Si quiere apoyar a Letras- Uruguay, done por PayPal, gracias!! |
Las Ciudades Perdidas del Perú |
De
todas las cosas que pueden haberse perdido a lo largo de la historia no
hay nada más fascinante, atrayente y romántico que una ciudad. Ellas han
enriquecido el campo de la literatura y la exploración, manteniendo
vigente el interés por encontrarlas, tanto en aventureros como en científicos.
Temporada tras temporada, decenas de anónimos investigadores alistan sus
mochilas y encaminan sus botas hacia selvas y picos inexpugnables
con la esperanza de poder desentrañar parte de la historia oculta de América,
conseguir la fama o simplemente experimentar en carne propia la sensación
de poder convertir una leyenda en realidad. Las
hay de todos los metales y tipos. Están las habitadas y las deshabitadas;
las que se ubican en lo alto de las montañas, en las impenetrables
florestas amazónicas o, incluso, las construidas bajo tierra. Pueden ser
de oro o de plata; puede que estén encantadas
o simplemente protegidas por mil peligros (reales o imaginarios), que van
desde serpientes venenosas a celosos aborígenes. Pero el verdadero
encanto que todas las ciudades
perdidas poseen es que, precisamente, están perdidas.
Del
enorme catálogo que existe, sólo un pequeño porcentaje de ellas ha sido
efectivamente encontrado. Sucede que, en su gran mayoría, aquellas
ciudades que se han buscado por décadas jamás tuvieron una realidad
concreta. Elusivas, estas urbes se niegan a revelar fácilmente sus
secretos; razón por la cual son difíciles de olvidar y muy proclives a
convertirse en obsesión. Paradójicamente, los "lugares que
nunca existieron" han sido los depositarios de una inversión
de capital y de sacrificio humano enormes. Pero
el mito rara vez desaparece y los descubrimientos que se realizan no hacen
otra cosa que transformarlo y aumentarlo. "Si tal ciudad que se
creía perdida para siempre ha sido hallada, ¿por qué no puede suceder
lo mismo con tal otra?". Este sencillo argumento se encontró,
una y otra vez, en boca de grandes exploradores que, con mayor o menor
fortuna, se lanzaron a la búsqueda. Quizás sea Hiram Bingham,
descubridor de Machu Picchu, el arquetipo más acabado del
tenaz
personaje que nombramos; aunque no todos los buscadores de ciudades
perdidas han tenido la suerte que él tuvo. Detrás de esa reducida legión
de soñadores con éxito se aglomeran un sin fin de exploradores anónimos
que continúan invirtiendo tiempo y dinero, tras lo que aparentemente
constituyen imaginarias construcciones. Pagan un precio que la mayoría
jamás lamenta, ya que es lo que les da sentido a sus vidas. En
casi todos los continentes existen estos imanes poderosos. Muchas selvas y
rincones montañosos del mundo conservan leyendas sobre ciudades perdidas,
pero el continente americano es el más privilegiado al respecto. En él,
abundantes productos de la fantasía literaria cobraron una existencia
supuestamente real y "de los
libros [...] salió una muchedumbre de fantasmas, encaminados a rellenar
los vacíos del hemisferio que nadie había visitado"[1].
A pesar de los cinco siglos transcurridos, muchos de ellos continúan tan
vigentes como al principio. La lista de estos lugares es larguísima y han
arrastrado a más gente, por más tiempo, que ningún otro mito.
El
Perú ha producido, y sigue produciendo, una corriente inagotable de
realidades y fantasías que mantienen muy actual la posibilidad de
encontrar ciudades perdidas. Su geografía permite que se sostenga la
voluntariosa actividad de explorar y, machete en mano, seguir las angostas
trochas que se orientan hacia el Este de la ciudad Cusco. La rica historia
precolombina de la zona, cuya civilización más descollante fue la
incaica, facilita la probabilidad de "hallar algo" que
permanezca sin catalogar, oculto por el follaje de la cuenca amazónica.
Los hechos así lo indican. El Perú ha dado recientemente prueba de que
las ciudades perdidas, más allá del innegable componente imaginario que
arrastran, son una realidad tangible. Auténticas ciudades perdidas han
sido rescatadas en los últimos cuarenta años. Quizás el descubrimiento
de Machu
Picchu y sus centros satélites, practicado en julio de 1911, sea
el más conocido, pero existen otros, no tan espectaculares como el
nombrado, aunque muy importantes desde el punto de vista histórico y
arqueológico; por ejemplo, el Pajatén (1963), Vilcabamba
"La Vieja" (1964), Mamería
(1979/80) y Gran
Vilaya (1985). También en los años ochenta fue desenterrada una
asombrosa y rica pirámide en el desierto costero del Perú, tumba
perteneciente a un señor de un mundo ignoto, conocido hoy mundialmente
como el "Señor de Sipán".
Si bien este último hallazgo no posee los componentes fundamentales que
el saber popular le otorga a las "ciudades
perdidas" (permanecer ocultas detrás de montañas y selvas)
es una clara muestra de lo mucho que falta por encontrar y hacer en suelo
peruano. Si el "Señor de Sipán", rodeado por sus tesoros y
servidores, fue descubierto a pocos metros de la carretera Panamericana,
¿qué puede esperarse de aquellas regiones alejadas y prácticamente
inexploradas que persisten, en las vertientes orientales de los Andes?
Nuestra
experiencia previa por las selvas de la cordillera de Vilcabamba, durante
los meses de Julio/Agosto de 1998 (EXPEDICIÓN
VILCABAMBA '98)[2],
y el hallazgo de un pequeño templo de factura incaica sin catalogar, en
una región medianamente poblada, en las cercanías del caserío de
Huancacalle, nos ha impulsado a aceptar los generalizados comentarios
locales referentes a la existencia de ruinas incas que aún permanecen
cubiertas por el húmedo follaje de la selva. Guiados por esta experiencia
y por las decenas de fuentes documentales españolas (crónicas), que
desde hace más de 400 años denuncian tales "caseríos
perdidos", imaginamos
muy probable que cuestiones hasta ahora consideradas meros relatos fantásticos
guarden un fondo de verdad digno de ser investigado. Somos
claramente conscientes de que las proyecciones del imaginario se potencian
cuando uno se encuentra en plena jungla y que la percepción que se
adquiere del inmenso espacio geográfico del Perú oriental se ve
impregnada por símbolos ya clásicos del imaginario europeo, esos que
hemos venido leyendo en novelas y cuentos desde que éramos niños. La
imagen del tesoro enterrado, de las sociedades perdidas y de la aventura
en su sentido etimológico ("lance extraño y peligroso") no
dudan en aparecer cuando uno gira trescientos sesenta grados la mirada y
lo único que observa es una infranqueable masa de árboles, lianas y raíces.
Alguien se preguntó una vez, ¿cómo podría un hombre pasar su vida observando una puerta sin
abrirla? En mi caso personal esa puerta cerrada se ubica en el Perú
y tiene un cartel que dice: Paititi. Expresan
en el Cusco que más allá de los límites con la selva se levantan,
majestuosas y olvidadas, las ruinas del Gran Paititi, una supuesta ciudad
incaica que conserva, entre sus mohosos muros, los tesoros que los últimos
miembros de la elite inca escondieran ante la conquista española. Tan
evanescente como El Dorado, la leyenda del Paititi sigue poseyendo
febriles creyentes, como también escépticos detractores que, en un
debate no oficializado por la ciencia, mantienen viva la presencia de la mítica
ciudad en el imaginario colectivo de todo el Perú. El problema radica,
entonces, en responder, con la mayor exactitud que nos sea posible, tres
preguntas claves: ¿qué significa el término Paititi?, ¿De qué cultura
fue, efectivamente, parte? y ¿En dónde se levantarían sus supuestas
ruinas? Para
cada una de estas cuestiones existen respuestas variadas. Empecemos, pues,
por la primera. Ninguna
de las crónicas españolas que hayamos leído dan una definición etimológica
de Paititi. Toman el nombre de la tradición oral y simplemente lo
utilizan sin excavar demasiado en el asunto[3].
Lo describen, lo elogian y adornan con mil maravillas, pero ningún español
del siglo XVI pretendió dar con el sentido exacto del término. Recién
en nuestros días, investigadores y fanáticos creyentes, han sostenido
que la palabra es de origen quechua y que deviene de una alteración del término
Paykikin, que en
castellano significaría "como
él" o "igual a ese", e incluso "igual al otro"[4].
Pero, ¿qué otro?. Según este criterio, el "otro",
"ese", "él", no sería sino el Cusco mismo. Es decir, que una
traducción literal del término al castellano sería "como
el Cusco", pretendiendo con ello hacer suponer que la ciudad
del Paititi (como se ve, ya se sobreentiende que es una ciudad) fue una réplica
exacta de la antigua capital imperial. Experimentados
lingüistas manifiestan que el argumento anterior es falso. "En quechua, decir 'como
el Cusco', se expresa así: Qosqo
Jina o también Qosqo Kikillan. Decir 'como él', se expresa pay kikillan, o también pay kikin, jamás Paititi. Pero la
expresión 'como él', así
suelta es incompleta y ambigua, vacía. Por lo tanto no hay ni hubo
argumento para pensar que 'él'
correspondiera precisamente a la ciudad del Cusco" [5]. Otras
traducciones sostienen que Paititi significa "dos colinas",
"dos pumas", "dos metales", "segundo
imperio", "así", etc. Lo
cierto es que el significado literal de este nombre aún no ha sido
encontrado. Como argumenta el profesor Daniel Heredia, "probablemente
pertenezca a un idioma de la región selvática y que tenga una raíz tupí-guaranítica".
Esto nos conduce,
pues, a la segunda cuestión: ¿A qué cultura perteneció el Paititi? Para
el escritor peruano Ruben Iwaki Ordoñez, autor de un "clásico"
en el tema[6],
no cabe la menor duda de que el Paititi es una ciudad incaica, protegida
por indios salvajes y contenedora de estatuas de oro de inmenso valor. Según
Ordoñez, en ella se escondieron los tesoros cusqueños cuando los españoles
invadieron el Perú. Esta hipótesis es la que más ha calado en el
imaginario cusqueño de la actualidad y es, como puede advertirse, la que
posee raíces más coloniales. Misma opinión defiende el Padre Juan
Carlos Polentini Wester en su obra Por
las Rutas del Paititi y
Fernando Aparicio Bueno[7].
Pero
existe otra teoría que, a nuestro modesto entender, puede que sea la que
se acerca más a la realidad, y que sostiene que el Paititi fue un reino
amazónico, "una
avanzada cultura de la selva, superior a las demás y con una vasta
influencia, que los incas conquistaron culturalmente (no militarmente)
haciéndoles adoptar leyes, costumbres, vestidos e idolatrías"[8].
Al respecto, el célebre explorador arequipeño Carlos Neuenschwander
Landa, escribió: "[...]
El Paititi habría existido, en realidad, como un vasto reyno (sic) que
agrupaba a los pueblos que habitaban las grandes cuencas del Amaru Mayo o
Madre de Dios y del Beni. [...] Según Garcilaso, los incas trataron de
conquistar al Paititi o Reyno de los Musus (o Mojos). [...] El Antisuyu
habría sido, pues, una región de fronteras de expansión y retracción
variables donde se aglutinaban [...]los pueblos y las culturas del Imperio
de los Incas y del Reyno del Paititi. En la vertiente oriental de
la cordillera de Paucartambo, el proceso de colonización mezclada
había dejado como huella, numerosas poblaciones, caminos y otros
vestigios, ubicados en las cumbres, narigadas y laderas de los
contrafuertes que descienden a la selva y que la tradición conservó en
nombres como Apu-Catinti, Callanga, Mameria, Yungary, Pantiacolla y Huchuy
Catinti. Erróneamente, en la actualidad, a todas ellas se les denomina
genéricamente como Paititi, queriendo significar con ello, no una
concentración determinada de ruinas, sino más bien restos arqueológicos
(de una ciudad) ocultos por la selva que cubre esa intrincada franja
territorial"[9].
Por
su parte, el escéptico Víctor Angles deja abierta la posibilidad de que
efectivamente el Paititi haya podido ser una cultura amazónica[10]. Pero también están los otros, aquellos que arrastrados por un excesivo espíritu de resistencia, siguen afirmando que el Paititi no es una ciudad muerta, sino un centro urbano que todavía congrega a una importante comunidad de incas vivientes que, protegidos por la selva, han podido resguardar sus costumbres, rituales y creencias de un modo intacto. Además,
en la zona de Chinchero y Urubamba (muy cercanas al Cusco), o la región
del valle San Miguel-Kiteni (al norte de Quillabamba, en plena selva
tropical), los aborígenes creen que el Paititi es el verdadero refugio de
los últimos incas y que aún están escondidos en la selva. Incluso,
sostienen que algunos de ellos se han podido comunicar con las gentes del
Paititi, aunque no conocen el sitio donde está. Mientras
nosotros encaminábamos nuestras botas hacia las ruinas Vilcabamba
"La Vieja" pudimos colectar variadas versiones sobre el tema, y
en todas ellas advertimos dos denominadores comunes: uno, es el temor que
el Paititi despierta; y dos, el respeto y admiración que se siente por
algo que, hasta ahora, es sólo un nombre. En
síntesis, se podría decir que, con o sin oro, alimañas o indios
protectores, la tradición oral le da al Paititi dos posibilidades: la
primera (más lógica y posible), que sea uno o varios yacimientos arqueológicos
(ruinas) perdidos en la selva; y la segunda (más imaginaria, pero con una
fuerte dosis inconsciente de resistencia), que sea una ciudad en la se
conservan los auténticos incas descendientes del viejo Tahuantinsuyu,
esperando el momento adecuado para reeditar el perdido esplendor. Nos
queda por intentar contestar la tercera y última cuestión: ¿En dónde
se levantan los supuestos cimientos del perdido reino o ciudad del Paititi? Si
bien todos coinciden en ubicarlo hacia el oriente del Cusco, existen
discrepancias muy marcadas entre los investigadores. El
"oriente" es muy extenso; por lo tanto, sindicar esa dirección
sin especificar (justificadamente) un sitio concreto, de poco sirve.
Generalizaciones de este tipo lo único que promueven es la catalogación
de cualquier resto arqueológico con la atractiva etiqueta de "Paititi".
Cosa que ya ha ocurrido en el pasado, y sigue ocurriendo. Tras
comparar las hipótesis más conocidas, y de gran circulación en la
actualidad (tanto de forma escrita como oral), hemos podido detectar que
dos sectores son los que se disputan la posesión de la tan mentada
"ciudadela" incaica. El
primero es el que corresponde a la denominada Meseta del Pantiacolla. Ésta
se levanta en territorio peruano, en el actual Departamento de Madre de
Dios, y generalmente es la preferida por los cusqueños[11].
Los autores que se encolumnan detrás de esta hipótesis son: Ruben Iwaki
Ordoñez[12];
el anónimo, esotérico y delirante "Brother Philip"[13];
el Padre Juan Carlos Polentini Wester[14];
el explorador arequipeño Carlos Neuenschwander[15];
Fernando Aparicio Bueno[16]
y el historiador y restaurador cusqueño Enrique Palomino Díaz[17].
Todos ellos afirman que habría que circunscribir el área de búsqueda en
la zona determinada por los 13º - 12º Latitud Sur y los 72º -71º
Longitud Oeste (territorio enmarcado por los ríos Manú, al norte; Madre
de Dios al oeste; y Paucartambo al sur). Esta
región es muy rica desde el punto de vista arqueológico y, tenemos que
admitirlo, con muchos misterios por resolver. Con toda seguridad, en el
futuro la región del Pantiacolla arrojará nuevos materiales de
investigación. Queda muchísimo por hacer allí. Así
todo, nosotros creemos que si del Paititi queda algo, debemos buscarlo
mucho más hacia el Este. La región de la famosa meseta no fue sino un
corredor, un lugar de paso, que condujera a los incas hacia lo que hoy día
serían territorios del norte de Bolivia y oeste de Brasil. Arribamos,
entonces, al segundo sector en cuestión. Todos
los documentos coloniales, o al menos los que hacen referencia de manera más
específica al Paititi, dicen ubicarlo a unas 200 leguas[18]
de Cusco (aprox. 1.100 Km al Este); y esto nos lleva mucho más allá de
Pantiacolla. Los historiadores que apoyan esta hipótesis fundan sus
dichos amparados en estas fuentes escritas de los siglos XVI y XVII (que
dan distancias aproximadas, nombran ríos y señalan accidentes geográficos),
y no tanto en la tradición oral que circula hoy en la sierra. Por eso les
asignamos un mayor crédito. Dos
de los más reconocidos investigadores que defienden esta posición son:
el historiador argentino Roberto Levillier y el cusqueño Daniel Heredia. Partiendo
del supuesto de que el Paititi no fue una creación de la mente, R.
Levillier, reitera en más de una oportunidad que sólo el oro en masa era
fábula, y que todos los informes escritos, dejados por conquistadores,
misioneros, soldados y aventureros durante el proceso de conquista y
colonización, señalan a las
Sierras de Parecis (hoy territorio de Rondonia, en el Matto Grosso brasileño)
como el sitio en el que se ocultaron los últimos incas. Incluso ubica con
exactitud su posible emplazamiento cuando escribe: "Las
Provincias del Paititi se extendían desde la proximidad del río Madeira,
por 11º de Latitud Sur y 64º de Longitud Oeste, con inflexión Sudeste
hasta las cabeceras del río Paraguay, en 13º Latitud Sur y 57º Longitud
Oeste."
[19] Por
su parte, Daniel Heredia, tras un concienzudo manejo de fuentes
documentales, concluye que el
suelo boliviano es el escenario histórico buscado, ya que: "Si
bien la ubicación del Paititi o reino de los Musus puede que esté a una
distancia probablemente exagerada o deficiente, un promedio prudencial lo
situaría entre los 10º y 11º de Latitud Sur, y los 67º y 65º de
Longitud Oeste; en la zona de la confluencia de los ríos Beni, Amarumayo
(Madre de Dios) y Mamoré, sobre el arco que forma éste último en la
zona, al norte de la ciudad de Riberalta"
[20]. Cuando
regresamos al Cusco, tras doce largos días de caminata y exploración,
algo había cambiado dentro de mí. Ya no era el escéptico de antes. La
selva y su imponente majestuosidad me habían hecho ver la realidad histórica
de una manera diferente. El romántico sueño de las ciudades
perdidas era aún posible y las espesas selvas de la región "tampú"
podían albergar todavía restos de ciudadelas no catalogadas. Toda la
zona explorada, esa a la que se llega remontando el cauce los ríos
Vilcabamba y Pampaconas, es una verdadera mina sin explotar. Son pocos los
yacimientos arqueológicos debidamente clasificados, deforestados o
convenientemente conservados, y muchas las referencias que los lugareños
hacen respecto de muros, palacios y templos que ocasionalmente encuentran
tapados por la espesura, pero a los que luego pocos se animan a ir, y
menos aún denunciar.
Como de manera muy acertada me dijera un especialista norteamericano,
destacado por la Universidad de California en Cusco: "Si
los historiadores y arqueólogos europeos, que mueren por un simple jarrón
o plato de origen griego, supieran lo que se puede encontrar en estos
valles, cambiarían de especialidad. ¡Estamos
hablando de ciudades enteras, y pocos saben o creen en ello!". Pero este provincialismo mental es entendible en muchos intelectuales de escritorio; especialmente en aquellos que jamás han transpirado debajo del húmedo manto de la selva, ni han conocido la inmensidad el escenario en el que se desarrolló el capítulo final del drama precolombino. Para muchos de ellos, que sólo han sido entrenados para mantener sus narices pegadas al suelo (de preferencia, bajo el suelo) o a la tinta oscura de los documentos de una biblioteca, el árbol les impide ver el bosque. Sentados en sus mullidos sillones de burócratas y "académicos", raras veces gastan energías en encontrar ciudades perdidas. No sería científico, aducen. Y, por lo tanto, raras veces son ellos quienes las encuentran. Aquellos que lo intentan, o sólo piensan que es posible encontrarlas, son tildados de "herejes", y reciben, como respuesta a esas inquietudes, sarcásticas sonrisas de desaprobación. Lo que no advierten es que el problema no son los herejes, sino los mediocres. Muchas
ciudades perdidas esperan todavía ser descubiertas, y el renovado ímpetu
que la selva ha despertado en muchos exploradores e investigadores nos darán
la razón en el futuro. Casi todos los meses nuevos restos arqueológicos,
antes no tenidos en cuenta, nos obligan a re-escribir parte de la historia
de este continente. Quizás las ruinas del Paititi estén aguardando a su
Hiram Bingham para salir de las brumas en las que ha estado durante tanto
tiempo. Y es probable que nos decepcionemos al verlas, ya que advertiremos
cuántas fantasías se han depositado en ellas. Lo cierto es que hoy ya no negamos la existencia de lazos entre la sierra y la selva (incluso la costa) en el Perú prehispánico. El hallazgo de cerámica costera en pleno corazón del Amazonas nos induce a pensar que esos contactos no fueron mitos, sino una palpable realidad. También sabemos que los incas se internaron mucho más "adentro" de lo que suponíamos, y que es lógico pensar que levantaran en esos territorios fortalezas y puestos de avanzada. La ciudad de Vilcabamba "La Vieja", y las decenas de construcciones incas erigidas en la selva tropical, constituyen una prueba objetiva del alto grado de adaptabilidad que tuvieron los cusqueños. Por otra parte, las enormes dificultades que nosotros mismos experimentamos al ingresar en esa zona de resistencia (precipicios, ríos impetuosos, calor insoportable, insectos, denso follaje) nos han hecho dudar que la última dinastía quechua rebelde haya terminado efectivamente en 1572, al caer Vilcabamba en poder de los españoles. Es muy probable que los incas residuales (aquellos que lograron sobrevivir a la captura de Túpac Amaru I) hayan podido huir y conservar hasta mediados del siglo XVIII su aislado predominio de invictos, protegidos por la selva y los desbordes de los ríos[21]. Probablemente sus descendientes se dispersaran entre las tribus selváticas, tras varios siglos de convivencia. Fernando J. Soto RolandProfesor
en Historia Referencias: * Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata y codirector de la Expedición Vilcabamba '98. [1] Arciniegas, Germán, América en Europa, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1975, pág. 35. [2] Expedición co-dirigida por los profesores Eugenio César Rosalini, Juan Carlos Gasques y quien escribe este texto. [3] NOTA: Véase el testimonio del Padre Diego Felipe de Alcaya, en el que traduce la palabra Paititi como "Aquel Plomo"(de Pay, "aquel"; y Titi "plomo"). [4]Véase: Bueno, Fernando Aparicio, En Busca del Misterio del Paititi, Editorial Andina, Cusco, Perú, 1985, pág.19. [5] Angles Vargas, Víctor, op.cit. pág. 71. [6] Ordoñez, Ruben Iwaki, Operación Paititi, Editorial de Cultura Andina, Cuzco, 1975. [7] Polentini Wester, Juan Carlos, Por las Rutas del Paititi, Editorial salesiana, Lima, 1979. - Bueno, Fernando Aparicio, op, cit. Pág. 168 [8] Heredia, D., op.cit. pág. 28-30. [9] Neuenschwander Landa, Carlos, Paititi en las Brumas de la Historia, Cuzzi y CIA S.A., Arequipa, Perú, pág. 140. [10] Angles Vargas, V., op.cit. pág.57. [11] NOTA: Al Paititi ubicado en la meseta de Pantiacolla se podría ingresar siguiendo tres rutas alternativas: La primera, siguiendo el valle del río Lacco; la segunda, por Paucartambo y, la tercera, aunque menos común, partiendo de las ruinas de Espíritu Pampa (Vilcabamba "La Vieja") tras atravesar el Pongo de Mainique. Archivo del autor, [12] Ordoñez, Ruben Iwaki, Operación Paititi, op.cit. [13] Brother Philip, El Secreto de los Andes, Editorial Kier S.A., Buenos Aires, 1976. [14] Polentini Wester, Juan Carlos, Por las Rutas del Paititi, op.cit. [15] Neuenschwander Landa, Carlos, El Paititi en las brumas de la Historia, op.cit. [16] Bueno, Fernando Aparicio, En Busca del misterio del Paititi, op.cit. [17] Palomino Díaz, Enrique, Qosqo, Centro del Mundo, op.cit. [18] Garcilazo de la Vega, op.cit. [19] Levillier, Roberto, op.cit. pág. 93. [20] Heredia, Daniel, op.cit. pág. 29. [21] NOTA: El 4 de noviembre de 1780 el cacique de Tungasuca, Pampamarca y Surimana, José Gabriel Túpac Amaru, descendiente de los incas, se levantó contra la opresión hispana. El 18 de marzo de 1781, Túpac Amaru II emitió un edicto en el que comenzaba así: "Don José Primero, por la gracia de Dios Ynga rey del Perú, Santa fe, Quito, Chile, Buenos Aires, y continente de los mares de Sur, Duque de la Superlativa, señor de los Césares y Amazonas, con dominio en el Gran Paititi; comisario distribuidor de la piedad divina...". Este párrafo transcripto nos lleva al convencimiento de que en aquella segunda mitad del siglo XVIII, la creencia popular señalaba al Paititi como una rica e importante región sudamericana. |
Por
Fernando Jorge Soto Roland
Profesor en Historia
Co Director de la Expedición Vilcabamba ‘98
Ir a índice de ensayo |
Ir a índice de Soto Roland, Fernando Jorge |
Ir a página inicio |
Ir a índice de autores |