Adolecer |
Si hay algo que
extraño de la adolescencia de mis hijos son las peleas continuas. Y los
gritos a la hora de juntar la mesa: "¡Te toca a vos!"."¡No
te hagas la viva!¡Yo los junté ayeeeerr¡ Mamaaaaá deciíile!".
Pero la cosa no terminaba ahí. Cuando había que sacar a pasear al perro,
era la misma odisea y el pobre can terminaba haciéndose encima. Cada vez que yo
recibía una llamada telefónica, ahí estaban los dos justito al lado mío
para continuar como Titanes en el Ring haciéndose piquete de ojos
mientras yo intentaba escuchar una palabra. La casa siempre estaba
invadida y en pie de guerra. Lo más cruel era
cada vez que, indefectiblemente, metían la pata adelante de desconocidos.
Mi cara se transformaba, el gesto rústico y amenazador ya lo conocían de
memoria, "Cuando mamá pone cara de culo y te clava la mirada, hay
que cerrar la boca". Esa era la ley. Pero no la cumplían. Entonces,
seguían hablando y discutiendo mientras mi rostro se iba transformando en
un plano colorado. Después, a solas,
venía el reto: "¿No te diste cuesta cómo te estaba mirando?".
No, jamás se daban cuenta o mejor aún, lo hacían a propósito. También extraño
lo destrozado que quedaba el living cada vez que se les ocurría hacer una
fiestita en casa. De esas que en mi época les decíamos
"asalto". Más que asalto, el de mis hijos y sus amigos, era
robo a mano armada: agujereaban sillones con el pucho, también cortinas.
Bailando en esa reducida pista, con la cabeza, más de una vez el lungo
del grupo me rompió la lámpara y el piso quedaba hecho pelota, resignado
para la rasqueteada. Lo más ensordecedor de todo era el ambiente musical
que reinaba. Los decibeles hacían temblar los vidrios. Menos mal que la
cosa era repartida: en el cuarto del nene estallaban los Redonditos, en el
de la nena Jean Carlos y Trula. Y para cerrar el círculo perfecto, mi
marido con la tele al mango escuchando los relatos deportivos. La paz
reinante en casa era perfecta. Yo sólo convulsionaba en la sesiones de
terapia... Y el padre hacía lo propio, sobre todo cuando de tan poca bola
que le daban parecía un fantasma circulando por la casa. Por esos
tiempos, todavía no existían los perfumes para telas. El hedor que salía
de esos cuartos, mezcla de medias sucias, zapatillas sin talco y hormonas revolucionadas, cada vez que una entraba sentía ese extraño olor a
preso. "Huele a cárcel", les decía. Y no sé si era por la música
fuerte que jamás me dieron bola. Yo, por las dudas, trataba de no entrar
a sus guaridas, tenía miedo de contagiarme desde algún raro virus hasta
ladillas. ¡Qué feliz me siento de haber sobrevivido a la adolescencia de mis hijos! Y poder contársela a mis nietos, que ya son pre-adolescentes... Pero no me escuchan. |
Ana
Solá
Ilustración Clara Celoria
Conjuros mágicos de la bruja madre
Suplemento especial de Puntal para ellas en su día
Edición y recopilación de textos: Daniel Devia
Diario Puntal - Río Cuarto, Córdoba
17 de octubre de 2010
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