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La soledad es una luz mortecina
William Sosa Tamayo
wsosat@udg.co.cu

Todo parece extraño a su alrededor. Siempre que cambia de un lugar familiar a otro experimenta lo misma sensación. Le parece estar sufriendo un estado de mutación completa que surte efecto en su estado de ánimo, y lo más insoportable de todo, le quema y le hiere sus fibras sentimentales en su fuero interno. Sentía añoranza por todo aquello que recientemente había constituido parte de la cotianidad de su existencia. Aun palpa en su joven corazón las lágrimas provocadas por su partida imaginando, con tristeza, la vida que estarían llevando los suyos al apagarse momentáneamente el fuego que les proporcionaba la energía para vivir. Experimenta sufrimiento y pesar al pensar en los diálogos que sostendrían sus detractores, parientes de víboras, ante la actual disyuntiva y el camino que le obligaron a escoger. Su rostro rudo manifiesta la preocupación por la idea que se formarían de su actitud sus amigos y compañeros de ideales, pero su mayor desafío se fundamentaba en lo que haría de ahora en adelante, pues lo precipitado de los acontecimientos no le han permitido trazarse un plan fijo inmediato. Deja a un lado sus pensamientos, se acerca a un viejo tocón y se recuesta a repasar los últimos acontecimientos. Unas horas más tarde se levanta y comienza a andar suavemente hacia el pueblo. Sus pasos son sin ritmo como si le pesaran mucho las piernas.  

Hacía algún tiempo que no visitaba la parte céntrica del pueblo, aunque disfrutaba caminar por la calle principal y observar escrutadoramente la vida que bullía en cada cosa y cada persona. Le gustaba ir al bar del viejo Juan, el Gallego, y entablar largas conversaciones con los conocidos, siempre llenas de consejos y fe en el mejoramiento de la vida en el futuro. 

Es Diciembre, el día se torna gris y la brisa invernal, acompañada de finísimas gotitas, humedecen y penetraban, como pinchos lacerantes, las partes del cuerpo descubiertas y expuestas a los elementos. El frío es de tal magnitud que provoca estremecimientos y castañeo a los mejores abrigados para las condiciones del invierno en el trópico. David camina por la pequeña acera pegado a las paredes de casas y comercios y rozándolas ligeramente para evadir el gélido y húmedo aire. De vez en vez lanza una u otra blasfema por haber salido a la calle en un día tan frío. Al pasar por una casa de ancho alero se detiene a esperar que cesen las lloviznas que acompañan las oleadas de aire frío.  En los escalones que conducen a la puerta principal hay un niño medio recostado sobre un lado de su cuerpo. Su escasa vestimenta no puede evitar que se encoja y tirite ante cada batida de aire y lluvia contra su poco abrigado cuerpecito y el desprotegido lugar que había elegido como guarida improvisada ante las circunstancias. Al cabo de unos segundos, David repara en su presencia y rápidamente aclara en sus neuronas que este no está allí para contemplar la lluvia, ni tampoco por ser habitante de la lujosa casa, que contrastaba de forma anacrónica con su figura, pues a su escuálido y famélico cuerpo se pegaba lo que hace tiempo atrás fue una camisa que con la humedad le remarca los huesos y deja caer jirones por los costados. Completa su vestimenta un corto y raído short hasta las rodillas. El pequeño levanta su cabeza y con ojos tristes se queda mirando al hombre que se ha detenido frente a el. Sin pensarlo por un momento le lanza su primera interrogante:

_ ¡Señor! ¿Usted puede darme un real?

_ Por favor no me llames señor, ¿y tu? ¿Cómo te llamas?

_ Alberto, pero todos me dicen Bertico, se... ¡ay!. Disculpe.

_ ¿Qué haces aquí con este tiempo? ¿Por qué no estas en tu casa?

_ No tengo casa. Tengo mucha hambre y frío; y no tengo padres.

_ Pero todos tenemos padres o alguna vez los tuvimos.

El pequeño oculta la cara entre sus manecitas húmedas y temblorosas y rompe en un sollozo que termina con la monotonía de aquel diálogo. David desea conocer más sobre este chiquillo, trata de calmarlo para retomar la  conversación.

_ No llores y cuéntame si algo sucedió con tus padres.

_ Un día cuando dormíamos a papá lo fue a buscar un señor de uniforme amarillo y dijo “Lo llevo al cuartel porque le da alimentos a los bandidos barbudos”. Mi mamá no vivió más con tranquilidad los días siguientes a la detención y el hecho de que no le dejaran ver a mi papá la llenó de un miedo premonitorio. Un tiempo  después el mismo sargento del cuartel que participó en la detención volvió a casa para decirnos que los rebeldes lo habían matado por delator. Mamá no pudo soportar la pérdida, dejó de alimentarse y sufrió tanto al punto de que pensamos que enloquecía. El invierno pasado murió de un ataque de tos. Dice la vecina del solar donde vivíamos que mi papá se la llevó para que no sufriera más. Espero que a mí me venga a buscar también para estar los tres juntos, pero parece que se demora demasiado, ¿Verdad?

_ Sí, seguro que no te van a abandonar_ dijo David desentonando con tristeza, mientras tanto su mano hurgaba en uno de sus bolsillos  para aparecer con una moneda.

_ Toma, llega hasta el bar., pide algo de comer y regresa de nuevo a este lugar.

El niño tomó el dinero de las manos de David y partió raudo en dirección al bar. Mientras tanto David lo observa correr por un momento y luego decide cruzar la calle que lo separa de la pequeña tienda del pueblo para comprar cigarrillos. El local está poco concurrido, dos o tres clientes, por lo que adquirió lo que deseaba, pagó e inmediatamente salió hacia el lugar donde se había despedido unos minutos antes del chico, porque era menos perceptible su presencia. Allí mismo inauguró la cajetilla de cigarros, y lanzando una gran bocanada de humo se puso a pensar en que el niño se estaba demorando demasiado.

Cada vez que visitaba el pueblo David tenia por hábito evitar los lugares demasiados concurridos y visitados por los guardias, pues era muy conocido allí por actividades subversivas  anteriores y en dos ocasiones lo habían llevado al cuartel por diferentes motivos que lo hacían sospechoso. La primera ocasión fue el día que se quemó el ala izquierda del almacén de suministros de la Guardia  y una segunda cuando desaparecieron las mercancías de la tienda propiedad del suegro del jefe del puesto de la guardia rural de la demarcación.

A David todos los lugareños lo consideraban un muchacho tranquilo; pero posteriormente a ambos hechos faltó de su casa, y al no precisar su paradero en los días siguientes el sargento quedó con la duda de la sospecha, pese a no haberle podido sacar confesión alguna en el interrogatorio realizado, que como siempre, estuvo acompañado de golpizas. Solo sus compañeros de acción sabían que en una noche había trasladado hacia la montaña casi toda la tienda del pueblo y a la siguiente sus manos, que ayudaron a preparar las botellas con gasolina, también fueron las que lanzaron estas contra el almacén en una acción sorpresa con retirada inmediata.

_ ¡Diablos!  Como se demora _. Dijo arrojando la colilla del segundo cigarro. Lanzó un escupitajo con fuerza y poniéndose en pie se dirige con paso lento hacia el bar al que se fue el muchacho unos momentos antes., sabe que es una decisión riesgosa, pero no soporta la espera. Al aproximarse a la puerta nota que este se encuentra bastante concurrido. El frío y la lluvia han hecho permanecer dentro a los visitantes, quizás mas tiempo del deseado por algunos, pues el ambiente está cargado y el humo de los cigarros ahoga y apesta. No solamente hay paisanos, pues a  David le llama la atención una mesa con varias botellas de cerveza “Bacardi” ocupada por algunos uniformados que con sus gestos y palabras ininteligibles denotan su estado ebrio. El chico pasa tímidamente frente a esta, llega hasta la barra y pide sándwiches y una Coca Cola. Se disponía a marcharse cuando al sobrepasar esta mesa lo detuvieron.

_ Pss, oye chico, ven acá, _

Se volvió y sus ojos se encontraron con uno de los soldados que había sacado a su padre de la casa la fecha antes de su desaparición y asesinato, sus órbitas se agrandaron con una descarga enorme de adrenalina.

_ Lo siento, me esperan y estoy de prisa_ se disculpó, apretó el paquete contra su pecho, giró y emprendió veloz carrera  hacia la puerta. El guardia que le había hablado se levantó y salió tras el haciendo zig-zags por el alcohol lo que provocó la risa jocosa de sus compañeros de mesa, quienes estaban lejos de imaginar el desenvolvimiento posterior de los acontecimientos.

David se acercaba al bar cuando los vió venir, el chico delante y tras este el soldado. Los tres se detuvieron bastante cerca uno del otro.

_ Te dije, mocoso, que en este pueblo no quería hijos de bandidos_ dijo jadeante el soldado mientras extraía una larga fusta de arrear la cabalgadura.

David hizo el chico a un lado y encaró al soldado.

_ No tienen ningún derecho a molestar y agredir al niño. Guárdese la fusta._

_ Lo siento señor, pero no lo haré­­

_ Lo privaron de su padre y ahora le quieren negar el derecho a estar en su

   pueblo._

_ ¡Basta!, ¡fuera! ¿Quieres volver de nuevo al cuartel por proteger a bandidos?_

_ Los únicos bandidos que existen en este lugar son ustedes, ¡asesinos!, pero les juro que las van a pagar. _

El soldado, a pesar de estar medio ebrio, se da cuenta que el problema se va tornando de otro color, percibe una confrontación. Deja caer la fusta y se lleva la mano derecha a la cintura con intención de extraer el arma de reglamento. David da un paso, se le encima e incrusta su puño derecho en la mandíbula del soldado que dando una voltereta cae con los brazos abiertos en el agua sucia de la calle. El revolver cae de sus manos y resbala hacia un lado, David lo toma con rapidez dirigiendo una rápida mirada hacia el bar por temor a que llegaran más soldados, toma a Alberto de la mano y ambos echan a correr. Se aproximan a la casa donde David ha dormido tantas veces, pero esta consciente que llegar significa un riesgo demasiado grande. Mira al niño y piensa en lo que podría venir  más tarde. Se arrodilla delante de el buscando más atención.

_ Ahora te vas a quedar oculto en el bosque. ¿Ves aquella casa? Ahí es donde vivo.  Escucha bien. Por la noche te aproximas con cuidado y si no hay peligro llega, cuenta lo que sucedió y pide que te den alojamiento.

_ ¿Y tu, qué harás?

_ No te preocupes, trataré de encontrar a los que tu padre llevaba alimentos y pedirle ayuda. Ellos también  vendrán luego por ti, pero no para llevarte a la tumba, sino para traerte una nueva vida._

Los dos penetraron en el bosque, pero cada uno tomo un rumbo diferente. David penetró en lo más profundo y después de andar por tres horas se sintió agotado y se tendió en el césped húmedo. Al poco rato le molestó su estado de inanición tirado entre la maleza. Comenzaba a aburrirse cuando a su cabeza fluyeron los acontecimientos que recientemente le habían sucedido, y entre otras cosas le hizo cavilar en el rumbo inesperado que había tomado su vida:

“Dicen que un hombre solo no vale nada, pero hoy me he convenido que no es del todo cierto, si la vida te pone ante la disyuntiva de luchar por los débiles, o atemorizarte porque te encuentras solo, y decides por lo primero, entonces la soledad adquiere mucho valor. Este concepto crece y se torna mayor cuando se toma la soledad como premio y complemento de una causa en la que se cree, y se tiene la certeza de encontrar en tu camino otros hombres que un día tomaron la soledad como acicate para la unidad futura. Entonces esa soledad se convierte en una luz mortecina que se irá extinguiendo cuando miles de nuevas luces se van agrupando a tu alrededor para iluminara los que como tu luchan porque todos tengan el mismo derecho a contemplar el sol”.

Se levantó, retiró algunas hojas secas adheridas a su húmedo  cuerpo, miró a lo lejos en la profundidad del bosque y decidido hachó a andar con decisión.

_! Coño, pero si no estoy solo._!, voy a desandar estas montañas y no pararé hasta encontrar a quienes hace tiempo debía haberme unido._

Horas después de haber andado unos cuantos kilómetros, un poco más adentro del firme de la montaña escuchó disparos de fusil. David dibujó una sonrisa de alergia en su rostro, pues compendio que ese era el llamado al fin de su soledad y hacia aquella añorada y buscada compañía partió seguro de sí mismo.  

William Sosa Tamayo

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