La soledad es una luz mortecina |
Todo
parece extraño a su alrededor. Siempre que cambia de un lugar familiar a
otro experimenta lo misma sensación. Le parece estar sufriendo un estado
de mutación completa que surte efecto en su estado de ánimo, y lo más
insoportable de todo, le quema y le hiere sus fibras sentimentales en su
fuero interno. Sentía añoranza por todo aquello que recientemente había
constituido parte de la cotianidad de su existencia. Aun palpa en su joven
corazón las lágrimas provocadas por su partida imaginando, con tristeza,
la vida que estarían llevando los suyos al apagarse momentáneamente el
fuego que les proporcionaba la energía para vivir. Experimenta
sufrimiento y pesar al pensar en los diálogos que sostendrían sus
detractores, parientes de víboras, ante la actual disyuntiva y el camino
que le obligaron a escoger. Su rostro rudo manifiesta la preocupación por
la idea que se formarían de su actitud sus amigos y compañeros de
ideales, pero su mayor desafío se fundamentaba en lo que haría de ahora
en adelante, pues lo precipitado de los acontecimientos no le han
permitido trazarse un plan fijo inmediato. Deja a un lado sus
pensamientos, se acerca a un viejo tocón y se recuesta a repasar los últimos
acontecimientos. Unas horas más tarde se levanta y comienza a andar
suavemente hacia el pueblo. Sus pasos son sin ritmo como si le pesaran
mucho las piernas. Hacía
algún tiempo que no visitaba la parte céntrica del pueblo, aunque
disfrutaba caminar por la calle principal y observar escrutadoramente la
vida que bullía en cada cosa y cada persona. Le gustaba ir al bar del
viejo Juan, el Gallego, y entablar largas conversaciones con los
conocidos, siempre llenas de consejos y fe en el mejoramiento de la vida
en el futuro. Es
Diciembre, el día se torna gris y la brisa invernal, acompañada de finísimas
gotitas, humedecen y penetraban, como pinchos lacerantes, las partes del
cuerpo descubiertas y expuestas a los elementos. El frío es de tal
magnitud que provoca estremecimientos y castañeo a los mejores abrigados
para las condiciones del invierno en el trópico. David camina por la
pequeña acera pegado a las paredes de casas y comercios y rozándolas
ligeramente para evadir el gélido y húmedo aire. De vez en vez lanza una
u otra blasfema por haber salido a la calle en un día tan frío. Al pasar
por una casa de ancho alero se detiene a esperar que cesen las lloviznas
que acompañan las oleadas de aire frío.
En los escalones que conducen a la puerta principal hay un niño
medio recostado sobre un lado de su cuerpo. Su escasa vestimenta no puede
evitar que se encoja y tirite ante cada batida de aire y lluvia contra su
poco abrigado cuerpecito y el desprotegido lugar que había elegido como
guarida improvisada ante las circunstancias. Al cabo de unos segundos,
David repara en su presencia y rápidamente aclara en sus neuronas que
este no está allí para contemplar la lluvia, ni tampoco por ser
habitante de la lujosa casa, que contrastaba de forma anacrónica con su
figura, pues a su escuálido y famélico cuerpo se pegaba lo que hace
tiempo atrás fue una camisa que con la humedad le remarca los huesos y
deja caer jirones por los costados. Completa su vestimenta un corto y raído
short hasta las rodillas. El pequeño levanta su cabeza y con ojos tristes
se queda mirando al hombre que se ha detenido frente a el. Sin pensarlo
por un momento le lanza su primera interrogante: _
¡Señor! ¿Usted puede darme un real? _
Por favor no me llames señor, ¿y tu? ¿Cómo te llamas? _
Alberto, pero todos me dicen Bertico, se... ¡ay!. Disculpe. _
¿Qué haces aquí con este tiempo? ¿Por qué no estas en tu casa? _
No tengo casa. Tengo mucha hambre y frío; y no tengo padres. _
Pero todos tenemos padres o alguna vez los tuvimos. El
pequeño oculta la cara entre sus manecitas húmedas y temblorosas y rompe
en un sollozo que termina con la monotonía de aquel diálogo. David desea
conocer más sobre este chiquillo, trata de calmarlo para retomar la
conversación. _
No llores y cuéntame si algo sucedió con tus padres. _
Un día cuando dormíamos a papá lo fue a buscar un señor de uniforme
amarillo y dijo “Lo llevo al cuartel porque le da alimentos a los
bandidos barbudos”. Mi mamá no vivió más con tranquilidad los días
siguientes a la detención y el hecho de que no le dejaran ver a mi papá
la llenó de un miedo premonitorio. Un tiempo
después el mismo sargento del cuartel que participó en la detención
volvió a casa para decirnos que los rebeldes lo habían matado por
delator. Mamá no pudo soportar la pérdida, dejó de alimentarse y sufrió
tanto al punto de que pensamos que enloquecía. El invierno pasado murió
de un ataque de tos. Dice la vecina del solar donde vivíamos que mi papá
se la llevó para que no sufriera más. Espero que a mí me venga a buscar
también para estar los tres juntos, pero parece que se demora demasiado,
¿Verdad? _
Sí, seguro que no te van a abandonar_ dijo David desentonando con
tristeza, mientras tanto su mano hurgaba en uno de sus bolsillos
para aparecer con una moneda. _
Toma, llega hasta el bar., pide algo de comer y regresa de nuevo a este
lugar. El
niño tomó el dinero de las manos de David y partió raudo en dirección
al bar. Mientras tanto David lo observa correr por un momento y luego
decide cruzar la calle que lo separa de la pequeña tienda del pueblo para
comprar cigarrillos. El local está poco concurrido, dos o tres clientes,
por lo que adquirió lo que deseaba, pagó e inmediatamente salió hacia
el lugar donde se había despedido unos minutos antes del chico, porque
era menos perceptible su presencia. Allí mismo inauguró la cajetilla de
cigarros, y lanzando una gran bocanada de humo se puso a pensar en que el
niño se estaba demorando demasiado. Cada
vez que visitaba el pueblo David tenia por hábito evitar los lugares
demasiados concurridos y visitados por los guardias, pues era muy conocido
allí por actividades subversivas anteriores
y en dos ocasiones lo habían llevado al cuartel por diferentes motivos
que lo hacían sospechoso. La primera ocasión fue el día que se quemó
el ala izquierda del almacén de suministros de la Guardia
y una segunda cuando desaparecieron las mercancías de la tienda
propiedad del suegro del jefe del puesto de la guardia rural de la
demarcación. A
David todos los lugareños lo consideraban un muchacho tranquilo; pero
posteriormente a ambos hechos faltó de su casa, y al no precisar su
paradero en los días siguientes el sargento quedó con la duda de la
sospecha, pese a no haberle podido sacar confesión alguna en el
interrogatorio realizado, que como siempre, estuvo acompañado de
golpizas. Solo sus compañeros de acción sabían que en una noche había
trasladado hacia la montaña casi toda la tienda del pueblo y a la
siguiente sus manos, que ayudaron a preparar las botellas con gasolina,
también fueron las que lanzaron estas contra el almacén en una acción
sorpresa con retirada inmediata. _
¡Diablos! Como se demora _.
Dijo arrojando la colilla del segundo cigarro. Lanzó un escupitajo con
fuerza y poniéndose en pie se dirige con paso lento hacia el bar al que
se fue el muchacho unos momentos antes., sabe que es una decisión
riesgosa, pero no soporta la espera. Al aproximarse a la puerta nota que
este se encuentra bastante concurrido. El frío y la lluvia han hecho
permanecer dentro a los visitantes, quizás mas tiempo del deseado por
algunos, pues el ambiente está cargado y el humo de los cigarros ahoga y
apesta. No solamente hay paisanos, pues a
David le llama la atención una mesa con varias botellas de cerveza
“Bacardi” ocupada por algunos uniformados que con sus gestos y
palabras ininteligibles denotan
su estado ebrio. El chico pasa tímidamente frente a esta, llega hasta la
barra y pide sándwiches y una Coca Cola. Se disponía a marcharse cuando
al sobrepasar esta mesa lo detuvieron. _
Pss, oye chico, ven acá, _ Se
volvió y sus ojos se encontraron con uno de los soldados que había
sacado a su padre de la casa la fecha antes de su desaparición y
asesinato, sus órbitas se agrandaron con una descarga enorme de
adrenalina. _
Lo siento, me esperan y estoy de prisa_ se disculpó, apretó el paquete
contra su pecho, giró y emprendió veloz carrera
hacia la puerta. El guardia que le había hablado se levantó y
salió tras el haciendo zig-zags por el alcohol lo que provocó la risa
jocosa de sus compañeros de mesa, quienes estaban lejos de imaginar el
desenvolvimiento posterior de los acontecimientos. David
se acercaba al bar cuando los vió venir, el chico delante y tras este el
soldado. Los tres se detuvieron bastante cerca uno del otro. _
Te dije, mocoso, que en este pueblo no quería hijos de bandidos_ dijo
jadeante el soldado mientras extraía una larga fusta de arrear la
cabalgadura. David
hizo el chico a un lado y encaró al soldado. _
No tienen ningún derecho a molestar y agredir al niño. Guárdese la
fusta._ _
Lo siento señor, pero no lo haré _
Lo privaron de su padre y ahora le quieren negar el derecho a estar en su
pueblo._ _
¡Basta!, ¡fuera! ¿Quieres volver de nuevo al cuartel por proteger a
bandidos?_ _
Los únicos bandidos que existen en este lugar son ustedes, ¡asesinos!,
pero les juro que las van a pagar. _ El
soldado, a pesar de estar medio ebrio, se da cuenta que el problema se va
tornando de otro color, percibe una confrontación. Deja caer la fusta y
se lleva la mano derecha a la cintura con intención de extraer el arma de
reglamento. David da un paso, se le encima e incrusta su puño derecho en
la mandíbula del soldado que dando una voltereta cae con los brazos
abiertos en el agua sucia de la calle. El revolver cae de sus manos y
resbala hacia un lado, David lo toma con rapidez dirigiendo una rápida
mirada hacia el bar por temor a que llegaran más soldados, toma a Alberto
de la mano y ambos echan a correr. Se aproximan a la casa donde David ha
dormido tantas veces, pero esta consciente que llegar significa un riesgo
demasiado grande. Mira al niño y piensa en lo que podría venir
más tarde. Se arrodilla delante de el buscando más atención. _
Ahora te vas a quedar oculto en el bosque. ¿Ves aquella casa? Ahí es
donde vivo. Escucha bien. Por
la noche te aproximas con cuidado y si no hay peligro llega, cuenta lo que
sucedió y pide que te den alojamiento. _
¿Y tu, qué harás? _
No te preocupes, trataré de encontrar a los que tu padre llevaba
alimentos y pedirle ayuda. Ellos también
vendrán luego por ti, pero no para llevarte a la tumba, sino para
traerte una nueva vida._ Los
dos penetraron en el bosque, pero cada uno tomo un rumbo diferente. David
penetró en lo más profundo y después de andar por tres horas se sintió
agotado y se tendió en el césped húmedo. Al poco rato le molestó su
estado de inanición tirado entre la maleza. Comenzaba a aburrirse cuando
a su cabeza fluyeron los acontecimientos que recientemente le habían
sucedido, y entre otras cosas le hizo cavilar en el rumbo inesperado que
había tomado su vida: “Dicen
que un hombre solo no vale nada, pero hoy me he convenido que no es del
todo cierto, si la vida te pone ante la disyuntiva de luchar por los débiles,
o atemorizarte porque te encuentras solo, y decides por lo primero,
entonces la soledad adquiere mucho valor. Este concepto crece y se torna
mayor cuando se toma la soledad como premio y complemento de una causa en
la que se cree, y se tiene la certeza de encontrar en tu camino otros
hombres que un día tomaron la soledad como acicate para la unidad futura.
Entonces esa soledad se convierte en una luz mortecina que se irá
extinguiendo cuando miles de nuevas luces se van agrupando a tu alrededor
para iluminara los que como tu luchan porque todos tengan el mismo derecho
a contemplar el sol”. Se
levantó, retiró algunas hojas secas adheridas a su húmedo
cuerpo, miró a lo lejos en la profundidad del bosque y decidido
hachó a andar con decisión. _!
Coño, pero si no estoy solo._!, voy a desandar estas montañas y no pararé
hasta encontrar a quienes hace tiempo debía haberme unido._ Horas después de haber andado unos cuantos kilómetros, un poco más adentro del firme de la montaña escuchó disparos de fusil. David dibujó una sonrisa de alergia en su rostro, pues compendio que ese era el llamado al fin de su soledad y hacia aquella añorada y buscada compañía partió seguro de sí mismo. |
William
Sosa Tamayo
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