Biografía de "El Potro" Rodrigo |
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Argentina tiene su propio panteón pagano,
que desafía cualquier
pretensión de racionalismo en quienes lo declaran un “país moderno”.
Incluye al “Santo de los Chorros”, un adolescente muerto por la policía
y en cuya tumba los ladrones rezan por la noche y dejan ofrendas de
alcohol, armas y drogas. La figura principal en esta jerarquía es Santa
Evita, el mito sobreviviente de Eva Perón. Pero desde junio del año 2000
tuvo una competencia fuerte por parte de “El Potro” Rodrigo, un difunto
cantante cuartetero fallecido en un accidente automovilístico. |
Con Gozalo tenía un acuerdo más justo, el 80 por ciento de los ingresos para el cantante, el 20 para el manager. Pero los gastos de cada presentación, así como el sueldo de los músicos, corrían por cuenta de Rodrigo, por lo que su ingreso final apenas superaba al de Gozalo. Entre los Kirovsky y Gozalo, Rodrigo estaba atrapado en una red de compromisos poco claros y de rendiciones dudosas, que el ritmo de vida que llevaba no le permitía nunca desenmarañar. Los Kirovsky eran peces gordos del mundo musical, involucrados en ajustes de cuentas y en delitos varios. Uno de los hermanos, Jorge, tenía como hobby registrar dominios de Internet con nombres célebres, como Yahoo o Microsoft, para luego divertirse en los bizantinos juicios que venían a continuación. Para justificar los nombres creaba empresas fantasmas; por ejemplo, su propia Microsoft vendía gotas para la impotencia. Los amigos. Además de los directamente implicados en su carrera, Rodrigo estaba rodeado por una nube de personalidades mediáticas, que gravitaban en torno a su figura en vida y que lamentaron a gritos su muerte. Una lista parcial de nombres célebres incluye a Charly García (ídolo confeso de Rodrigo), Pippo Cippolatti (acompañado por la viuda de Martín Karadagian y sus Titanes), Maradona (con quien pasó una temporada en Cuba), Georgina Barbarossa, Graciela Alfano (quien descaradamente explotó la atracción física entre ambos), Juanita Víale del Carril (la nieta de Mirtha Legrand), Constancio Vigil y un largo etcétera. Y en medio de esa gente Rodrigo trabajaba 72 horas seguidas, manteniéndose despierto a base de drogas, producía ganancias siderales que iban a bolsillos de productores y managers, firmaba contratos constantemente sin tener tiempo de leerlos, daba cinco o seis recitales por noche (a veces el último empezaba a las ocho de la mañana del día siguiente), recorría cuanto programa televisivo pudiera haber, componía incansablemente, grababa discos y trataba de reunir pedazos dispersos de su propia vida para construir una personalidad propia. Leer su demencial periplo provoca la sensación de que su muerte, despedido del asiento de su camioneta y destrozado en el asfalto, debe haber sido, en algún nivel, un alivio para el músico sobrecargado y sobreexplotado. |
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Y después. Aunque ya no estaba para sufrir las consecuencias, el carnaval en torno a Rodrigo no terminó con su muerte. En su entierro se necesitaron 400 policías para contener a la multitud, donde se agolpaban todos aquellos que habían tenido algún contacto con el cantante. Todos menos su madre, que en ese mismo momento se encontraba en un programa de televisión, cantando y bailando flamenco.
Después vinieron la canonización, los rumores de suicidios de
adolescentes, los retratos que lloraban, el altar en el sitio de su
accidente, los discos lanzados a las apuradas, los homenajes
interminables, el juicio televisado al supuesto causante de su muerte
(ahí sí concurrió su madre), las declaraciones desgarradoras de todos
los que alguna vez hubieran estado a cinco metros de su persona, la
apoteosis y al final, el olvido. La última imagen que dio testimonio de
Rodrigo es el juicio contra Alfredo Pesquera, el conductor que ocasionó
el accidente y a quien se acusaba de estar contratado por alguna mafia o
algo similar. De un lado estaban los acusadores, todo un carnaval de
figuras pintorescas y siniestras. Del otro lado estaba Pesquera (un tipo
turbio, extraño y de dudosos antecedentes), acompañado de su abogado
Fernando Burlando, un tipo pintún y ostentoso cuyos antecedentes incluían
la defensa de los responsables físicos del asesinato del fotógrafo
Cabezas. |
Rodrigo - Soy Cordobés |
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Gabriel Sosa
Suplemento "El País Cultural" del diario El País (Montevideo, Uruguay)
Nº 710 -
13 junio 2003
Digitalizado y editado por el editor de Letras Uruguay
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