Poema
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Ya nadie quiere cuidar de esta mano cuyos movimientos involuntarios han
pretendido, dicen, ahorcarme. La
envuelvo la
cubro le
doy un beso en la cabecita le
arrullo me
amanezco meciéndola pero ella nunca duerme está
vigilante pendiente se
sobresalta al menor ruido y araña
de desesperación mi pecho. Quiere llamar mi atención porque
sabe que ya está cerca. Le
digo que sea cautelosa pero ella es muy impulsiva. Es peor cuando la máquina de los
latidos empieza a bombear toda la noche sin
descanso y
no termina de morirse ese pitido en mis oídos o
se vuelve a una sola hebra y
el hombre de blanco viene con su abulia, masculla algún silencio olvidado
y dice
algo que no entiendo. Se
acerca se
la lleva le
muele con sondas el cuello. Él
no entiende que
ella solo pretendía advertirme. Se la lleva. Estoy
sola. Miro
por el estrecho agujero del parapeto común. El
hombre de la pieza seis se ha levantado y
camina descalzo hacia el fondo agitando
la pierna tal si quisiera lanzarla. El
hombre de las flores amarillas golpea
su cabeza contra la pared repitiendo
la misma frase. El
martes arañaba con la cuchara el plato vacío en
un ritual interminable de invocación. Ya nadie quiere atar estos cordones
blancos que me crecen cuando llueve, nadie quiere cuidar de esta mano cuyos movimientos involuntarios han
pretendido, dicen, ahorcarme. La
envuelvo la cubro. Espero. |
Rocío Soria R.
De "El Cuerpo del Hijo"
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