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Apología de las esquinas
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Cuando nos estacionamos en una esquina dos temores nos acosan: el de no encontrar pronto dirección y el de no ocultar nuestra indecisión. Hay que odiar a las esquinas que son el camino de los indecisos. Si quieres definirte no te pares nunca que, como decía Nietzche, hay que pensar bailando. Pararnos en mitad de cuadra es llevar la cruz del qué dirán, por eso nos ocultamos en las esquinas, que son un lugar anónimo donde suelen estacionarse los que no van a ninguna parte. El hombre que es nuevo en un barrio, estudia a sus vecinos desde la esquina de su casa. Cuando estamos en una esquina adoptamos actitud de indiferencia por todo lo que nos rodea, por eso no me fío de los indiferentes, que son los que más ven. Las esquinas son estaciones del azar, donde se cambian todas las cosas, hasta la manera de pensar. Al dejar la esquina podemos decir: ¡Ya no la amo! o ¡La amo!... todo es cuestión de la “esquina”; el más confiado puede encontrar la muerte o doblar su destino a la vuelta de una esquina. El hombre de la esquina está en detective; busca un detalle para tomar dirección como el buzón de la esquina que, repleto de direcciones, es un pensador que no sabe dónde ir. Las mujeres dan sus citas en las esquinas, que son donde más se acentúa la inquietud, esa inquietud que empuja y detiene o hace que seamos cogidos por el placer de esperar. En las trampas de las esquinas hay un secreto de mujer. Cuando te encuentres en la calle no se te ocurra pararte en la esquina; te verás atado por los cuatro caminos. |
por Soler Darás
Revista "Proa" Año II Nº 8
Buenos Aires, marzo de 1925
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