El
hombre se acercó al ventanuco por el cual penetraban débiles rayos de
sol, pues necesitaba algún calor debido a la humedad del estrecho
calabozo. Siempre le había gustado la primavera, y sabiendo lo que
pensaban sus ex camaradas, intuía que ésta sería su última. Todo
estaba dicho y no podía esperar un milagro, ni tampoco debía tener
esperanza de un revocatorio. Los comunistas rusos no creían en la
existencia de marxistas moderados, con una visión diferente a la de
ellos, así que lo mejor era prepararse para lo peor.
De pronto el hombre se miró las manos y luego examinó el arrugado
traje: "¡Vaya! No tendré mi mejor traje para una hora tan
crucial. Lástima, pues si tengo que emprender el viaje más importante
de mi vida, me hubiera gustado llevar chaleco y abrigo", se dijo
con evidente sarcasmo, el cual asomaba una pequeña nota de tristeza,
aunque era evidente que no se arrepentía de nada, ni siquiera de lo
acontecido en las últimas semanas. El creía firmemente que Hungría,
bien dirigida, tendría su propio camino al socialismo, y no el impuesto
por los tanques de los gorilas soviéticos herederos del estalinismo.
Al rato, atusándose el grueso bigote, dejó que su mirada vagara por el
pasado y en un rápido paneo mental rememoró su estadía en Moscú,
cuando aún los rusos estaban inmersos en la Guerra Mundial.
"Derrotado y muerto Hitler, los camaradas del politburó del PCUS
me llamaron para proponerme encabezar el gobierno en Hungría. Todo fue
bien, pero cuando asomé algunas modificaciones al esquema de Stalin,
ordenó mi defenestración. Todo porque yo tenía mis propias ideas
sobre cómo desarrollar la agricultura en mi país. Después de caído
el "padrecito" me reivindicaron. Otra vez al gobierno.
Entonces si pude hacer algunas cosas, aunque mis colegas en Budapest me
miraban raro. Eso no fue problema, pues estaba acostumbrado desde Moscú
cuando me criticaban bajo cuerda, porque me vestía bien y me gustaba la
buena comida. ¿Quién ha dicho que para ser comunista es necesario
andar arrugado y comer mal?".
Ya se acercaba la hora final, pero el condenado prefería mantenerse en
el pasado. Sentía que así estaría firme para caminar sin titubeos al
momento de salir al pasillo de la muerte. "Los soviéticos nunca
entendieron que Hungría era otra cosa, otro pueblo con costumbres
diferentes. ¡Ah! y teníamos la religión con un cardenal nacionalista,
a quien por cierto liberé y no quiso apoyarme cuando hubo el
enfrentamiento. Así son las cosas. Uno ayuda a mucha gente, pero muy
pocos retribuyen. Qué se le va a hacer, esa es la política, sobre todo
la de los oportunistas como Janos, quien estaba ahí, esperando nada más
para conseguir su ambición personal. Y pensar que éramos compañeros
de partido. Con Kruschev todo iba bien, pero fue precisamente Kadar
quien lo convenció de que Hungría se iba a perder y por eso al final
mandaron los tanques. ¡Cuánto dolor sentí al ver cómo esos que se
dicen revolucionarios imponen su gobierno, no con ideas revolucionarias,
sino con la tiranía de las armas!".
En la cara del sentenciado apareció un rictus de amargura: "Increíble
también que el mundo libre nos dejara en la estacada. Después de
recibir a su emisario que nos aseguraba que debíamos resistir, entonces
se enredaron con el canal de Suez. Contra toda lógica los rusos y los
norteamericanos aparecieron del mismo lado, y quienes llevamos leña
fuimos los húngaros. Nos quedamos solos y los tanques volvieron a
Budapest". De pronto los pensamientos del hombre se vieron
interrumpidos, por una voz estentórea: "¡Imre Nagy! Salga que se
va cumplir la ley de la revolución".
Un comunismo diferente
"¡Nagy al Poder!" fue la consigna que gritó la muchedumbre
el 23 de octubre de 1956 frente a la estatua de Joseph Bern, un general
nacionalista del pasado. Los manifestantes, jóvenes en su mayoría,
intelectuales, escritores, estudiantes, empleados, obreros, campesinos y
soldados de uniforme, oyeron el comunicado donde se exigía la salida de
las tropas soviéticas del territorio húngaro, más libertades
individuales y cambios políticos. ¿Qué había pasado para que Hungría
se viera en el ojo del huracán? Detrás de todo esto estaba la figura
de un prominente político, comunista, y muy popular en su país. Cuando
era un adolescente Imre Nagy, nacido en el seno de una familia
calvinista, tenía como aspiración máxima ser cerrajero, y para ello
estaba estudiando cuando fue llamado a filas por el ejército austrohúngaro
en la primera Guerra Mundial. Capturado por los rusos y quizás debido a
su origen campesino pobre, pronto fue captado por la gente de Lenin y se
convertiría en un activista del marxismo. Volvió a Hungría y pasó
unos cuantos años sin gran relevancia, llevando la vida de un
revolucionario buscando imponer sus ideas, hasta que hubo de salir hacia
Moscú, por razones de seguridad. Como ciudadano soviético vio como
Stalin transformó la URSS en una sociedad basada en el culto a su
personalidad. Nagy era objeto de críticas soterradas, debido a sus
costumbres de "Kulak" (campesino rico ruso exterminado por los
comunistas) pues gustaba de comer y vestir bien. También emitía
opiniones que eran un verdadero anatema para los rusos, cuando aseguraba
que Hungría podía ser aliada de los soviéticos, pero no hacer
exactamente todo lo que ordenara Stalin.
Cuando terminó la segunda Guerra Mundial en 1945 fue llamado por los
rusos para que fuera a formar gobierno en Hungría, a pesar de las
reservas que le tenían, pues en verdad no había mucho de donde
escoger. Una vez en la cúspide tuvo a su cargo la policía política y
de acuerdo con la práctica de esos años se decidió a acabar con los
enemigos de la revolución.
Luego fue a lo suyo, el agro, expropiando a los grandes propietarios del
campo para entregar pequeñas parcelas a los campesinos pobres, en una
especie de reforma agraria marxista. De todas formas seguía siendo
peculiar, y aun de ministro se iba a los cafés de Budapest a sentarse
allí como cualquier hijo de vecino, discutiendo de política con los
parroquianos. Los estalinistas lo tenían en la mira, y luego de algún
tiempo en el politburó fue echado abruptamente del Partido de los
Trabajadores Húngaros y le quitaron sus cargos. Fue una orden directa
de Stalin, quien ya lo veía como un reformista, y por tanto traidor a
la patria. Cuando el dictador ruso murió, Nagy fue reivindicado,
recuperando su cargo de ministro de Agricultura. Después vino Kruschev,
con su famoso informe criticando abiertamente la gestión del intocable
Stalin y todo el bloque soviético se estremeció. En Hungría el
impacto fue mayor, pues allí había protestas soterradas sobre la
industrialización obligada con problemas económicos, a los cuales se
sumaban la represión política y la falta de libertades individuales.
La cúpula del Partido Comunista Soviético decidió entonces que Imre
Nagy debía ser jefe de gobierno, dirigiendo a Hungría por dos años
hasta 1955, cuando sus enemigos estalinistas lo acusaron de ser muy
blando con los disidentes y salió una vez más del principal cargo.
Cañones contra los jóvenes
El 23 de octubre de 1956 estalló la revolución, con los jóvenes
estudiantes, aprendices, obreros e intelectuales manifestando a pesar de
la prohibición del partido. Ese día Nagy llegaba desde el interior de
Hungría a Budapest para encontrarse con la situación de alta tensión,
pues estos muchachos exigían independencia nacional y reclamaban
democracia real. El propio Partido de los Trabajadores de Hungría
(comunista) pidió a Nagy que hablara ante la multitud para calmarla. Así
lo hizo, recordando las reformas que él había impulsado en 1953, y
prometiendo un socialismo más humano. Habló antes unas 200 mil
personas, y si bien fue aplaudido y afianzado como su líder, los húngaros
allí presentes no hicieron caso de su llamado a la paz y la
tranquilidad: siguieron exigiendo que las tropas soviéticas salieran
del territorio nacional, acantonadas desde mucho tiempo atrás en Hungría
debido al pacto de Varsovia que así lo imponía en cada uno de los países
miembros.
A las 9 de la noche de ese 23 de octubre los agentes de la AVH,
Autoridad de Defensa del Estado, abrieron fuego contra los jóvenes
manifestantes, cuando sospecharon que iban a tomar la radio oficial para
lanzar al aire sus reivindicaciones. El partido llamó de nuevo a Nagy y
lo volvió a incluir en su dirección, con el objetivo de que fuera a
calmar las acciones violentas.
Los tanques soviéticos fueron enfrentados y el estado estalinista húngaro
sucumbió. Se formó un nuevo gobierno basado en la auto organización
de las ciudades del interior, con estudiantes, obreros y jóvenes
oficiales como protagonistas. Nagy fue nombrado jefe de gobierno y se
abrió las puertas al pluripartidismo y las libertades individuales. Los
estalinistas de Hungría acusaron a Nagy de contrarrevolucionario y
pidieron de nuevo "ayuda" a los soviéticos. El líder intentó
por todos los medios impedir que eso sucediera, y trató de conseguir la
apertura sin violencia. El primero de noviembre de 1956 Imre Nagy dio un
paso que nunca imaginó: informó públicamente que Hungría ya no era
parte del pacto de Varsovia y la declaró "neutral". Janos
Kadar, su rival estalinista del momento, se fue a Moscú y allá armó
un nuevo gobierno para Hungría, mientras los generales soviéticos
conversaban con Nagy haciéndole creer que el Ejército Rojo saldría de
Hungría.
El 4 de noviembre 200 mil soldados soviéticos entraron a sangre y fuego
en Budapest, y en pocos días acabaron con la resistencia. A Nagy no le
quedó otra sino anunciar que el ejército soviético invadía y luego
intentó refugiarse en una embajada. De allí fue sacado bajo engaños
de protección diplomática para ser entregado al gobierno apoyado por
los rusos.
Llevado a un juicio amañado, entre el 9 y el 15 de junio de 1958, con
muchos testigos en contra y realizado a puertas cerradas, Imre Nagy fue
condenado a muerte junto a 250 húngaros disidentes. La sentencia se
cumplió el 18 de junio de ese año, quedando para la historia cómo el
régimen imperial soviético aplastó con sus cañones una revolución
de jóvenes, quienes sólo pedían la independencia de su país y
libertades democráticas.