Corazones flechados

poema de Cristina Siscar

Flechas por el bosque. Cazadores trogloditas esgrimen cortaplumas o punzones contra cortezas lisas, cortezas nudosas y cortezas como caparazones de tortugas. Después del picnic, cada árbol testimonia la invasión al bosque: la flecha que atraviesa un corazón hiere la piel del tronco. Nadie se lleva un trofeo de caza. Es la presa la que transfiere al árbol su herida invisible. Sin embargo, el cazador troglodita, herido, asoma a veces en el dibujo de lo deseado: dos corazones atravesados por la misma flecha. O, más decidido aún, augura la realización del deseo: tú y yo, en un solo corazón flechado.

Flechas a través de la ciudad. Flechas en los papeles, en las medallas. Cupido ríe como un gnomo juguetón, colgado de las ramas, detrás de las láminas de anatomía, sobre los pupitres donde los cuadernos se llenan de corazones coloreados, sentado tranquilamente contra la pared que ya ostenta un friso de corazones. Cupido ha hecho tan bien su trabajo que ahora está ocioso. La flecha que una vez disparó la reproducen hasta los orfebres. Como la huella de un mito. Como el emblema de una secta.

El corazón que pende de una flecha guarda una fórmula tan sólo escrita: tú y yo. Después, el vos dicho al oído no será más que una forma del tacto. Pero en la ausencia, el corazón de los enamorados palpita en una lengua extranjera. Y muy antigua.

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