La
trocha, a veces como arenosa en medio de los matorrales, dificultaba el
avance de las bestias evidentemente sobrecargadas. Venían de Güiria,
ya habían pasado Píritu y la caravana estaba por entrar al Abra de los
llanos centrales, por lo cual calculaban que llevaban la mitad del
camino recorrido. El sol estaba por ocultarse y los dos comerciantes
iban un tanto amodorrados, arriba de sus caballos, apenas andando al
paso. Uno de ellos, el de adelante, era fornido, rubio de ojos azules y
piel un tanto requemada por el sol de la sabana, evidentemente pertenecía
a la estirpe ibérica. El jinete que le seguía a escasos dos metros,
era un criollo, hijo de español y venezolana, pero no menos fuerte y
decidido. Ambos jóvenes, de unos veinticinco años, se habían hecho
amigos por el comercio, especialmente porque eran duchos en la
compra-venta de ganado, el gran negocio del llano en aquellos días. Por
viajar juntos ya se conocían más o menos bien.
La larga recua seguía avanzando lentamente, con las bestias como
esperando el momento del descanso cerca de algún manantial que sofocara
la sed del final del día. Ya se producía aquella media luz entre la
tarde y la noche, y atrás los peones pensaban en que los patrones deberían
tener definido el sitio para acampar. Estaban en la dirección correcta,
hacia Calabozo, pero aun faltaban algunas jornadas. El hombre de los
bigotes miraba la espalda de su amigo, y pensaba: "Este José Tomás
casi que no parece asturiano sino llanero de pura cepa, pero a pesar de
ser honesto y entrador tiene su pasado. Estando en Caracas me contaron
la historia de un guardiamarina sentenciado por contrabandear, a quien
mandaron para Calabozo en calidad de confinado. Ahora tenía una pulpería,
pero en verdad su gran negocio es con el ganado". Juan Jacinto
comparaba su propio origen, allá en Carora, español por su padre don
Miguel Lara y criollo por su madre, de los Meléndez. Le habían dado
una buena educación, pero él prefirió más el comercio y no se podía
quejar pues le iba bien. Ya tenía sus buenos pesos guardados. No le hacía
pruritos viajar con gente como su compañero actual, de quien por cierto
recientemente supo que su apellido era Rodríguez, pero con lo del
contrabando y la condena se lo había cambiado a Boves, al parecer por
su madre.
Casi oscurecido el día, faltaba poco para llegar a unos árboles donde
seguro pasarían la noche, cuando de pronto se oyeron unos lecos
parecidos a los del pájaro vaco. Juan Jacinto miró a su colega y colocándose
el dedo en el oído le hizo una señal de advertencia. Se oyó de nuevo
el sonido, y entonces los peones, con los ojos muy abiertos por el
temor, agarraron sus machetes. Los dos comerciantes tenían espadas y el
caroreño además cargaba una pistola. Justo unos metros antes de la
pequeña arboleda aparecieron los bandidos en plan de ataque. Cuatro
sujetos a caballo, machete en mano, liderados por un hombre mal
encarado, quien llevaba una lanza en ristre. Boves enarboló la espada y
Juan Jacinto esgrimió la pistola. Cuando el grupo se les vino encima
Lara disparó casi a quemarropa y el ímpetu de los atacantes se detuvo
en seco. Había acertado al jefe, quien no era otro que el famoso
Guardajumos. Oírse la detonación y dar vuelta los bandoleros fue uno
solo. José Tomás alcanzó a darle un sablazo a uno de los sujetos
cuando huían.
"Menos mal que a mí ya me habían contado lo del pájaro vaco. Ese
era Guardajumos, el bandido más malo de por estos lados. Dicen que
tiene un montón de muertos encima. Esta vez la sorpresa no funcionó y
el tiro le salió mal". Sabía que la ruta se estaba poniendo
peligrosa.
De Carora para el ejército
Juan Jacinto Lara Meléndez nació justo un año después de que a
Venezuela se le otorgara el rango de Capitanía General, el 28 de mayo
de 1778, en la población de Carora, ubicada en lo que hoy se conoce
como estado Lara, justamente por este personaje, quien se convirtió en
uno de los líderes de la Guerra de Independencia de Venezuela y de
Sudamérica. Jacinto Lara como o se le conoce, es uno de los pocos
oficiales venezolanos que teniendo el más alto grado militar, general
de división, atravesó, por decirlo así, toda la confrontación de
liberación lanzada por Simón Bolívar. Lara estuvo desde 1810 hasta
1858 involucrado tanto en la guerra como en la política venezolana. Su
nacimiento se dio en la casa situada en esquina de la calle Torres con
la esquina de San Juan. Su padre fue don Miguel de Lara, ciudadano español
de la región de Antequera, y su madre fue Juana Paula Meléndez, caroreña,
de modo tal que en buena ley Jacinto era un "criollo", hijo de
ibérico y venezolana. Su infancia fue tranquila, pues su padre tenía
una posición medianamente acomodada. Recibió educación en las
escuelas que tenía a mano la familia, en la población natal, amén de
la instrucción española transmitida por su progenitor.
En verdad, en un medio rural por excelencia, con tierras muy
productivas, especialmente de ganado vacuno, era natural que el joven
Lara se inclinara por el comercio, y pronto afloró su vena para los
negocios. Se dedicó a la compra venta de ganado, como muchos en la
colonia española que constituía Venezuela, lo cual lo llevó a viajar
cada vez más lejos de su terruño. Ese constante cabalgar lo fortaleció
físicamente, formó su cuerpo para resistir los embates de la guerra.
Así llegó a conocer el llano, especialmente por los lados del Guárico
y también los orientales, y entró en contacto con muchos hombres
dedicados al mismo negocio. Entre ellos estaba un pulpero de origen
asturiano llamado José Tomás Boves, quien luego de años en la zona
había desarrollado una personalidad abierta y de mucho intercambio con
los llaneros. Justamente en 1806, en un viaje que hicieron los dos a
oriente, cuando regresaban de Puerto Píritu luego de haber
intercambiado una buena cantidad de mercancía, tuvieron un encuentro
que Arístides Rojas dejó plasmado en su libro "Leyendas Históricas
de Venezuela". Se trataba de un famoso bandolero llamado
Guardajumos, quien mantenía una especie de terror entre los llaneros,
pues le atribuían poderes de brujo, como el volverse árbol o que tenía
la habilidad para ocultarse en una nube de humo. También decían que
este bandido, conocido anteriormente como el "Indio Nicolás"
y natural de Los Ángeles al sur de calabozo, daba señales de humo para
los ataques, imitando a la perfección al pájaro vaco, para efectos de
comunicarse con sus cómplices. Fueron Boves y Lara, amigos y
comerciantes, quienes esa noche pusieron en fuga a los asaltantes,
acabando con el mito de intocable del bandolero Guardajumos.
Como era de esperarse, en el llano ambos se hicieron famosos por haber
dominado al bandolero, pero ninguno de los dos sabía que pronto habrían
de tomar caminos opuestos, pues en el futuro inmediato se enfrentarían
como enemigos a muerte. Jacinto Lara estaba en 1810 en Caracas, llevando
un gran rebaño de ganado para la venta, cuando se produjo el movimiento
inicial de la Independencia, en abril de 1810. Como sus clientes eran
gente pudiente, hacendados y propietarios involucrados en el asunto,
pronto se enteró de las causas de esta revuelta contra Emparan y se unió
a las fuerzas rebeldes. Tenía 32 años cuando la Junta de Caracas lo
nombró jefe de milicias de Araure y Ospino. Conocedor de la zona y de
los llaneros pronto logró levantar un pequeño ejército que se plegó
a las fuerzas revolucionarias al año siguiente, cuando en definitiva se
proclamó la Primera República, con el generalísimo Francisco de
Miranda como comandante en jefe del ejército patriota. Cuando apareció
Monteverde para recuperar el terreno perdido para las huestes del Rey,
Lara fue llamado a combatir con sus milicianos y participó
victoriosamente en la toma del cerro El Morro en agosto de 1811,
recuperando a Valencia, y posteriormente estuvo en la toma de San
Carlos. Del otro lado, quien fuera su compañero de viajes comerciales,
José Tomás Boves, por cuestiones del destino había sido salvado de la
muerte por Morales, segundo de Monteverde, y por tanto ahora estaba en
el bando realista y luego sería líder de la guerra social, con miles
de llaneros siguiéndolo ciegamente. Cuando cayó la Primera República,
Jacinto Lara se fue a Colombia donde se encontraría con Simón Bolívar,
quien organizaba el regreso a la lucha en suelo patrio.
El general Lara
Simón Bolívar en la Nueva Granada ofreció sus servicios a los
insurgentes de esa región y fue autorizado para accionar en la zona
fronteriza con Venezuela, derrotando a los españoles en varias
oportunidades, en un avance que asombro tanto a los realistas como a los
propios neogranadinos. Entre estos últimos surgió un rival, un coronel
Castillo, quien en algún momento pidió corte marcial, por los planes
que tenía Bolívar para invadir. Lo cierto es que el venezolano ganó
batallas en Ocaña y Cúcuta y luego fue autorizado para organizar una
fuerza militar, con la intención de volver a territorio patrio. Con él
ya estaba Jacinto Lara, flamante teniente coronel, quien lo acompañó
en la aventura con 600 hombres convencido de ir tras la jefatura del
caraqueño. El 14 de mayo de 1813 los expedicionarios salieron de San
José de Cúcuta y tres días después llegaron a La Grita, donde lo
esperaba Campo Elías con 500 hombres más. Pasaron Los Andes en medio
de victorias y mucho sacrificio físico por el intenso frío y las
enfermedades que diezmaban la tropa. En Los Horcones se produjo una
importante batalla y las fuerzas realistas, al mando del coronel Oberto,
fueron derrotadas en toda la línea por los patriotas comandados por
Jacinto Lara y José Félix Ribas.
Lara estuvo todo el tiempo con Bolívar en la Campaña Admirable, la
cual fue una seguidilla de triunfos militares, incluyendo la llegada a
Valencia el 2 de agosto de 1813, para luego ir directo a La Victoria.
Luego el Libertador aceptó el armisticio ofrecido por los realistas y
el 6 de agosto el Ejército Libertador entró a Caracas. En la comitiva
destacaba en los primeros lugares el coronel Jacinto Lara, ascenso
ganado con valentía en las batallas. En el camino Bolívar había
dictado el famoso decreto de Guerra a Muerte, pues el asturiano José
Tomás Boves y sus segundos, regaban de sangre inocente los suelos de
Venezuela. Fue por este decreto que el 7 de mayo 1817 en las misiones
del Caroní dieron muerte a 18 misioneros catalanes y dos enfermeros.
Fueron degollados a la orilla del río, acusados de apoyar al bando
realista, y todos los bienes de las misiones fueron confiscados por el
ejército. Ese terrible hecho fue adjudicado como una orden del general
Jacinto Lara, pero el militar siempre negó haber tenido alguna
responsabilidad personal en la matanza, asegurando que seguía órdenes
superiores. En verdad en esos tiempos los jefes realistas como Zuazola,
Morales y Tizcar autorizaban asesinatos masivos de todo aquel sospechoso
de apoyar a los patriotas. Eran tiempos de guerra sin contemplaciones ni
medida.
Jacinto Lara siguió adelante a lo largo de toda la Guerra de
Independencia y hubo un momento en que el azar lo llevó a combatir en
los llanos de Casanare bajo las órdenes de Francisco de Paula
Santander. Fue precisamente Lara quien fungió de emisario para
entrevistarse con Bolívar para ofrecerle el mando de las tropas
neogranadinas, con Santander de segundo al mando. Acompañando al
Libertador se fue a liberar la Nueva Granada, ganándose el grado de
General de Brigada por su desempeño personal en la lucha. Fue
gobernador de Cartagena, y luego jefe de Estado Mayor de Bolívar cuando
éste emprende su campaña para liberar el sur. El jefe militar era
Antonio José de Sucre, destacándose Lara en varias batallas como
Corpahuaico, Pichincha y Junín. Lara salvó el parque militar en esa última
confrontación, lo cual fue sumamente importante para que Sucre
obtuviera el triunfo definitivo. Una vez liberado Perú, esa república
le concedió el grado de General de sus ejércitos, mientras que Sucre
lo ascendía a General de División del Ejército Libertador. Como tal
Bolívar lo dejó al mando de la III división en Lima, pero una
conspiración lo sacó del poder, y luego de apresarlo fue expulsado del
Perú. Dolido y alegando inocencia pidió su licencia y se fue a Carora.
De allá lo rescató el propio Bolívar una vez demostrada la falsedad
de las acusaciones, y fue nombrado comandante de la zona del Orinoco.
Cuando el Libertador murió en 1830, Jacinto Lara estaba de nuevo en
Carora, donde se dedicó a su oficio original de compraventa de ganado,
como medio de sostén de su familia. En 1843 fue llamado para ser
gobernador de Barquisimeto, cargo en el cual estuvo cuatro años. Luego
vino su retiro definitivo a su querida Carora. Falleció en 1859 a los
81 años de edad, y en 1881 como un homenaje póstumo con todo
merecimiento se ordenó que su tierra natal llevara el nombre de estado
Lara.