El Hotel Continental “¿Y qué es, acaso la
memoria |
Desconocida. Aislada.
Olvidada. Tragada por la vegetación. Decadente reflejo de una decadencia
más antigua; centenaria, oligárquica. |
|
Continental. |
|
Parecería que en ellos existiera una especie de voluntad demiúrgica. Un
deseo de creación. Un intento casi mítico de originar algo nuevo en un
espacio caótico. |
No bastó porque no
eran dioses y porque la prosapia, el apellido y las estancias que
engalanaban sus nombres, eran insuficientes.
Porque se la creyeron, sin serlo. |
Entonces, levantaron un edificio de ensueño. De cuatro pisos, dos
subsuelos, salones, casino y habitaciones de lujo para más de 150
personas. Lo dotaron de calidad, de tecnología, de cristalería fina,
maderas y mobiliario importado. Lo mejor de aquella época. Pero cuando
vieron que el negocio “no iba” cerraron todo. Empacaron todo. Casi todo.
|
|
Y el sueño de los señores se agrietó. Las rajaduras crecieron. Las paredes y los techos se vinieron abajo.
Entonces, varios años después de haber
sido construido, el Hotel Continental fue demolido. No del todo.
Parcialmente. Algo quedó en pie, como testimonio concreto de un sueño
que dejó de ser sueño y se transformó en una pesadilla; en orgullo
vencido. En vergüenza. En el pálido reflejo de la inmoralidad económica
y financiera de unos pocos. En un montón de dinero tirado a la basura o
a la naturaleza. |
|
Esa mansión hecha trizas encarna un
tránsito sin retorno hacia el pasado. |
Entonces sí se convirtió en un lugar abandonado.
Escenario de siestas silenciosas, que nadie duerme, las ruinas del Hotel
Continental invitan a pensar en lo fuimos. En lo que seremos. Tal vez
por eso muchos se aterran y prefieren no recorrerlo. Olvidarlo. Hacerlo
al margen de la ilusión que es la vida, evitando el horror. Ese mismo
horror del que tan bien nos habló Joseph Conrad. |
El Continental, o lo que queda de él, es la helada aceptación de una
derrota. Una batalla perdida; ganada por el moho y la humedad del Paraná
cercano. |
|
|
|
|
|
Cuentan también que durante su construcción, antes de 1913, casi un
centenar de obreros fallecieron trabajando en él. Sendos accidentes de
los que nadie, seguramente, respondió. De esos muertos ya no quedan ni
sus nombres. Y sus tumbas anónimas son hoy oscuras oquedades que no
rememoran nada. Es como si nunca hubieran existido. |
por Fernando
Jorge Soto Roland
Profesor
en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata
diciembre
de 2011
Email: sotopaikikin@hotmail.com
Ver, además:
Fernando
Jorge Soto
Editor de Letras Uruguay:
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
Facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
instagram: https://www.instagram.com/cechinope/
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
Ir a índice de crónica |
Ir a índice de Fernando Jorge Soto Roland |
Ir a página inicio |
Ir a indexe de autores |