Bobby Darin
14 de mayo de 1936 –14 de mayo de 2007
La necesaria voluptuosidad de la vida
Por Fernando Jorge Soto Roland

 Tuvo una vida corta, pero productiva. Logró en quince años más de lo que muchos otros consiguen en treinta o cuarenta. Alcanzó la fama y el éxito económico con velocidad meteórica y recorrió un espectro musical tan variado como sorprendente, imprimiéndole siempre calidad a sus interpretaciones. Fue empresario, productor y representante de artistas; actor de cine y televisión; animador; comediante y, por sobre todas las cosas, cantante, showman e intérprete de algunas de las canciones más hermosas de la segunda mitad del siglo XX.

Aún enfermo desde muy chico, desarrolló una personalidad optimista, emprendedora. Sabía que tenía poco tiempo y tal vez haya sido por eso que concentró sus energías en concretar sus sueños en el menor lapso posible.

Y lo hizo. A los veinticinco años de edad era ya una “leyenda” y, aunque nunca sepamos cómo hubiera sido su vida tras cumplir más de una siete décadas, no cabe la menor duda que aprovechó al máximo su destino vital.

Fue conciente. Un hombre que sabía que iba a morir; y organizó sus horas a partir de ello. Iluminado por la luz de La Parca actuó en consecuencia y no le dio tiempo a la vida para que sus esperanzas se pervirtieran. Tonificó sus virtudes y dio todo de sí en cada performance, en cada show, en cada canción. Todo ello se advierte cuando uno lo escucha con los oídos y siente con el corazón. Sólo así el precio infinito de cada instante, rehabilitado por nuestro lado mortal, cobra sentido y la agonía se vuelve triunfo.

Se rejuveneció constantemente por el contacto con la muerte. Era conciente de ello cada vez que tenía que inhalar oxigeno de un tubo en plena función —entre actos— para poder continuar haciendo lo que más le gustaba hacer: cantar.

De sus posibilidades inmediatas de “no ser” sacó la sabiduría necesaria para aprovecharse del vacío que estaba dentro suyo —que está en cada uno de nosotros— y así logro evitar la extrañeza de sí mismo. Irónicamente, la muerte cercana le permitió acceder prontamente a su propia identidad; a pesar de haber vivido gran parte de su vida bajo el imperio de una mentira que lo desbastó por un momento pero de la que se recuperó, aún sin perdonar del todo[1].

Fue leal con sus amigos; generoso con los artistas que se iniciaban cuando él ya había alcanzado el estrellato; apasionado y perfeccionista con su profesión. Consecuente. Decidido antibelicista, antirracista y demócrata de alma. Respetuoso de los grandes monstruos que siempre admiró (Frank Sinatra, Dean Martín, Sammy Davis Jr, Elvis).

Seguramente de ellos supo imitar el amor que debe imprimírsele a las cosas que se quieren y aprender a ser voluptuoso con aquello en lo que uno invierte la vida; ya que, como dice el filósofo, “toda experiencia que no se convierte en voluptuosidad es una experiencia fallida”. En ese sentido, su corta vida fue voluptuosa; sabiéndole encontrar la dimensión temporal a lo que todos estamos fatalmente conectados.

En lo artístico se nutrió de muchos. Cambió de estilo, se expandió. Partió del rock’n roll, pasó por el twist, el pop-country, la canción antiguerra de protesta y se inmortalizó con el swing y el jazz en temas que ya son clásicos (standart). No le temió a las opciones nuevas y se reinventó constantemente venciendo el miedo; trastocando la seguridad que en apariencia le daban cierto género de temas[2].

Aún pecando de panegírico —lo admito— o simulando ser un mal hagiógrafo del cantante, creo encontrar —al hacer una lectura que dice más de mí mismo que de Bobby— a un Darin esotérico, oculto, que me habla directamente a través de sus canciones simples y me enseña a disfrutar cada instante irrepetible, a encontrarle sabor al agua más insulsa, a meditar en cada bocanada de aire fresco que entra en mis pulmones. Incluso a saborear el humo de los cigarrillos, como si fueran el último paquete.

Hoy Bobby Darin estaría por cumplir 71 años de edad.

 De seguro habría sido un viejo simpático... aunque eso nunca lo sabremos. Sólo nos queda imaginarlo con su camaleónico histrionismo, reeditándose como siempre y consiguiendo algo que sólo los grandes pueden hacer: convertir esta vida en una experiencia, por momentos, entretenida.

Referencias:

[1] Nota: quien creía que era su hermana resultó ser su madre biológica; y quien creyó conocer como progenitora era en realidad su abuela.

[2] En una época en que la música pop se dividía entre las canciones clásicas “estilo Sinatra” y el nuevo rock’n roll de Elvis, Bobby Darin se movió en el medio, consiguiendo fanáticos de ambos lados.

Fernando Jorge Soto Roland / Mayo de 2007

Profesor en Historia

sotopaikikin@hotmail.com

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