Ilusión |
Ahora, lector, te dispones a disfrutar de tu tiempo
libre. Desde siempre, añoras con estar en tu casa, resguardado, protegido
por la intimidad. A salvo del mundo. Te dispones a leer. Han pasado unos
cuantos días y te prometes terminar una novela que no te convence
demasiado. Un amigo te pidió el favor
y no puedes despreciarlo. Estás solo y es casi medianoche. O no
tanto. En última instancia, el tiempo no
importa. Puede ser que abras el libro en un mediodía soleado cuando la
familia ha programado un paseo. Puede ocurrir que sea una mañana lluviosa
de otoño. Esposa y chicos regresarán por la tarde. Te levantas, preparas
un café o unos mates y decides acometer la revisión de algunos papeles
del trabajo o cualquier otra obligación. Nada de eso importa demasiado. Como dije antes, estás solo. Y cuando uno se encuentra solo, no
importa el lugar o el momento, un cierto temor asalta nuestra razón. El
silencio se vuelve ensordecedor. El silencio nos grita con su murmullo
quedo y se parece a los apagados latidos del corazón que retumban en la
cavidad cerebral como tambores agitados. Estás solo. Es la hora en que hacen su
aparición fantasmal y paranormal los mínimos ruidos de la casa. Una rama
molestada por el viento sacude algún ventanal de la habitación más
alejada. Las maderas de los muebles se quejan sin aparente explicación.
Una polilla trabaja en secreto el ángulo de un sillón o una porción del
zócalo. Pero hay otros ruidos que no podemos
captar su origen y nos espanta pensar que “algo” pueda estar moviéndose
en la penumbra o en la mismísima claridad del día. Como decía, estás solo. Y,
aparentemente, ni siquiera el atronador motor de un vehículo se percibe a
lo lejos, en la distancia. Te ubicarás seguramente en la cocina.
Intentarás mirar a los costados y te gustaría tener ojos en la nuca
porque darle la espalda al silencio y la soledad resulta molesto. No ocurre nada anormal. Sin embargo, sería
conveniente encender la radio para atacar el vacío del silencio, para
creer que estás acompañado por un tipo que pasa música desde una
emisora que se pierde en la ignorancia de su domicilio. Suena el teléfono. Una mujer con voz
sensual te pide unos datos porque está promocionando los últimos teléfonos
celulares. Es, tal vez, la última posibilidad que tengas de pedir
auxilio. Pero, ¿dónde está el temor? Las
puertas y ventanas están cerradas. ¿Quién va entrar? Haría ruido al
forzar la cerradura. Habría tiempo para escapar por el techo o el jardín
del fondo. Gritarías y, de seguro, te escucharían. Nada puede importar. Es solo el miedo a
estar solo. Miras el reloj y te tranquilizas. Demasiada televisión
anoche. ¿Por qué tendrás que ver el canal de suspenso y misterio?
Resulta que las imágenes de las películas de terror inundan tu mente y
luego te asustan los recuerdos. ¡Qué tonto eres! Volvamos a la rutina. Te acordaste de un mandato matrimonial:
debes ordenar la habitación y, además, bañarte. ¡No! La ducha, ni loco. Esperarás a que
regrese la familia. Se demoran demasiado. Pero esto no puede ser. Ya somos grandes
para delirar como criaturas. Te sientas de nuevo. Dejaste el libro
abierto sin avanzar una sola página. Los papeles están desordenados, lo
que sea. No vas a seguir. Un nuevo ruido en el fondo te
intranquiliza. Pero si es el perro que pide más comida. No hay que darle
más o engordará innecesariamente. Te sientas de nuevo. Creíste ver una figura que se desplazó
vertiginosamente por el ángulo superior de la ventana que da al jardín. Las sombras de la luz de la lámpara
proyectan un espectro sobre la pared. Moviste el brazo y te asustaste. ¡Ah! Era eso. No
temas ya. No estás solo. Nunca. No es una ilusión, aunque creas lo
contrario. Te están observando. |
Cuentos bizarros - Tomo I
Fernando
Jorge Soto Roland y Carlos M. Ortiz
Email: sotopaikikin@hotmail.com (Fernando Jorge Soto Roland)
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