Dean Martin
El Suave Arte de decir las Cosas
por Fernando Jorge Soto Roland

Sin esfuerzos.

Con una banda, una gran orquesta o a capella, era capaz de hacernos cambiar el humor llevándonos a vivir en un mundo mejor. Un mundo que creíamos más dulce, cordial, más lleno de amor, romance e ilusiones.

Era capaz de hacer eso y mucho más.

Con su aterciopelado tono de barítono italiano, su inconfundible estilo y afable simpatía, fue no sólo un excelente intérprete de canciones populares americanas, sino un renombrado actor de comedia y drama. Un tipo completo. Un muchacho de barrio, hijo de inmigrantes italianos, que conoció la fama y la fortuna manteniendo el estilo y elevándolo hasta el punto de imaginarlo vistiendo sólo smoking, en un gran casino de Las Vegas.

Dean Martin es sin dudas una de las grandes voces del siglo XX. Y hoy, a más de catorce años de su muerte, sus viejas grabaciones del sello Capitol nos siguen produciendo el mismo efecto que producían cuando él estaba vivo y llenaba los Nigth Club más elegantes de Occidente.

Su voz, su modo de cantar, su forma de poetizar historias en dos minutos y medio, fueron únicas. Es lo que lo eleva al Parnaso de los inmortales del espectáculo. Ésos que nos enseñaron a disfrutar de la existencia dándole un tema de fondo; ensalzando momentos que, de lo contrario, no guardaríamos en el recuerdo con tanto cariño y respeto. Porque lo que Dean Martin, Frank Sinatra o Bobby Darin, han hecho es encumbrar nuestras vivencias personales, íntimas, aderezando la memoria con un toque de distinción, alegría y risueña melancolía.

¿Cómo olvidar aquel viaje desde Machu Picchu, mientras regresaba al Cusco —hace ya más veinte años— y cantaba (perdón por el uso de ese verbo) You`re Nobody Til Somebody Loves You, junto a una circunstancial turista austriaca? ¿Cómo no recordar a mi madre tarareando sus canciones y exclamando de a ratos “¡Qué divino!”, mientras me transmitía, sin saberlo, el gusto (el buen gusto) por el swing? ¿De qué manera explicar la forma en que se recuperaba mi corazón, no correspondido por un amor, cuando comulgaba con sus interpretaciones; o me volvía a enamorar oyendo esas mismas canciones, pero en otro contexto emocional?

No caben dudas; su dulce arte de decir las cosas atemperó los momentos crudos y exaltó aquellos que fueron maravillosos. Él, en el instante justo (Just In Time), nos cambiaba la forma de estar en el mundo. Nos la sigue cambiando. Tenía esa mágica capacidad. 

Se ha dicho que el siglo pasado fue uno de los peores de la historia registrada (Breve y Cruel, según Eric Hobsbawm). Una centuria que, como ninguna otra, despertó las mayores expectativas para después destruirlas con guerras mortales, revoluciones y matanzas en masa, como jamás se había visto antes.. ¿Cómo calificaríamos al siglo XX sin el manso aporte de cantantes como Dean Martin? ¿Nos conformaríamos con el adjetivo “cruel”? No lo creo. Sería un término mucho peor, hasta procaz ( por no escribir “mierda”).

De todos modos, si fue una época capaz de producir ejemplos de tan magnifica calidad artística e interpretativa, no debe haber sido una porquería en un cien por ciento. Al siglo XX lo salva la música y esos “pequeños gigantes” cantantes populares (Pop queda más fashion) que pudieron hacernos creer y sentir que, aún en pena desgracia, la vida es algo que vale la pena ser vivida.

Música de fondo, como en la películas.

Eso es lo que se necesitaba ( se necesita) para salir del lodazal. Porque cuando Dino afinaba su garganta al compás de orquestas de otro planeta, nos olvidábamos de las cosas malas y nos comprometíamos con las sensaciones dulces del alma.

Gracias a las viejas grabaciones, que hoy resucitan, para beneplácito de los que superamos con cuarenta y tantos, las nuevas generaciones tendrán la oportunidad de disfrutarlo y desasnar el chabacano acostumbramiento a una cumbia mal tocada o a “Pibes Chorros” que no son más que un reflejo (y consecuencia) de esa crueldad de la que nos hablan los historiadores.

Porque aún reproduciendo las críticas que el rock le ha hecho (llamándolo “música de ascensor”), Dino y su estilo nunca serán mediocres, “grasas”, de mala calidad.

 Puede no gustar, pero es excelente.

“¡Qué divino!”, decía mi madre.

Y lo era.

 Lo es.

por Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata

Email: sotopaikikin@hotmail.com

 

Ver, además:

 

                     Fernando Jorge Soto Roland en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: 

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

Facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

instagram: https://www.instagram.com/cechinope/

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

Ir a índice de crónica

Ir a índice de Fernando Jorge Soto Roland

Ir a página inicio

Ir a indexe de autores