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Amor en luna llena
Rodrigo Javier Soto Bouhier
rodrisotobouhier@hotmail.com
 

El viento agitaba las colas de zorro que crecían en el campo con suavidad, el sol se escondía en el horizonte. Un lago que allí se ubicaba, se mimetizaba con el febo, adquiriendo un color anaranjado brillante como si se tratara de un camaleón. Las nubes eran escasas.

En la quietud interrumpida por cortos intervalos de la brisa pasajera, un par de individuos caminaban calmos, felices. Se podían distinguir a la distancia pocos rasgos del par que andaba por el campo. Uno de ellos, era el hecho de que eran de géneros opuestos y que uno superaba ligeramente en altura al otro.

El susurro del aire causaba comodidad en la pareja distante, el sol apunto de dormir, generaba euforia, alegría, placer. Iban abrazados, uno delante del otro, sujetando sus manos. El muchacho pasaba sus manos por la cintura de la joven, sus manos se acariciaban mutuamente, se daban calor. Era un descenso solar cálido, el primer día del verano. Solos, en un bello escenario de fondo, tomaron asiento sobre unas rocas aledañas al cuerpo de agua semejante a un espejo.

Estaban tranquilos, sin compañía de nadie. Su cabaña, aguardaba a pocos metros del paraje campestre, en lo que comenzaba a ser un bosquejo. Observando desde lo lejos, se notaba como la mirada del dúo se perdía una en la otra. Eran envidiables, sumamente felices por su unión, por hallarse a solas y amarse profundamente. Un beso, interrumpió el momento y ambos cerraron sus ojos. La dicha parecía no tener fin, era un momento mágico, anhelado por ambos desde el fin de las clases. Eran jóvenes, les quedaba un año más  para acabar el secundario. Entre besos, cosquillas, susurros y mimos, el sol bajaba.

Besos de lengua, tradicionales y de toda clase eran efectuados por la pareja sin cesar. Habían dejado el mundo real para alojarse en el del amor. Se despojaron de su ropa para ir dando paso al acto sexual.

Su pasión avanzaba a niveles superiores con cada segundo que transcurría. Pero, en cuanto salió la luna, la bella fue devorada por la bestia. Un bramido rabioso cambió la hermosa perspectiva del inicio de una velada maravillosa y abrió una escena escalofriante, sanguinaria, truculenta. Los dientes del joven roían los huesos de la muchacha, su carne era tajada por callosas manos, las vísceras se desparramaban en el suelo. Lágrimas de sangre eran despedidas del cuerpo inanimado y penetrado brutalmente. Aún así, el cadáver conservaba una sonrisa dulce en su despellejado rostro.

La entidad original bajo la fachada de un adolescente surgió esa noche de manera inesperada luego de seis meses de relación. Como todo animal, sus instintos lo impulsaron a hacer lo impensable.

Sus rojizos ojos se deleitaban con la carne de su amada. Fresca, picada, cortada en tiras, babeada con saliva teñida de sangre, machacada, deshecha en sus fauces, la degustaba con una lentitud tortuosa. El crujir de la osamenta junto al escurrir del fluido sanguíneo se volvió el único sonido en el aire. El viento, dejó de soplar.  Tan solo quedaron restos de lo que fue una ninfa rubia de ojos azules, pelo largo y tez clara. La ropa de la chica, al igual que la del ente masculino, quedó sumergida en un río de sangre.

Desnudo, a la luz de la luna llena, ya terminado con su frenesí asesino retenido desde el momento en que conoció a la muchacha, huyó por el campo aullando antes de que su suegro saliese de la cabaña y los buscase para la cena. Viendo a la jovenzuela desmembrada, se podía decir que fue consumida y cazada por un lobo. Pero en vez de eso, fue carcomida por su amor, un ser humano. Un Caníbal. 

Rodrigo J. Soto Bouhier
rodrisotobouhier@hotmail.com
 

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