www.edhistórica.com [4] Véase Diario Crítica de la Argentina, del 21 de mayo de 2008. [5] Soto Roland, Fernando Jorge, Indiana Jones y la Aventura, www.edhistorica.com , pág.1 /pág.20 [6] Joseph Conrad, El Corazón de las Tinieblas, 1902, pág. 120 [7] Véase: Historia del pensamiento Arqueológico, Editorial Crítica, Barcelona, 1998, Cáp. 2. [9] Bracci, Luigino, Critican y llaman a boicotear la nueva película de Indiana Jones, véase en Internet. [10] Véase: Indiana Jones y la aberración cultural gringa e, http://elheraldodecusco.blogspot.com/2008/05/ [11] Bracci, Luigino, Critican y llaman a boicotear la nueva película de Indiana Jones, Internet. [12] Nota: Según cree una moderna teoría conspirativa, en 1947 una nave extraterrestre se estrelló en el desierto de Nuevo México, Nevada, y fue recuperada por el gobierno norteamericano haciéndole creer a la opinión pública que lo siniestrado no era otra cosa que un globo aerostático y no una nave alienígena tripulada por hombrecitos verdes. Todo parece indicar que —amén de las delirantes investigaciones de los cazadores de ovnis— la historia fue una estratagema que el gobierno dejó circular con el objeto de ocultar las intensiones de un proyecto secreto llamado Mogul, orientado a desarrollar “globos espías” sobre el territorio soviético. [13]
Nota: Cuando, en el siglo XIX y principios del XX, el auge de la
arqueología, y el interés por las antiguas civilizaciones orientales
o precolombinas, empujaron a los estudiosos europeos a abandonar sus
ciudades y trasladarse a los rincones más extraños del planeta, para
practicar in situ sus
investigaciones, se llevaron la gran sorpresa de toparse con
testimonios culturales que jamás habían imaginado. El régimen
colonial les abría las puertas a nuevos mercados, a más y variadas
materias primas, pero también a un pasado totalmente ignorado y que
no encajaba con los prejuicios del hombre culto, burgués y europeo de
entonces. Las
ruinas egipcias, mayas e incaicas que salían a la superficie, tras
siglos de olvido, no parecían concordar con la situación social de
los países en las que se levantaban. Regiones pobres, dependientes,
con un sistema educativo deficiente o inexistente, como así también
una tecnología por completo importada de Europa, habían poseído en
el pasado antecesores maravillosamente creativos y con una disposición
técnica que sus descendientes contemporáneos habían perdido u
olvidado. ¿Cómo
era posible que “simples indios o negros” pudieran haber
construido obras de arquitectura e ingeniería tan fabulosas? ¿Cómo
adjudicarles a sociedades semisalvajes logros tan magníficos en el
campo de las artes? No cabía otra explicación que esta: sus
constructores eran miembros de una raza desaparecida, superior y, por
supuesto, blanca. Así,
pues, fenicios y romanos, cartagineses y griegos, vikingos o atlantes,
habrían difundido sus legados culturales por todo el mundo, enseñando,
a los pobres salvajes, métodos y técnicas que luego éstos olvidarían
para siempre. Estas teorías difusionistas fueron muy convenientes
para los colonizadores europeos de los siglos XIX y XX, puesto que con
ellas creaban un precedente histórico para la ocupación y explotación
imperialista. Si se fijaba un origen extranjero (“blanco”) a los
monumentos arqueológicos que se encontraban, se legitimaba y
justificaba la apropiación de ricas regiones del planeta. “Nosotros, los blancos, hemos estado primero aquí. Les hemos enseñado
todo y ustedes lo perdieron. Aquí estamos, nuevamente, para
civilizarlos”. Ninguna sociedad cobriza o negra era considerada
capaz, por sí misma, de alcanzar un nivel de civilización y progreso
propio del hombre blanco. Racismo puro. Por
lo tanto, los rumores sobre “indios rubios” en las selvas amazónicas
venían a confirmar los postulados del imaginario racista que
analizamos ( por más que los mismos exploradores o arqueólogos no
fueran conscientes del arraigado prejuicio que cargaban). Misioneros
y censistas; cazadores y exploradores; aventureros y contrabandistas,
sean del grupo étnico que sean (indios, blancos, mestizos, mulatos,
negros), continúan (actualmente) denunciando avistamientos de indios
rubios que, como las sombras de la selva, pasan y desaparecen, sin
saberse nunca a dónde van. [14] Boia, Lucian, Entre el ángel y la bestia, Editorial Andrés Bello, Barcelona, 1995, pp. 202-203. [15] Hobsbawm, Eric, Historia del Siglo XX, Editorial Crítica, Barcelona, 1995. |
Fernando
Jorge Soto Roland
Profesor
en Historia
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