El Gran Hotel Viena 
de Miramar (Córdoba) 
Fotos y Memorias 
por Fernando Jorge Soto Roland

La historia del Gran Hotel Viena es una «historia joven»  —como la de Miramar— sustentada principalmente en fuentes orales que, en diálogo con las fotos que quedan, sistematizan un discurso histórico que rescata una memoria fragmentada, incompleta y siempre subjetiva. «Visualizar» su devenir nos instala en épocas pretéritas y contextúa no sólo la construcción del edificio en su geografía local, sino la narración de una memoria urbana poco explicitada, algo temerosa y profundamente conflictiva. 

 

Todas las sociedades conservan de manera voluntaria sus recuerdos; que los hay de muchos tipos: familiares, étnicos, políticos, educativos y simbólicos, como las conmemoraciones, peregrinaciones y aniversarios. Pero un hecho es innegable: desde siempre —en cualquier cultura que se trate— hay «objetos» que convenientemente elegidos operan como catalizadores de los recuerdos individuales y colectivos; de mucho interés para el historiador ya que con ellos puede «reconstruir» una parte del pasado ideológico, social, político y económico de la comunidad en cuestión. También su imaginario, sus leyendas urbanas, temores y prejuicios.

 

En Miramar (Córdoba), el Gran Hotel Viena es uno de esos «objetos catalizadores emblemáticos». Tal vez el más importante. Por eso, los recuerdos que se desprenden de él expresan las polémicas propias que existen en cualquier interpretación que se haga del pasado. 

 

En la historia del Viena son las palabras (lo oral) y las imágenes (fotos) las que determinan las transformaciones que el hotel fue experimentando a través de los años. Ambos registros (testimonios y fotografías) confirman y refuerzan el conocimiento de ese acontecer, siempre atravesado por un espíritu nostálgico que, en el caso de Miramar —un pueblo arrasado por las inundaciones— es mayor al que podemos encontrar en otros lugares.[1] 

 

El avance de las aguas de la laguna de Mar Chiquita y la consecuente destrucción del 60% del pueblo hizo que la memoria se constituyera en una especie de refugio desde el cual la percepción subjetiva del pasado es transmitida de un modo idealizado —«una Edad de Oro»—, en permanente contraste con un presente que, a casi 30 años de la catástrofe, sigue mostrando sus cicatrices y ruinas.

 

Más allá del optimismo que puede detectarse en el discurso de los más jóvenes —alimentado por el lento resurgir del pueblo— la narración oral de los mayores arrastra cierta desazón traumatizante en la que podemos detectar no sólo recuerdos, sino también silencios y olvidos propios de la subjetividad individual.

 

En este marco, el Gran Hotel Viena ocupa en las narraciones una relevancia y rol exagerados, pero que instaladas en el espacio de la oralidad, se consolidan y transmiten, convirtiéndose en parte de la «historia objetiva» del pueblo.

 

A pesar de haber sido un centro turístico-termal de importancia durante la primera parte del siglo XX, con un amplio despliegue de la hotelería —en especial a principios de la década de 1970—, el acervo fotográfico de Miramar, y en particular del Gran Hotel Viena, no es abundante. Contrariamente a lo ocurrido en Mar del Plata («la ciudad más fotografiada de la Argentina después de Buenos Aires»), el registro de imágenes publicadas es escaso; aunque todavía queden por indagar reservorios privados de fotografías familiares e institucionales que, tal vez en el futuro, modifiquen esta mísera condición.[2] De todos modos, a la fecha y centrándonos en el hotel que nos convoca, la contabilización de tomas fotográficas del edificio —desde su construcción hasta su cierre— no excede la veintena; lo que no impide que se hayan convertido en los testimonios gráficos de una época de grandeza.

 

Frente a estas fotos el análisis nunca es unívoco. Las «memorias» muchas veces entran en conflicto y las palabras no las abordan de la misma manera. Las «miradas» cambian y, como sostiene Elisa Pastoriza, «es un tanto ingenuo tomar las fotografías como transparentes reflejos de los hechos ya que la iconografía necesita de la crítica histórica. (…) Las fotos carecen de significado y, en consecuencia, hay que brindárselo».[3]

De ahí la importancia de ensamblar lo iconográfico con lo oral. De esa conjunción surgen los recuerdos, tamizados siempre por las experiencias personales y el natural paso del tiempo. El historiador deberá contextuarlos y relacionarlos con otros registros para así recrear un marco más completo a partir de la hermenéutica que, demás está decir, será siempre provisional y susceptible de ser mejorado y discutido. Justamente, de estas discusiones, se pueden construir o reconocer intereses, conflictos étnicos y choques ideológicos.

El pasado nunca está muerto. Actúa  siempre en nuestro presente.

 

Las fotografías, más allá de ilustrar un texto, muestran más cosas de las que el propio fotógrafo es conciente. A través de ampliaciones, o de una minuciosa observación con lupa, es factible descubrir nuevas «puertas» que nos lleven a «mundos perdidos» hace años; cuyos detalles permiten nuevos conocimientos e interpretaciones insospechadas al momento de oprimir el obturador. Sumergirse en ellas puede resultar una experiencia interesante y, por momentos sobrecogedora. Ahondar en esas imágenes a través de una lente de aumento significa revisar lugares, geografías emocionales que han mutado, reconocer rostros, miradas, gestos y posturas de personas que ya no están.  Registramos rincones olvidados, muebles y detalles que permanecen (aún derruidos) a pesar del tiempo.

Las fotos antiguas son verdaderas ventanas al pasado. Un pasado estático, «captado», expulsado del devenir y por completo bidimensional. Frente a ellas es imposible que la imaginación histórica no se desate y entre en acción, otorgándole vida a esos instantes petrificados con la ayuda de los testimonios orales de aquellos protagonistas que, persistiendo en recordar, mantienen viva la memoria.

 

El Gran Hotel Viena es también el producto de una construcción colectiva en la que vecinos y turistas volcaron conocimientos y opiniones, contribuyendo a la historia del edificio con igual o más fuerza que los propios albañiles que lo levantaron.

¿Cómo fue visto el Viena por la población permanente de Miramar? ¿Cómo es visto actualmente? ¿Es la percepción subjetiva del turista idéntica a las del miramarense?

Por supuesto que no.

 

Incluso el rol que el hotel tiene hoy en día en el imaginario del pueblo tampoco es idéntico al que tuvo en las décadas inmediatas a 1940.

Ignorado, envidiado, hecho a un lado, primero. Rescatado y convertido en ícono de toda la población, mucho después, el Viena se convierte en una excelente variable de análisis a la hora captar las diferentes «miradas» que coexistieron (y coexisten) en torno suyo.

 

El turista actual, que desde la ciudad de Córdoba o pueblos aledaños se toma el agradable trabajo de acercarse a las costas de la Mar Chiquita y recorrer Miramar (especialmente los fines de semana), queda impávido frente a la imponente estampa del Gran Hotel Viena, recortado sobre el cielo ribereño y señoreando toda la localidad como si fuera un gigantesco castillo medieval de anacrónico estilo racionalista. Sin embargo, la percepción del viajero está condicionada por vivencias diferentes a la de los locales, quienes a lo largo de sus vidas integraron tiempos y experiencias distintas con respecto al viejo edificio. Serán estas aproximaciones divergentes las que actúen sobre las percepciones antes señaladas, moldeándolas; generando interpretaciones e «historias» dicotómicas que conviven todas al mismo tiempo.

 

Es nuestra función darles sentido. Ordenar en lo posible esas imágenes y relatos superpuestos evitando que se pierdan y pasen al olvido. Y así, de este entrecruzamiento, emerge un Gran Hotel Viena textual, resultado de un mix, producto de la recopilación y selección realizada por el historiador.

 

De este montaje narrativo (que el Viena de los escritos es en definitiva) surgen un compendio de controversias en las que la gente, los miramarenses, los forasteros, sus memorias, gustos e ideologías, se integran y funden en un mismo y único lugar.

 

La historia de Miramar y del Gran Hotel Viena están indefectiblemente ligadas a la de la oceánica laguna de Mar Chiquita, del NE de Córdoba. La economía, vida cotidiana, proyectos y estrategias son inentendibles sin ese inmenso mar interior de agua salada, espacio simbólico que fue —y es— el depositario de la memoria de los habitantes del pueblo desde el primer arribo de inmigrantes a fines del siglo XIX. Allí arraigaron culturas diferentes provenientes de Europa (italianos, alemanes, croatas y españoles, entre otros) que generaron una particular cosmovisión de cara a una laguna que, con los destructivos avances y retrocesos de sus aguas, promovió una actitud existencial semejante a los que viven en las laderas de un volcán. Es ella —la Mar Chiquita— la que impone las reglas —sus reglas— y el hombre, impotente la mayor parte de las veces, aprende a obedecer o a resignarse.

 

La laguna quita, pero también da. Y cada inundación deja tras de sí un nuevo potencial de imaginación y esperanzas que la gente capitaliza para empezar de nuevo. Y en este flujo y reflujo, el pueblo se mantiene joven, reedificado, materialmente renovado. «Lo viejo» sólo perdura en el recuerdo, en las fotos particulares, en las pocas postales y bajo el agua. Sólo una ínfima parte de aquel pasado glorioso perdura seco, emergido, y el Gran Hotel Viena es el mejor y más cabal ejemplo de ello.

 

El paisaje también tiene su historia.

 

Cualquiera que haya conocido Miramar antes de las espectaculares crecidas de la laguna —iniciadas en 1977—, difícilmente la reconozca en la actualidad. El agua, cual un artista insensible, la esculpió y re-esculpió en varias ocasiones haciendo del paisaje moderno algo muy distinto a lo que era. Sólo con viejas fotos podemos rememorar el aspecto que tenía, reforzando siempre lo icónico con los testimonios orales de los sobrevivientes.

 

Pero no sólo la ciudad material y su emblemático hotel se pueden rastrear y estudiar con el tipo de fuentes antes señaladas. A través de ellas también nos es permitido de conocer las prácticas sociales vinculadas al consumo, al tiempo libre, a la recreación y a la sociabilidad, tanto de turistas como de residentes permanentes. Y en estos casos es indefectible no toparse con la nostalgia. Porque detrás del disfrute recordado (el de la costanera por la que se paseaba —hoy hundida—, el de los salones de bailes —que congregaban a centenares de personas en las noches de verano—, y de las confiterías, restaurantes o bares), detrás de todo eso, lo único que queda son recuerdos y experiencias que tal vez nunca más podrán reeditarse porque sus escenarios ya no están o se conservan en ruinas.

 

Tampoco está la primera élite veraniega que visitó el balneario, en especial hasta el final de la Segunda Guerra Mundial (1945). Élite que con sus excentricidades, lujos y modales le dieron a la vida de los primeros hoteles un glamour que más tarde quedó desplazado como consecuencia de la «democratización del veraneo» y la irrupción de una expansiva clase media en ascenso.

 

Pero, como ya hemos dicho, más allá de su aspecto material, la historia del pueblo y del Viena pueden ser abordadas como la de un compendio de ideas, ilusiones y también de fantasías, en las se puede o no creer.

 

Historias reales e imaginarias se amalgaman para crear el perfil histórico del viejo hotel, construidas y transmitidas a través de la tradición oral. Esta mezcla también es parte de su historia.

 

El reconocimiento y consagración de Miramar como centro termal y meca cordobesa del turismo-salud entre 1890 y 1977 estuvo íntimamente ligado a la historia de su hotelería, en la que el Gran Hotel Viena ocupó un capítulo más que destacado a partir de la década de 1940.

Sus modernas instalaciones, tamaño, estilo arquitectónico, factura y confort, lo convirtieron en un mojón imposible de obviar del paisaje local; contribuyendo también a la construcción de un imaginario social que creció y perduró a lo largo del tiempo.

 

Así, en torno a la actividad hotelera se fue desarrollando un destacado empresariado local, inicialmente conformado por inmigrantes de origen europeo, pioneros que dieron las bases para la gradual fundación del pueblo. Sus emprendimientos, muy rústicos al principio (los denominados «hoteles-rancho») crecieron en tamaño e importancia, generaron un relevante mercado inmobiliario (loteo de tierras), dieron estímulo a la construcción (cuyos edificios alteraron el entorno) y atrajeron una demanda creciente de mano de obra (local y foránea) mucha de la cual decidió romper con la estacionalidad a la estuvo sometida al principio, afincándose permanentemente a orillas de la laguna, convirtiéndose en «vecinos».

 

Toda la historia de Miramar bien podría periodizarse a partir de sus hoteles; que por estilo, servicios y jerarquía, abarcaron un amplio espectro y dieron lugar a una tipología heterogénea en cuya cima estuvo siempre el Gran Hotel Viena.

 

En general, la hotelería de Miramar careció del lujo que las élites capitalinas buscaban en balnearios como Mar del Plata. Si bien el centro termal de Mar Chiquita fue visitado por parte de la alta sociedad cordobesa, porteña, santafecina e incluso extranjera, debieron esperar hasta que se construyera el Viena para encontrar en el pueblo una hotelería de «alto nivel». Los emprendimientos antes encarados tuvieron un carácter familiar, poco estentóreo y para nada grandilocuente. La mayoría ofrecía comodidades limitadas, precarias, si las comparamos con las que se daban en los hoteles de Europa o en el Bristol Hotel de la costa atlántica argentina (verdadero palacete de relajación y ocio aristocrático).

 

Pero Miramar tenía algo que muchos buscaban y no encontraban en todas partes: agua y fango terapéuticos capaces de sanar dolencias cutáneas, articulares, reumáticas y pulmonares de un modo casi milagroso. Por ese motivo, y a pesar de carecer de una hotelería de lujo, las tres primeras décadas del siglo XX vieron llegar al balneario a destacados representantes de la oligarquía vernácula. Allí se los atendía bien. Podían disfrutar de un ambiente no sólo salubre, sino también relajado, distendido, sin los artificios que la sociabilidad aristocrática les exigía en sus lugares de origen o en hoteles como el Bristol de Mar del Plata o el Eden Hotel de La Falda (Valle de Punilla, Córdoba), polos ineludibles de atracción de los ricos y famosos de principios y mediados del siglo XX.

 

Pero con la llegada del Gran Hotel Viena parte de esta realidad cambió y la historia del balneario se vio signada por la presencia de un edificio fuera de lo común que ofrecía ambientes, mobiliario, tecnología de punta y vajilla, como nunca se había visto antes en Miramar.

 

El Viena trasuntaba jerarquía y buen gusto. Respondía a una demanda más exigente. Pero su vida útil (al menos en la primera etapa —la «etapa alemana»— dirigida por Máximo Pahlke) fue más bien corta. El hotel cerró sus puertas en 1946, a meses de haberse terminado de construir del todo, y se convirtió en un gigante dormido durante años. De todos modos, su sombra fue lo suficientemente densa como para opacar a todos los demás hoteles del pueblo. Tal vez este haya sido uno de los motivos por el cual el Viena nunca fue integrado del todo a la sociedad ribereña y haya sido mirado con cierto desdén, envidia y extrañeza.

 

Cuando volvió a abrir sus puerta, en las década de 1950 y 1960, el contexto socioeconómico y cultural del país había cambiado por completo como consecuencia de la emergencia del peronismo. El proceso de democratización social del turismo, operado en aquella etapa posterior a la guerra, terminó por incorporar a la clase media al disfrute del ocio y amplió, por primera vez, el mismo horizonte a la clase trabajadora. Las vacaciones pagas y los beneficios alcanzados gracias al poder de los gremios, completó el derecho a vacacionar que la clase obrera no había tenido nunca.

 

El ocio y las pautas de consumo cambiaron. El turismo de masas y sindical copó los espacios que antes eran exclusivos de las clases altas o medio-altas; y con ello surgieron conflictos y discursos disonantes frente al cambio. Algunos añoraron las viejas épocas de privilegios. Otros las denostaron y ensalzaron los nuevos vientos de la democracia popular.

 

Cuando el turismo de élite mostró sus grietas y la aversión por los estilos diferentes de vida —ya sin barreras— chocaron, el proceso de distinción también cambió. El viejo modelo aristocrático de ocio se vio invadido por lo que la élite empezó a llamar despectivamente como «nuevos ricos», y la propensión a un tipo más igualitario de turismo capturó todas las plazas hoteleras, inclusive las del Gran Hotel Viena. Pero si bien las grandes diferencias de antaño se diluyeron, empezaron a aparecer otras dentro del turismo masivo. Para entonces la oligarquía ya había «escapado» a otras playas más «selectas» (chetas diríamos hoy), alejadas de la plebe.

 

Pero en el caso de Miramar, otro factor (externo) jugó para que las condiciones del turismo-salud (y sus beneficiarios) cambiaran: la aparición y comercialización, a mediados de la década del’40, de los antibióticos. A partir de entonces las motivaciones que condujeron a la gente hacia la saladísima y curativa laguna de Mar Chiquita fueron otras.

 

Hoy, transcurrida ya la primera década del siglo XXI, el Gran Hotel Viena y Miramar siguen luchando por recuperarse. A casi 35 años del inicio de la gran inundación del ’77, toda la comunidad mira hacia delante con optimismo y observa que sus logros no han sido pocos. El abnegado trabajo de aquellos que se quedaron tras la destrucción del 60 % del pueblo, soportando los largos años de «vacas flacas», está dando sus frutos.

Lentamente, la plaza hotelera se recompone y cada día son más los turistas que redescubren las benéficas propiedades terapéuticas de la laguna, guiados por la nueva moda de los SPA y la búsqueda de sitios apartados y tranquilos.

 

Incluso el viejo Hotel Viena, casi completamente en ruinas hace menos de una década, está siendo reacondicionado gracias a la inversión realizada por el municipio y a la sin igual tarea de un grupo de vecinos comprometidos con el pasado y la memoria del pueblo: la Asociación Civil Amigos del Gran Hotel Viena.  Ellos son los responsables de su mantenimiento, conservación y puesta a punto del renovado interés que ahora el edificio despierta en toda la comunidad.

 

 

FJSR

Febrero 2011  

PARTE 2

FOTOS Y MEMORIAS

«Yo participé en la construcción del Hotel Viena en el año 1939. Duró cuatro años la construcción. Lo primero que se hizo fue el frente, donde están los sótanos. Después se hicieron los baños termales… Duró cuatro años para hacer el edificio. Cuando se terminó, se empezó a hacer el tanque. La torre del tanque tiene alrededor de 23 a 24 metros y debajo de esa torre hay, más o menos, 6 o 7 metros, todo alrededor de hierro. Después, ¡todo para arriba!... Tuvo que hacerse un hormigón de 40 centímetros de espesor, cavando más o menos 14 metros. Después del tanque se hicieron los garajes y las piezas de los chóferes arriba.»   

ÁNGEL C. (2007) 

«En aquel entonces no era como ahora. En aquel entonces se trabajaba bien y había mucha gente. Cuando se hizo el hotel habrá habido 70, 80, personas trabajando. Claro, estaban los muchachos de Berardo que tenían el asunto de la demolición. Ahí venían los camiones cargados de ladrillos, de escombros y ahí tenían la máquina. Trabajaban día y noche. Cambiaban el turno y seguían y seguían… El galpón siempre tenía unas 200 bolsas de porlan. Ahí se gastaba muy mucha porlan. Hierro, material, de todo… y ladrillos. Traían una camionada tras otra para hacer todo eso. ¡Y los albañiles que había!¡Cualquier cantidad!... Había capataces, había de todo ahí. Bueno… ahí había una pieza en la cual había un tipo, con un pizarrón, porque cada personal tenía un número. Vos, por ejemplo, tenías el número 70, cuando llegaban 5 minutos antes tenías que ir y poner tu tarjeta ahí. Después, cuando entraban a trabajar todos, él miraba para ver quien faltaba. Después uno iba y pedía una herramienta, ponele un martillo, y él lo anotaba.

Y había mucha gente que no lo devolvía. Se la llevaban o perdían. Y al fin de la quincena (pagaban cada 15 días) ahí cuando llegaba la boleta, con plata en efectivo… Pagaba el capataz. Eran todo sobres, con el nombre y todo. Te daban el sobre. Vos lo habrías y él te decía «Vos te llevaste un martillo, no lo devolviste». Te lo cobraban. Así que de ahí no escapaba nada. No se podía decir «me voy a llevar un clavo». Todo lo que era herramienta tenía que volver a la noche.»   

ÁNGEL C. (2007) 

«El día de la inauguración se hizo una fiesta de camaradería, como cuando se inaugura todo. Después vinieron los patrones de Buenos Aires, que eran los Pahlke, con la señora, el hijo… Había mucha gente… Y claro, después estaba toda la delegación. Yo no sé quien era toda esa gente… Había gente de todas partes.»   

ÁNGEL C. (2007) 

«Conozco al Viena desde antes que empezaran a hacer el primer pozo, la primera palada. (…) Nosotros vimos todo, incluso cuando traían los materiales. Todo vimos. Es que teníamos la casita enfrente y por la vereda pasaban (…) los camiones con todo. Llegaban al pueblo de Balnearia por ferrocarril y ahí lo iban a buscar. Trajeron todo a afuera. Además, la única familia que trabajaba, entera, en el hotel éramos nosotros. Estábamos tan al frente que, bueno, cualquier cosa que necesitaban lo llamaban a mi padre. Yo y mi hermana Delia, éramos las modistas (…). Mi madre trabajó en la cocina y mi papá era “peón de patio”, como se le decía. Hacía de todo. Mi hermano trabajaba en la usina propia que el hotel tenía. (…) Pero en aquel entonces no era como ahora, que la gente entra y sale libremente… No, ¡por favor! ¡Qué iba a ser así! Si usted iba con una factura de cinco pesos, por decir un ejemplo, tenía que pasar por el gerente, tenía que pasar por el secretario, tenía que pasar por…¡uf! Muchas vueltas. Nosotros entrábamos al hotel, pero no pasábamos por donde iban los turistas. Ni los mozos iban por ahí (…). Además, los Pahlke no se hacían ver casi por nadie. Nosotros los conocíamos muy poco. A la señora le cocíamos algunas veces.(…) Él sí era un hombre muy respetuoso, muy bueno y respetuoso. La mujer, no. La mujer era odiosa al máximo (…).»   

LUISA Z. (2010) 

«El hotel tenía estación de servicio y usina propia. Tenían un ómnibus especial para ir a buscar a los pasajeros al Balnearia. Muy bonito… Después tenían un coche, no me acuerdo de qué marca era, pero en aquel entonces ese auto era nuevo y se usaba para ir a Balnearia para traer a la gente también.» 

ÁNGEL C. (2007)   

«En el hotel vestían todos de traje y corbata. Se ve que era gente muy puesta… Sí, porque no había gente de campo. Ahí no entraba ninguno. Ahí estaba el sereno día y noche. Ahí no entraba nadie».   

ÁNGEL C. (2007)

«Comparar el Hotel Viena con el resto de los hoteles de Miramar es como comparar los Altos de San Isidro con la Villa 37». 
  
HÉCTOR R.. (2010) 

«En la esquina del sector principal —5 estrellas— había una antena. Se comunicaba con sistema Morse. ¿A quién ibas a llamar? (…). Se habló también de otra (…) en la torre, pero la antena que se ve en la torre-mirador y tanque de provisión de agua para todo el hotel era un pararrayos. No una antena, sino un pararrayos». « (…) Me parece verla todavía, moviéndose (…) en la esquina del edificio. Esa antena era la que se comunicaba — posiblemente y de acuerdo a algunos elementos que yo alcancé a conocer, que todavía existían en ese momento por aquí— un Morse».   

FELIPE S. (2010) 

«¿Si el hotel siempre estuvo lejos del pueblo? Sí, por supuesto. ¡Siempre!... En realidad, antes, mucho más lejos que ahora porque en aquellos días [anteriores a la gran inundación iniciada en 1977] había que ir por toda la costa de la mar. Se entraba por el frente y había que hacer un rodeo más largo que el que se hace hoy. Había que pasar por la Playa de los Pobres, el Bar Obrero… [actualmente, todo bajo el agua]».   

FELIPE S. (2010) 

«Como le dije, era modista de los Pahlke, pero con ella nunca teníamos contacto cuando le hacíamos un vestido y había que medirla. Para eso había un maniquí con su figura. Después, si algo quedaba mal, nos mandaba a decir: “Tome tela de aquí, saque de allá”. Nunca la tocamos. Además, [los Pahlke] no eran de salir por el pueblo a caminar… No, ¡por favor! ¡Qué va!... Nadie los conocía».   

LUISA Z. (2010)

«Como le dije, era modista de los Pahlke, pero con ella nunca teníamos contacto cuando le hacíamos un vestido y había que medirla. Para eso había un maniquí con su figura. Después, si algo quedaba mal, nos mandaba a decir: “Tome tela de aquí, saque de allá”. Nunca la tocamos. Además, [los Pahlke] no eran de salir por el pueblo a caminar… No, ¡por favor! ¡Qué va!... Nadie los conocía».

LUISA Z. (2010)

«La gente de Miramar siempre miró al Viena como algo ajeno. No estaba incluido en la mentalidad de los pobladores. El hotel siempre fue autosuficiente. No había una identificación emocional con el hotel.»

MIGUEL F. (2009)

«Después que Pahlke compró la pensión Alemana a doña María, un grupo de alemanes fueron a verlo al señor Nino Pons. Pons administraba unas 7 hectáreas detrás del terreno del actual hotel Viena, en donde tenía un criadero de nutrias. Los alemanes le ofrecieron comprarle todas esas tierras, pero como no eran propias, sino de su padre, Pons quedó en hablar con su progenitor y darles una respuesta lo más pronto posible. Una semana después volvieron los germanos, pero Nino no había viajado todavía al pueblo de CHIPION (donde su padre vivía). Con mucha prisa, los alemanes lo subieron a un auto muy lujosos (que llamo la atención en el pueblo) y lo llevaron hasta la localidad donde su padre vivía. Los autos eran tres en total. Grandes, negros, de lujo. Los niños de Chipión nunca habían visto algo igual (y se asustaron al verlos). Allí el padre de Nino accedió a vender, pero subiendo la cifra a tres veces más de lo que realmente esas hectáreas valían. Los alemanes no dudaron: compraron a ese alto precio. Había mucha plata.»

MIGUEL F. (2009)

«Bueno, ahí se había hecho una zanja, la cual era un túnel que venía de atrás de los garajes hasta el río… Y yo era el encargado, porque ahí había patos pekinés. Estaba atrás. Yo ahí tenía todo cerrado con tejido y abría una compuerta. Los patos se metían por el túnel ese y salían hasta el río. Después, a la noche, venían todos. Se metían por la compuerta y yo la cerraba. Y le daba de comer y a la mañana yo habría la compuerta. Ellos se metían abajo y se iban. Yo juntaba todos los huevos, los encajonaba y todo lo llevaban a Buenos Aires, a la incubadora, y después de allá traían el pato. Venían en tren o en un camión que venía cada 15 o 20 días, que traían mercadería, de todo. Y ahí, no sé si viste la entrada de la cocina, que hay una ventana al ras de la tierra…, bueno, de ahí se pasaba toda la mercadería al sótano. Bueno, ahí se mataba chancho, se traían vaquillonas, se traían pollos, de todo. Después ahí adentro había una estantería en la que había toda la clase de bebidas que uno quería. Había frutas, verduras… todo, todo ahí adentro. Ah… Para sacar cualquier cosa había que ir al escritorio. En el escritorio ahí te daban un ticket, como tenía que ir yo a buscar hielo (porque ahí se fabricaba hielo). Yo tenía que ir al escritorio, me daban un ticket y yo iba y me daban la barra de hielo. Ahí no se sacaba nada, nada, sin pasar por el escritorio. Tenían un control estricto. De ahí no se podía sacar nada.»

ÁNGEL C. (2007)

« Porque ahí no se sabía nada. Lo único que hacía, cuando me decían «vaya a buscar tal cosa», me iba al escritorio y ahí no se sabía nada, porque hablaban todo en alemán. Lo mismo los mozos, los cocineros, eran alemanes. El único que éramos argentinos era Ramón Dosagaray (el padre de la Laura) que trabajaba de ayudante de mozo. El otro era Pedro Asigna [sic] (el padre de Pepe). Después estaba un tal Blader [sic], un alemán que trabajaba de mozo. Un tipo alto, muy lindo tipo. Y ese trabajaba ahí. Y en la cocina tenían a su gente. Eran alemanes… Los ayudantes no. Los ayudantes eran de aquí, argentinos. Pero los grandes era alemanes. Hacían comida alemana… Muy linda. Y ahí lo que comía el pasajero, comía el personal… Nosotros comíamos una hora antes, media hora. Después se pasaba al comedor. Comían los mozos, comíamos y después se pasaba al comedor.»

ÁNGEL C. (2007)

«Más o menos a una cuadra estaba la laguna. Después, donde empezaba el agua, habían hecho el galpón para la lancha. Había una lancha especial para los pasajeros. Esa lancha tenía un tipo que la manejaba. La gente que quería dar una vuelta, iba la daba. Sí,,, ahí tenía una cancha de tenis, cancha de bochas. La cancha de tenis tenía un alambre tejido como de tres metros de alto. Todo bien marcado y ahí jugaba la gente. Lindo parque… Lindo. Muchas plantas. Después, ahí frente a la cocina había una cámara de unos 10 metros de largo por 6 de ancho y encima todo loza y en el medio estaban los pilares para sostener la loza y ahí encima hay un metro de tierra y encima esas plantas paraísos estaban ahí arriba.»

ÁNGEL C. (2007)

«Yo lo único que sé era que la gente que venía en ómnibus venía de Balnearia, que venían en el tren. Algunos venían en avión a Córdoba y de Córdoba a Balnearia. Y de Balnearia salía el ómnibus o salía el auto y los traían al hotel. Asistían a los baños termales. Iban a la laguna. Sí, sí… mucha gente vi llegar muy mal y se iban muy bien. Porque ahí se quedaban 15 o 20 días y tomaban baños termales y después se iban a la laguna. Ahí había médicos. Había de todo. Así que el que venía tomaba baños termales, tenía todas las indicaciones del doctor. Era completo. Porque la gente que venía con reuma se curaba. Pero venía gente de todas partes. Yo no entendía nada… ¿Qué le iba a entender un tipo que hablaba alemán? Casi todos extranjeros. Muy muchos extranjeros. ¿Qué íbamos a entender? Nosotros teníamos que hacer el trabajo y nada más.»

ÁNGEL C. (2007)

«El comedor era de lujo. Las mesas estaban con manteles, con platos dorados, cubiertos de plata con iniciales de oro. Tenían una servilletas bárbaras. Había unas sillas que uno se sentaba, tenían unas butacas hermosas… Y eso no sé a dónde pasó. Al lado había una pieza grande que había una biblioteca que tenía libros de toda clase y ahí venía la gente, agarraba los libros y leía. Pasaba el día. En todas partes. Arriba, abajo, tenían calefacción en las piezas. Dos ascensores y un montón de escaleras. Sí, tenía todo, todo, todo… Si uno podía pensar en un hotel de lujo: ahí estaba. ¿Del tipo que era…? Imagino por lo menos 4 estrellas. Sí, porque lo que había ahí adentro valía muy mucha plata.»

ÁNGEL C. (2007)

Rumores y leyendas

«Todavía en los ’70 estaba bien… El Viena fue hecho con criterio alemán. Bien armado estaba ese hotel. después vino la inundación e hizo bolsa todo. Pero está firme…, con columnas hasta la tosca. Cayeron las paredes, pero la estructura no. Obviamente, con el tiempo, se va a ir pudriendo. Yo creo que ese termina cayéndose».

HÉCTOR R. (2010)

«Yo conocí el Viena. Entré muchas veces… ¿Cómo era? Tenía un consultorio médico, dentista, peluquería, un centro termal con una sala de lectura que era un espectáculo… Eso fue lo que se vino abajo. El centro termal es lo primero que se cayó. Era muy lujoso… ¿No vieron el primer piso? Los pisos están derechos… ¡Y los baños que tiene!... Además, tenía un comedor grande en la esquina. Después tenía un comedor para las niñeras que venían con los chicos. Ellas no comían en el mismo comedor que sus patrones».

HAYDEÉ S. (2010)

«El hotel [en los ’60 y ’70] trabajaba con 3 o 4 mozos, según los días, y con ayudante de mozo. Cada mozo tenía su ayudante con una mesita-carrito vienés, es decir con ruedas. Ellos levantaban lo que se servía primero y los mozos venían y servían el segundo plato. Los manteles eran ocres con cubierta en ángulo, blanco el sobremantel… Toda la platería era con el logotipo del hotel: un águila bicéfala».

FELIPE S. (2010)

«Debajo de todo lo que era el comedor principal había un sótano grande. Ese sótano tenía dividido, de suelo a techo y de pared a pared, con alambre tejido romboidal. Eran todas divisiones. En cada sección, en cada celda, existían estanterías del piso al techo, con pasillo para transitar… Por ejemplo, en la primera sección que tenía estaba la mantelería. Todo manteles era esa celda. En la siguiente, todo ropa de cama y toallas. En la tercera, la vinotera. En la cuarta, era la platería y los platos y vasos. Todo separado. En la otra, lo que eran los elementos de cocina, que tenía de reserva… Y todo con su sello. No había nada sin sello… En otro lugar había ropa de cama, la ropa de baño, batas, toallas…y los manteles. Porque hay que saber que en cada dormitorio había una mesa cuadrada o rectangular, de 60 por 60,con un mantel ocre. También se les entregaba a los pasajeros un abanico con inscripciones de Miramar, un reloj despertador, vasos… todo».

FELIPE S. (2010)

«Por un pasillo del costado del hotel entraban los proveedores. En el suelo de la vereda, si usted se fija hoy, hay como una tapa sellada. Era una doble puerta-trampa que se abría hacia los cotados y estaba el tobogán. Por ahí se entraba toda la mercadería; y de allí a las dos cámaras frigoríficas. La primera era para alimentos de menos frío (leche, verduras) y al fondo, las carne y pescados…».

FELIPE S. (2010)

«Nosotros los fines de semana atendíamos más de 500 cubiertos. Teníamos 4 o 5 turnos de gente que era y no era del hotel».

FELIPE S. (2010)

«Yo era el Jefe de mantenimiento y Compras del hotel Viena. Yo era el único, ¡el único!, que tenía las llaves. No las tenía nadie. Las tenía yo solo. La llave de todos los lugares donde había “plata”, que era la proveeduría, las heladeras… Porque si a mí me sacaban dos botellas de vino de la heladera me estaban sacando ganancia, ¿entiende?... Había que cuidar todo eso. Yo era el jefe, entonces iba y le decía a la mucama, por ejemplo: “Se va el pasajero de la nº 32. Controlá todo, que no se lleven nada. Ella entraba y revisaba, pero cuando la empleada salía, yo iba y verificaba si estaba todo y si faltaba algo, y ella no lo denunciaba, le decía: Fulana, lo lamento por vos. Falta tal cosa…Y se lo descontaba.” ¡A cara de pichicho!... Yo me movía con toda libertad».

FELIPE S. (2010)

«Al fondo del hotel, por donde entraban los chóferes, había un lago artificial alimentado por canaletas que venían desde la zona sur del pueblo, vertientes naturales. Un lago artificial, que se alimentaba con esa agua de las acequias, donde había gansos y patos. Y en medio había una isla a la que se cruzaba por un puente vienés de madera, y había una pérgola en donde las señoras iban a hacer sus tertulias… De todo eso no queda nada de nada».

FELIPE S. (2010)

«Miramar tenía una rambla hermosa…, con la luna y la música. Miramar, en esa época, era hermosísima. Muy bonita».

FELIPE S. (2010)

«El plato preferido del hotel era una tajada de melón con una rodaja de jamón crudo y el salero en la mesa. Era el plato que más se pedía: melón con jamón y sal. ¡Era un manjar!... Y después, los almíbares. Las frutas en almíbar… Y las comidas calientes, las normales, eran pollo, lechón… mucho lechón».

FELIPE S. (2010)

«Los huéspedes del hotel tenían plena libertad, como en cualquier hotel. Leían. Había ajedrez, canchas… La gente no se quedaba prácticamente en el hotel porque se iba al pueblo. Porque el pueblo tenía confiterías y boliche bailables, pistas de bailables con típicas. Tan es así que una noche, cuando se estrenó por primera vez la canción Noches de Miramar, un paso doble, se hizo ahí, en Miramar mismo… O sea, la gente por lo general salía por la tardecita a tomar algo (helados, cerveza). Se iban al pueblo. la mayoría contaba con medios de movilidad, si no el hotel los llevaba y traía con el auto… Era un hotel abierto. La gente se mezclaba… El mobiliario era igual en todo el hotel. había muy poca diferencia, más que nada en el sector de cuatro estrellas. Allí las camas eran hospitalarias, pero de muy buena calidad».

FELIPE S. (2010)

«Trabajé en el hotel hacia el año 1970. Anticipo que no tengo ancestros europeos, soy criollo hasta el fondo, por lo cual mi perspectiva se aleja de lo subjetivo por origen familiar; aunque si tengo muchos recuerdos de la época y he transitado las calles de Miramar, especialmente del barrio alemán donde estaba el Viena durante toda mi vida. Hacia 1970 el Hotel Viena conservaba su fachada y el ala principal funcionando casi a pleno, los salones estaban siendo utilizados y las habitaciones funcionaban plenamente, la pileta, ubicada cruzando la calle estaba en uso y el bowling de madera de sándalo también ( esa madera tenía un perfume que no voy a olvidar nunca). Era un hotel caro, no sé decirte las tarifas, pero la gente que llegaba era toda de Buenos Aires y Santa Fe, no vi muchos alemanes aunque los había entre los pasajeros.»

MIGUEL ÁNGEL S. (2009)

«Como yo era un niño de 13 años que trabajaba de botones, los autos pasaban a las cocheras pero no estaba en esa sección, subía las valijas y entregaba las llaves de la habitación, aunque los coches sé que eran muy buenos y caros para la época. También tenés que tener en cuenta que el niño naturaliza su vivencia y para mi todo me parecía lo más normal del mundo y me preocupaba por mis asuntos que eran recoger la mayor cantidad de propinas y escaparme a la biblioteca del hotel aunque Sosa me encontraba y me retaba».

MIGUEL ÁNGEL S. (2009)

« La persona que hizo la ampliación era mi abuelo Ángel, el falleció en el año 1975, puedo comentarle que en su oportunidad ( cuando tenía unos 5 años , ahora tengo 50 ) fui con mis padres a pasar unos días al hotel. Realmente era maravilloso por lo poco que puedo recordar. Tenía una sala de juegos, bodega con vinos, licores y dulces que me mandaban a buscar ) ya que a partir de haber ejecutado la obra quedó una amistad con la familia propietaria cuyo hijo era el Dr. Máximo Pahlke… Otro dato interesante es que toda la carpintería de obra ( aberturas y persianas de enrollar tipo barrios ) la hizo mi abuelo materno Luis Loréfice por lo que también el iba al hotel con mis tíos».

ÁNGEL D. S. (2009)

« Esa cocina no era una cocina común y convencional. Era de hierro y mi misión prioritaria era prenderla todas las mañanas. Se hacía un hisopo, se lo metía en el mechero, se abría el gasificador y se dejaba calentar. Tenía: arriba las hornallas y toda una tapa que hacía las veces de plancha para hacer bifes y demás, incluso frituras y milanesas (después se limpiaba con bolsas). Tenía también una sección para calentar agua y, por supuesto, los hornos y las conservadoras de calientes, que era una sección con menos calor en donde se metían los alimentos para que se mantuvieran a buena temperatura (una especie de microondas a fuel-oil)».

FELIPE S. (2010)

Rumores y leyendas

«Conozco la historia que circula sobre los guardias del Viena. Lo que escuché tiene que ver con la familia de Haydee S.. Dijeron que uno de sus hermanos, que tenía panadería acá en el pueblo, vio en el patio del hotel a varios tipos de fajina que estaban practicando ejercicios… A raíz de ese comentario se armó todo. Pero yo sigo creyendo, sabiendo lo que pasó a nivel mundial, que alguno tiene haber llegado acá… Y no eran “algunos”. Para mí eran muchos. Claro que en aquel entonces había muy poco acceso al conocimiento, a la información. Estoy seguro que nadie —o muy pocos— sabían algo sobre los nazis. Y los que sí sabían se callaban. Era más saludable callarse. De todos modos, a la historia nadie le dio bola. Yo creo que hubo gente que sí percibió cosas, pero veían sin querer ver… Al grueso no les interesaba nada. Recuerdo (ríe) que el viejo Sosa [concesionario del Viena durante la década del los ‘60] me decía: “Entraban, y acá en Miramar no les preguntaban cómo se llamaban, sino cómo querían llamarse».

HÉCTOR R. (2010)

«A la gente que trabajaba en el Hotel Viena no la dejaban hablar con los pasajeros. Sus propietarios eran muy estrictos. Lo mismo sucedía con el Hotel Alemán que estaba al frente, cruzando la calle, y que pertenecía a la ex-socia de los Pahlke. Aquello era un mundo cerrado, muy cerrado, pero mi hermano (que tendría ahora 82 años) era el único que iba al Viena a repartir el pan, que el hotel nos compraba. No tenían ningún otro proveedor local. Ahí no entraba nadie. Sólo nosotros. El hotel tenía de todo (mataderos, coche de alquiler, lancha y hasta una usina propia), pero el pan se lo vendíamos los de la familia. Era lo único y mi hermano el único que entraba. Un día, nos contó, lo hicieron pasar por el pasillo de lo proveedores y entrada de empleados, que daba a un costado del hotel. Le dijeron que esperará ahí, en la puerta, pero pasaron varios minutos y él se cansó de esperar. Entonces, se pasó para el lado del patio (al final del corredor) y espió. Dijo que en ese lugar pudo ver formada una fila de 11 a 13 personas. Todas ellas vestían sobretodos largo y parecían estar en posición de “firmes”. Después dijo que todos subieron arriba de un camión y nunca más se supo de ellos. ¡Nunca más se supo nada!... ¡Qué cosa increíble!... Al tiempo —una lástima—, todo el hotel quedó abandonado».

HAYDEÉ S. (2010) 

«Una vez cayó un tipo que tenía una armería en Quilmes, muy de la derecha peronista, y dice que él se vino con la mujer exclusivamente para ver el Hotel Viena. ¿Por qué?... Esto te lo pueden contar los dueños del Hotel Savoy. Dicen que el tipo empezó a mostrarles medallas nazis y dijo que se las había regalado un ex SS… ¿Cómo viene la relación con el SS? Más o menos así: un día a la armería cae un alemán que quería un ’32 reconstruido. Cada tanto volvía el alemán, hasta que un día tocó el tema “Hitler” y el armero le dijo: “Yo lo admiro a Hitler porque era un patriota”. Entonces el viejo se empezó a deschavar. Dijo que él había sido miembro de una guardia personal que tenía el Führer, y le dijo que había estado dos o tres meses en Miramar, en el Hotel Viena, con el Führer, en la posguerra. Dijo que a Adolf le encantaba el mar, mirar el mar. Esto coincide con lo que dice Basti en su libro… Son cosas de la gran casualidad, o de una gran imaginación».

HÉCTOR R. (2010)

«Yo al Viena lo conozco desde que era chico. Estuve en él miles de veces. Entrábamos a jugar. Todo estaba en ruinas. Tengo 30 años y nací en Miramar, así que imagínese si lo conozco. En esos días éramos “indios”. La pasábamos jugando. Ingresábamos al hotel por una claraboya que daba al sótano y lo recorríamos todo. En una época había un cuidador. ¡Pobre tipo! Nos perseguía, pero no podía evitar que fuéramos al lugar. Hoy el hotel se puso de moda. Es algo nuevo eso. Antes ahí estaba, sin que nadie le diera “ni cinco de bola”. Ya de más grandecitos íbamos con alguna chica. Teníamos muchas camas a nuestra disposición. ¿Fantasmas?...Jamás vi ni escuché nada raro. Entré miles de veces y nunca vi nada. Claro que mucha gente jura y perjura haberlos visto. El hijo de un cuidador del hotel es uno de ellos. Además, la gente que vivió allí (ya que la municipalidad se lo permitía cuando no tenían vivienda) dicen que permanecer en el hotel era imposible. Ruidos, pasos, conversaciones, gente caminando por los pasillos… pero yo no creo en nada de eso».

CAMARERO DE MIRAMAR. (2010)

«Hay por lo menos dos fantasmas. Un hombre y una mujer. Hasta hace poco sólo se veía a un hombre, pero de un tiempo a esta parte también se ve una mujer triste. En el hotel desapareció una llamada Anna o Hanna, en la década de los ’40. Nunca se supo nada de ella. Al hombre— de bigotes— no se lo ve como de carne y hueso, sino una mera figura. Fue visto muchas veces y ha salido en alguna fotos que toman los turistas. Hace una semana, durante la filmación, traje a una mujer y sus hijas al hotel. Ellas vivieron en él por un tiempo, tras la inundación. Abandonaron el edificio porque el fantasma las volvió locas. Dejaron de vivir allí por ese motivo. Cuando nos acercábamos en el auto al hotel se pusieron muy nerviosas y no querían aproximarse. Se arrepintieron de hablar con el canal yanqui. Les producía una enorme angustia volver al lugar de los hechos. Una de ellas contó que sentía cómo una presencia se sentaba en la cama junto a ella. Todos los miembros de la familia sintieron esa presencia fantasmal mientras vivieron en el hotel”.

TAXISTA DE MIRAMAR (2009)

NOTA FINAL

Cualquier persona que disponga de fotografías antiguas del Gran Hotel Viena o del pueblo cordobés de Miramar, por favor, enviar una copia a la siguiente dirección electrónica: sotopaikikin@hotmail.com

Muchas gracias.

por Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata

Febrero de 2011

Email: sotopaikikin@hotmail.com

 

Ver, además:

 

                     Fernando Jorge Soto Roland en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: 

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

Facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

instagram: https://www.instagram.com/cechinope/

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

Ir a índice de crónica

Ir a índice de Fernando Jorge Soto Roland

Ir a página inicio

Ir a indexe de autores