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Una revolución que no pudo ser 
Fabio Solano
solanofabio@hotmail.com
 

El hombre se acercó al ventanuco por el cual penetraban débiles rayos de sol, pues necesitaba algún calor debido a la humedad del estrecho calabozo. Siempre le había gustado la primavera, y sabiendo lo que pensaban sus ex camaradas, intuía que ésta sería su última. Todo estaba dicho y no podía esperar un milagro, ni tampoco debía tener esperanza de un revocatorio. Los comunistas rusos no creían en la existencia de marxistas moderados, con una visión diferente a la de ellos, así que lo mejor era prepararse para lo peor.

De pronto el hombre se miró las manos y luego examinó el arrugado traje: "¡Vaya! No tendré mi mejor traje para una hora tan crucial. Lástima, pues si tengo que emprender el viaje más importante de mi vida, me hubiera gustado llevar chaleco y abrigo", se dijo con evidente sarcasmo, el cual asomaba una pequeña nota de tristeza, aunque era evidente que no se arrepentía de nada, ni siquiera de lo acontecido en las últimas semanas. El creía firmemente que Hungría, bien dirigida, tendría su propio camino al socialismo, y no el impuesto por los tanques de los gorilas soviéticos herederos del estalinismo.

Al rato, atusándose el grueso bigote, dejó que su mirada vagara por el pasado y en un rápido paneo mental rememoró su estadía en Moscú, cuando aún los rusos estaban inmersos en la Guerra Mundial. "Derrotado y muerto Hitler, los camaradas del politburó del PCUS me llamaron para proponerme encabezar el gobierno en Hungría. Todo fue bien, pero cuando asomé algunas modificaciones al esquema de Stalin, ordenó mi defenestración. Todo porque yo tenía mis propias ideas sobre cómo desarrollar la agricultura en mi país. Después de caído el "padrecito" me reivindicaron. Otra vez al gobierno. Entonces si pude hacer algunas cosas, aunque mis colegas en Budapest me miraban raro. Eso no fue problema, pues estaba acostumbrado desde Moscú cuando me criticaban bajo cuerda, porque me vestía bien y me gustaba la buena comida. ¿Quién ha dicho que para ser comunista es necesario andar arrugado y comer mal?".

Ya se acercaba la hora final, pero el condenado prefería mantenerse en el pasado. Sentía que así estaría firme para caminar sin titubeos al momento de salir al pasillo de la muerte. "Los soviéticos nunca entendieron que Hungría era otra cosa, otro pueblo con costumbres diferentes. ¡Ah! y teníamos la religión con un cardenal nacionalista, a quien por cierto liberé y no quiso apoyarme cuando hubo el enfrentamiento. Así son las cosas. Uno ayuda a mucha gente, pero muy pocos retribuyen. Qué se le va a hacer, esa es la política, sobre todo la de los oportunistas como Janos, quien estaba ahí, esperando nada más para conseguir su ambición personal. Y pensar que éramos compañeros de partido. Con Kruschev todo iba bien, pero fue precisamente Kadar quien lo convenció de que Hungría se iba a perder y por eso al final mandaron los tanques. ¡Cuánto dolor sentí al ver cómo esos que se dicen revolucionarios imponen su gobierno, no con ideas revolucionarias, sino con la tiranía de las armas!".

En la cara del sentenciado apareció un rictus de amargura: "Increíble también que el mundo libre nos dejara en la estacada. Después de recibir a su emisario que nos aseguraba que debíamos resistir, entonces se enredaron con el canal de Suez. Contra toda lógica los rusos y los norteamericanos aparecieron del mismo lado, y quienes llevamos leña fuimos los húngaros. Nos quedamos solos y los tanques volvieron a Budapest". De pronto los pensamientos del hombre se vieron interrumpidos, por una voz estentórea: "¡Imre Nagy! Salga que se va cumplir la ley de la revolución".

Un comunismo diferente

"¡Nagy al Poder!" fue la consigna que gritó la muchedumbre el 23 de octubre de 1956 frente a la estatua de Joseph Bern, un general nacionalista del pasado. Los manifestantes, jóvenes en su mayoría, intelectuales, escritores, estudiantes, empleados, obreros, campesinos y soldados de uniforme, oyeron el comunicado donde se exigía la salida de las tropas soviéticas del territorio húngaro, más libertades individuales y cambios políticos. ¿Qué había pasado para que Hungría se viera en el ojo del huracán? Detrás de todo esto estaba la figura de un prominente político, comunista, y muy popular en su país. Cuando era un adolescente Imre Nagy, nacido en el seno de una familia calvinista, tenía como aspiración máxima ser cerrajero, y para ello estaba estudiando cuando fue llamado a filas por el ejército austrohúngaro en la primera Guerra Mundial. Capturado por los rusos y quizás debido a su origen campesino pobre, pronto fue captado por la gente de Lenin y se convertiría en un activista del marxismo. Volvió a Hungría y pasó unos cuantos años sin gran relevancia, llevando la vida de un revolucionario buscando imponer sus ideas, hasta que hubo de salir hacia Moscú, por razones de seguridad. Como ciudadano soviético vio como Stalin transformó la URSS en una sociedad basada en el culto a su personalidad. Nagy era objeto de críticas soterradas, debido a sus costumbres de "Kulak" (campesino rico ruso exterminado por los comunistas) pues gustaba de comer y vestir bien. También emitía opiniones que eran un verdadero anatema para los rusos, cuando aseguraba que Hungría podía ser aliada de los soviéticos, pero no hacer exactamente todo lo que ordenara Stalin.

Cuando terminó la segunda Guerra Mundial en 1945 fue llamado por los rusos para que fuera a formar gobierno en Hungría, a pesar de las reservas que le tenían, pues en verdad no había mucho de donde escoger. Una vez en la cúspide tuvo a su cargo la policía política y de acuerdo con la práctica de esos años se decidió a acabar con los enemigos de la revolución.

Luego fue a lo suyo, el agro, expropiando a los grandes propietarios del campo para entregar pequeñas parcelas a los campesinos pobres, en una especie de reforma agraria marxista. De todas formas seguía siendo peculiar, y aun de ministro se iba a los cafés de Budapest a sentarse allí como cualquier hijo de vecino, discutiendo de política con los parroquianos. Los estalinistas lo tenían en la mira, y luego de algún tiempo en el politburó fue echado abruptamente del Partido de los Trabajadores Húngaros y le quitaron sus cargos. Fue una orden directa de Stalin, quien ya lo veía como un reformista, y por tanto traidor a la patria. Cuando el dictador ruso murió, Nagy fue reivindicado, recuperando su cargo de ministro de Agricultura. Después vino Kruschev, con su famoso informe criticando abiertamente la gestión del intocable Stalin y todo el bloque soviético se estremeció. En Hungría el impacto fue mayor, pues allí había protestas soterradas sobre la industrialización obligada con problemas económicos, a los cuales se sumaban la represión política y la falta de libertades individuales. La cúpula del Partido Comunista Soviético decidió entonces que Imre Nagy debía ser jefe de gobierno, dirigiendo a Hungría por dos años hasta 1955, cuando sus enemigos estalinistas lo acusaron de ser muy blando con los disidentes y salió una vez más del principal cargo.

Cañones contra los jóvenes

El 23 de octubre de 1956 estalló la revolución, con los jóvenes estudiantes, aprendices, obreros e intelectuales manifestando a pesar de la prohibición del partido. Ese día Nagy llegaba desde el interior de Hungría a Budapest para encontrarse con la situación de alta tensión, pues estos muchachos exigían independencia nacional y reclamaban democracia real. El propio Partido de los Trabajadores de Hungría (comunista) pidió a Nagy que hablara ante la multitud para calmarla. Así lo hizo, recordando las reformas que él había impulsado en 1953, y prometiendo un socialismo más humano. Habló antes unas 200 mil personas, y si bien fue aplaudido y afianzado como su líder, los húngaros allí presentes no hicieron caso de su llamado a la paz y la tranquilidad: siguieron exigiendo que las tropas soviéticas salieran del territorio nacional, acantonadas desde mucho tiempo atrás en Hungría debido al pacto de Varsovia que así lo imponía en cada uno de los países miembros.

A las 9 de la noche de ese 23 de octubre los agentes de la AVH, Autoridad de Defensa del Estado, abrieron fuego contra los jóvenes manifestantes, cuando sospecharon que iban a tomar la radio oficial para lanzar al aire sus reivindicaciones. El partido llamó de nuevo a Nagy y lo volvió a incluir en su dirección, con el objetivo de que fuera a calmar las acciones violentas.

Los tanques soviéticos fueron enfrentados y el estado estalinista húngaro sucumbió. Se formó un nuevo gobierno basado en la auto organización de las ciudades del interior, con estudiantes, obreros y jóvenes oficiales como protagonistas. Nagy fue nombrado jefe de gobierno y se abrió las puertas al pluripartidismo y las libertades individuales. Los estalinistas de Hungría acusaron a Nagy de contrarrevolucionario y pidieron de nuevo "ayuda" a los soviéticos. El líder intentó por todos los medios impedir que eso sucediera, y trató de conseguir la apertura sin violencia. El primero de noviembre de 1956 Imre Nagy dio un paso que nunca imaginó: informó públicamente que Hungría ya no era parte del pacto de Varsovia y la declaró "neutral". Janos Kadar, su rival estalinista del momento, se fue a Moscú y allá armó un nuevo gobierno para Hungría, mientras los generales soviéticos conversaban con Nagy haciéndole creer que el Ejército Rojo saldría de Hungría.

El 4 de noviembre 200 mil soldados soviéticos entraron a sangre y fuego en Budapest, y en pocos días acabaron con la resistencia. A Nagy no le quedó otra sino anunciar que el ejército soviético invadía y luego intentó refugiarse en una embajada. De allí fue sacado bajo engaños de protección diplomática para ser entregado al gobierno apoyado por los rusos.

Llevado a un juicio amañado, entre el 9 y el 15 de junio de 1958, con muchos testigos en contra y realizado a puertas cerradas, Imre Nagy fue condenado a muerte junto a 250 húngaros disidentes. La sentencia se cumplió el 18 de junio de ese año, quedando para la historia cómo el régimen imperial soviético aplastó con sus cañones una revolución de jóvenes, quienes sólo pedían la independencia de su país y libertades democráticas.

Fabio Solano 
solanofabio@hotmail.com
 
http://www.el-carabobeno.com/impreso/articulo/t120611-lt06/Una-revolucion-que-no-pudo-ser  

El Carabobeño (Valencia, Venezuela)
12 de junio de 2011

Autorizado por el autor

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