Casas encantadas
Apostillas |
Cuando el miedo, el dolor, el sufrimiento, el suicidio y la tortura se dan cita en un solo lugar, nada bueno puede resultar de esa morbosa conjunción; y el escenario del drama se transforma, el imaginario colectivo, en un lugar maldito, marcado, estigmatizado. Suele ocurrir que la gente transfiere a ellos todo lo ruin que la imaginación les permite elucubrar, diferenciándolos del resto del espacio. Encapsulándolos. Aislado sus recuerdos. Disfrazándolos con el rótulo de “encantados” o “embrujados”. Desligándolos de lo cotidiano, para no sentir culpa por todas las injurias que rechazan y temen, pero que saben propias. Encorsetados entre paredes mohosas y lúgubres, los hechos humillantes del pasado duelen menos. Mantienen las conciencias tranquilas. Auguran un buen sueño. La basura queda confinada en un lugar de mala fama; que, debidamente maquillado, romantizado, pasa a la tradición oral como un lugar que “mete miedo” y al que sólo los locos se animan a visitar. Porque únicamente un ser irracional puede regodearse con la irracionalidad. Sólo un ignorante arriesgaría sus pasos a esos sitios espantosos, corriendo el riesgo de encontrar en ellos la esencia animal, salvaje, de su propia especie. Reconocerse como parte de ella, para luego huir de ahí helado de horror, por causa del horror. Y por más que se empeñe en querer testimoniar a otros sobre las cosas que allí vio, los demás, debidamente escudados en el mito del hombre racional, rechazaran sus historias, sus anécdotas. Porque si las reconocieran como reales estarían admitiendo todo aquello que habían escondido o sublimado bajo la etiqueta de “casas encantadas”. Rechazarán a sus fantasmas porque éstos no son más que sus propios reflejos. Rechazarán sus espectrales y lastimeras súplicas, porque ellas son las denuncias de sus propios crímenes. De sus complicidades y desidias. Por eso les temen. Por eso son aterrorizados por esas apariciones que les enrostran sus infortunios, sus amnesias voluntarias, su descompromiso. Porque en esa galería del horror que son las casas embrujadas, advierten que la pulcra, medida y ordenada sociedad a la que pertenecen es la responsable de todo. Que ellos mismos son los arquitectos de las desdichas, torturas, injusticias y muerte. |
No. Eso no puede ser posible. No debe saberse nunca, porque de hacerlo, los fantasmas del pasado saldrían de sus residencias encantadas y los infectarían a todos. Mantengámoslos aislados. Lejos de todo. En sitio inaccesibles, difíciles de alcanzar. Establezcamos distancia. Alejémonos de ellos. Convirtamos el lugar en algo extraño, misterioso, aterrador. Atiborremos su historia con tantos detalles que nos impidan ver la trama principal. Escudémonos en la cáscara. Sellemos todo. Porque las brujas, como los fantasmas, no existen. |
por Fernando
Jorge Soto Roland
* Profesor
en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata
Febrero de 2012
Email: sotopaikikin@hotmail.com
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