Estados interiores |
Dicen
que cuando morimos nos vamos como nacemos. Solos. Pero
cuando nacemos tenemos una mamá, y un papá, en el mejor de los casos. Y
cuando morimos tenemos hijos, y nietos, en el mejor de los casos. Pero
antes de llegar a la puerta de la despedida final hay un umbral que
debemos traspasar para haber aprendido definitivamente la lección de la
vida: la soledad. Y una puede estar sola porque se fueron los hijos a hacer sus vidas, porque quedó viuda o porque aún teniendo el marido en casa, una se siente igual de sola. Aislada. |
Sola
también significa no sentirse escuchada, a veces ni hasta respetada, ni
por los hijos ni por el marido. Entonces una muerde los labios para
retener et grito, para no tener que echar en cara la existencia dedicada a
los otros, todo el laburo que demandó formar una familia para tener a
esta altura este sentimiento de dejadez, de incomunicación y de abandono. Una
ya no puede meterse en las decisiones de los hijos, son grandes y no
escuchan y ¿para qué? "Dejá de joder, vieja. Es mi vida".
Tampoco puede ya cambiar al marido, una aprendió que los hombres no
cambian... Entonces algunas piensan que "mejor tenerlo en casa que
sola", "que es muy tarde para separarse", "por los
chicos aguanto" y, las más arriesgadas optan por la libertad a
cualquier precio y a cualquier edad y se animan. Y "mejor solas que
mal acompañadas". No
importa por dónde venga la soledad. Siempre se dirige hacia un solo
destino: el interior de una misma. Por
eso insisto tanto en que no hay que tener lástima de una misma. Ni
siquiera pensar que una siempre fue un imán para las desgracias. A la
mayoría de las mujeres nos pasan las mismas cosas, sentimos de la misma
forma y, quizás, reaccionamos de forma diferente ante ciertas
perspectivas, porque he aquí la prueba que rendimos y la calificación
que después obtenemos por el haber vivido. Entonces
se me ocurre que no hay mejor remedio para la soledad que no
"sentirse" sola, que hay que buscar a tu amiga adentro y después
a las de afuera. Que la risa y la diversión son sanadoras, y en ese
comprender que realmente todas estamos solas, surja una cadena de manos frías
de soledades que se unan para calentarse, para hacer mover los pies tan
entumecidos y descubrir en el baile la alegría. Y reír hasta el
cansancio, de cualquier cosa, incluso hasta de las desgracias que pasamos
todas. Ya pasaron. Y estamos vivas. No
te dejes caer por tu propio peso. No te lo permitas. Estamos de regreso de
toda una existencia y de premio la felicidad obliga. Pintate, ponete
linda, no importan las arrugas ni la barriga. ¡Calzate la pollera que más
te gusta! Sos la misma mujer que fuiste siempre. No te olvides de vos
misma. Animate a ser libre, así como cuando eras joven. ¡Si adentro nos
sentimos como de 20! Quién nos puede decir
que no lo somos? Si la edad te perturba, no la digas. Todas estamos solas en algún punto. Y el punto es que todavía estamos vivas ¡El mundo entero reclama la salida de tu sol! Buscate hasta encontrarte... ¡Y demostré quién sos vos realmente, querida amiga! |
Ana
Solá
Ilustración Clara Celoria
Conjuros mágicos de la bruja madre
Suplemento especial de Puntal para ellas en su día
Edición y recopilación de textos: Daniel Devia
Diario Puntal - Río Cuarto, Córdoba
17 de octubre de 2010
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