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Gran Hotel Viena

Apostillas a «La Dama del Viena»

por Fernando Jorge Soto Roland

El desencanto tiene siempre dos caras. La primera conlleva tristeza y desazón ya que todo engaño —o autoengaño— al ser descubierto es doloroso, en especial cuando se ha apostado mucho a una idea o a una persona. La segunda cara implica la revelación de una verdad cruda y descarnada que golpea con fuerza y, si bien al principio cuesta adaptarse a ella, es la única condición necesaria sobre la cual podemos —y debemos— construir algo sobre bases seguras.

En un mundo atiborrado de irracionalismo y pensamiento mágico cuesta bastante imponer ideas y explicaciones racionales a fenómenos que muchos quieren que existan, en especial aquellos «consumidores de misterios», que una prolífica literatura popular —y programas de TV— ha  venido creando desde hace años, a lo largo y ancho del planeta.

El fuerte deseo por lo maravilloso y la poca entrenada mirada crítica sobre la realidad son, tal vez, las grandes responsables de las leyendas fabricadas en que la gente quiere y necesita consumir; y no faltan los voceros que, cual «profetas», lucran con esas historias aceptando de antemano razonamientos débiles, pero que ellos consideran «lógicos y evidentes». Para refrendar lo antedicho basta con visitar cualquier librería y advertir que lo «oculto» y «lo misterioso» venden proporcionalmente mucho más que cualquier otro tema. Las cosas extrañas, los prodigios y las maravillas —tanto del cielo como de la tierra— llaman la atención, y si a ese gusto tan particular por lo insólito le agregamos una dosis de ignorancia, pereza mental y teorías conspirativas, tenemos el «cartón lleno» y las anteojeras necesarias para creer en «imposibles».

Después, aparecen los testigos y los comentaristas de esos testimonios que, a medida que pasa el tiempo, embellecen sus relatos haciendo gala de una labor creativa realmente interesante. Finalmente, emergen los «especialistas» que ganan fama y dinero divulgando explicaciones esotéricas cargadas de una palabrería grandilocuente, muy propia de los falsos investigadores, partiendo de «verdades preconcebidas» y divulgando, con la autoridad propia de un obispo, fraudes, engaños y falsedades.

Si miramos un poco a nuestro alrededor veremos que estamos sitiados por «misterios». Ovnis, gnomos, entidades angelicales, extraterrestres de todos los colores, cerros y montañas extrañas donde es factible contactarnos con visitantes de otros mundos, yetis, monstruos de todo tipo y, por supuesto, los tan consabidos y perdurables fantasmas.

Desde el mito contemporáneo de Roswell, Nuevo México, hasta los espectros que habitan mansiones y castillos abandonados —en nuestro caso el Gran Hotel Viena— los mitos se resisten a morir y no hay argumento que sirva para refutarlos cuando los creyentes se sienten seguros con ellos. Ninguna explicación alcanza. En eso radica, justamente, la fuerza de los delirios. Es una «cuestión de fe». No importan las pruebas en su contra. Los mitos siempre se las arreglan para perdurar, e incluso colarse en cierta producción literaria considerada «seria». Muchas de las soluciones vertidas, aunque fantásticas e irracionales en extremo, siempre son las preferidas por más que no sean otra cosa que miserables engaños editoriales, que confunden adrede el concepto de «posibilidad» con el de «necesidad». Embaucan al lector y con ello siguen alimentado la leyenda.[1]

La llamada «Dama del Viena», del famoso hotel cordobés, es un buen ejemplo de todo ello.

Hace exactamente un año, el 4 de febrero de 2010, mientras estábamos completamente solos por la tarde en las instalaciones del Gran Hotel Viena de Miramar (Córdoba), mi esposa sacó una fotografía que dio mucho de qué hablar. En una de las ventanas que dan al patio central del edificio —la habitación Nº 61, de reconocida «actividad paranormal»— apareció perfilada la clara silueta de una mujer.

Descubrimos esa imagen horas más tarde, por la noche, y la mostramos a varias personas. Todos convenían en observar un claro contorno femenino, un rostro algo nebuloso, pero con sus mejillas muy claras, una cabeza de larga cabellera, su hombro izquierdo y un brazo que caía al costado del cuerpo. Vista por el visor de la cámara digital la imagen era más que clara, pero ampliándola en la pantalla de la computadora las dudas parecían desvanecerse: había algo en esa placa y era, inconfundiblemente, una figura femenina de pie.

Si al hecho de que ese sector del hotel estaba por completo deshabitado y tapiado —siendo imposible el ingreso al mismo— le agregamos la televisiva fama de de ser un lugar «encantado», no es extraño que muchos de los vieron la foto hayan sostenido, sin más, que lo que habíamos capturado involuntariamente era un fantasma.

La mayoría no dudó mucho tiempo. Incluso hubieron personas que no sólo veían a la consabida «Dama» sino también a otro espectral acompañante —esta vez masculino— al quien le atribuyeron rostro y cuerpo; y al que, personalmente, yo nunca vislumbré.

Esa circunstancial «prueba gráfica» me incentivó a escribir un breve artículo sobre el fenómeno en el que, no sin ironía, abrí varias posibilidades explicativas al respecto.[2] De todas ellas, me quedé con la menos fantástica y natural: la «Dama» era un mero reflejo o una mancha en el alambre tejido que cubría la ventana.

Pero los creyentes desecharon mi conclusión. Les gustó la idea del fantasma y la conservaron. Se convirtieron en sus defensores y no hubo forma de convencerlos de lo contrario. No querían desencantarse. Fue así que, con el solo objeto de averiguar qué había detrás de todo el asunto, jugué a ser un cazafantasmas por un tiempo. Me di la libertad de poder ver lo que otros veían sin dudar. Viajé al hotel otra vez. Lo recorrí de arriba abajo, tanto de día como de noche, solo y acompañado. Saqué fotos, grabé sus sonidos durante toda una noche con la esperanza de captar lo que los especialista yanquis llaman un EVP (Electronic Voice Phenomena) o psicofonías, según los parapsicólogos españoles.

Venciendo la vergüenza de estar haciendo algo estúpido, convoqué en voz alta los fantasmas del lugar. Los increpé… pero no pasó nada. O mejor dicho, pasó lo que tenía que pasar: no detectamos «un gramo» de actividad paranormal. Ni una sombra, ni un sonido extraño, ni una mano ectoplasmática… nada.

La única revelación importante provino de la ventana de la habitación 61.

Después de transcurrido un año de haber tomado la foto, el 1 de febrero de 2011 me paré en el mismo lugar en el que se había parado mi mujer, miré hacia la ventana y… allí estaba.

Impertérrita, inconfundible tiesa, la «Dama del Viena» seguía asomada a la ventana desde uno de los cuartos más embrujados del hotel. ¿Me había estado esperando todo ese tiempo o acaso disfrutaba al ser fotografiada una y otra vez?

Maldición… seguía ahí parada. Ajena a todo, igualita a la foto que habíamos tomado casi 365 días atrás. Qué desilusión para muchos. ¿Cómo era posible? ¿Por qué permanecía en ese sitio en vez de deambular por los abandonados pasillos del Viena?

La respuesta es bien sencilla. Resultó ser lo que siempre había sido: una mancha. Una simple y vulgar mancha en el entretejido de alambre oxidado, que sólo desde cierta posición es factible de ser advertida.

En este último viaje puse a prueba aquello no había conseguido en el primero: la verificación in situ.[3]

Los argumentos acumulativos no me satisfacían. Que un montón de historias pretendan ser prueba de verdad para un tema como el de la supervivencia después de la muerte, nunca me resultaron convincentes. Detrás de la «Dama del Viena» había una explicación racional, menos romántica, más materialista y hasta burda. Pero es lo que hay. Por eso estoy seguro de que detrás de las demás historias que circulan existe lo mismo: errores, malas interpretaciones, sugestión, pareidolias (creación de imágenes como producto de nuestra fantasía frente a elementos de la realidad que se nos aparecen como amorfos o imperfectos), imágenes eidéticas (imágenes que son percibidas como algo corpóreo, pero que en realidad son imaginadas) y muchísimos deseos de ver fantasmas.

 

 

IMÁGENES

 

FOTO TOMADA EN FEBRERO DE 2010

 

 

FOTOS TOMADAS EN FEBRERO 2011

 

 

 

Notas: 

[1] Me refiero específicamente  a los Ghost Hunters de la televisión y muchos otros trasnochados sabios con amplia llegada a la gente a través de libros y conferencias.

[3] Recordar que la foto fue tomada horas antes de partir de Miramar y que las primeras comprobaciones se hicieron haciendo uso de otras fotos del hotel previamente.

Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata

Email: sotopaikikin@hotmail.com

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