Julia se va en tren 
Maria Antonia Soave

- 1 - 

Llegué a la estación terminal de trenes de Madrid, con la prisa que dan las determinaciones tomadas en el último instante. La Estación Chamartín estaba atestada de gente. Todos partían, quién sabe hacia dónde.

Yo tampoco lo sabía pero no me importaba. Era como fugarme a lo desconocido, a lo que no se puede identificar. Tal vez el tren me llevara a mi salvación o hacia mi ruina total.

El sol de la mañana teñía de rosado los árboles de las calles y un perfume ignorado se extendía por las orillas, o quizás fuera mi propio perfume.

Había elegido ese sábado para irme en tren. 

Mi peluquero y mi modista estarían preguntándose porqué no había asistido a las citas .Esta tarde habría un desfile de los últimos modelos que llegaran de París en casa de Madame Renée, pero no asistiría.

Nada me importaba. Tan sólo irme. 

Y me iba en tren.

El tren, esa monstruosa mole de acero que corre a través de campos inmensos, llevando y trayendo esperanzas, que acomoda la vida de unos o desbarata la vida de otros...el tren, que 

trasciende las costumbres porque su costumbre es única: llevar y traer, sin preguntar nunca porqué lleva o porqué trae. El tren simplemente, lo hace.

No era mucho mi equipaje. Había elegido ropa cómoda; un traje sastre gris, una camisa de seda italiana, mis zapatos de marca y mi anillo de brillantes, que había olvidado quitarme del dedo anular antes de salir. Y en mi bolso de mano, llevaba una botella de whisky.

Por eso me iba, para no tener que enfrentar más a mi esposo.

Subí al tren con paso cansado. Encontré mi compartimiento y me senté. A mi lado, mi bolso de mano.

Ah! sí, los amigos de mi marido!.- Cuánto los odio! Los recuerdo en este momento!. Mis amigas y sus esposos, que sabían todo de mí, que sólo hablaban en voz baja estando yo presente, ignorándome con sus gestos estudiados y su ninguna sinceridad. También a ellos les debía esta fuga.

Pero yo esperaba mucho de este viaje, quizás más de lo que la vida me había dado. 

Soy una mujer joven aún. He cumplido cuarenta y ocho años el pasado mes de enero. 

Tenemos un hijo. Un sólo hijo por el cual yo casi pierdo la vida. Después de él, no pude tener más. Esto me martirizó durante mucho tiempo, pero ahora, con el pasar de los años, me he resignado, así lo creo en este momento en que el tren me lleva lejos.

Mi hijo se había criado entre niñeras y empleadas. Cuando llegó la edad del colegio, su padre eligió el mejor, al que concurrían los hijos de las familias de la sociedad.

Ahora estudia arquitectura en Suiza, y muy posiblemente será igual a su padre, un triunfador.

Es verano, hace mucho calor en la ciudad y los árboles florecidos hablan de vida, las flores en los jardines de Madrid me decían que tenía que vivir una vida mejor, plena y satisfecha conmigo misma. Una vida que no podía ser, que estaba frustrada por una sola cosa. 

Soy esbelta y creo que me consideran agraciada, con un marido que me ama y que hubiera dado todo de sí mismo, en un tiempo, para verme feliz.

Esa soy yo, Julia, la que ahora se va en tren.

- 2 - 

Elegí un asiento junto a la ventanilla. Desde allí podía ver la estación , con la gente apresurada y sus valijas bamboleándose entorno a ellas.

Divisé el gran reloj de la terminal. Es un reloj antiguo, colgado de un travesaño adosado a la pared, que indica la hora desde sus dos caras.

Dos caras, - pensé - igual que yo.

Mis pensamientos se cortaron de pronto. Había entrado una señora al compartimiento.

-Buenos días- dijo sentándose a mi lado. -Espero no molestarla, no había más asientos en los otros vagones- agregó abruptamente la viajera.

Asentí con la cabeza, despreocupadamente, y sin volver a mirarla, me interné en mis propios pensamientos.

Mi acompañante era una mujer mayor, su edad oscilaba entre los setenta y setenta y cinco años.

Su traje de corte común, igual que su peinado hablaban bien de su sencillez , de mujer elemental y llana.

Todo esto pasó por mi mente . Acostumbrada a hacer un análisis rápido de las personas apenas las conocía, poco me costó sacar estas conclusiones.

La fuerza de la costumbre - me dije-.

- Pasajeros al tren! - se oyó la voz fuerte y profunda del guarda avisando la próxima partida.

Comenzó a moverse la rápida máquina, con apenas un silbido que denotaba el adelanto de los trenes de hoy. Enseguida alcanzó la velocidad permitida y entonces me arrellané en mi sillón, suspirando.

- Estos trenes son magníficos, verdad? - se arriesgó a preguntarme la señora. - Yo puedo viajar en este vagón de clase especial porque mi hija me envió el pasaje, de no ser así lo habría hecho en segunda clase, ya que mi marido no hubiera podido costearme este viaje. -Añadió sin preocuparse si había sido escuchada.

-Dónde va usted, señora? - se animó a preguntar - Yo me dirijo a Tours. Usted sabe, cuando los hijos se casan vienen los niños y hay que ayudarlos. Bueno... quizás no tanto, en mi caso, mi hija va a tener su segundo niño, de modo que voy a quedarme con el más grande, que ya tiene dos años y a esperar a este pequeño que llegará la próxima semana. -añadió, sin perturbarse, la plácida señora.-

Entonces me vi conminada a responderle, tal vez sólo por educación.

-Voy a Bélgica, a casa de mi hermana, ella vive en Bruselas - mentí, trasmitiendo una seguridad que estaba lejos de sentir.

Oh! qué bien, Bruselas, debe ser hermoso poder viajar a esa ciudad! Tan elegante, de gente fina y renombrada, como dicen las revistas . 

-Pero, en fin, lo que sucede siempre, es que las madres somos las responsables de nuestros hijos, aunque estén casados.

Bueno, así pienso yo, tal vez a usted le parezca exagerado, verdad? - siguió diciendo la señora -.

Y añadió, sin importarle mi opinión - Para mí es lo mismo, casados o no, son mis hijos, los amo y trato de ayudarlos.

No contesté a esto. Muy dentro mío sabía mi comportamiento hacia mi hijo, conocía mi falta de cuidados, la atención que había necesitado cuando pequeño y ahora, ya adulto, la falta de comunicación que me aislaba de él.

-Cómo estará Julián? - me pregunté en silencio. - Hace tanto que no viene a casa...

El tren se detenía en otra estación. Otro reloj vieron mis ojos y otra vez pensé lo mismo - Dos caras, igual que yo.

Esta estación es la de Burgos, y el tránsito rápido del tren al pasar apenas me dejaba atisbar los campos de cebada y trigo, que en esta zona de España son importantes como así también los de remolacha azucarera. Se veían también los animales que pastaban, ganado ovino y porcino; en menor cantidad las vacas y toros.

Todo esto pasaba ante mis ojos, pero sin darle importancia. 

- Pues usted verá, señora, mi hija se ha casado muy bien, con un comerciante que gana muy buen dinero y ella , además, es maestra de escuela, lleva segundo grado de primaria. Claro -siguió diciendo - que ahora, con su embarazo, está con permiso. Pero en cuanto tenga a su niño, o niña, volverá a dar clases, igual que lo hizo después del primero.

Pero yo estaba abismada en otra problemática, otros factores de mi propia vida me llevaban a estar ausente del paisaje y del entorno.

Este mismo viaje era un error, bien lo sabía yo, pero también sé que debía irme, a cualquier ciudad, me daba igual.Todo consistía en estar lejos de mi casa, de mi marido y de mi médico.

No quería verlos ni escucharlos.

Otra vez me ausenté con mis pensamientos propios que llevaba a cuestas, sola en mí misma, para seguir su hilo que me llevaban lejos de este tren, de esta señora, que inútilmente quería 

hablar conmigo , que deseaba ser atenta contándome vicisitudes de su propia vida, narrarme a mi, que no me importaba, que su hija iba a tener otro hijo.

Y yo , tal vez por educación, o quizás por mi hábito, hacía como que la escuchaba, pero las palabras no me llegaban y mi cerebro ya no las podía registrar.

- 3 - 

El reloj de la estación marcaba las 14 horas.

El guarda ya había llamado a los pasajeros anunciando el almuerzo. La señora vecina había recurrido a un bolso que traía con su equipaje. Eran sus viandas para el almuerzo. Comió tranquilamente sus sandwiches de jamón casero y su melocotón.

Esta fruta me trajo recuerdos viejos, casi olvidados. Los melocotones que había en el campo de padre. 

Guardó prolijamente otra vez los restos en el bolso ya que antes me había ofrecido un emparedado o una fruta, que rechacé amablemente, con el mejor tono de voz que pude pronunciar, pensando para mis adentros lo ilógico de esta situación.

Me levanté de mi asiento, pidiendo permiso, para dirigirme al salón comedor. Allí pedí langosta Termidor, como era mi costumbre, y de beber solicité una botella de Chateau D’Iquem- no debería haber pedido el vino - pensé.- 

Almorcé poco, probando apenas cada plato.

Bebí el vino con ansias, como si en ello me fuera la vida. Cuando esté lejos de ellos, me liberaré de este tormento - pensé enseguida.

Me levanté de la mesa, pudiendo apenas caminar. El vino había hecho su efecto, trastocaba mis funciones motrices hasta el punto de perder el equilibrio. Me sostuve poniendo las manos en las mesas anteriores a la mía y con mucho cuidado llegué al compartimiento. Me desplomé en el asiento, con la pesadez de quien ha bebido mucho. -Apenas he bebido dos copas de vino- pensé- y ya no puedo más. Debo dejar ésto -siguió recriminándome mi conciencia. - Pero, cómo voy a hacerlo?

- 4 - 

La señora se había adormecido, con la placidez de los que tienen paz.

Una triste envidia se apoderó de mí, al ver a la señora dormida, con su tejido abandonado en sus rodillas y su cabeza caída ligeramente hacia su costado.

Cerré mis ojos. Mil imágenes llegaron del pasado para abrumarme y entorpecer aún más mi mente.

-Jorge, pienso que es mejor alejarnos. Debes hacer algo para que nuestro hijo no me vea así. No puedo dejar ésto, y tú lo sabes, pero no me dejas partir, no me dejas que te abandone y que deje esta casa, no me permites que busque ayuda en otra parte, tal vez en casa de mi hermana pueda lograrlo, pero te interpones en mi camino, me asfixias. Tu protección me asfixia, Jorge!

-No es así, Julia, y lo sabes. Muy dentro de ti sabes que lo único que quiero es verte bien, pero no por mí, sino por ti misma, por tu salud, por tu bienestar, para que vuelvas a ser la mujer con quien me casé, la mujer con quien compartí viajes y paseos, fiestas y recepciones, cuando para ti beber era una sola copa, apenas un sorbo que dejabas para saludar a los invitados y atenderlos. Fue así, Julia, recuérdalo, por favor, recuérdalo!.

-Tal vez tengas razón, pero ahora se apoderó de mi, y estoy prisionera. El whisky no me deja pensar más en que no me falte la próxima botella, o el vino o cualquier otra bebida, Jorge,

así es que mejor me dejas partir para solucionar esto por mi misma.

- No, Julia, es una enfermedad y como tal debe tratarse. Ve a consultar a un médico, al Dr. López, por ejemplo, que fue siempre un buen amigo nuestro...

-Tú estás loco, jamás iré a hablar con López de lo que me pasa.


Esto pensaba de mi misma. Los recuerdos de años pasados al lado de mi marido, siempre protegida por su dedicación y su amor.

Pero esta escena se había consumado hacía ya mucho tiempo, cuatro o cinco años antes. Jamás quise aceptar la propuesta de mi marido.

El médico, para mí, no era la solución a mi problema, debía haber otra.

Y las hubo. Cuando después de varios años debí ser internada en la Clínica San Isidro Labrador, pues había tenido vómitos de sangre y pérdida del conocimiento, cuando el mal se afincó en mi cerebro y pasaron varios días antes de recuperar el 

razonamiento, reconocí que los médicos algo sabían de mi problema. Pero no lo sabían todo.

Algo debe haber en este mundo para solucionar esto -pensé- algo que no sean medicinas, o consejos de médicos ineptos que lo único que saben hacer bien es cobrar la consulta. Tal vez mi hermana sepa de algo o de alguien. Tal vez...-Esto pensaba en este momento, cuando no sabía donde me dirigía.

- 5 - 

El tren se detenía otra vez. Ahora habíamos llegado a Miranda de Ebro, ciudad afincada a orillas del río. Se veían, desde mi ventanilla, las grandes fábricas de fibras sintéticas, que posteriormente inundarían los comercios de otros países. 

La señora vecina se despertó , somnolienta. Se acomodó las ropas y recogió el tejido que se había caído.

Me quedé dormida, sin pensarlo. Cómo lo ha pasado usted?-me dijo mansamente- Yo siempre dormito un rato después del almuerzo, bueno, lo hago desde que mis hijos se han casado, quizás sea por mi edad, ya no soy joven, aunque me mantengo bastante bien, verdad? Pues verá usted,-siguió diciendo - cuando mis hijos eran pequeños, yo debía cuidarlos, atenderlos, darles la comida y todo lo demás que necesita un niño. Como usted debe saber, pues será madre también, los niños necesitan de su madre mientras son niños, luego crecen , se casan y forman su nuevo hogar y entonces las madres dejamos de ser necesarias. Pero que siempre recurren a nosotras, téngalo por seguro, siempre se llegan a la casa de los padres con cualquier excusa. Siempre vienen, con sus niños, que nos alegran estos últimos años.

-Yo la escuchaba, en silencio, sin atreverme a opinar ante tanta simplicidad de vida, ante tanta plenitud y gozo de vivir que demostraba la señora.

Para mí la vida había sido tan diferente, tan especial, como decían nuestros amigos.

Ah!, sí, nuestros amigos..., los que me alentaron diciendo que una copa no era problema...nuestros amigos, mis amigas y sus esposos que me acompañaron tantos años en recepciones y fiestas de sociedad, donde al finalizar nadie sabía quien era ni cómo se llamaba...nuestros amigos, sí, ellos eran los culpables -pensé - y erguí mi cabeza en ademán inequívoco de saberlo todo.

- Pero es claro, señora - siguió hablando la señora- las hijas mujeres son más cariñosas que los varones, aunque mi Enrique es por demás afectivo.

La señora vecina había hablado todo el tiempo en que yo me ocupé de mi propia vida, interna en mi propios recuerdos, a solas conmigo misma.

Es extraño - seguí pensando - que debo tomar este tren para analizar lo que me pasa, para saber el origen del problema que me aqueja y encontrar la solución. Si yo pudiera conocer el método, tener en mis manos el medicamento que me ayudara, pero cómo saberlo si los mismos médicos no lo conocen...

En tantos años nunca me había planteado tener un problema sin solución, sin respuesta de parte de los médicos.

Sí, respuesta me habían dado:" -Usted debe dejar de beber, señora, lo suyo es una enfermedad, lo único que puedo recomendarle es esto: dejar de beber." -Esto me había dicho el médico que me atendió tantas veces cuando fuí internada. Pero esta solución era difícil de llevar a cabo. En este momento recordaba las palabras de mi médico y reconocía que mi doctor tal vez, sólo tal vez, tuviera razón.

- 6 - 

Miraba por la ventanilla el paisaje hermoso de la campiña vasco-francesa.

-Es bello este lugar, con sus casas grandes donde deben vivir familias con sus hijos, reunidos en la mesa a la hora del té o de la cena, para hablar de cosas cotidianas, del trabajo o del estudio. 

Qué hermosa vida deben llevar las personas que habitan este lugar -pensé de pronto-, con su trabajo diario, levantándose temprano para atender el campo, sembrar, regar, cuidar lo sembrado y cosechar cuando es el tiempo.

Sin darme cuenta las lágrimas habían asomado a mis ojos. Me había conmovido el paisaje, el campo, la vida misma, sencilla, que se adivinaba a través del vidrio de la ventanilla, al paso del tren que corría atravesando ciudades y campos.

La vida de los otros-seguí pensando- tan diferente a la mía, tan sencillamente diferente que ya no es vida, ya no es ni siquiera la sombra de mi vida, ya no es nada. Ya no me sirve esta vida mía, ya no me alcanza para seguir, ya no tengo vida.

Las lágrimas caen abundantemente de mis ojos ahora. Abro mi bolso y retiro un pañuelo. Seco mis lágrimas con movimientos lentos y afectados , costumbre de tantos años.

Guardo el pañuelo disimuladamente y sigo mirando el paisaje, para no encontrarme con los ojos inquisidores de la señora.

-Qué habrá pensado esta mujer de mí , creerá que algo que ha dicho me ha emocionado, y ni siquiera sé de qué ha estado hablando.

El guarda interrumpió mis pensamientos anunciando la próxima estación, habíamos llegado a Vitoria-Gasteiz, el país vasco. Ya era la hora del té, que sería servido en el salón comedor.

Tuve cuidado al levantarme, manteniendo erguido mi cuerpo, afectado aún. Pedí permiso a la señora y me dirigí al comedor. 

-Debo tomar algo, un whisky, luego me sentiré mejor.-

Otra vez me estaba engañando.

En el salón comedor pedí un té con masas dulces y un whisky.

Pero no probé más que la bebida, dejando todo lo demás.

El camarero que me atendió, sorprendido, me preguntó si me sentía bien, a lo que debí responder, haciendo acopio de mis pocas fuerzas -Oh, sí, muy bien, es que no tengo apetito, gracias.

En mi interior, sabía que estaba mal, que mi mente ya no registraba las palabras que oía, que ni siquiera me importaba que me vieran así, como me encontraba ahora, después de un sólo whisky. Aún así pedí otro y lo bebí de un sorbo.

Esta última copa acabó con la poca seguridad que tenía de mí misma.

Ya eran muchos años , mi cuerpo aguantaba poco y con dos copas me negaba a pensar.

Me levanté lentamente, apenas pude cancelar la cuenta, dejando una abundante propina para el camarero, y, caminando a través de las mesas, con los ojos de todos fijos en mí, me dirigí a mi compartimiento.

- 7 - 

Yo había tenido una infancia difícil. Mi madre había muerto cuando tanto mi hermana como yo éramos aún pequeñas. Nuestro padre, dueño de un vasto campo en Andalucía, fue siempre un hombre de costumbres estrictas y difíciles de cumplir. 

Tuvimos el apoyo de nuestra aya Rosa, pero insuficiente para paliar los regaños y hasta los golpes de nuestro padre. 

Cualquier cosa era motivo de enojo. Aún hoy, a través de la bruma que envuelve mi mente, recuerdo el día que mi hermana y yo nos subimos al árbol de melocotones para bajar una fruta y él nos sorprendió. Rememoro lo que pasó luego porque quedó grabado en mí, indeleblemente. Mi padre se quitó el cinturón, nos hizo bajar con sus gritos y comenzó a golpearnos en forma indiscriminada.

Nuestro llanto y nuestros quejidos se escuchaban en todo el campo, pero él seguía dándonos la zurra que creía justa.

Pero ésta no fue la única vez. Tantas otras recuerdo, como así también debe aún recordarlas mi hermana.

En esa época yo tendría cinco años y mi hermana seis. Pero desde hacía mucho tiempo nos golpeaba ante una indisciplina.

El dolor se quedó grabado en mis nalgas y en mis piernas, y cuando recuerdo esos días lo siento vivo.

Así pasó mi infancia, y aunque eran injustos los golpes, fue un hombre a quien queríamos. Recibíamos regalos para la Navidad y un beso en la frente. 

Así nos demostraba nuestro padre su cariño, insuficiente de todos modos para dos niñas sin madre.

Acude hoy a mi memoria, de forma clara, lo que hacía para vengarme de los golpes que recibía. Mientras mi hermana recurría a nuestra Rosa para pedirle consuelo, yo me dirigía al comedor de nuestra casa donde, en una vitrina , mi padre guardaba un botellón de cristal tallado con whisky. Lo tomaba entre mis manos, y haciendo que la bebida mojara la tapa, lo abría y dejaba caer una pocas gotas en mi boca.

Esta, para mí, fue quizás mi forma de vengarme de mi padre. Y esto lo hice por muchos años, ya no recuerdo cuántos.

Pero también recuerdo haber visto a mi padre beber su copa de coñac todas las noches y en ocasiones, haberlo visto ebrio. Esto se ha grabado en mi memoria. Lo llevo desde mi niñez. No son fáciles de olvidar los sentimientos contradictorios .

- 8 - 

A pesar de mi contextura grácil y esbelta, mi cuerpo se formó armonioso . De cabellos claros, sin ser rubios, lacios y pesados, daban a mi rostro el marco adecuado .

Mis ojos grandes y oscuros , llamativos, muchas veces me sirvieron para atraer las miradas de algún mozalbete.

Formada en un buen colegio de religiosas, viví recluida como alumna interna los años de estudio, visitando mi casa sólo para las vacaciones.

Así pasaron trece años de idas y regresos, cultivándome hasta llegar a ser maestra de primaria, último grado que otorgaba el colegio que frecuentábamos mi hermana y yo.

Esas vacaciones tan especiales, con mi título recién recibido, fueron premiadas por nuestro padre con un primer viaje, las dos completamente solas. 

Con Silvia, mi hermana, recorrimos España hasta Portugal.

Luego de un mes de viaje, a nuestro regreso, mi padre me planteó un porvenir, que según él, yo debía aceptar.

Silvia contraería enlace muy pronto, con su novio de la adolescencia, un joven médico que ya tenía consultorio y clientela en Galicia, además de gozar de la fortuna que heredara de su familia. Silvia ya había solucionado su vida, pero ahora estaba yo, que a pesar de mis buenos modales y de mi educación, era rebelde con respecto a él, hombre acostumbrado a la obediencia absoluta por parte de sus hijas.

Tantas veces discutió conmigo por este motivo, que mi padre tenía temor a enfrentarme.

Una mañana abordó el tema; con cuidadas palabras me preguntó qué iba a estudiar y si quería hacerlo, dónde, en qué universidad.

- Es muy simple, padre, quiero ir a vivir a Madrid y trabajar allá. Quiero vivir sola y mantenerme por mis propios medios.

Esto fue, quizás, lo último que mi padre hubiera querido oír, pero reaccionó, conociendo mi carácter fuerte y firme, y asintió a lo que yo le decía.

Ya era mayor de edad y no podía oponerse a mis deseos como lo había hecho siempre.

Cuando finalizó el verano, partí a Madrid a buscar un departamento, pequeño y cálido, y un trabajo.

Encontré ambas cosas. El departamento lo arrendé, consiguiendo buen precio, pues no era muy grande. Apenas una alcoba, un living, una cocinita empotrada en la pared y el baño.

Con el sueldo de secretaria de Relaciones Públicas en la Embajada de Méjico, podría pagarlo. Este trabajo lo había conseguido pues una de mis amigas se casaba y lo dejaría, de modo que obtuve el empleo recomendada por Irene, otra amiga.

Esto dejó muy mal a mi padre, que pensó siempre que me quedaría a vivir en la vieja casona de la infancia y nunca me iría de su lado.

Trabajé con ahínco, haciendo un curso de inglés por las tardes, cuando dejaba el trabajo. El inglés era muy necesario en la Embajada, debía aprenderlo y rápido. 

Pasaron así varios años. En las vacaciones no siempre iba a la casa paterna. El me reclamaba por teléfono, pero yo elegía la soledad de la playa o varias veces otros países. Así visité París y Alemania.

A mi padre le molestaba que fuera tan independiente, tan libre, con una fortaleza tan grande que lo asustaba. 

- 9 - 

Verme libre en Madrid fué mi máximo anhelo. Siempre había esperado vivir sola, haciendo las compras y cocinando para mí.

Ordenar el pequeño departamento fué una aventura diaria hasta que la costumbre pudo más y ya no me satisfizo como los primeros días. Pero seguí viviendo bien a pesar de estar sola y casi sin amigos. Sólo los compañeros de trabajo me visitaban de vez en cuando y salíamos juntos. En los días libres salía a conocer la ciudad, a los museos y a los parques de Madrid.

Así pasaron cinco años, que volaron demasiado rápido para mi gusto.

Volvía a casa para las fiestas de Fin de Año, para dar un beso a mi padre y a mi hermana ya casada y con dos niños.

Pero nunca volví para quedarme, para estar al lado de mi padre. Esos años estaban todavía entre las cosas tristes , los recordaba con aprensión y tal vez, con un poco de amargura.

Pero, me pregunto hoy, cuándo comencé a beber y porqué?

Eso fue siempre una incógnita que se me negaba aclarar. Quizás debiera vivir siempre con esta pregunta.

Tan sólo recordaba que un día de Año Nuevo, después de la cena, cuando ya vivía sola en Madrid, me acerqué al mueble que guardaba los licores de mi padre y me puse a mirar el botellón de cristal de roca tallado que aún se encontraba allí. Contenía whisky importado, posiblemente inglés. Pero sólo a admirarlo como pieza única, tan bello y distante que lo único que hice fue tocarlo con delicadeza siguiendo sus líneas grabadas en el cristal. Eso fue todo.

Los recuerdos de la infancia no volvieron .

Ese año conocí a Jorge.

Estaba invitada al cumpleaños de una compañera de oficina y debía ir a su fiesta pues éramos amigas y confidentes. Además, 

los pequeños favores que me hacía Leticia debía retribuírselos de alguna forma. Hubiera preferido acostarme temprano, con un buen libro y leer hasta la madrugada pues era sábado y podía levantarme más tarde. Pero en cambio elegí el mejor vestido y partí.

La fiesta estaba muy animada. Los compañeros de oficina estaban allí y pude departir un rato con ellos. Aflojé los músculos que estaban tensos y sonreí al extraño que se me acercaba. Así conocí a Jorge, el que luego sería mi marido.

Jorge Ferbel Madrera era buen mozo, alto, moreno, de andar rápido y de ademanes cultos. Ganó rápidamente mi corazón. Era estanciero, se dedicaba a la cría de ganado vacuno y caballar. 

Tenía un cortijo en Utrera, localidad vecina a Sevilla. 

Los primeros años de matrimonio fueron perfectos.

Siempre me había preguntado qué fué lo que me llevó al problema, sin encontrar respuesta, buscándola esta vez en los años cuando comenzó mi matrimonio. Tal vez fue mi niñez -pienso ahora- sin mi madre, sin sus caricias ni sus besos, o tal vez fue el carácter dominante de mi padre. No lo sé, y quizás no lo sepa nunca.

Cuando conocí a Jorge cambió mi rutina de soledad.

Hombre joven y activo, acostumbrado a los paseos nocturnos y a su vida en el cortijo, me llevó a cambios rotundos en mi forma de vivir. Las noches eran para ir al teatro, al cine, a cenar con amigos comunes, siempre divertidos y siempre con ganas de reír. Durante el día, mis obligaciones como secretaria en la Embajada de Méjico me tenían demasiado ocupada. Había concluido el curso de inglés y ya lo hablaba, con acento español, pero perfectamente.

Mi inteligencia había demostrado que era valedera. 

El cortijo de Jorge era vasto, con muchos animales y suficiente personal para cuidar de ellos.

Lo conocí una tarde de domingo que pasó al departamento a buscarme , en su auto nuevo y brillante , para llevarme al pueblo donde tenía sus posesiones . 

Me enamoré del lugar, tan bello, tan simple, pleno de plantas floridas en esa época del año.

La casa era amplia, con muchas comodidades, con su estufa a leños en el living y otra igual en el comedor. Me impresionó por ser, la propiedad, antigua y moderna a la vez. Su techo de tejas rojas, sus balcones adornados con macetas que cuidaba la encargada de la limpieza, siempre florecidos . Los jardines estaban bien cuidados, el césped recortado y los canteros con flores hablaban de la mano diligente del jardinero. 

Jorge tenía también caballos, pues le gustaban los de raza pura.

Criarlos y hacerlos correr en el hipódromo era su deseo todos los años. Había ganado varios premios en carreras importantes de lo cual se enorgullecía. El mismo era buen jinete. Desde niño había montado y estaba acostumbrado a la vida al aire libre.

Su vida se diferenciaba mucho de la mía. Él amaba el campo, siempre lo había hecho, desde que era un mozalbete había cuidado de los animales que eran su orgullo, herencia de su padre, ya fallecido. Tan sólo su madre vivía aún, y lo hizo hasta que su nieto, nuestro hijo, cumplió los catorce años.

Yo nunca le había dado importancia a las fincas de mi padre. 

Siempre habían estado a mi alrededor los árboles frutales, el trigo, los olivares, las vides, la cebada y todo lo sembrado que nuestro progenitor tenía en sus campos. Esto fue, quizás, lo que hacía la diferencia con Jorge. 

Pero, cuál es la causa por la que bebo? Me vuelvo a preguntar otra vez. 

Ahora el tren seguía corriendo, veloz e impertérrito por inmensidades de tierra, algunas cultivadas, otras no.

Pasaban ante mi vista sin verlas, sintiendo el vacío muy dentro mío, sintiendo el frío de estar sola en ese tren que me lleva lejos del hogar, de mi marido y tal vez, de mi hijo.

Sólo el whisky es mi deseo profundo, el licor que tanto daño le hace a mi cuerpo, tan sólo el whisky.

- 10 - 

El tren se había detenido una vez más. Otra estación que no quise mirar para no ver el reloj que daba la hora, igual que los anteriores.

Ahora era San Sebastián, el lugar de los festivales de cine, siempre visitado por artistas y personas importantes.

Y siguió su marcha nuevamente, marcando otro hito en mi fuga geográfica, mi exilio voluntario.

Había dejado una nota, muy breve, para Jorge, sobre el escritorio que tenía en su casa de Madrid. Tan sólo decía: "No puedo más. Me voy lejos de ti y de Julián. No me busques. 

Volveré si consigo dar fin a mi problema. Te amo. Julia".

Tan sólo una nota, muy corta y concisa, que para cualquiera que la leyera no decía mucho, pero para mi marido explicaba, bien lo sabía yo, esta decisión.

Tantas veces habíamos discutido el problema, tantas veces habíamos hablado con los médicos que me atendían, y siempre llegábamos a la misma conclusión.

-Debes internarla en una clínica en Suiza, allí se recuperará. 

Puedo darte referencias de gente que ha solucionado su problema allí. - Esto le había dicho a Jorge el Dr. López. Pero yo no quiso oír este consejo, creí que el médico le mentía, no creía en sus palabras ni en las de otros médicos que me habían tratado.

En los últimos tiempos , el whisky había hecho estragos en mi mente. Casi todo el día estaba bebiendo sin parar, comiendo muy poco y dejando que las empleadas manejaran la casa a su antojo. 

Jorge ya no podía disponer de mi voluntad, era imposible hacer mella en mí, siempre respondía agresivamente, con palabras fuertes que Jorge hubiera ignorado si yo hubiera demostrado algo de interés para solucionar el problema. Pero seguía igual, o peor.

Ahora compraba el whisky por cajas cerradas, y la caja de seis botellas me duraba apenas tres días. Y volvía a comprar más. El dinero no era problema para Jorge, tenía suficiente para comprar lo que quisiera, era mi salud , deteriorada, sin atisbos de recuperación, siempre igual en mi proceder, no queriendo que el médico de la familia me ayudara ni tampoco los médicos que me habían sacado de los desmayos en las clínicas donde hubo que internarme.

Pero volvía nuevamente a la adicción, ya sin control, sin freno alguno, sin importarme nada de la vida de mi hijo y menos de mi esposo. 

La reacción de Jorge cuando leyó la nota fué de sorpresa. Por teléfono preguntó a nuestro agente de viajes aéreos si su mujer había sacado pasaje para ir a algún lugar. Ante la negativa de éste, supuso que no me había ido lejos, quizás a la casa de alguna amiga, en la que yo confiaba más, pero fue inútil. Llamó a varias pero ninguna sabía nada de mí.

Me había ido en tren, en un tren ilógico que no me llevaba a la casa de mi hermana ni a los campos de mi padre. Me llevaba a mi salvación, a dejar el whisky y a recuperarme.

- 11 - 

En este tren recordaba cosas de mi vida, sin ilación, años que pasaron hacía ya mucho. Recordaba, a través de la bruma que envolvía mi cerebro, el tiempo de secretaria en la Embajada de Méjico, cuando debía asistir a cenas y recepciones para agasajar a algún Cónsul que recién llegaba a Madrid o Embajador que había terminado su mandato. Esto pasa por mi pantalla mental. Se van sucediendo imágenes, unas tras otras, como film en un cine. Pero yo sé que era mi propia vida la que veía pasar, año tras año. Me veo con mis compañeras de la Embajada, bebiendo whisky en la recepción de la Embajada de Francia.

Era medianoche y habíamos bebido mucho. Mi mente estaba turbada, no podía caminar bien y un compañero vino en mi ayuda. 

Ya en la calle, reconocí haber ingerido mucho . Ricardo,- le dije - debo beber menos en estas recepciones, por favor, ocúpate de que así sea, pues no me hace bien el whisky, termino la noche sin saber quien soy, necesitando una mano amiga para llegar a mi casa. Esto no puede seguir, pues también Mónica está ebria, la he visto reír como loca hace un momento. Si seguimos así perderemos nuestro trabajo en la Embajada y esto no puede suceder.

A mis palabras, contestó Ricardo:-Debes beber tan sólo un sorbo, cuando el brindis, nada más, Julia. Debes recordarlo tú misma. 

Hoy estoy aquí pero si me trasladan a Barcelona no estaré a tu lado y no sabrás qué hacer, de modo que deja de beber, mujer, que el whisky no le hace bien a nadie!

Eran sabias las palabras de Ricardo esa noche, recordaba yo apenas, con la mente aturdida . Oh! si le hubiera hecho caso en ese momento, tal vez no estaría hoy en este tren.

Pero, sin embargo, había hecho caso de las palabras de mi amigo.

Tanto yo como las otras compañeras de trabajo, un día decidimos dejar de beber en las recepciones a las que debíamos concurrir.

Todas dijimos lo mismo: que bebíamos mucho, que nos hacía mal, nos dolía la cabeza al día siguiente, que nuestros estómagos no lo soportaban y todas las demás cosas que nos pasaban cuando bebíamos.

De modo,- pensé - que no fue aquella época cuando empecé.

- 12 - 

La noche era muy calurosa, pero a pesar de ello me había arrellanado en mi sillón favorito y de a sorbos, muy despacio, bebía el consabido whisky. Con las luces bajas , insuficientes para leer, daba rienda suelta otra vez a mi adicción. Esa noche era libre , podía hacer lo que gustara. Mi marido estaba en el cortijo y nuestro hijo, aún pequeño, en su colegio de internos.

La servidumbre tenía franco hasta la mañana siguiente, de modo que no había nadie en la casa para impedirme beber a gusto. 

Fueron vanas las recomendaciones de mi esposo antes de partir. El sabía que ni bien me dejaba sola, bebería una botella de whisky casi sin respirar.

Así era yo.

A veces, mi sola presencia era desagradable para Jorge, ya que el vaho del licor traspasaba el espacio cuando él se acercaba para besarme. Nuestras vidas habían cambiado tanto en esos años, eran tan diferentes cuando nos casamos y yo apenas bebía un sorbo para brindar y abandonaba la copa enseguida sobre una bandeja o sobre la mesa. Esta era la vida que hoy recuerdo, en este tren que me llevaba lejos del whisky, pues así lo creía , pero también lejos de mi marido y de mi hijo, de nuestra casa y de nuestros amigos.

Esta fuga geográfica debía terminar bien, ya sin esa maldita enfermedad del whisky , ya sin más desmayos que pasaban por mi vida dejándola vacía, sin recuerdos, en blanco.

Sí, debía cambiar mi vida.

Cuando llegara a alguna ciudad lejana, podría ser Bélgica, buscaría ayuda en algún médico especialista, en alguna clínica para tratamientos especiales. Algo debía haber, algo, en alguna parte...

Otros pensamientos volvieron a mi mente y sin saber cómo, me encontré recordando otros momentos especiales de mi vida anterior. 

Volvieron a mi memoria recuerdos del nacimiento de mi hijo, tan esperado por los dos, en un parto difícil, un día muy caluroso de Junio. En la casona del cortijo donde estábamos pasando el verano se anunció su llegada y corrió mi esposo a llamar al médico para que me atendiera. Fuí llevada a la clínica inmediatamente y tras una lucha que me agotó, nació nuestro hijo, pequeño y suave, de piel morena como Jorge y cabello negro.

Nuestro diario vivir cambió desde ese momento. Ya no atendía tanto a nuestras amistades ni visitaba las casas de mis amigas con tanta frecuencia. Asistía poco al teatro y las zarzuelas fueron olvidadas para dedicarme al niño, quien crecía ante nuestros ojos ,día a día, sin pausa, como crecen los niños sanos y bien alimentados.

Era nuestro orgullo y nuestra alegría.

Este niño tuvo los mejores juguetes y la mejor ropa, y cuando llegó la época de la escuela, su padre eligió el mejor colegio para su educación. Nunca me opuse a la elección de mi esposo en cuanto al colegio. Pensaba que nuestro hijo era varón y su padre debía saber más que yo sobre educar a su hijo. No me había planteado nunca que su hijo era mío también, y que debía tener los mismos derechos que el padre. Lo que no reconocí nunca, hasta hoy, era que mi esposo eligió el colegio para nuestro hijo llevado por mi falta de interés hacia el niño, quien ya había cumplido siete años y yo, su madre, ya bebía demasiado.

-Entonces,- pensaba-, cuándo comencé a beber en forma desproporcionada? Desde que mi hijo era pequeño?

Sí, ésta era la verdad de mi vida. Esta era mi dolorosa realidad, ignorada hasta ahora.

Y debí admitir, con todo el valor que ello significaba, que mi hijo siempre me vio así, ebria, que nunca fuí una buena madre que se ocupó de su niño día y noche. Tal vez sí los primeros años, pero no luego.

Cuando Julián cumplió los cinco años y realicé para él su fiesta de cumpleaños, con sus amiguitos y sus padres, o sea, nuestras propias amistades, cerré la noche con una entera botella de whisky, riendo a carcajadas con un amigo de Jorge, quien también había bebido mucho. Ya estaba ebria en esa época, cuando mi hijo tenía solamente cinco años.

Esto volvía ahora de mi pasado, en este viaje insólito e intempestivo.

Y también otras cosas, cosas que me daban dolor, pero que mi mente se negaba a alejar para aliviarme.

El botellón de cristal que estaba en casa de mi padre, el mismo que me negara a tocar una vez, tan sólo a acariciar el cristal. Lo que no volvió a mi memoria fueron las gotas de licor que bebía durante mi infancia, cuando mi padre me golpeaba.

Recordaba ahora que un día de Navidad, igual que tantas veces, habíamos ido a casa de mi padre a saludarlo.

El ya estaba muy anciano y enfermo. Recostado en su cama, me había esperado todo el día. Había ido con mi esposo y mi hijo. Llegamos como a las cinco de la tarde. Era un día gris de neblina y lluvia en esa parte de España. 

Jorge había hecho correr su Ferrari a alta velocidad para llegar a la casona, saludar a su suegro y regresar a la ciudad antes de la noche, pues teníamos una importante recepción en casa de uno de sus amigos.

Entré al dormitorio de mi padre mientras Jorge y Julián se quitaban los abrigos y calentaban sus manos en la estufa del espacioso comedor.

Expliqué a mi padre nuestro retraso en llegar a su lado para saludarlo por esas fechas. Le hablé también de la recepción a la que deberíamos concurrir esa noche. Mi padre comprendió las explicaciones , dándome un beso y deseándome felices fiestas. Estábamos en esto cuando entraron en la habitación Jorge y Julián, que como yo, querían saludar al anciano. Aproveché este momento para alejarme del dormitorio y dirigirme al amplio comedor.

Fui directamente al mueble que guardaba el botellón de cristal y lo tomé sin miramientos, escondiéndolo bajo mi abrigo de pieles.

Al rato volvieron Jorge y Julián, habiendo ya cumplido con las formalidades, me dijeron que pasara otra vez por la habitación de mi padre pues ya debíamos regresar. Hecho esto, subimos al auto y nos alejamos de la casa paterna.

El botellón estaba lleno de whisky y lo bebí totalmente esa noche, cuando regresamos de la recepción a la que habíamos asistido.

Esa noche tuvimos el primer enfrentamiento. Pero no fue el último.

Pero ya no sabía que camino tomar.

Y seguí bebiendo.

- 13 - 

Julián se crió con empleadas hasta que tuvo la edad de ir al colegio. Tan sólo su abuela paterna fué su compañía.

La llamaba Mamá Grande, con el cariño que los niños dan a sus abuelas.

 Ella suplió mi falta de cuidados, tal vez no de amor, pues he amado siempre a mi hijo.

 Ya ingería whisky cuando Julián tenía escasos cuatro años. No tan serio era mi problema en esa época, pero ya se perfilaba.

Tal vez mi hijo pudo salvarme - pensaba en ese momento - si me hubiera dedicado a él por completo, si hubiera dejado de beber, en estos momentos no estaría aquí.

Jorge salió en busca de su agente de viajes para recabar informes, pues no le parecía lógico que yo, su esposa, desapareciera de un momento a otro.

A pesar de haber leído la nota que le dejara, no comprendía el porqué de mi alejamiento, ya que en Madrid había muchos médicos y clínicas a las que hubiera podido concurrir solicitando ayuda.

Jorge no sabía de la "fuga geográfica", la fuga que realizan algunos para encontrar la solución .

Jorge ignoraba todo lo relativo a esto, mis formas distintas de esconder las botellas vacías, o de comprar whisky en diferentes lugares para no delatarme. Había tantas cosas que Jorge no sabía... Jorge únicamente me amaba , con el amor único y positivo de la juventud, que a pesar de los años no cambia.

Era un hombre sano, trabajador, bueno, sin espacios para otras cosas que no fueran su mujer y su hijo.

Nunca, en tantos años de matrimonio, Jorge me había menoscabado por estar ebria, ni delante de mi padre ni de nuestros amigos. Muy por el contrario, siempre decía que era la mejor esposa que pudo tocarle en suerte.

Hemos pasado juntos casi veinticinco años, nuestro hijo ya pronto será arquitecto y esperamos de él todo lo que un padre y una madre pueden esperar, que fuera un triunfador en su carrera, que eligiera una mujer que lo acompañara toda su vida, en las buenas y en las malas.

A pesar de ser un hombre de dinero, con su cortijo que había hecho crecer en esos años, Jorge sabía que las malas siempre llegan y que había que estar preparado para cuando llegaran.

Para él, las malas fueron mi adicción , mis internaciones en clínicas especializadas, sus interminables noches despierto cuando estaba ebria hablando incoherencias, castigándolo con palabras soeces que no eran lo habitual , siempre preguntándose cuándo había comenzado esta carrera de alcoholismo , siempre sin respuesta.

Cuántas veces me salvó del suicidio, ya no debía acordarse.

Recordaba la vez que estando ebria y no habiendo quedado en la casa otra botella de whisky, me había abalanzado sobre la botella de alcohol medicinal que estaba en el baño. Jorge llegó justo a tiempo para quitármela de las manos y llevarme a la cama, donde me tranquilizó y me hizo dormir.

No recordaba estas cosas, que se habían repetido varias veces a través de los años.

Siempre había estado conmigo , perdonando mi adicción , no comprendiendo cómo una mujer, teniéndolo todo, su casa, sus empleadas, sus joyas, su dinero y además a su hijo, pudiera elegir ésto para destrozar su vida.

Jorge no sabía mucho  sobre este tema. El médico de la familia varia veces le había explicado que lo mío era una enfermedad y que debía dejar el whisky. Demasiado poco para poder comprender el problema que me llevaba hacia otro país. Sólo me perdonaba  y pagaba las cuentas cada vez más abultadas de mis botellas. Pero no se quejaba, sabía que yo en algún momento dejaría el whisky y éste era su pedido a Dios todos los días.

Julián, desde Suiza, hablaba a su padre todas las semanas por teléfono para saber de mí. Era buen hijo y me amaba aún sabiendo que estaba enferma.

Ya tenía un principio de daño hepático, producto de tanta ingesta de bebidas fuertes. Julián conocía este problema y había hablado con un médico en Suiza pidiéndole ayuda. El médico le había informado que en la ciudad había una clínica que se especializaba en estos enfermos y que habían recuperado a muchas personas. Le dijo también que tratara que su madre viniera a Suiza lo antes posible para un estudio de su hígado. Julián había hablado con su padre esa última semana sobre esto y Jorge se había propuesto llevarme a Suiza no bien sus caballos corrieran su próxima carrera en Londres, lo cual sería la semana entrante.

Pero yo me había ido, me había ido en tren...

- 14 - 

En el tren estaba casi desvanecida.

 El whisky bebido me había hecho entrar en un sopor del que me costaba salir. Con la cabeza caída hacia un lado, mis ojos cerrados, mis manos laxas sobre el asiento, dieron mucha pena a la señora que estaba al lado.

 Llevada por la compasión, comprendió que yo, esa señora tan bien vestida, estaba ebria.

De mi boca salía un hilo de saliva, lo cual fué motivo para saber a ciencia cierta que había bebido más de la cuenta. Tomó su propio pañuelo y secó la saliva para que no manchara el vestido de su compañera de viaje. El olor hacía irrespirable el aire en el compartimiento de clase especial en que viajábamos. Era un olor  que ella conocía muy bien.

 Ella era la esposa de un hombre alcohólico.

Se llamaba Miriam y  era la esposa de un comerciante que vendía verduras a las señoras del lugar en la feria de la plaza todos los días.

 Este trabajo les daba para la comida y la vestimenta, para algunos lujos, como ser, ir al cine una vez por semana y poder visitar a sus hijos una vez al año, viajando en tren, en segunda clase. Esta era la vida de Miriam y su esposo.

Y yo seguía semi-inconsciente.

 Mi ebriedad, ya sin frenos y sin soportarlo más mi cuerpo, era un arma que poco a poco me estaba matando. El whisky estaba acabando conmigo, que buscando una salida para mi problema, me había alejado de mi esposo y de mi casa.

 Pero, encontraría la salida que tanto anhelaba?

Con mucho cuidado Miriam tomó mi cabeza entre sus manos

y la acomodó sobre un cojín, dándome un poco más de comodidad.

Me escuchó decir el nombre de Jorge, como llamándolo.

Debe ser su esposo,- pensó Miriam.

Así pasó una hora más de viaje en ese tren. De pronto, muy lentamente, salí del sopor y mis ojos apagados vieron a Miriam que me observaba.

- 15 - 

-Oh! me he dormido un rato, verdad? Este tren no es tan cómodo como me parecía. Tengo la espalda dolorida por el asiento...

Así es, señora -me contestó la señora vecina. Usted ha dormido una hora y debe haber tenido un sueño muy lindo pues llamaba a alguien que se llama Jorge...

Sí, es mi esposo, señora - le respondí - muy atentamente.

Mi voz dejaba traslucir la ebriedad a que había sido sometida

horas antes. Mi voz pastosa, oscura, rancia.

En esos momentos entraba un camarero para saber si necesitaban algo del bar, por lo cual la señora se apresuró a pedirle que me trajera un café bien fuerte y una aspirina.

Esto me asombró.  Me vi descubierta, desnuda en mi ebriedad sin pausa, sin perdón, sin misericordia. Me vi a mí misma como un pobre ser que necesita de una mano amiga que la salve, de una mano que la lleve a buen puerto, que la sostenga y la cuide, que me proteja de mí misma ya que yo era incompetente para esta tarea: salvarme .

Lágrimas amargas rodaron entonces por mis mejillas. Se empañaron mis ojos al ver que esa señora,a la cual no había dado mi debida atención, cuidaba de mí como lo hubiera hecho mi propia madre.

Y seguí llorando todavía más, cuando me alcanzó el café y las aspirinas  con mano dulce y afectuosa.

- Tómelo todo, señora, le hará bien - me dijo-.

Entonces, yo, que nunca obedecía órdenes sino que las daba, complací a esta señora, bebí el café y me sentí mejor.

-Me ha hecho mucho bien el café, señora, se lo agradezco infinitamente. Las aspirinas me están quitando el dolor de cabeza que se me estaba haciendo insoportable- le contesté agradecida.

Así es, señora, -continuó- el whisky siempre deja dolor de cabeza, y perdone usted por decirlo, pero hoy ha bebido usted demasiado y me imagino que lo hace a diario. Vuelvo a repetirle, perdóneme por esta intromisión en su vida, pero reconozco a una persona alcohólica cuando la veo y usted lo es. Verdad?

Me volví a sobresaltar ante la verdad que me decía la señora, pero no tenía respuesta lógica para atribuir mi malestar, totalmente evidente, de mi ebriedad.

Mis ojos se volvieron a llenar de lágrimas. Tal vez lágrimas por mí misma, por mi error de toda una vida, por verme descubierta por una extraña, por los malos momentos que pasaran mi esposo y mi hijo a causa mía, pero, realmente, lloraba por mí misma y por los años perdidos, lloraba por haber caído al fondo de un abismo del cual no encontraba la salida.

- 16 - 

Cuando logré serenarme y secar mis lágrimas me sentí más fortalecida, más limpia, menos culpable.

Llorar le ha hecho mucho bien, señora - me dijo  - las lágrimas son siempre un buen augurio cuando el problema es muy grande. Ellas son las que nos purifican el alma, nos quitan un peso que llevamos encima desde hace mucho tiempo, nos hacen mejores de lo que éramos pues nos hacen crecer espiritualmente.

Las lágrimas las puso Dios en nuestros ojos para que nos laven de nuestros errores, que usted ya conoce, de ese mal que usted se ha permitido mantener durante vaya a saber cuántos años y que está arruinando su vida sin remedio. Debe terminar con eso, señora, pues de otra manera va a perder su vida.

Volví a asombrarme de esta mujercita que sabía tanto sobre mi problema. Volvió a impactarme su sabiduría , su conocimiento sobre cómo tratarme, una mujer que quiere dejar de beber pero no sabe cómo.

Es una señora de pueblo - pensé  - y sabe tanto como yo que siempre he vivido en la ciudad.

Pero poco después me arrepentí de lo pensado, que también en los pueblos hay alcohólicos como yo.

-Perdone usted - dije, comenzando una conversación que hasta hacía pocos momentos estaba lejos de mi mente -cómo es que sabe usted tanto sobre mí. No me conoce, no sabe quién soy ni cómo me llamo, pero sabe que estoy ebria y que estoy enferma. Usted sabe que mi malestar de esta tarde se debió a tantos whiskys que había bebido en el salón comedor, que bebo a diario porque no puedo dejar de hacerlo y que ya me ha dañado el hígado.

Llevo muchos años bebiendo - continué con mi confesión - tal vez sean ya más de veinte, mi alcoholismo ha ido en aumento al pasar de los años. Esto está destruyendo mi matrimonio y a mi hijo, que ya no me soporta ebria. Estoy desesperada, sin saber a quién recurrir para que me ayude a dejar de beber.

He pasado por todas las cosas que le pueden pasar a una alcohólica, desde caerme ebria en la calle y perder el sentido hasta llegar a una clínica para que me internen. De esos momentos no tengo memoria, se han borrado de mi mente, pues la misericordia de Dios es tan grande que no me permite recordarlos. Son días en blanco, en salas de clínicas donde me llevaba mi marido que siempre estuvo a mi lado.

Estoy viva gracias a su amor incondicional, a su paciencia infinita y a su comprensión. Nunca me ha dejado sola, ni un solo día. Cuando él debía viajar al cortijo quedaba yo con una enfermera que tenía la obligación de avisarle cualquier cosa que me sucediera. Así fue mi vida hasta hoy.

Ahora estoy tan cansada de esta vida inútil, sin sentido, que quiero darle otro rumbo, cambiar el derrotero, ser otra persona, diferente, sin más whisky en mi cuerpo, para poder darle a mi hijo la madre que siempre necesitó y que nunca tuvo. Quiero brindarle a mi esposo la compañera con la cual se casó, una mujer que no tiene nada que ver conmigo. Hoy me fuí de mi casa y en tren, para que mi esposo no pudiera seguirme y llevarme de vuelta a casa. Debe estar muy preocupado por mi ausencia, pero dejé una nota sobre su escritorio diciéndole que volvería cuando encontrara la solución a mi problema.

- 17 - 

Mi confesión  fue escuchada atentamente por la señora. Era una señora seria, sana de espíritu, cordial y afectuosa.

Sus años de matrimonio, que eran muchos, no la habían cambiado.

Entonces seguí hablando, quizás para mí misma. Necesitaba hablar de mi vida, con toda la voz, no me importaba si había alguien escuchándome.

-Mi hijo ya no me soporta cuando bebo, se va de la casa a las de sus amigos y no vuelve hasta el otro día. Muchas noches he sabido que ha dormido en el club. Mi hijo y mi marido son mis únicos amores, los seres que me han dado todo, que aún me lo dan aunque yo no lo merezca. Ya no puedo soportar esta situación tan tremenda, soy incapaz de vivir un día más con este problema.

Verá usted, señora, quiero contarle algo que me sucedió.

Cuando mi hijo era pequeño, el día de su cumpleaños, yo estaba tan ebria que sin darme cuenta preparé una naranjada para los niños que venían a casa y le agregué gin. Una de mis empleadas se dio cuenta de esto y avisó a mi marido. Sin decirme una palabra, me acompañó a mi habitación y me hizo recostar. Allí me quedé dormida sin haber participado del cumpleaños de mi hijo.

Por supuesto, la empleada echó la naranjada al lavabo de la cocina y nadie supo de esto, pero yo sí lo recuerdo y me hace daño. Me aterroriza pensar qué pudo pasarles a esos niños de haber bebido esa naranjada.

En otra oportunidad iba al centro comercial en mi auto. Pero he visto desde la ventanilla un bar muy bonito , que estaban inaugurando en ese momento. Dejé el auto aparcado en un estacionamiento y caminé hasta el bar. Allí me encontré con un antiguo amigo y comenzamos a beber, un whisky tras otro, hasta que ya no pude más y le dije que me iba a casa. El insistió en llevarme en su auto a lo cual yo me negué y apenas conseguí ponerme el abrigo salí a la calle y me dirigí hasta el estacionamiento. No sé en qué momento me desmayé en la acera. Sólo recuerdo cuando llegó mi esposo y me llevó alzada hasta su auto, sin decirme una palabra, sin recriminarme nada.

Es mucho lo que le debo a mi esposo, señora, demasiado para seguir haciendo esta vida.

Pero la verdad, es muy difícil dejar de beber. He tratado un día, dos, pero al tercer día ya no puedo más y recurro otra vez a la botella. No sé qué hacer, a quién recurrir. No creo en los médicos a pesar que me sacaron tantas veces de mis alucinaciones.

No quiero que me internen en una clínica en Suiza pues sé que será inútil, que cuando salga de allí volveré a beber. De modo es que en estos momentos no sé qué hacer, ni a quién dirigirme para conseguir ayuda.

Es tan terrible mi problema que a veces le echo la culpa a nuestros amigos de la juventud, que decían que una copa no era nada, que bebiera otra más y otra. Pero sé que no era así, que ellos no son culpables de lo que me pasa, que es mi culpa por no saber frenarme a tiempo y dejar de beber cuando me di cuenta de que estaba ebria, y esto es ya historia de hace muchos años.

Mi médico dice que es una enfermedad, tal vez sea así, una enfermedad, pero es inaguantable, me ha hecho mucho daño y yo se lo he transmitido a mi marido y a mi hijo.

Ahora estoy realmente enferma, tengo dañado mi hígado, pero esto recién comienza, de modo que aún estoy a tiempo de recuperar mi hígado, pero debo dejar de beber. Eso lo sé, señora, y lo sé por mi conciencia que todos los días me recrimina el alcohol que ingiero. Pero es más fuerte que yo, el whisky puede conmigo y sigo bebiendo, a pesar de saber que me hace mal.

Mi esposo está desesperado, lo sé, igual que mi hijo, que aunque no me dicen nada lo leo en sus ojos.        

La señora me escuchaba atentamente, con la dulzura en los ojos y la comprensión a flor de piel.

- 18 - 

El camarero volvió otra vez, ésta para anunciar que la cena estaba servida en el salón comedor. Entonces la señora tomó la palabra y le dijo que trajera la cena para mí en una bandeja, al compartimiento, y que de bebida me sirviera agua mineral. Ella no deseaba nada, tenía sus provisiones.

Ante este insólito pedido le dije que yo comería si me permitía invitarla a lo cual ella aceptó. Elegimos un menú liviano acompañado con frutas y agua mineral.

La señora me agradeció calurosamente la invitación y seguimos hablando como viejas conocidas.

El tren se había detenido nuevamente, en esta oportunidad la ciudad era Biarritz. Ya estábamos en Francia.

-El dolor nos hace más humanos - le dije - nos acerca a otras personas. Nunca hubiera esperado hablar como lo he hecho con una extraña. Quiero presentarme: soy Julia Ferbel Madrera. Dicho esto extendí mi mano hacia la señora a la vez que ella me contestaba: -Yo me llamo Miriam Pérez López, para servirle.

Miriam estrechó mi mano en señal de amistad. Mi mano , de piel cuidada y con las uñas laqueadas, mi anillo de brillantes hicieron la diferencia entre las manos de Miriam, trabajadora incansable, de uñas cortas y sin esmalte, de piel oscura por el sol y por los años.

Cuando llegó la cena, tal como Miriam pidiera, comimos las dos hablando del viaje que hacía Miriam para ver a su hija en Tours, quien tendría a su nuevo bebé en pocos días.

Miriam me contó de su casa, arreglada a nuevo los últimos años, mientras comíamos pausadamente. Me habló también de su otro hijo, radicado en Portugal desde que se casó y que ganaba muy buen dinero con su negocio de ropa hindú.

-Ahora hemos quedado solos, mi marido, que se llama Felipe y yo.

Pero no me quejo. Mis hijos están bien, mis nietos crecen sanos y los hijos de mi hijo, que son dos, un varón y una niña, ya van al colegio. Son muy buenos niños, muy educados y formales, como deben ser los niños de padres españoles. Para eso hemos criado a nuestros hijos lo mejor posible. Hemos sido muy pobres pero ahora estamos viendo los resultados de nuestro trabajo.

A través de las palabras de Miriam, me había tranquilizado.

-Algo hay en esta mujer que me quita mi angustia -  pensaba  - algo que debo descubrir por mi misma o tal vez, antes que ella descienda en Tours me devele el misterio.

El tren seguía corriendo por los campos ahora sin luz, sólo la luna se hacía visible por entre los enrejados de las nubes.

Los árboles eran fantasmas oscuros que se erguían a los lados del camino.

- 19 - 

Jorge había llamado a todas las amistades de Madrid preguntando por mí. Nadie supo darle ninguna información por lo cual a cada minuto que pasaba su nerviosidad iba en aumento.

Llamó a Suiza para comunicarle a Julián la desaparición de su madre, pero mi hijo lo tranquilizó con pocas palabras: -Papá, mamá debe estar bien de lo contrario  ya nos hubiéramos enterado.

Para Jorge, que era aprensivo, no satisficieron las palabras de Julián. Siguió llamando a las compañías de aviación, preguntando si yo había adquirido un pasaje vía aérea. En todas la negativa fue igual.

Era muy tarde cuando recordó a mi hermana. Se había olvidado de ella. La llamó por teléfono para encontrarse con otra negativa:- Julia no estuvo aquí, Jorge, - dijo Silvia - ni siquiera me ha llamado estos últimos días. Si llego a saber de ella me comunicaré contigo.

También llamó al cortijo pero no sabían nada de mí.

En la finca que fuera de mi padre y que ahora administraba Jorge tampoco supieron darle otra explicación mas que "aquí no ha estado, señor".Cuando llegó la noche Jorge estaba dispuesto a llamar a la Guardia Civil para que me buscaran, pero algo lo contuvo. Volvió a leer la nota que yo le dejara, donde decía que volvería cuando encontrara la solución a mi problema.

     Sí, - pensó Jorge - volverá cuando encuentre la solución a su problema, quizás tenga razón y ella halle otra respuesta que no sean los médicos ni las clínicas.

Julián le llamó en la noche para tranquilizarlo, pero su padre le dijo que estaba seguro que ella estaba bien y que volvería.

Mientras tanto, Miriam y yo cenábamos y por primera vez en muchos años no estaba bebiendo alcohol, distraída con la conversación amena y simpática de mi compañera de viaje, no había reparado que en mi copa había sólo agua mineral.

- 20 - 

Mi conversación con Miriam siguió extendiéndose al paso de las horas. Palabras simples que me hacían mucho bien , acostumbrada a sentir el parloteo de mis  amigas hablando de vestidos y cenas, de joyas y teatro.

Miriam era simple por naturaleza. Venida de un hogar muy pobre, su casamiento con Felipe fue una suerte para sus padres. El tenía el puesto en la feria de la plaza, vendía verduras y ganaba su sustento, que no era tanto pero los tiempos eran difíciles para todos y alguien que tenía un pequeño comercio era rico.

El padre de Miriam era zapatero remendón y su madre lavaba ropa para las familias adineradas. Miriam aprendió de su madre el trabajo casero, cocinar con pocas cosas y arreglar las ropas que les daban. Pero aprendió bien. Y cuando se casó siguió trabajando en su nueva casa, tejiendo para los niños que llegaron pronto y cosiendo sus ropas.

Yo la escuchaba absorta. Nunca hubiera creído que una mujer puede hacer tantas cosas en un día. Pero Miriam las había hecho y mucho más.

Miriam me siguió hablando de su propia vida y aún cuando terminamos la cena seguimos hablando.

-Pues verá usted, señora, mi marido trabaja todas las mañanas en la feria de la plaza y tiene muy buena clientela, señoras de los alrededores que siempre le compran sus verduras y frutas. El es muy simpático y a veces les hace bromas a sus clientas y ellas se ríen .

Con mi marido hemos hecho algunos viajes, a visitar a nuestros hijos y a conocer nuestros nietos. Vamos una vez al año a Portugal y constatamos que nuestros nietos crecen bien, que son educados y atentos. Mi hijo adelanta en su pequeño negocio vendiendo ropa hindú, le va bastante bien y su esposa le ayuda en las tareas del negocio. No podemos quejarnos, a Dios gracias mi hija encontró un buen hombre para casarse. Cuando una es pobre es muy difícil casar bien a las hijas, pero Iris se casó muy bien y sus hijos son maravillosos. Por supuesto, esta es mi opinión de abuela, pero todos quienes los conocen dicen lo mismo.

El niño que tiene mi hija, que como usted sabe, vive en Tours, adonde yo voy, es también muy buen niño, muy adelantado en su crecimiento.

Las palabras de Miriam habían sosegado mi ansiedad  por el whisky. Escuchaba a Miriam asombrándome de que una mujer simple pudiera tanto en mí. Más aún que los médicos, que las internaciones en clínicas, más que las palabras de Jorge y las de Julián.

Entonces tuve otro pensamiento que aclararía algo más mis dudas. - Sería posible que mi alcoholismo se debiera a mi falta de amor por mí misma?

Estuve tentada de preguntar a Miriam sobre esto pero me contuve, la conversación de mi compañera de viaje era tan interesante, tan amena, tan plena de cosas sencillas.

A esto no estaba acostumbrada. Con mis amistades y con mi hermana hablábamos de obras de teatro a las que habíamos asistido, de libros de autores famosos que estaban en boga en el momento, de las últimas colecciones de ropa que se habían realizado en España y de las joyas que sus maridos les habían regalado.

Con ellas las conversaciones eran triviales, materiales y sin tono espiritual. Yo no estaba acostumbrada a hablar con alguien como Miriam. Ella era simple, como son las margaritas en los campos, que crecen solamente con agua de lluvia que les regala el cielo. Miriam era diferente a todas mis amigas.- Tal vez - pensé - será su nivel económico la que la hace así o su poca instrucción, vaya una a saber, pero me hace mucho bien escuchar hablar a esta señora.

Miriam seguía hablando de su propia vida, de sus sacrificios para educar a sus hijos, enviarlos a la escuela y darles la mínima instrucción.

-Pues verá, señora - siguió diciendo Miriam - cuando mi esposo supo que estaba embarazada de mi primera hija, me tomó por la cintura y me levantó en vilo, tanta era su alegría por la noticia. Me besó tantas veces, ya ni recuerdo cuántas, me tuvo abrazada horas sin soltarme y por último las lágrimas llenaron sus ojos y lloró de felicidad un momento largo. La verdad, lloramos los dos por el milagro de esa vida en mi vientre, un milagro que nos regalaba Dios sin merecerlo, sin haber hecho nada en la vida para ganarlo.

Y fue igual cuando el siguiente embarazo, del cual tuve un varón. Dios nos regaló dos hijos, que hemos cuidado con tanto amor como nos hemos cuidado mi marido a mí y yo a él.

A pesar de esto, de mi amor por mi familia, los problemas vienen igual, y hemos tenido graves cosas en la familia que si usted busca dejar el alcohol, quizás sea yo la encargada de que lo deje.

Ante estas palabras abrí mis ojos desmesuradamente y sólo atiné a decir - Por Dios, señora, hable usted lo que crea que debo saber que yo la escucharé.

-Pues bien, le contaré la historia de mi familia, para que usted no crea que solamente hay ebrios entre los pudientes, que también entre los pobres los hay, y que como nos falta el dinero, tal vez sea peor, pues un alcohólico pobre debe abandonar su familia a su suerte para pagar sus botellas de vino o de aguardiente.

Esto es lo que hace que el alcohol sea peor para el pobre que para el rico, pero por lo demás, todos somos humanos, tenemos el mismo cuerpo y la misma mente, el mismo cerebro y el mismo corazón. De modo que si usted sufre del problema de su hígado  igual puede sufrirla un pobre, como usted sufre su alcoholismo, igual lo sufren los pobres de cualquier pueblo. Y no hablo solamente de España, hablo de cualquier país del mundo. Los síntomas son los mismos e iguales son sus consecuencias.

Y Miriam siguió hablando.

-Verá usted, cuando mi hijo tenía tres años estuvo de paso por mi casa un amigo de la infancia de mi marido.

Este hombre no tenía trabajo ni casa, de modo que mi esposo tuvo pena de él y le consiguió la pintura de una casa del pueblo para que se ganara unas pesetas y una habitación en la pensión de nuestro pueblito.

Por las noches, su amigo lo invitaba al bar de la plaza a tomar unos tragos, a lo cual mi Felipe no estaba acostumbrado; pero quizás por cambiar su vida lo fue acompañando y si al principio era sólo una copa, a la semana volvió ebrio a la casa y discutió conmigo. Esa fue la primera discusión desde que nos habíamos casado. Después de varias semanas de acompañar a su amigo, Felipe volvía ebrio todas las noches, con apenas fuerzas para levantarse a las seis de la mañana para recoger las verduras e ir a la plaza. De ese modo comenzó una época terrible para mí. Con mis niños pequeños y nuestra pobreza a cuestas, no me quedó otra cosa que ponerme a trabajar. Yo había aprendido de mi madre, cuando todavía era soltera, a coser ropa, y había seguido haciéndolo después de casada, de modo que coloqué un cartelito en la puerta de nuestra casa que decía: "Se cose ropa, se zurce y se remienda", y conseguí una buena clientela. Era una época difícil, había poco trabajo pero aún así Dios me ayudó. Toda la gente del pueblo que necesitaba que le arreglaran unas ropas o le zurcieran me las traía a mí para hacerlo. Con el paso del tiempo también conseguí coser vestidos nuevos y de este modo pude paliar la situación que había provocado mi marido . Cuántas veces me quitaba el dinero  cobrado para ir al bar a beber! A pesar que él sabía que yo trabajaba para la comida de los niños, que todo el día estaba ocupada limpiando la casa, preparando nuestro almuerzo o cosiendo o zurciendo para alguna cliente, no le importaba. Esas pesetas que nos hacían falta para subsistir eran usadas por él para tomar vino. Así fue mi vida, señora, de esta forma viví quince años, siempre al lado de mi marido. Cuántas veces volviendo ebrio en la noche discutía conmigo a los gritos y si yo quería calmarlo con palabras dulces, producto de mi amor por él, que siempre lo he tenido, él me abofeteaba y me decía que yo no sabía del infierno que él vivía, que yo no conocía del sabor del aguardiente que le quemaba la sangre y lo hacía feliz y desgraciado al mismo tiempo. Oh! cuántas noches en vela esperando a mi esposo que ni siquiera sabía si volvería casa...cuántos sufrimientos por el aguardiente que ingería... cuánta miseria en mi pobre casita donde mis niños crecían sin el beso del padre al acostarse. Pero no puedo quejarme, señora, amaba a mi marido y lo sigo amando aún hoy. Sólo por eso he soportado tantos años de pobreza inútil ya que si nunca hubiera comenzado a beber nuestra situación hubiera sido otra. De a poco la feria del pueblo se fue agrandando y la población también aumentó, de modo tal que las ventas habían mejorado ya cuando mi marido era alcohólico.

Pero en esa época no nos servía de nada tener mejor clientela en la feria de la plaza, mi marido llegaba tarde por las mañanas, cuando los otros feriantes ya habían vendido sus verduras, entonces a él le quedaban muchas  y decía que los otros tenían la culpa de lo que le pasaba, que ellos se habían quedado con sus clientes, que se los habían robado. Por supuesto que no era verdad. Era sólo su mente cegada lo que le hacía hablar así. Cada día que pasaba me preguntaba hasta cuándo iba a tolerar esta situación y siempre encontraba una excusa para perdonarlo. Debe haber sido mi gran amor por él lo que me llevó a vivir a su lado todo su alcoholismo.

-Pero, cómo,-entonces intervine por primera vez- usted me quiere decir que su esposo ya no bebe? Cómo hizo? Sí, señora, mi esposo dejó de beber hacen ya quince años.

-Dejó el alcohol? De qué forma? - me atreví a preguntar -

- 21 - 

Jorge pasó la noche en vela, pensando en mí, su mujer, que me había ido, en la nota que le dejara y en las consecuencias de mi alcoholismo.

A Jorge le dolía aún la discusión que habíamos tenido  la noche anterior. Había sido terrible. Las palabras fuera de tono, los gritos, los insultos, el echarme en cara la falta de cuidados con nuestro hijo, la poca o nula comunicación que había entre nosotros, todo esto a causa de la bebida. Pero Jorge puso fin a la discusión cuando me dijo, en forma terminante:

-Julia, si quieres seguir bebiendo no será en nuestra casa nunca más. Vete afuera a hacerlo, no en la casa, no delante de nuestro hijo, no delante de los sirvientes. No quiero verte más ebria, nunca más!

Y Jorge se había ido a un hotel a pasar la noche, del cual regresó a la mañana siguiente para descubrir que yo me había ido. Esta discusión fue el detonante para dar este paso, para iniciar mi "fuga geográfica" hacia cualquier lugar.

Esa tarde llamó por teléfono al Doctor López para comunicarle mi decisión de irme, no sabía él a dónde, y el médico lo tranquilizó con palabras suaves y comprensivas. Nos conocía desde hacía muchos años, sabía de mi enfermedad que ya había dañado mi hígado y sobre este tema se explayó más con Jorge.

-Cuando su esposa vuelva, inmediatamente debe usted llamarme por teléfono y yo iré a verla. Julia debe ponerse en tratamiento cuanto antes de lo contrario el daño de su hígado se agravará y no tendrá solución. Cuente conmigo para convencerla, la internaremos en mi clínica para hacerle estudios especiales.

-Sí, Doctor - había contestado Jorge - si Julia vuelve lo haré, no le quepa a usted la menor duda, pero, si no vuelve? Qué le pasará entonces?

- Entonces, mi querido amigo, su esposa se ha ido para no volver con vida.

Estas últimas palabras del médico lo trastornaron, sacudieron sus fibras hasta lo más hondo y las lágrimas contenidas tanto tiempo salieron a la luz. Se culpaba de mi alejamiento  de la casa, pero era de lo único que podía culparse.

Me  amaba  a pesar de todo, de tantos sufrimientos soportados durante años, de tantas mentiras acumuladas en nuestras vidas a causa de la bebida.

Yo mentía sistemáticamente, al verme acorralada acudía inmediatamente a la mentira.

Cuántas veces Jorge había llegado a casa después de un viaje y yo no estaba. Entonces recurría a la mentira.

-Querido, estaba en casa de Emilia tomando el té, ya sabes como es ella, se comienza a las cinco pero después jugamos a las cartas y se me hizo tarde.

La verdad era otra.  Había estado en un bar desde el mediodía, bebiendo sin parar, riéndome con el camarero por cualquier cosa. Así era mi vida. Alcohol y mentiras. Aunque  sabía que a Jorge no lo engañaba, que él sabía dónde y con quién había estado.

Era fiel a mi marido. Jamás un encuentro con algún amigo había cambiado esto. Los amigos los usaba para que me acompañaran a beber, cuando estaban. De lo contrario bebía sola, en mi casa o en algún bar.

Para mí lo importante era que no me faltara en casa la bebida, lo demás se arreglaba de alguna manera.

Yo misma no comprendía este proceder, no entendía porqué bebía y ni tampoco porqué mentía. Yo no sabía que ése es el comportamiento común de los que son alcohólicos, seres convulsionados que no saben cuál es la realidad en sus vidas y fingen una vida que no es suya. Tal vez no todos  sean así, pero muchos hay que tienen este comportamiento. Es un patrón común con esta enfermedad.

La mentira de mi vida consistía en creer que siendo una dama mi alcoholismo no se vería, de modo tal que me engañaba y creía haber engañado a los demás.

Y mentía siempre cuando llegaba tarde a su casa, oliendo a alcohol, con la mirada perdida y los pasos titubeantes.

Estas eran mis dos caras , las que veía reflejadas en los relojes de las estaciones de trenes. Una, la cara de dama de sociedad, bien vista por sus amigos porque su marido poseía el cortijo y los caballos y su dinero; la otra, la verdadera Julia, era la de una mujer que sólo buscaba la botella para pasar sus horas.

Pero buscaba la solución, que se me escapaba de las manos cada vez que probaba dejar la bebida.

- 22 - 

El tren se había detenido otra vez.

 

Otro reloj vieron mis ojos. Otra estación.

 

Esta vez era Burdeos, hermosa ciudad célebre por su producción de vinos famosos, cotizados muy bien en todas partes del mundo.

 

Mis pensamientos se habían ido otra vez hacia mi alma, buscando dentro  soluciones que no encontraba.

 

Y volví a mirar el rostro de la mujer que estaba a mi lado.

 

Miriam había seguido hablando de la vida que había llevado su esposo hasta su recuperación, palabras que  había oído pero no escuchado, pues eran mi misma vida, con pocas variantes.

 

Y de golpe recordé que el esposo de Miriam había dejado de beber hacía ya mucho tiempo, y la luz se hizo en mi cerebro derrumbado, atinando a preguntar:

     

-Cómo dejó el alcohol su esposo? Por favor, señora, dígame usted cómo hizo su marido para dejar de beber...

     

Pues bien - me contestó Miriam - le contaré ahora lo mejor que pudo pasarle a mi marido en su vida. En nuestro pueblito, que es muy chico, llegó un día un señor y rentó una casita. Al día siguiente, un vecino de mi casa llamado Alberto, golpeó mi puerta y al salir yo a abrir me dijo: - Señora Miriam, el nuevo vecino ha colocado un cartel en la casa que dice "ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS".

 

Como yo no sabía de qué se trataba he llamado a su puerta y le he preguntado. El salió a recibirme y me habló de que él es un alcohólico recuperado hace ya muchos años y que se ha ofrecido a recuperar otros que quieran hacerlo. El dice que habrá una reunión esta noche, a las 21 horas, en su casa, y que dará a conocer como la Comunidad de Alcohólicos Anónimos recupera a quien quiere dejar el alcohol. Como yo conozco a su marido y sé que lo es , le aviso a usted por si él quiere ir a esa reunión.

 

Tan pocas palabras para decir tanto. ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS llegaba a nuestro pueblito, la fe que yo no había perdido en tantos años me devolvería a mi marido sobrio.

 

Y así fue. Mi Felipe fue esa noche a la reunión, con muchos más del pueblo que también bebían. Y no ha dejado de ir ni una sola noche desde aquel día, y está sobrio siempre.

 

No ha vuelto a beber nunca más, es otra vez el hombre bueno y atento que yo conocí cuando joven. El trabajo ha mejorado, ganamos bien, se han casado nuestros hijos, como ya le he contado y ha vuelto la felicidad a nuestra casa.

     

- Pero, qué son esas reuniones de ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS de las que usted habla? Acaso les dan algún medicamento o algo para dejar de beber? - pregunté -.

     

-A su pregunta debo decirle lo siguiente: ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS ES UNA COMUNIDAD DE HOMBRES Y MUJERES QUE COMPARTEN SU MUTUA EXPERIENCIA, FORTALEZA Y ESPERANZA DE PODER RESOLVER EL PROBLEMA COMÚN Y AYUDAR A OTROS A RECUPERARSE DEL ALCOHOLISMO.                              

 

El tren, con su silbido, seguía corriendo en la noche hacia la esperanza de una nueva vida. Las estrellas titilaban en el firmamento.

 

En el compartimiento, Miriam y yo habíamos hablado durante horas.

 

Ya nos conocíamos, nos sentíamos unidas por el mismo problema. Pero para mí sólo era un atisbo de solución.

 

-....Alcohólicos Anónimos... qué singular nombre lleva esta comunidad que según usted ha recuperado a su esposo.

Mi mente  daba vueltas sobre este tema desde que había oído el nombre.

Inquieta, pensando que tal vez ésa era la solución esperada desde el fondo de mi alma, me atreví a preguntar:

     - Cómo puedo hacer yo para tener acceso a esa comunidad?

     -Es muy simple, señora - contestó Miriam - si usted lo desea, SI USTED QUIERE DEJAR DE BEBER, yo le puedo conseguir una reunión con el Director de Alcohólicos Anónimos de Tours, que es a donde yo voy. Allí llegaremos en casi una hora, descenderemos del tren y yo la acompañaré hasta que llegue esta persona. Lo demás, es cuestión suya...

     -Oh! sí, por favor, hagamos lo que usted dice, presénteme con ese hombre y yo dejaré de beber, se lo aseguro.

El resto del tiempo lo pasamos hablando de la cantidad de alcohólicos que hay en el mundo, de las mujeres como yo que comenzaron a beber siendo jóvenes y que se habían recuperado gracias a las reuniones de A.A.-

Una nueva parada del tren nos distrajo.

 No miré el reloj de la estación.

Estábamos en Limoges, conocida ciudad francesa por sus porcelanas y esmaltes, que siempre gozaron de la predilección de todas las personas. Entonces recordé que yo tenía en casa una vajilla completa de esta porcelana, que usábamos para ocasiones especiales.

Cuando el tren arrancó nuevamente, Miriam, con mucha solicitud me dijo:

     

- Señora, si usted me permite tomar su mano, yo le enseñaré una oración que se reza al comienzo de cada reunión de Alcohólicos Anónimos.

     

-Por supuesto, señora, enséñeme usted esta oración- contesté yo, muy intrigada.

     

- Repita conmigo: DIOS, CONCÉDENOS LA SERENIDAD PARA ACEPTAR LAS COSAS QUE NO PODEMOS CAMBIAR - VALOR PARA CAMBIAR AQUELLAS QUE PODEMOS - Y SABIDURÍA PARA RECONOCER LA DIFERENCIA.

Recité la oración desde mi corazón, con toda mi alma, pues sabía que pronto me llegaría la solución de mi problema.

 

 

Cuando el tren llegó a Tours, las dos mujeres descendimos y en mi mirada debe haberse notado ya la lucecita de esperanza que anida en cada corazón. Miriam me llevó  hasta el bar de la estación y pidió el teléfono. Hizo una llamada y luego volvió donde yo estaba.

     

-Enseguida estará aquí, señora. Debe tranquilizarse, piense en su hijo y en su esposo, en una nueva vida para ustedes, sobria, siempre sobria, recuerde ésto, la sobriedad "SOLO POR HOY".

 

Estas palabras se hundieron en mi cerebro, tan profundamente, que no pudieron jamás borrarse.

 

Mi mirada no salía de la puerta de entrada del bar. Ni siquiera se me había ocurrido pedir un whisky tal era mi excitación por conocer a la persona que solucionaría mi problema.

 

Sólo diez minutos habían pasado desde la llamada telefónica cuando un hombre algo mayor, de traje azul, entró en el bar.

 

Al ver a Miriam sonrió y le dijo:

     

- Ya puede dejarnos solos, señora, ahora es tarea mía.

 

Miriam me saludó con un -Buenas noches, señora.

 

Yo no sacaba los ojos del hombre y apenas le pude contestar.

 

Sólo escuché las palabras del Director de Alcohólicos Anónimos cuando se dirigió al camarero .

 

-Servez-nous deux cafés et deux croissants.(*)

 

 

                       

Jorge Ferbel Madrera recibió a la mañana siguiente un telegrama que decía: "Regreso a casa primer avión. Estoy en vías de recuperación. Encontré lo que buscaba. Te amo a tí y a Julián. Julia".

 

FIN

 

(*) Sírvanos dos cafés y dos sacramentos.

 

María Antonia Soave 
Julia se va en tren 
Novela
PRÓLOGO

Las épocas de crisis , tanto económicas como sociales , son el arranque para varios cambios de actitud entre los pobladores de una Nación .- El primer síntoma que un país está en crisis es el gasto desmesurado que realiza la mujer en cosméticos .- Luego está el otro síntoma: el alcohol .Las bebidas alcohólicas comienzan a fascinarla y entra en una dependencia de ellas  de la cual luego no puede salir.-

Este hecho es por demás producto de que con el tiempo y el uso o ingesta de alcohol lleve a la consabida persona a una cirrosis hepática .-Tanto el alcohol como la droga a la larga matan a quienes abusan de estos tóxicos.-

Me he dedicado a estudiar el comportamiento de la mujer alcohólica , pues ella es el eje alrededor del cual  gira su familia y por ende , las sociedad .- Esta sociedad vapuleada por las crisis de todo tipo : la falta de trabajo , los robos y asesinatos , los secuestros , los niños que deben trabajar limpiando autos y durmiendo en las calles o plazas .Los barrios exageradamente pobres , por no decir miserables , que no tienen derecho a sufrir un ciudadano argentino ni de ningún otro país .- Esto y más hay hoy en nuestro país porque hemos perdido los valores que nos enseñaron nuestros abuelos .-

He querido dar, con este libro , una semblanza aproximada de la mujer alcohólica .El alcoholismo es una enfermedad y como tal, el que cayó en sus garras, debe tratarse, ya sea con un médico psiquiatra o de lo contrario asistir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos .-

Agradezco al Gobierno de la Provincia de Mendoza , a su Gobernador Ingeniero Cobos , al Subsecretario de Cultura de la  Provincia, Lic. Marcelo Lacerna, por darme esta oportunidad de hacer conocer este pequeño libro que habla del comportamiento de la mujer alcohólica .- Muchas gracias .-

                                  La autora

a Dios, Única Fuente de toda Inspiración 
a Alcohólicos Anónimos, por el bien que realizan a toda la humanidad alcohólica 
a mis hijos Pedro Rodolfo y María Teresa Priore Soave
a Lita , mi hermana, in memoriam.- 

Entrego este libro que habla el tema del alcoholismo en la mujer dando las gracias profundas y sinceras al Gobierno de Mendoza, al Gobernador Julio Cobos y el Subsecretario de Cultura de la Provincia Licenciado Marcelo Lacerna .

Con mi profundo agradecimiento al Dr. Antonio Gómez, al Dr. Alfredo Montero, Médico Psiquiatra y a la Licenciada en Psicología Graciela Mónica Indovino, Profesionales  que manejan el alcoholismo desde el punto de vista de la Ciencia, que es, sin duda, válido y permanente. Mis gracias también a Inés S.

Representación para realizar desde radio  o teatro.-    

RELATORA:

JULIA: ANA  MARÍA GÓMEZ

JULIÁN - EL HIJO

JORGE - EL ESPOSO

DR. LÓPEZ

MIRYAM-

EL DIRECTOR DE “ ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS “ DE TOURS

JULIA:

Llegué a la Estación Chamartín con la prisa que dan las determinaciones tomadas a último momento . Todos partían . Quien sabe hacia dónde - Era como fugarse a lo desconocido . Tal vez el tren me llevara a mi salvación o hacia mi ruina total .- Llevaba conmigo mi siempre compañera : una botella de whisky .-

Esa soy yo : Julia , la que ahora se va en tren.-

El tren estaba detenido , como esperando a alguien .- De pronto entró en el compartimiento en el cual yo estaba una señora , de mayor edad, revelando una sencillez que yo estaba lejos de poseer .-

Myriam:

Buenas tardes , señora . No había asientos en los otros vagones así es que tuve que aceptar éste.-

-Adónde va Usted, Señora ?  Yo me dirijo a Tours .

Relatora:

La mujer siguió hablando pero Julia estaba con los pensamientos puestos en su problema y no supo cuando le contestó que iba a Bélgica .

La mujer siguió hablando hasta que llegó el tema de los hijos . Pero Julia no dijo nada , se preguntaba lo siguiente:

Julia :

Cómo estará Julián? Hace tanto tiempo que no viene a casa...

Relatora:

El tren se detenía en cada estación y Julia veía el reloj que pendía del techo de la estación y se decía a si misma :

Julia :

Dos caras , igual que yo .-

Relatora:

La mujer seguía hablando pero a Julia las palabras no le llegaban y su cerebro ya no podía registrarlas .-

Relatora :

Habían llamado por ser la hora del almuerzo - la mujer sacó sus viandas que había llevado para su viaje y Julia se aprestó a ir al salón comedor. Allí pidió las comidas más caras , langosta a la Termidor  y una botella de vino Chateau D’Iquem. Bebió el vino con ansias reprimidas , había comido poco y el vino  trastocaba sus funciones motrices .- Como pudo llegó otra vez al compartimiento y se desplomó en el sillón .- Pero su conciencia le repetía una vez más que debía dejar de tomar alcohol .-

Julia:

Jorge , pienso que es mejor alejarnos . No puedo dejar el alcohol  y tú no me dejas partir . No me permites que busque ayuda en otra parte . Tu protección me asfixia , Jorge !

Jorge:

No es así , Julia . Muy dentro de ti sabes que lo único que necesito es verte bien . Quiero que vuelvas aser la mujer con quien me casé, la que bebía un sorbo y dejaba la copa para saludar a los invitados. Recuerda esto , por favor, Julia , recuérdalo!

Julia:

El whisky no me deja pensar  más que no me falte la próxima botella , o el vino o cualquier otra bebida, Jorge , no puedo dejar de tomar . Así es que mejor me dejas partir para encontrar un lugar donde pueda solucionar este problema.

Jorge:

No, Julia , el alcoholismo es una enfermedad y como tal debe tratarse. Déjame llevarte a nuestro médico , al Dr. López , para que él sepa lo que te pasa .

Julia:

Jamás , Jorge , nunca iré al Dr. López que es amigo nuestro a decirle lo que me pasa.-

Relatora:

Pero la anterior escena se había consumado hacia ya mucho tiempo, cuatro o cinco años hacia de esto .-

Pero hubo que internarla en un Hospital , la Clínica San Isidro Labrador, pues su mal ya estaba afincado en su cerebro y pasaron varios días hasta que recuperó el conocimiento . Julia supo entonces que su mal era grave y debía hacer algo para solucionarlo.-

Miryam:

Me he quedado dormida .A mi edad dormito unos momentos después del almuerzo .-

Relatora:

La Señora seguía hablando y Julia hacia esfuerzos por saber lo que decía -

Julia:

Es extraño . Debo tomar este tren para analizar lo que me pasa, para saber el origen del problema que me aqueja . Si yo pudiera tener en mis manos el medicamento que me ayudara, pero como saberlo si los mismos médicos no lo conocen . En tantos años no me había planteado tener un problema sin solución, sin respuesta de parte de los médicos.

Relatora:

Sí, respuestas le habían dado : Usted debe dejar de beber, señora. Lo suyo es una enfermedad, lo único que puedo recomendarle es dejar de beber.- Esto le había dicho el médico que la sacó del coma en la Clínica cuando estuvo internada.-

Julia pensaba en ese momento que quizás su médico tuviera razón.-

Relatora:

Julia miraba por el vidrio de la ventanilla del tren viendo pasar la naturaleza . Su vida era tan diferente , tan anómala y comenzó a llorar pensando lo que había perdido . Secó sus lágrimas con movimientos lentos y siguió mirando el paisaje .

El camarero interrumpió sus pensamientos diciendo que era la hora del té , que sería servido en el salón comedor .-

Y Julia pensó:

Julia:

Debo tomar algo, un whisky, luego me sentiré mejor .-

Relatora:

Julia bebió dos whiskys y dejó todo lo demás que había pedido. Caminó hasta su compartimiento, con los ojos de todos los presentes fijos en ella. 

Julia:

He visto a mi padre ebrio, castigándome por haber faltado a mis deberes y también a mi hermana. Esto lo traigo desde mi infancia. No son fáciles de olvidar los pensamientos contradictorios porque nosotras a mi padre lo amábamos .-A mi padre le molestaba que yo fuera tan independiente, tan libre, con una fortaleza tan grande que lo asustaba.-

El tren corre rápido , quizás demasiado , pero yo siento un frio dentro mío, el frío de estar sola en este tren que me lleva lejos de mi hogar ,de mi marido y tal vez, de mi hijo. Sólo el whisky es mi deseo profundo , el licor que tanto daño hace a mi cuerpo , tan sólo el whisky.-

Relatora:

Julia antes de salir había dejado una nota para su esposo, decía lo siguiente: No puedo más. Me voy lejos de ti y de Julián. No me busques. Julia.-

La reacción de Jorge fue de sorpresa. Preguntó a su agencia de viajes si su esposa había sacado pasaje hacia cualquier parte pero en la agencia le dijeron que no, que la Sra. Julia no había llamado ni se había acercado a la agencia .- Esto desconcertó a Jorge y entonces llamó a sus amistades para saber algo de su esposa pero nadie la había visto .-

Julia :

Me había ido en tren , en un tren ilógico  que no sabia a donde me llevaba , pues no iba a la casa de mi hermana ni a los campos de mi padre . Me llevaba a mi salvación , a dejar el whisky y a tener mi recuperación.-

Relatora:

Jorge seguía buscando a su esposa y había llamado a su hijo Julián a Suiza , donde estaba estudiando arquitectura para decirle que su madre había desaparecido de la casa y no sabia donde podía estar. El joven lo había tranquilizado no dándole muchas explicaciones al padre . El la conocía bien y sabia que contaría con las Clínicas que había en Madrid si le pasaba algo.

En el tren , al lado de Julia, estaba Miriam , esposa de un alcohólico recuperado , que cuando vio el estado en que volvió Julia después del almuerzo y del té , supo con seguridad que era una mujer alcohólica .-

Julia seguía medio inconsciente por el whisky .- Su cabeza cayó hacia un costado del asiento y Myriam la tomó y muy cuidadosamente la enderezó.- Después de una hora Julia recobro el conocimiento, salió del sopor y sus ojos medio apagados  vieron a Myriam que la estaba mirando.

Julia:

Oh! me he dormido un rato, verdad ? Este tren no es tan cómodo como me parecía, tengo la espalda dolorida por el asiento...

Myriam:

Tómese usted un café y una aspirina , le harán bien , señora.

Julia: 

Gracias , señora . El café me vendrá bien y la aspirina quitará mi dolor de cabeza.-

Miryam:

Así es señora, el whisky siempre deja dolor de cabeza y perdone usted por decirlo, pero ha bebido usted demasiado el día de hoy y yo reconozco a una persona alcohólica cuando la veo y usted lo es, verdad?

Julia:

Perdone usted, señora , cómo es que sabe usted tanto de mi . No me conoce, no sabe quien soy ni como me llamo, pero sabe que estoy ebria y que estoy enferma. Usted sabe que el malestar de esta tarde fue debido a los whisky que había bebido .

No quiero que me internen en una Clínica en Suiza pues sé que cuando salga volveré a beber. Esto que me pasa es mi culpa , por no saber frenarme a tiempo  y dejar la bebida cuando aún podía dejarla . Pero ya han pasado tantos años  y ahora estoy realmente enferma y sé que debo dejar el alcohol para siempre si quiero recuperarme y tener otra vez la vida que he llevado al lado de mi marido y de mi hijo .- Y perdone usted mis lágrimas , señora , pero es lo único que me sostiene todavía ya que mi marido está desesperado con mi enfermedad y al igual que mi hijo no saben ya que camino tomar .-

Relatora:

La señora la escuchaba atentamente, co la dulzura en los ojos y la comprensión a flor de piel.-

El camarero volvió otra vez para informarles que era la hora de la cena entonces la señora tomó la palabra y le dijo que le trajera la cena a Julia y de bebida sólo agua mineral. Pero Julia insistió en que ella comería si la señora la acompañaba . De modo tal que así hicieron .-

Julia:

El dolor nos hace más humanos , nos acerca a otras personas. Nunca hubiera esperado hablar con una desconocida . Quiero presentarme , soy Julia Ferbel Madrera.

Myriam:

Yo soy Myriam Pérez López , para servirle .-

Relatora:

Las dos mujeres estrecharon sus manos en señal de amistad .Cuando llegó la cena comieron ambas mientras hablaban de los hijos y nietos de Myriam, de su situación económica .-

Myriam:

Hemos sido muy pobres , señora , pero ahora estamos viendo el resultado de nuestro trabajo.-

Relatora:

Julia pensaba : Algo hay en esta mujer que me quita la angustia, algo que debo descubrir por mi misma o tal vez , ella me lo revele antes que descienda en Tours .-

Entre la conversación que llevaba Myriam , Julia no se había percatado que en su copa había solamente agua mineral.

Myriam:

Pues verá usted , señora . Dentro de nuestra pobreza somos felices ahora . pero no siempre fue asi . Mi marido entró en el alcoholismo hacen ya muchos años . Dejó su trabajo y se dedicó a beber. Yo tuve que sostener la casa y mis dos hijos que eran pequeños. Pero salió de él cuando llegó a nuestro pueblo un señor que puso en la puerta de su casa un cartel que decía : Alcohólicos Anónimos.- De este modo mi marido supo que había reuniones todas las noches y que las personas que iban a estas reuniones dejaban el alcohol.- Fue asi que volvimos a la tener un poco de paz en la casa y que hasta el día de hoy permanece pues él sigue asistiendo a las reuniones de Alcohólicos Anónimos.

Julia:

De modo que usted supo que yo era alcohólica porque ha tenido a su marido con el mismo problema ? Dígame usted , señora , donde puedo ir para encontrar estas reuniones de Alcohólicos Anónimos y le estaré siempre agradecida.-

Myriam:

Cuando lleguemos a Tours , si usted lo desea, yo puedo contactarla con el Director de Alcohólicos Anónimos de esa ciudad.

Julia:

Oh! sí, presénteme a esta persona , pero ... cómo puedo yo tener acceso a esta comunidad?

Myriam:

Es muy simple, señora . Si usted lo desea, si usted quiere dejar de beber, yo le presentaré a esta persona y estaré con usted hasta que ella llegue. Lo demás es cuestión suya .

Julia:

Oh! si hagamos lo que usted dice , yo sé que en Alcohólicos Anónimos dejaré de beber y volveré a ser una persona normal.

Myriam:

Señora si usted me permite tomar su mano, yo le enseñaré una oración que se reza al comienzo de cada reunión .

Julia:

Por supuesto , señora , enséñeme la oración que dicen en Alcohólicos Anónimos , quiero conocerla .-

Relatora:

Las dos manos unidas daban la impresión de que se conocían desde hacia mucho tiempo, pero algo estaba sucediendo en el alma de Julia.-

Myriam:

Repita conmigo: DIOS, CONCÉDENOS LA SERENIDAD PARA ACEPTAR LAS COSAS QUE NO PODEMOS CAMBIAR - VALOR PARA CAMBIAR AQUELLAS QUE PODEMOS Y SABIDURÍA PARA RECONOCER LA DIFERENCIA.-

CONTRATAPA

¿Es A.A. para usted?

Sólo usted puede tomar la decisión de probar A.A.- si le parece que el programa le puede ayudar.

Nosotros los miembros de A.A. llegamos al programa porque reconocimos finalmente que no podíamos controlar nuestra forma de beber. Al principio estábamos poco dispuestos a admitir que nunca podríamos beber sin peligro. Pero los miembros experimentados de A.A. nos explicaron que sufríamos de una enfermedad.

Nos enteramos de que mucha gente estaba afligida por los mismos sentimientos de culpabilidad, soledad y desesperación que nosotros teníamos. Descubrimos que teníamos esos sentimientos porque padecíamos de la enfermedad del alcoholismo.

A.A. no promete resolver los problemas de su vida. Pero podemos enseñarle cómo vamos aprendiendo a vivir sin beber “un día a la vez”. Nos mantenemos alejados de aquel primer trago. Si no nos tomamos el primer trago , no podremos tomarnos el décimo. Al liberarnos de la bebida , encontramos la vida mucho más fácil de manejar.-

                          de “ Es A.A. para Usted?-

                              Alcohólicos Anónimos  

Maria Antonia Soave
Editada por la Subsecretaría de Turismo y Cultura con el apoyo de la Municipalidad de la Capital (Mendza). 

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