Al hombre de los grandes bigotes lo llamaban Pepe el tranquilo, pero
en verdad esa tarde de un mayo soleado, de tranquilidad, solo quedaba
el rostro impasible. Estaba en uno de los callejones empedrados que
daba al Palacio, bastante cerca para observar en detalle a la multitud
pendiente de los grandes ventanales, y justo lo lejos para no verse
involucrado si la cosa iba a más. Había gran expectativa pues Murat
pretendía llevarse a los infantes, y el pueblo, sospechando que
aquello era malo, estaba agitado. Alguien habló al oído de los
madrileños contra los franceses, y aunque parecía desorganizado,
sospechaba que alguna mano oculta estaba tras aquella muchedumbre. De
pronto al ventanal lateral se asomó el infante Francisco de Paula y
la gente se estremeció. Ya un carruaje con la infanta María Luisa
había partido, y ahora otro similar esperaba frente a la puerta
principal por el hermano de Fernando.
Atento al movimiento frente al Palacio Real, Pepe no perdía detalle
mientras pensaba en cómo habían pasados las cosas. "Apenas unos
meses atrás los soldados de Napoleón entraban a España para atacar
a Portugal. Pero los ladinos franceses acamparon en nuestras ciudades
luego de atacar al país vecino. Ahora en Madrid había diez mil
adentro, y unos 20 mil en las afueras. Por supuesto que la gente creía
que era una invasión. Además el gobierno era un desastre: Godoy había
caído, Fernando conspirando contra su padre Carlos IV era Rey, luego
del motín en Aranjuez. Pero se sabía que Napoleón los llevó a
Bayona". De pronto desde palacio se oyeron voces fuertes: "¡Traición,
Traición!", y afuera la masa se removió peligrosamente, con
gritos a una voz: "¡Que mueran los franceses!" ¡Viva el
Infante!". Los madrileños se daban por alzados y Pepe alcanzó a
ver cómo cortaban los correajes del coche. En ese momento decidió
retirarse, avanzando a grandes zancadas hacia la casa de Don
Francisco. No había caminado por tres minutos cuando oyó dos
explosiones gruesas y supo que los franceses estaban disparando los
dos cañones de la puerta contra la gente. Apuró el paso. Jadeante, y
evidentemente contradiciendo su apodo, el ahora intranquilo entró en
la casa de su patrón, uno de los más ricos madrileños del momento.
En la sala estaba un hombre alto, de barbita canosa y bigotes cortos
con las puntas hacia arriba. Miraba por la ventana y no se inmutó
cuando oyó el ruido de la entrada de su empleado. Luego preguntó: ¿Qué
pasa Pepe? Hombre acaba con ese resuello ya, que no te queda bien.
Tiene que ser algo grande para venir así. No me digas que el pueblo
está alzado, no me lo creo". Pepe respiró fuerte, y aunque sentía
el corazón latiéndole en las sienes, trató de volver a su antigua
cara colmada de frialdad. "Don Pancho, aunque usted lo diga con
ironía, esa es la verdad: Hace diez minutos el pueblo de Madrid se ha
declarado en rebeldía. No sé si desde aquí se oyeron los cañonazos
de los franceses contra la multitud frente a Palacio, pero estos ojos
míos sí vieron cuando comenzaron los gritos de mueran los franceses.
Viniendo para acá oí algo sobre que la gente se iba al cuartel de
Monteleón para que les dieran armas".
Don Francisco miró a Pepe y le hizo señas para que tomara agua de su
propia jarra. Luego volvió a mirar por la ventana y se dijo para sí
mismo: "Napoleón se quedará con España, el Rey con su
blandenguería dejó que Godoy no sólo se apoderara de la Reina, sino
también de la monarquía y ahí están las consecuencias. Ahora lo
que viene es duro, sangre y muchos muertos. Pronto veremos un Rey
francés en Madrid y eso no lo van a aceptar los españoles. Habrá
guerra".
Una monarquía decadente
Cuando el general Napoleón Bonaparte comenzaba su carrera hacia el
poder en la convulsionada Francia, derrotado el radicalismo de
Robespierre y con el Directorio abriéndole las puertas, en España ya
reinaba Carlos IV. Este era un Rey que no se comparaba con su padre
Carlos III, pues tenía una personalidad débil, la cual fue
aprovechada por su esposa María Luisa de Parma, quien nunca fue
precisamente ejemplar, ni como madre o Reina, y mucho menos como
esposa. Con ellos apareció en la corte un desconocido Guardia Real
llamado Manuel Godoy, un hidalgo arribista sobre quien puso sus ojos
la casquivana Reina. Carlos IV vio en Godoy su hombre de confianza,
quien ejecutaría todos sus deseos y órdenes, sin percatarse que
entre el hombre y la reina, él terminaría siendo un títere. Lo
cierto es que Godoy tuvo mucho que ver con la caída de España en
manos de Napoleón, pues como primer ministro no supo ver por dónde
venía el ambicioso corso.
Para 1801 Godoy firmó el tratado de Aranjuez con el gobierno de
Francia, ratificando la anterior alianza en contra de Inglaterra. Había
una seria disputa de intereses coloniales y a España le convenía el
acuerdo para proteger sus posesiones en América. Los franceses querían
aplicar un bloqueo naval a los ingleses, y necesitaban que Portugal se
colocara de su lado. El bloqueo existía de varias maneras, en el mar
y económico en cuanto a tasas e importaciones, pero los lusos seguían
siendo una puerta abierta para Inglaterra. Hubo guerra y en 1805 los
aliados tuvieron un gran traspiés, pues perdieron la batalla de
Trafalgar, donde la poderosa Armada española se fue a pique. Eso
afectó su relación con las colonias, pues a falta de navíos
seguros, el tráfico con América se vio muy disminuido.
Napoleón superó el fracaso con varias victorias sobre los
austriacos, pero España se vino en picada en cuanto a economía,
afectando fuertemente al pueblo. Las críticas fueron duras contra el
trío monárquico, pues ninguno de ellos se molestaba en disimular y
el antiguo Guardia Real no tenía recato en sus ambiciones, pasando a
ser Duque, Grande de España, Secretario de Estado y Príncipe de la
Paz en un corto tiempo. En medio del escándalo se convirtió en el
hombre fuerte, decidiendo todo sobre el gobierno. Fue así como
mantuvo una alianza anti natural con el ahora Emperador Napoleón I,
pues el Rey de España era un Borbón absolutista, mientras que el
gobierno francés era republicano, el cual había ejecutado a un Borbón.
A lo interno la debacle económica traía desempleo masivo y hambruna,
pues hasta el pan escaseaba y el que se conseguía era de muy mala
calidad. Se inventaron las "ollas públicas" y se intentó
dar trabajo a miles y miles de españoles con grandes obras, las
cuales nunca comenzaban o se quedaban a medio camino.
En 1806 Napoleón relanzó la guerra contra Gran Bretaña e impuso un
bloqueo continental, con sólo Portugal negándose a aplicarlo. Ante
esto, el poderoso corso acudió a Godoy para que España autorizara el
paso de tropas francesas para atacar a los lusos. Godoy, sin pensar en
las consecuencias y presionado por el poderío bélico del Emperador,
firmó el acuerdo. Al año siguiente el Rey de Portugal intentó
amainar el peligro con un decreto de exclusión de los buques
ingleses, pero no bastó. En junio de 1807 las tropas francesas
cruzaron la frontera y el monarca lusitano partió a América con toda
su familia. En España a lo interno conspiraba contra Godoy y María
Luisa, encabezando tal componenda el propio hijo de Carlos IV, el príncipe
Fernando. Comenzaron a notar que las tropas de Napoleón se
acantonaban en ciudades no acordadas, las cuales no estaban en el
camino hacia Portugal, como eran Burgos, Barcelona o Pamplona. Según
el tratado de Fontainebleau, los soldados galos podían circular hacia
y desde Portugal, pero no estacionarse en esas ciudades. La verdad:
Napoleón tenía en mente apoderarse de España y convertirla en un
estado satélite.
El día de la rebelión
Era muy tarde cuando el Rey, la Reina y Godoy captaron el objetivo de
Napoleón. El favorito propuso trasladar la corte a Andalucía, y el
Rey aceptó pensando que a lo mejor tomaría el mismo destino de su
par luso. Pero el 17 de marzo de 1808 se produjo un motín en Aranjuez
enfilando la multitud contra Godoy, quien tuvo que esconderse para
evitar un linchamiento. La toma del palacio del caído, fue como una
señal por medio de la cual se puso en marcha la conspiración. Carlos
IV fue obligado a abdicar a favor de su hijo Fernando VII. El general
Joachim Murat ya tenía cinco días acantonado en la ciudad, con unos
30 mil hombres armados. El nuevo rey hizo su paseíllo triunfal, pero
al mes siguiente fue llamado por Napoleón a Bayona, adonde también
fue su padre, quien por cierto volvía a reclamar la corona. El
emperador simplemente los despojó de su condición y anunció que su
hermano José sería el nuevo rey, aun cuando Murat tenía todo el
poder.
El dos de mayo se supo que los infantes María Luisa y Francisco de
Paula serían sacados de Madrid por el general francés, y por ello
unos dos mil exaltados llegaron a la puerta del Palacio Real. La
muchedumbre arremetió contra el carruaje y luego vino la represión.
Cuadrillas de 30 a 50 hombres hostigaban a los franceses de cualquier
forma, pues no tenían armas de fuego. Lanzaban piedras, atacaban con
navajas y hasta los tiestos sirvieron como proyectiles mortales, pues
uno de ellos dio en la cabeza del hijo del general Legrand, dejándolo
en el sitio. Los alzados buscaban armas desesperadamente, y alguien
corrió el rumor sobre que en el cuartel de Monteleón estaban entregándolas.
Fue cuando la gente comenzó a percibir la inmovilidad de los
militares españoles. Efectivamente las autoridades y los militares no
querían enfrentarse a las tropas de Napoleón, tanto que el 18 de
marzo la alcaldía de Madrid había emitido un decreto donde se les
pedía a los vecinos trataran a los franceses "con toda
franqueza, amistad y buena fe".
En Monteleón estaba un parque de artillería y allá llegó el capitán
Velarde, para organizar la resistencia junto al capitán Daoiz. 70
militares y 150 civiles medio armados enfrentaron a dos mil efectivos
de Napoleón. Fue cuando comenzaron los fusilamientos indiscriminados,
incluyendo a muchos inocentes. Esa represión feroz ordenada por Murat
fue la causa principal de la guerra por la independencia de España.
Fue tan grave ese error del general francés, que en junio Napoleón
lo envió a Nápoles, para ejercer el gobierno allí como un rey de
mentirillas.
Los españoles organizaron su resistencia. A la falta de ejército
formal decidieron tomar el camino de las guerrillas, con bandas donde
se conseguían todo tipo de personas, desde militares, políticos,
campesinos, ex soldados, vagos y bandoleros. Mientras el pueblo
hostigaba incesantemente a los franceses, los españoles perdieron
todo gobierno regional a excepción de Cádiz, pero la junta de esta
ciudad era más teórica que otra cosa. Carlos Marx, quien analizó
todos esos movimientos, dijo una vez "Las guerrillas fueron actos
sin ideas, mientras que las juntas y las Cortes de Cádiz ideas sin
actos". Esa situación de insurrección y guerra independentista
se extendió seis años, hasta que Napoleón comenzó a declinar como
líder. España recibió ayuda militar de sus antiguos enemigos los
ingleses, y el pueblo español logró sacudirse al invasor. Tiempo
después en el exilio, Napoleón reconoció su error estratégico al
intentar apoderarse de España cuando escribió: "Esta maldita
Guerra de España fue la causa de todas las desgracias de
Francia".