Recordar a Barthes Crónica de Susan Sontag |
Roland Barthes tenía sesenta y cuatro años cuando murió el 26 de marzo, pero su carrera era más joven que lo que su edad sugiere, ya que tenía treinta y siete años cuando publicó su primer libro. Después del comienzo tardío vinieron muchos libros, muchos temas. Se podía sentir que era capaz de generar ideas sobre cualquier cosa. Si se lo colocaba frente a una caja de cigarros comenzaba a tener una, dos, muchas ideas, un pequeño ensayo. No era cuestión de conocimiento (seguramente no sabía mucho acerca de algunos de los temas sobre los que escribió) sino de sentido alerta, de minuciosa transcripción de lo que podría pensarse sobre lo que nadara en la corriente de su atención. Tenía siempre a mano una fina red de clasificaciones con la que pescar el fenómeno. En su juventud actuó corto tiempo en una compañía teatral provinciana de vanguardia. Y algo del teatro, ese amor profundo por las apariencias, tiñe su obra cuando comenzó a desplegar toda la fuerza de su vocación de escritor. Sentía las ¡deas dramáticamente: una idea competía siempre con otra. Arrojándose a la en doga mica escena intelectual francesa, enfocó sus armas contra el enemigo tradicional: lo que Flaubert llamaba "ideas recibidas" y que se conoce como "mentalidad burguesa"; lo que el marxismo hirió con la noción de falsa conciencia y los sartreanos con la de mala fe; lo que Barthes, que se había graduado en letras clásicas, designaría como doxa (la opinión corriente). Comenzó en los años de posguerra, a la sombra de las cuestiones morales suscitadas por Sartre, con un manifiesto acerca de la literatura (El grado cero de la escritura) y con ingeniosos retratos de los ídolos de la tribu burguesa (los artículos reunidos luego en Mitologías). Todos sus escritos son polémicos. Pero el impulso más profundo de su temperamento no era combativo. Era celebratorio. Sus intervenciones iconoclastas, que se suscitaban de inmediato ante la superficialidad. la cerrazón, la hipocresía. se fueron apaciguando gradualmente. Le interesó más alabar, compartir sus pasiones. Fue un taxonomista del jubileo, del serio juego del intelecto. Le fascinaban las clasificaciones mentales. De allí ese libro escandaloso, Sade, Fourier, Loyola que, yuxtaponiendo a los tres como campeones intrépidos de la fantasía, clasificadores obsesos de sus propias obsesiones, oblitera toda presencia de una sustancia que los haga incompatibles. No fue un vanguardista en sus gustos (pese al tendencioso padrinazgo de algunos avatares de vanguardia literaria, como Robbe —Grillet y Phillippe Sollers); pero fue un vanguardista como crítico. Es decir que fue juguetón e irresponsable, formalista -hacía literatura con el acto de hablar sobre ella. Defendía lo que en una obra le estimulaba, su sistema de escándalo. Se interesaba concientemente en lo perverso (sostenía el anticuado punto de vista de que era liberador). Todo lo que escribió es interesante, vivaz, rápido, denso, agudo. La mayoría de sus libros son recopilaciones de ensayos. (Entre las excepciones figura un temprano y polémico libro sobre Racine. Y una obra de longitud no característica, de explícito análisis semiológico de la escritura sobre la moda, que escribió para pagar sus derechos académicos, tiene la materia de varios ensayos dignos de un virtuoso). No produjo nada que pueda ser llamado juvenil; la voz exacta y exigente estuvo allí desde un comienzo. Pero, en la última década, el ritmo se aceleró y publicó un libro cada año o dos. El pensamiento tenía mayor velocidad. En sus últimos libros el ensayo se hace pedazos y perfora la reticencia del ensayista frente al "yo". La escritura adoptó la libertad y los riesgos del libro de notas. En S/Z reinventó la nouvelle de Balzac bajo la forma de una glosa textual tenazmente ingeniosa. Y los deslumbrantes apéndices borgeanos a Sode, Fourier, Loyola; la pirotecnia paraficcional de los intercambios entre texto y fotografías. entre texto y referencias semiveladas en sus escritos autobiográficos; la celebración de la ilusión en su último libro, sobre la fotografía, publicado hace pocos meses. Era especialmente sensible a la fascinación ejercida por esa notación punzante: la fotografía. De las que eligió para Barrhes par Rolartd Barrhes, quizás la más conmovedora muestra a un niño ya crecido. Barthes a los diez años, colgado del cuello de su madre (le puso como epígrafe "Pidiendo cariño"). Tenía una relación amorosa con la realidad -y con la escritura, que para él eran lo mismo. Escribió sobre todo; sitiado por los pedidos de artículos ocasionales, aceptaba tanto como podía; quería, y lo lograba muchas veces, ser seducido por su tema. (La seducción se fue convirtiendo cada vez más en su tema). Como todos los escritores se quejaba de trabajar demasiado. de acceder a demasiados requerimientos, de fallar; pero fue. en realidad, uno de los escritores más disciplinados y despiertos que he conocido. Tuvo tiempo para conceder muchas entrevistas elocuentes e intelectualmente inventivas. Como lector era meticuloso, pero no voraz. Por el contrario. Escribió sobre casi todo lo que había leído, así que puede suponerse que si no escribió sobre algo es porque probablemente no lo leyó. Era tan poco cosmopolita como la mayoría de los intelectuales franceses (con excepción de su bienamado Gide). No conocía bien ningún idioma extranjero y había leído poca literatura extranjera, incluso poca literatura traducida. La única literatura extranjera que parece haberle llegado es la alemana: Brecht fue un poderoso entusiasmo juvenil; recientemente, la tristeza discretamente registrada en Fragmentos de un discurso amoroso lo había guiado hacia Werther. Nunca fue lo suficientemente curioso para permitir que sus lecturas interfirieran con su escritura. Disfrutaba la fama con un placer renovado e ingenuo: en los últimos años se lo vió con frecuencia en la televisión francesa, y Fragmentos de un discurso amoroso fue un best seller. V sin embargo todavía le resultaba excitante encontrar su nombre al hojear una revista o un diario Su sentido de lo privado se expresa en la exhibición. Al escribir sobre sí mismo usó muchas veces la tercera persona, tratándose como una ficción. Sus últimas obras contienen muchas revelaciones prolijas sobre si, pero siempre bajo la forma especulativa (no hay anécdota sobre el yo que no venga con una idea entre sus dientes) y de una pulcra meditación sobre lo personal; el último artículo que publicó tenia como tema el de escribir un diario íntimo. Toda su obra es una empresa inmensa de auto descripción. Nada escapaba a la atención de este ingenioso y devoto estudioso de sí: la comida, los colores, los olores que le gustaban; cómo leía. Los lectores atentos, observó una vez en una conferencia en París, se dividen en dos grupos: los que subrayan sus libros y los que no. Dijo que pertenecía al segundo grupo: nunca hizo una marca en un libro sobre el que pensara escribir, sino que transcribía los pasajes claves en fichas. He olvidado la teoría que inventó entonces acerca de esta preferencia así que ¡mprovisaré una. Esta aversión a marcar libros me parece conectada con el hecho de que dibujaba, y de que el dibujo, que encaraba seriamente, es una especie de escritura. El arte visual que lo atraía venía del lenguaje, y era una variante de la escritura; escribió artículos sobre el alfabeto construido con figuras humanas por Erté, sobre la pintura caligráfica de Réquichot, de Twonbly. Su preferencia recuerda esa metáfora muerta, el corpus de una obra, y no se escribe sobre un cuerpo amado. Su disgusto temperamental por lo moralístico se hizo más evidente en los últimos años. Después de varias décadas de cuidadosa adherencia a las debidas posiciones (de izquierda), el esteta salió de su encierro, en 1974, cuando con algunos amigos cercanos y aliados literarios todos maoistas en ese momento viajó a China; en las tres escuetas paginas que escribió a su regreso dijo que no le había impresionado el ímpetu moralizante y que lo había aburrido la asexual¡dad y la uniformidad cultural. Por la obra de Barthes, así como por la de Wilde o Valéry, el esteta adquiere buena reputación. Gran parte de sus últimos trabajos son una celebración de la inteligencia de los sentidos, y de los textos de sensación. Al defender los sentidos no traicionó al intelecto. Barthes no se complacía en el cliché romántico de la oposición entre agudeza sensual y mental. La obra de Barthes es sobre una tristeza derrotada o negada. Decidió que todo podía tratarse como un sistema un discurso, un conjunto de clasificaciones. Y ya que todo era sistema, todo podía ser subyugado. Pero incluso llegó a cansarse de los sistemas. Su mente era demasiado veloz, demasiado ambiciosa, demasiado atraída por el riesgo. En los últimos años pareció más ansioso y vulnerable, también más productivo que nunca. Siempre trabajó, como observó de si mismo, "bajo la égida de un gran sistema (Marx, Sartre, Brecht, la semiología, el Texto). Hoy le parece que escribe más abiertamente, con menos protecciones.. Se purificó de los maestros y de las ¡deas de los maestros de los que había extraído sustento ("para hablar debe buscarse apoyo en otros textos", explicaba) para poder ponerse a su propia sombra. Se convirtió en su propio Gran Escritor. Asistió diligentemente a las siete sesiones diarias de una conferencia sobre su obra, en 1977: hacía comentarios, objetaba blandamente, se divertía. Publicó una nota bibliográfica sobre el libro que había escrito sobre sí mismo ("Barthes sur Barthes sur Barthes"). Se convirtió en pastor del rebaño que él mismo era. Vagos tormentos, el sentimiento de la inseguridad: los reconoció con la consoladora implicación de que estaba al borde de una gran aventura. En Nueva York, el año pasado, confesó en público, con un coraje trémulo, su intención de escribir una novela. No la que hubiera podido esperarse del crítico que hizo posible que Robbe Grille: pareciera una figura central de la literatura contemporánea; del escritor cuyos libros más fascinantes (Roland Barthes par Roland Barthes y Fragmentos de un discurso amoroso) son en sí mismos triunfos de la ficción moderna en la tradición inaugurada por los Cuadernos de Malte Laurids Brigge de Rilke. donde se cruza el ensayo, la ficción y la autobiografía en un cuaderno de notas lineal más que en una forma narrativa lineal. No, no una novela moderna, sino una "verdadera" novela, dijo. Como Proust. En privado habló de su deseo de bajar de la cima académica -era miembro del Collége de France desde 1977 - para consagrarse a esta novela y de su ansiedad (en realidad, injustificable) sobre su seguridad material si abandonaba el profesorado. La muerte de su madre, dos años antes, fue un gran golpe. Recordó que Proust sólo pudo comenzar A la recherche du temps perdu después de que su madre había muerto. Era típico de él que pensara encontrar una fuente de fuerza en esta pena devastadora. Así como muchas veces escribía sobre sí mismo en tercera persona, solía hablar de sí como si no tuviera edad, y aludía al futuro como si fuera un hombre mucho más joven, lo que de algún modo era cierto. Anhelaba grandeza, y sin embargo se sentía siempre en peligro (como lo dice en Barthes par Roland Barthes) de "recesión hacia las cosas menores, eso conocido que es cuando es sólo él". Algo en su temperamento recordaba a Henry James y la infatigable sutileza de su inteligencia. La dramaturgia de las ideas se rendía ante la dramaturgia del sentimiento; sus intereses más profundos tendían hacia cosas casi inefables. Su ambición tenía algo del pathos de James, así como sus dudas en sí mismo. Si hubiera escrito una novela, la imaginaría más como el James tardío que como Proust. Era difícil decir su edad. Parecía no tener edad, la cronología de su vida estaba como sesgada. Aunque pasaba mucho tiempo con gente joven, nunca afectó serlo ni adoptó las informalidades contemporáneas. Pero no parecía viejo, aunque sus movimientos eran lentos y su traje, profesoral. Era un cuerpo que sabía descansar: García Márquez ha observado que un escritor debe saber descansar. Era muy trabajador y, al mismo tiempo, sibarita. Tenía una preocupación ¡ntensa, como una especie de oficio, por recibir una ración constante de placer. Había estado enfermo (tuberculosis) durante muchos años, cuando era joven, y se tenía la impresión de que había llegado a su cuerpo relativamente tarde -como había sucedido con su intelecto y su productividad—. En el extranjero tuvo revelaciones sensuales (Marruecos, Japón); gradualmente y algo tarde fue asumiendo los considerables privilegios sexuales a que un hombre de sus gustos y de su celebridad podía aspirar. Había algo infantil en él, en la ansiedad, en la mirada blanda y el cuerpo lleno, la voz suave y la hermosa piel, en su autoabsorción. Le gustaba pasar el tiempo en los cafés, con estudiantes; quería que se lo llevara a bares y discotecas, pero, si se dejan de lado las transacciones sexuales, su interés en uno tendía a ser el interés de uno en él. ("Ah, Susan, siempre fiel", fueron las palabras con las que me recibió, afectuosamente, la última vez que nos vimos. Lo era, lo soy). Algo infantil se afirmaba en su insistencia. compartida con Borges, de que la lectura es una forma de la felicidad, una forma de la dicha. También algo menos inocente en un reclamo, el duro filo de la ruidosa adultez sexual. Con su inmensa capacidad de autoreferencia, se enroló en la invención del sentido en la búsqueda del placer. Ambos estaban identificados: la lectura como jouissance (la palabra francesa significa también el placer sexual); el placer del texto. También esto le era característico. Era un voluptuoso del intelecto, un gran reconciliador. Tenía poca inclinación por lo trágico. Siempre encontraba la ventaja de la desventaja. Aunque tocó muchos de los temas perennes de la crítica cultural, no poseía en absoluto una mente catastrófica. Su obra no ofrece visiones del juicio final, del colapso de la civilización, de la barbarie inevitable. No es ni siquiera elegiaca. A la antigua en muchos de sus gustos, sentía nostalgia por el decorum y la cultura del viejo orden burgués. Pero muchas cosas lo reconciliaban con la modernidad. Era extremadamente cortés, un poco espiritual, resiliente: detestaba la violencia. Tenía ojos hermosos, que siempre son ojos tristes. Había algo de tristeza en todo su discurso sobre el placer; Fragmentos de un discurso amoroso es un libro muy triste. Pero había conocido el éxtasis y quería celebrarlo. Era un gran enamorado de la vida (y negaba la muerte); el fin de su novela nunca escrita, dijo, era alabar la vida, expresar la gratitud de estar vivo. En el serio oficio del placer, en el juego espléndido de su inteligencia, corría siempre una corriente subterránea de patetismo, que hoy se agudiza en su muerte prematura y mortificante. |
Crónica de Susan Sontag
Publicado, originalmente, en: Punto de Vista Año III Nº 9 Julio - Noviembre de 1980
La revista Punto de Vista se publicó en Buenos Aires entre 1978 y 2008. Fechas de publicación: marzo de 1978 a abril de 2008 - Cantidad de números: 90
Link del Nº 9: https://ahira.com.ar/ejemplares/9-9/
Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas que es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,
que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.
Ver, además:
Roland Barthes en Letras Uruguay
Susan Sontag en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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