José Revueltas: La verdad es siempre revolucionaria, no importa de dónde surja por Ignacio Solares
José Revueltas foto de Rogelio Cuéllar |
Se publica aquí una entrevista que hizo Ignacio Solares a José Revueltas en 1974, acerca de sus autores predilectos y de su postura política. Uno de nuestros mayores pecados ha sido el de la simplificación: creer en fórmulas psicológicas, filosóficas, políticas o religiosas, que supuestamente lo solucionen todo. Los hechos quedan reducidos a un simple complejo de Edipo, a un compromiso político, a una ceremonia religiosa. Y mientras mayor sea la simplificación, mejor, más cómodo el resultado: el realismo socialista, la bolsa de valores de Wall Street o Skinner. De la obra de José Revueltas se podrían citar varias frases a este respecto. “¿Qué va a ocurrir? —se pregunta un personaje de Los muros de agua—. Algo real. Espantosamente real, imposible de programar”. Y otro del mismo libro, que es descrito como “una persona espantosamente despierta”. En El luto humano habla de “un fantasma que despertó a alguien de su sueño político”, o de “esa tierra dolorosa de tan deslumbrante”. Todo es lucha encarnizada, aun con lo eterno. En Dormir en tierra dice de un personaje: “Hubiese querido romper algo, destrozar algún objeto, alguna materia eterna, resistente hasta la eternidad, pero que él podría convertir en polvo a puñetazos, a dentelladas”. Y todo es doloroso, hasta la piedad: “Esta cólera, esta rabia, este odio que sentía hacia su piedad, la cólera de que algo le hiciera sentir dolor por otro, por un semejante, por otro perro podrido como él”. Y todo es sueño y muerte: “Éste de la tierra comenzaba a ser su otro mundo. Miraría este mundo de los vivos como el verdadero mundo de los muertos y al dolerle el cuerpo, con un dolor que llegaría hasta la muerte, él, el muerto, habría resucitado”. El dolor como única redención, aunque sólo sea para ganar el infierno: en “La frontera increíble”: “Testimonio, cuerpo mío, duéleme, que eres mi último sufrimiento antes de que me entregue al sufrimiento puro, al que no tiene principio ni fin, ni mezcla de alegría ni de esperanza”. José Revueltas vive en un pequeño departamento en la avenida Insurgentes, frente al cine Manacar, atiborrado de libros. En las paredes, como único adorno, reproducciones de Modigliani y de Van Gogh. El escritor tiene un rostro pálido y hundido donde sólo brillan los ojos, y una barba de chivo que acaricia con delectación. Acaba de salir del sanatorio, en donde estuvo internado por una grave enfermedad de la que empieza a reponerse. Tienen sus ventajas los sanatorios —dice—. Las visitas se van rápido y uno puede leer y pensar cuanto quiera. Por desgracia, el único sitio en donde se puede concebir la literatura es en la soledad, y cada vez tiene uno menos oportunidad de estar solo. ¿Qué leyó en el sanatorio? He leído con verdadera avidez la obra de Heinrich Boll. ¡Qué escritor! Creo que de los actuales, él y Solyenitzin son los que más me gustan. Ya que mencionó a Solyenitzin, ¿por qué no empezamos hablando de él? Le guste o no le guste a la izquierda radical, de Solyenitzin sólo se pueden decir elogios, tanto en lo literario como en lo político. Empecemos por lo literario. Literariamente, Solyenitzin es un gran heredero de sus paisanos Tolstoi y Dostoievski. No es de este tiempo y, por lo mismo, es profundamente actual. Con pocos escritores vivos como con él se puede tener la plena seguridad de que será un clásico. Pero mucho me temo que este escándalo alzado en torno a él le ha hecho más daño que bien. Sobre todo porque la mayoría de los que lo critican no lo han leído. Y habría que leer toda su obra para entender en qué contexto está enclavado su último libro, Archipiélago Gulag. Imposible separarlo de El primer círculo o 1914, sus obras anteriores más importantes. ¿Por qué esa hostilidad de una parte de la izquierda hacia él? Era inevitable. Le repito que el mayor problema es que no lo han leído. Sólo ven cómo lo ha utilizado el imperialismo para llevar agua a su molino. Y entonces, en un perfecto sofisma, Solyenitzin resulta un reaccionario. Pero la verdad es siempre revolucionaria, no importa de dónde ni cómo surja. Solyenitzin tenía que decir su verdad y esa verdad, de una u otra forma, dentro de este o cualquier otro sistema político, nos alimenta a todos. El parece estar más preocupado por problemas religiosos que directamente políticos. Qué importa. Todo es parte de lo mismo. También Tolstoi y Dostoievski estaban preocupados, sobre todo, por problemas religiosos, y sin embargo pocos como ellos nos han ayudado a comprender el mundo. La diferencia es que, además, Solyenitzin tiene razón en lo que dice sobre la situación actual de su país, producto del estalinismo. Si uno lee a Solyenitzin enseguida siente cuánto ama a su país, por qué no quería salir de él. Pero si uno lo dice, parece una afirmación banal, cursi, lanzada al aire sin ninguna base. Ese es el problema de los escritores: que están sobre todo en sus libros, y ahí hay que ir a buscarlos antes que en ninguna otra parte. Se dice que Solyenitzin plantea sólo los hechos, pero no los analiza, no los enclava en el contexto en que surgieron. Una verdad siempre vale por sí misma. La obligación primera del escritor es decir esa verdad. Ya después el politólogo, el sociólogo, pueden venir a enclavarla donde quieran. Lo que sucede es que ciertas verdades rompen los esquemas cerrados de los poli-tólogos y los sociólogos y no les queda más remedio que lanzarse contra ellas. Si el estalinismo fue lo que dice Solyenitzin, hay que proclamarlo así. Punto. De ahí deben partir nuestros análisis. De otra forma sería tanto como pedirle a Tolstoi que en La guerra y la paz hubiera hecho, además, un análisis histórico de las guerras napoleónicas. Y volviendo a esa rama de la izquierda de que hablábamos antes, ¿qué sucede con ella? Sucede que es una izquierda dogmática, falsamente ortodoxa, sin sensibilidad. Dice, por ejemplo: “La guerrilla es la única solución”. Y resulta que actualmente —y desde hace tiempo— la guerrilla no es ninguna solución. O dice: “La violencia es inevitable para alcanzar el poder”. Y entonces venga a justificar cualquier acto de violencia con tal de que aparentemente esté a favor de la revolución. Me temo que así, a través de dogmas inquebrantables, no se llega a ninguna parte. En el fondo, quizá sin darse cuenta, todos esos que atacan a Solyenitzin están a favor del realismo socialista. Y hay que ver lo que produjo el realismo socialista: el inmovilismo más antirrevolucionario. Resulta contradictorio, pero Dostoievski, a pesar de ser un reaccionario —él sí—, a pesar de su obsesión religiosa, nos enseña más sobre el mundo que todas las obras del realismo socialista juntas. ¿Por qué suponer que la literatura posee la verdad? Yo no diría que posee la verdad. Lo que sucede es que la busca donde debe buscarse: en el fondo del hombre mismo. Dialécticamente la verdad es inalcanzable, y por eso la literatura será la eterna rebelde, no importa dentro de qué sistema social. ¿Nos ayuda más la literatura que la ciencia para conocer la verdad? En cierto sentido, sí. La ciencia nos da sistemas lógicos muy útiles, aplicables a la realidad. El arte puede tomar prestado algo de esos sistemas, pero siempre quiere llegar más hondo. Pongamos un ejemplo. Yo creo que La guerra y la paz nos enseña más sobre la invasión de Napoleón a Rusia que todos los tratados históricos y sociológicos sobre el tema. Inclusive nos enseña más que cualquier reportaje directo, escrito por alguien que vivió el suceso. ¿Por qué? Porque la novela captó el halo de los acontecimientos, penetró en la psicología de los personajes (aunque fueran de ficción), fue directamente a las situaciones, no a las circunstancias. Las circunstancias son el material del historiador; las situaciones, el material del novelista. Lévi-Strauss dice que la verdadera historia de las guerras napoleónicas sería llegar a los pensamientos de Napoleón. Todo lo demás es la superficie de esas decisiones. Es precisamente lo que intenta Merejovski con Napoleón. Contar la otra historia. La historia íntima, por decirlo así, de donde surgen después los hechos. A Du-blín la conocemos más a través de la obra de Joyce que a través de cualquier guía turística de la ciudad. ¿En este sentido la literatura se auxilia, sobre todo, de la psicología? Sí. Aunque la verdad es que a veces la psicología es la que se auxilia de la literatura. Hay que recordar a Freud reconociendo que el inconsciente lo habían descubierto los poetas. ¿Y la sociología? Yo creo que los problemas centrales son siempre individuales por más repercusión que tengan después. Y por supuesto que hay una interacción de una respuesta a la otra, pero tarde o temprano terminan en lo individual, en quién va a tomar tal o cual decisión. O sea, ¿sin Napoleón la historia habría sido diferente? Yo creo que sí, definitivamente creo que el hombre-Napoleón, la individualidad-Napoleón es clave en el rumbo que seguirá la historia. Mientras la sociología no reconozca esto es poco lo que puede hacer. Esto supone conferirle una gran libertad de acción al ser humano. ¿La tiene? Yo creo que sí la tiene, a pesar de lo que digan los conductistas. Reconocemos, por ejemplo, que todas las clases obreras del mundo, inclusive las de los países socialistas, están enajenadas. Pero luchamos porque lleguen a darse cuenta de que son libres y que pueden tomar decisiones, así como sus dirigentes las toman sobre ellos. Y confiamos en esas decisiones individuales. Estar enajenado es no darse cuenta de que se es libre, pero de ninguna manera significa no ser libre. Revueltas habla con voz lenta, opaca, inclusive un poco ronca, como si ahora, a raíz de su enfermedad su voz surgiera más del fondo de sí mismo. Se agita, hace largas pausas durante las cuales sus labios permanecen duros, apretados, formando una línea recta. Las mejillas pierden color y necesita apoyar la espalda en el respaldo del sillón y respirar profundamente. Se alisa la barba y sólo el brillo de los ojos continúa infatigable, siempre el mismo, indiferente al resto del cuerpo. Después vuelve a inclinarse hacia el micrófono, clava los codos en las rodillas, apoya las mejillas en las palmas de las manos y pregunta: “¿En qué estábamos?”. Y continúa como si no se hubiera interrumpido, retomando el hilo enseguida, sobre el tema de un mundo tecnificado. La tecnología nos está volviendo cada vez más irracionales. Hay que ver bien esto. Tomemos, por ejemplo, los medios de comunicación. Cada vez sabemos más, cada vez recibimos más noticias de cuanto sucede en el mundo. ¿Pero qué es lo que sabemos? ¿Qué noticias nos llegan? Violencia, caos, confusión. Y lo más peligroso: sólo la superficie de esos hechos. El atractivo de la tecnología es que todo lo vuelve banal. Por supuesto, es más fácil atiborrarnos de información, llevar cámaras de televisión al lugar de los hechos, oír hablar en nuestras pantallas caseras a los altos dirigentes del mundo, que ofrecernos un análisis a fondo aunque sólo sea de una o dos noticias seleccionadas. La tecnología todo lo deja en la superficie. Y su influencia en el arte es notoria: sólo preocuparnos por la forma. Esto me parece terriblemente irracional. Pero, volviendo a lo de la información, también es importante que nos enteremos de todo. Así como nos enteramos sirve de poco. La actualidad es siempre aparente. Vale más ahondar en un hecho cualquiera, el más nimio, el más cotidiano, que conocer todos los problemas del mundo. Vivimos en la superficie de los hechos. ¿Cómo calificaría su literatura? Como escéptica. Mire, yo no pertenezco a una escuela, a una moda, a una generación, pero sí creo en el escepticismo, en la duda, como uno de los grandes valores humanos. Qué importante es aprender a dudar. Y creo que esa duda esencial me ha obligado a escribir. Siempre dudo al escribir, no sé si un personaje es bueno o es malo, si un relato me va a llevar a alguna parte. Me encanta no tener dirección, abrir puerta tras puerta conforme voy llegando a ellas. Quizá por eso su literatura es siempre trágica. Yo creo que la mayor tragedia en el hombre es esa contradicción permanente en la que vive consigo mismo y, a la vez, con el medio que lo rodea. Y, sin embargo, creo que es esa contradicción la que lo mantiene vivo. Por eso cuando digo escepticismo hablo de algo muy distinto al pesimismo. El pesimista no cree en nada. El escéptico duda, pero cree. ¿Cuál de sus cuentos prefiere? Quizá “La frontera increíble”. La idea de ese cuento me la dio un libro de Chestov que me impresionó mucho: Las revelaciones de la muerte. Es sobre Dostoievski. Empieza con un epígrafe de Eurípides que dice, me acuerdo muy bien: “Quién sabe si la muerte es la vida o si la vida es la muerte”. Chestov escribe que cuando Dostoievski fue condenado a muerte, y luego cuando se llevó a cabo el simulacro de esa muerte, cambió totalmente su visión del mundo. Empezó a ver el mundo con los ojos de la muerte y eso le dio una dimensión muy especial a su literatura. Esto me pareció un descubrimiento muy importante. Yo creo que, en cierta forma, el verdadero artista siempre ve la vida con los ojos de la muerte, y este es su gran drama. Es como si insistiera, tercamente, en que atendiéramos más a nuestra sombra que a nuestro cuerpo mismo. En general, en su obra hay esa obsesión. Recuerdo el final de El luto humano, con aquellos personajes desolados, víctimas de una inundación y con cuatro buitres volando sobre ellos. Cada vez tengo más viva la sensación de que todos somos víctimas de una inundación, que no sabemos nada de nada, ni sobre nosotros mismos ni sobre los demás, y que tenemos a los buitres volando encima de nuestras cabezas. Y bueno, si esa es nuestra realidad como tal hay que reconocerla. Sólo reconociéndola podemos empezar a luchar contra ella para transformarla. |
por Ignacio Solares 28 de abril de 1974
Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México 125 / artículos / Julio de 2014
Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México
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