Smerdiákov
o
el
deicidio de un idiota[1] |
“Nunca. . .hubo para el hombre... |
El
escándalo lamentablemente se ha convertido en el peor de los clichés de
la sociedad burguesa. Dicho de otra manera: el escándalo se ha
aburguesado frenéticamente y ha perdido su efecto de impresionarnos.
Parece ser que ahora se busca el escándalo por el escándalo mismo que
pueda producir en el “rating” y no como la consecuencia de una
experiencia radical con Dios (con la muerte, con la locura, con la libertá,
o con el amor). El escándalo se nos ha convertido, entonces, en el objeto
de lujo del mercado literario en donde lo espiritual (ese escándalo real
de la sociedad capitalista) ha sido erradicado. El escándalo también ha
sido vaciado de su aspecto político y moral o se ha pretendido llenarlo
con una “política” amorfa de mercado, o con una amoralidad que pueda
servir de moda a esa sociedad de la frivolidad que nos consume en la
imagen misma de su vacío. La sociedad demokrática y desespiritualizada pretende convertirse en el escándalo mismo de
ser. La sociedad se presenta a sí misma en el discreto encanto de las
vitrinas, o como el sustituto radical de “Dios”. Pero para que este
escándalo burgués (el rock, la droga, las discotecas, la moda, lo
trivial, el cliché, lo cursi, el fingir, el disimulo mismo, el simulacro,
etc.) resulte efectivo tiene que ser al mismo tiempo, y aunque los hombres
anónimos no lo noten, derivado de la angustia, de la
copia y de la “ética” maquiavélica de la propaganda. Ante este
acontecer del escándalo falso al poeta no le queda más remedio que
resistirlo desde la Gracia, o desde una postura estética que colinde con
la locura. La angustia de la originalidad (o la originalidad de la
angustia--el contenido de las formas y las formas ampliándose para poder
albergar un contenido insólito--) acontece radical y poetamente
contra el fingimiento dramático de los “galanes” del mercado. Smerdiákov
se vio en los ojos de Iván. El
escándalo antes de ser escándalo filosófico o literario (poético o
metafísico), antes de ser conciencia, conceptualización, etc., ha tenido
que ser el desgarramiento de la vida misma, el desgarramiento de la carne,
o el desgarramiento político del alma.
Si no hay este escándalo de lo sacro en medio del nihilismo, si no hay
este intersticio de “Dios” en medio de la nada burguesa (este insecto
de “Dios”, esta “drogadicción” de lo extraño, esta seducción
del universo--este espanto, esta soledad, este olvido, esta muerte--), si
no acontece ésto, entonces, la “originalidad” de los neosofistas, la
demagogia, la religiosidad y toda la inmanencia se hundiría en la
frivolidad más espantosa: el nihilismo como pose de la inmovilidad. Lo
que se convierte en “escándalo”, como anteriormente le ha sucedido a
la sociedad que la trafica, es la frivolidad misma: la tontería, la anexión,
el “anarquismo”, los
“poetas” rosas, los manifiestos, las “cartas abiertas”, los
discursos filosóficos, la resistencia política y, por último, la política
misma. El ser mismo, pervertido por los aparatos oficiales que lo
trafican, irrumpirá como el fingimiento del escándalo, o como el escándalo
de lo que se pretende fingir. Cuando el escándalo se frivoliza, cuando el
incesto, o el crimen, o el parricidio, se convierten en la forma oscura de
hacerse “famoso”, el escándalo se convertirá en el anuncio radial o
televisado que el mercado trafica para sí mismo. Y por más maquillado
que el escándalo esté, por más “personaje” que aparezca, por más
trivial que acontezca en su propia representación, no habrá hecho otra
cosa que despolitizarse de su propio devenir: Smerdiákov será inútil.
La frivolidad que lo rodea se convertirá en el “escándalo” mismo del
poder que lo exhibe y lo desaparece. El irrumpirá como la pose del poder
de su propia enajenación. Aquí, en el espacio de la frivolidad como
mercancía del “escándalo” (o en el escándalo como mercancía de la
frivolidad), el escándalo de ser poeta habrá desaparecido o desaparecerá,
porque la poesía (=su verdad política,
su ser político, su cosa insólita de ser) o habrá sido plagiada,
o habrá sido censurada, o habrá sido tachada. El
hombre, pues, que no está henchido de la esencia del escándalo de Dios
hablará de él como si Dios mismo fuera la prostituta de la pose. Hablará
del escándalo de Dios como si Dios fuera, he aquí la contradicción, la
más extraordinaria de las alucinaciones.
Desde aquí el escándalo comenzará a irrumpir contra sí mismo, o contra
el “escandalizador” que pretende el simulacro mismo. Porque cuando el
escándalo se convierte en mera noticia vacía de los periódicos, en mero
comentario de la Academia, o en mera doxa de la cultura de la muerte éste
pierde toda su fuerza política. El capitalismo busca sistemáticamente
corromper la experiencia del escándalo. Su aspecto subversivo, su sombra
del abismo de Dios, se ha diluido propagandisticamente en la revistas
porno de los kioskos demokráticos. Por eso, cuando el escandalizador sabe
o sospecha que su “escándalo” se ha convertido en la mercancía ideal
que le produce más “ratings”,
se empeña en reproducirlo como el “valor” absoluto de la nada.
Intenta hacer del “escándalo” el “valor” de la demokracia
decadente. Se empeña en reproducir y en convertirlo en el
valor mismo del vacío de “ser”, de la nada y del nihilismo imperante.
Ya que el nihilismo es el movimiento de la nada que la política ha
convertido en el ser de los anónimos
del olvido. Este
hombre desencantado, egolatrizado
ante su propia maldad, se preguntará inquisitivamente: ¿de qué manera
hay que escribir, o de que manera hay que pintar, o
de que manera hay que pensar, o ser
para que el “escándalo” me produzca más dinero y más fama, o
para que el “escándalo”-fácil (=calcomanizado--plagiado, televisado)
me produzca más “ratings”?
Este hombre del traqueteo espiritual
está determinado económicamente por la sociedad que lo vive, que lo es
y que lo permite como basura del espíritu demokrático. Este hombre de la
nada, nihilista obsesivo de su apariencia vacía, descubrirá que su
“fama”, su “prestigio”, su “éxito” que lo consume es también
esa parte integral de la mercancía que el capitalismo trafica
culturalmente para sí.[3]
La sociedad burguesa fabricará la
fama, el prestigio y el éxito como la basura misma del espíritu que
desprecia. El capitalismo no es otra cosa que el desprecio del espíritu
en la belleza fatua de sus mercancías. El “espíritu” acontecerá,
pues, como las chatarras de una mercancía enlatada (Andy Warhol) exhibida
en lo que se multiplica como tautología y como estupidez. El Estado, al
seducir a “sus” artistas, los convierte en los quincalleros de la
cultura. Por esto mismo, la sociedad capitalista se dedicará siempre a fabricar a los “famosos”,[4]
a patrocinarlos, a otorgarles mediocridad en las primeras páginas
de sus suplementos culturales y a fabricar para ellos los
premios del opio que los saquen momentáneamente del olvido demokrático
de ser ellos. Porque con esos gestos vacíos de la belleza (las sopas
Campbell’s) el hombre burgués pretende contaminar a los corazones de
los más delicados y de los más
extraños. Lo banal mismo de la mercancía alcanza categoría de
“belleza”. Nunca antes ninguna sociedad había creado una “estética”
de lo vano. Esta es y ha sido hasta el día de hoy la postura estética y
metafísica de los neosofistas. Smerdiákov
desea la muerte. Se
equivocó y me equivoqué. He perdido la línea (la linealidad--¿es éste
el cuerpo del texto? ¿Quién guiña los ojos en el espejo? ¿Debo
comenzar de nuevo la historia del parricida? ¿Debo ser el autor-muerto,
el autor-poeta resucitado, enchufado a la sombra de Dios, a la copia de
Dios, a la apariencia, sin muerte de poeta, ni desorientación de ninguna
índole? Los hombres, pues, somos el escándalo. Comencemos el ensayo una
vez más: Smerdiákov tiene celos de Iván. Pero yo también soy
Iván. Soy la diferencia de Iván.
Escribo esquizamente diferente a él y pienso deicidamente diferente a él
y me contemplo en los ojos de Smerdiákov. Lo
que no debemos olvidar aquí es que el-escándalo-de-Dios
está y estará siempre divorciado de la-fama-burguesa
y de las-ganancias-capitalistas-de-los-matones.
El que vive escandalizado con “Dios”, o el que padece a “Dios” por
cuenta propia, por lo general es materialmente pobre. “Dios” se hará
cargo de arruinarlo económicamente para poderlo enriquecer
espiritualmente. La paradoja existencial del escándalo es total. El
“heme aquí” del escándalo es abrumador. ¿Qué es entonces pensar,
sino pensar el escándalo de Dios? ¿Qué es ser sino ser el escándalo de
uno mismo? El movimiento dialéctico de este devenir del espíritu es
aparatoso. Esta paradoja no escapa a su propio devenir. “Dios” abrumará
a su “escogido” poética, política, existencial y filosóficamente.
(Siempre hay algo en nosotros que ivana
o que smerdiákovsa.) “Dios”
orgasmará a los escogidos como si el que resiste, el recipiente fuera el asesino de
su propio Hijo. El “Escogido”,
el suicida de Dios, aunque parezca un
dandy modernista, será siempre un sospechoso
(para el amigo o para el enemigo). La sospecha, ese carimbo de Dios,
acontecerá espiritual y políticamente para marcarlo (con el exilio, con
la cárcel, con el manicomio--con la soledad, con la envidia: con la
censura--). Su ser poeta, pensemos en Iván Karamasov, su ser profesor, su
ser filósofo, su ser pastor de iglesia en el abismo, el estar bajo el
hechizo del mundo (del ser, de Dios, de las cosas bellas), o el estar bajo
el “electro-shock” de la conciencia radical, no le permitirá
enriquecerse. El enriquecerse, pues, lo marcará y lo dará de baja del
escándalo. Implicará, entre otras cosas, que ese hombre (o esa mujer, en
la nada misma de los aplausos), habrá tomado partido por los invasores,
por el imperialismo, por los asaltos, por la policía y por el robo
capitalista. Esa conciencia de lo radical, que es el escándalo de ser uno
mismo, no le permitirá funcionar burguesamente en ese
mundo feliz que pretende mercantilizarlo en el
delito mismo de su diferencia.[5]
Estos
escandalizadores, estos extraviados de su propia “fama” gris, se
parecen al Smerdiákov de Los
hermanos Karamasov. Smerdiákov mata a su padre sin sentir el menor
escándalo ante el parricidio. Smerdiákov matará vacíamente. Casi podríamos
decir que Smerdiákov mata conceptualmente. El sólo ha oído lo que ha
dicho su hermano sobre Dios. El sólo ha oído que Iván Karamasov ha
dicho que “si Dios ha muerto todo está permitido”. Smerdiákov sin
sospecharlo se equivoca, casi dostoyevskimente,
en “la muerte de Dios”. Esto le ha bastado para intentar el parricidio
vacío que lo integrará a la-“karamasoviedad”
de sus hermanos. Esto le bastará para copiar
a Iván en el gusto mismo de las apariencias. Pero al copiarlo (como
ese gesto plagiario de los poetas pequeños), sólo copiará lo que no es
Iván. Lamentablemente para él no se copiará a sí mismo a través del
desvío de Iván, sino que copiará la nada de todo lo que lo rodea.
Debido a este desvío el parricidio de Smerdiákov se convertirá en la
celebración de la duda de Iván. ¿Me
equivoco? ¿Nos equivocamos todos existencialmente? Pero el lector debe
recordar, “yo” como lector de “Iván” debo recordar, que ésto
no es un cuento. Esto es un ensayo que ensaya su propia posibilidad de
“obra de arte”. Esta es mi sangre que por vosotros
es vertida estéticamente. ¿De qué color es la sangre del parricidio? ¿De
qué color es el Smerdiákov que yace delante del espejo del Iván que le
guiña los ojos? Smerdiákov es gris. Pero, ¿de qué color soy yo? ¿De
qué color es Dios? Yo soy, y no se equivoque nadie, del color de la poesía
que late filosóficamente en la memoria de mi propio cuerpo. Todo el
yo que soy está pindato ficticia y mística, real y políticamente de
poesía. Por esto también sé, ivanamente, que la filosofía es la poesía
del soy, porque la filosofía me trabaja “smerdiákovmente”
desde el conflicto mismo de ser. La filosofía acude poéticamente (o poesíamente)
a la dicha de pensarse, o a la fiesta del pensamiento. ¿Interfiero filosóficamente
a la poesía de la mente, o lo que sucede académicamente es que nos
estamos interponiendo poéticamente a la filosofía del cuerpo? Iván
es, pues, la celebración de esa “duda” que sólo puede realizarse smerdiákovmente
a través de la muerte. La frase estética
de Iván Karamasov sólo tiene sentido ético dentro del poema del “Gran
inquisidor” y no en la-antipraxis-de-Smerdiákov.
El “sentido” del “Gran
inquisidor” es la expresión de un nihilismo (de una nada--en el ánimo
de la abulia--) que no se conforma consigo mismo. Este será el reproche
de Alioscha a su hermano Iván:
“Tu
sufriente inquisidor...es una fantasía...”.[6]
Fantasía
dentro de la fantasía; obra dentro de la obra: crimen dentro del vacío.[7]
Esta será la fantasía poética que romperá Smerdiákov con su
praxis del escándalo (contra los “escándalos” de la televisión y de
la radio). La estupidez de Smerdiákov no le permitirá ver la nada misma
que lo rodea. El parricidio, como el incesto, son las sombras en donde se
roza negativamente el límite mismo del valor de “Dios”. Este
asesinato del padre será la forma rusa de anunciar el nihilismo europeo.[8]
Smerdiákov no sólo es culpable de parricidio, sino que también
es “culpable” de asumir un mundo que no le es propio: su escándalo
social, el parricidio, es la copia del escándalo estético de Iván: el
poema mismo. Pero lo que hay que advertir aquí es que el mundo de Iván
terminará por aplastar a Smerdiákov. Iván sabe, desde su nihilismo karamasov,
que sólo con la inocencia de Alioscha podrá compartir y resistir la
angustia de su espanto existencial. Detrás del poema de Iván está toda
la angustia de Smerdiákov, pero detrás de la fantasía
de Iván también está toda la ternura y toda la santidad de la
sensualidad de Alioscha. Smerdiákov es culpable de asumir un mundo que no
entiende intelectualmente y que lo rebasa poéticamente. Para estar al
lado de Iván habría que estar consumido esquizamente,
como en el caso de Alioscha, por la figura de Cristo. Smerdiákov
calla. Iván
poeta, escandalizado con Dios, seducido ateamente por Dios,[9]
no necesitará de esa praxis “apolítica” de su-cuasi-hermano.
Lo que el parricidio ha hecho es sacar a la luz el escándalo que la
familia arrastra karamasovmente.
Smerdiákov ha desembocado, sin sospechárselo, a lo ajeno mismo de Iván.
Ha salido del “ghetto” de su alma
al inconsciente de la poesía de Iván. La angustia de Iván, por otro
lado, ha invadido la idiotez de Smerdiákov[10]
y éste ha contestado con el gesto vacío del nihilismo: el
asesinato del padre. Nunca antes Smerdiákov e Iván habían estado tan
lejos, nunca antes la poesía y el crimen habían estado tan opuestos.
Estamos muy lejos todavía de Sade (la prostitución de las vírgenes), de
Lautréamont el asesinato de los niños), y de Genet (el homosexualismo
como bandera antiburguesa). El diálogo de Iván, como hemos dicho ya,
puede ser únicamente con Alioscha. Lo demás no le interesa, los demás,
por el momento, no importan. Lo que olvidan los escandalizadores postmodernos
del vacío televisado, o del vacío radial (los escarnizadores inútiles
de la indiferencia burguesa), es que la bondad de Alioscha resulta a la
larga tan escandalosa como la maldad de Smerdiákov, o tan escandalosa
como la belleza metafísica de Iván. La
interrupción del destino deseado no tiene sentido. Realido entonces hacia el no ser, o irrealido violentamente hacia el ser. Me apego amorosamente al soy
de mi fantasma social (estoy dispuesto a matar coránmente
para salir de la cueva platónica de la demokracia) para que la conciencia
se ilumine contra la muerte y contra el olvido. Pero, ¿no me han olvidado
ya los “amigos” de la envidia literaria? ¿No ha sido éste su
proyecto político de ser? Esto es lo que no entendió Smerdiákov: que
haga lo que haga, realice el parricidio que realice ya ha sido olvidado. Sólo
quedan las fotos, los archivos periodísticos, los documentos policiacos y
esa escritura que lo convierte en el fantasma mismo de Dios. No hay que
oponer Platón a Genet, Heidegger a Artaud (Marta a María--Apolo a
Dyonisio--), porque el conflicto no sólo es cultural, político y económico,
sino que el conflicto es la persona de Smerdiákov mismo.
¿Cuál
es, entonces, el espacio público o privado del escándalo? ¿Para quién
mató, en última instancia, Smerdiákov? ¿Para qué escandalizar
entonces a los espacios vacíos de su propia idiotez
(=y de su propia despersonalización? Estas son las preguntas que cada
escritor, cada pensador, cada político y cada ser humano debería
plantearse secreta y públicamente. “¿Qué escándalo soy yo para mí
mismo (para Dios, para los otros)?” Porque el escándalo trivial de los
escandalizadores de la demokracia en su desfuncionalidad no nos afecta,
porque el parricidio y el matricidio se han convertido en el hecho
cotidiano de la televisión misma. La televisión demokrática vive económicamente
bien del escándalo que se pretende negar, o que se pretende combatir: la
aparición, pues, de los adolescentes oscuros. Medea
ya no es el gesto contra el poder, ni siquiera el gesto de la locura
amorosa, sino el gesto mismo de los anónimos, esos cazadores de
“fama”, contra el vacío espiritual de la sociedad demokrática. Ya no
se mata contra “Dios”, sino que ahora se mata contra la nada misma. La
nada sentida como la abulia de los asesinos produce el mal mismo. Esta
nada se convierte, entonces, en la pasión desinteresada
de los asesinos. Carentes de sí, faltos de amor propio, deprimidos,
olvidados, desmoralizados, matan para serse. Matan para encontrarse. Quizás
por ésto los adolescentes oscuros (o los criminales mercenarios de las guerras
yanquis) sean los zombis ideales de
la demokracia misma. No poseen ni fe, ni razón, ni duda, ni voluntad,
ni deseo de ser, ni imaginación de ser, sino que desean sumergirse en el
anonadamiento mismo: son autómatas. Están a la deriva de sí (están en
la periferia de la ficción de ser) y pretenden filosóficamente
justificar esta forma de morir. El escándalo en ellos ha perdido su
aspecto político, porque se ha convertido en la forma estrecha
(asfixiante) de la elecciones demokráticas. Lo que los adolescentes
oscuros desprecian es la demokracia que sus padres representan
“tiernamente”. Matan irracionalmente a sus compañeros, a los
maestros, a los directores en su deseo de alcanzar el parricidio
colectivo, el parricidio que los redima de sí. Los adolescentes
oscuros de la demokracia buscan todavía la muerte
de Dios que los aplasta. Ese crimen que los “idiotas”,
los solitarios, realizan
adolescentemente se les ha convertido en el “inconsciente”
despolitizado que la demokracia les ha inculcado como sombra. Lo que
buscaba Smerdiákov en el asesinato de su padre era su propia muerte. El
despecio de sí se realiza, precisamente, en el desprecio del padre del
espejo. El odio a lo social, si no puede acontecer hacia lo público
acontece entonces aparatosamente hacia lo íntimo. José
Echevarría comenta:
“...“Idiota” puede significar, por tanto, ya sea el
hombre diferente, fuera de lo
común, separado
de la comunidad, ya el que no
entiende, y acaso
ambos reunidos. Aún Voltaire
usaba la palabra
francesa “idiot”
para decir “solitario”.”[11]
Smerdiákov
es todos esos hombres-oscuros de la pluralidad de su ghetto. Pero aún así
no nos podemos dejar extraviar por las definiciones, pues la semántica es
la linterna mohosa en medio del camino. Pre-semántico Smerdiákov no
sospecha, ni intuye, ni siente que las palabras y los hechos están
separados. Smerdiákov “piensa” como los niños. “Piensa” como
piensan algunos poetas: no separa las palabras de los hechos. Pero en el
fondo mismo de su crimen es un poeta frustrado. El tiene “fe”
en su hermano: Iván no podría mentir. Iván no le ha mentido jamás. Su
“fe” en el ateísmo de Iván es ciega. El se siente un hombre
“diferente”. Smerdiákov no es como Alioscha, ni es como Iván, ni es
como Dimitri. Este no ser los otros lo hace sentir su soledad (Smerdiákov
como el solitario radical)
infinitamente mejor. Smerdiákov
es el hombre que posee ante los otros su propio estereotipo. El no puede
creer que sea así, pero es así. Su ser lo ha desconcertado: jamás
alcanzará la originalidad de sus hermanos. Rompe con su cliché de hombre
idiota para poder ser el hombre Nadie
que lo seduce: el “antihéroe” demokrático. Está radicalmente sólo,
porque ha edificado contra sí mismo el pecado simbólico de matarse a sí
mismo y el pecado “sublime” de matar a Dios. El parricidio se
convierte entonces en el deseo inconsciente de realizar el deicidio.[12]
El nihilista mata para no quedarse escindido en esa nada que lo
consume. El parricidio es el asalto contra el cielo. Es la Torre de Babel
que fracasa constantemente en el mito del lenguaje roto y en el mito del
eterno retorno de lo mismo. En este sentido de lo huérfano, de la
orfandad, Smerdiákov es un hombre tristemente fuera de lo común. Este
rompimiento con su soledad, este crimen que se le torna exilio (ese exilio
como más exilio) lo arrojará definitivamente a la más espantosa de las
soledades.
Estamos
escandalizados no sólo con la “muerte de Dios”, sino también con la
muerte de esa demokracia que somos, o esa demokracia que secreta o públicamente
pretendemos ser. Nosotros, como Smerdiákov, nos hemos convertido en el
escándalo de una demokracia que yace enferma ante su propia “idealización”.
Vivimos patéticamente entre la apariencia de los que posan y la rabia de
los que sueñan acorralados. El escándalo se devela poéticamente como el
infierno psicológico del alma. Iván escribe contra un espejo que luce
empañado. Porque sin ese fuego de la escritura contra sí misma, sin ese
ocaso bello de la escritura occidental contra su propia praxis, sin este
odio contra el Gran Inquisidor que somos, sin esta quemadura de que “todo está
permitido”, sin esta costra de la
herida de ser que se reabre constantemente frente a los polichinelas
del poder y de la censura, no importa entonces el gesto gratuito de la
radio, ni el gesto quijotesco de la televisión como si estos fueran el
Retrablo de Maese Pedro. Ni importa tampoco la falsedad de esa
“libertad” de prensa contra nosotros, porque todo está de
antemano programado, con el visto buenos de los idiotas
(los Smerdiákov, los Segismundo, los Caballeros de la Blanca Luna, o esa
jauría de escritores, poetas, periodistas, o ensayistas que no hacen otra
cosa que reproducir la ideología de
lo mismo y de la mediocridad para que la libertá no acontezca política,
ni libertariamente. La originalidad,
este es el mayor de los escándalo, ha
sido suspendida demokráticamente. La literatura, esta es la gran
sospecha de Alioscha frente a Iván, es pura
fantasía. Teut está una
vez más delante de Tamus.[13]
El delito de la escritura está políticamente delante de la
memoria del status quo. El inventor de los sueños está delante del rey.
La poesía está separada de la realidad como delito. El crimen inocente
está aconteciendo en medio del crimen
real. El principio de la
realidad y el principio del placer son una gran equis que nos traspasa y
que nos crucifica. Este concepto
de la fantasía, en boca de
Alioscha es un “desprecio”, o un pequeño rechazo. Alioscha, como
pragmático de Dios, no puede llevarse bien con las ilusiones de Iván.
Esta literatura que tiene que acontecer en los idiotas (don Quijote
equivocándose con los libros de caballería--Amadís como el modelo de lo
imposible--Hamlet enloquecido de tanto fingir que enloquece) no deja de
ser una lógica de la equivocación.
Alioscha no se puede entender con la lógica hermosa (la lógica de lo
bello) de la “equivocación” lírica de Iván. El poema del “Gran
inquisidor” ha terminado por ser como un Amadís
de Gaula en el corazón mismo del escándalo, porque Iván no se ha
atrevido a asumirlo radicalmente como vida. Es fantasía académica,
intelectual, erudita, porque Iván no se ha atrevido a cruzar la línea
prohibida de lo verosímil entre
lo real y la fantasía. Iván no se ha atrevido a realizar el salto
kirkergaardeano que Smerdiákov realizará como nihilismo, como fracaso y
como escándalo. Kierkegaard-Nietzsche,
Jesús-Gandhi, Nerval-Van Gogh, Breton-Artaud, etc., serían los modelos
desastrosos y radicales de ese rompimiento burgués. Ante
ese-gesto-de-la-violencia-santa, importa poco el silencio de los que
fingen, o-el-silencio-de-la-“inmensa”-mayoría-de-la-demokracia-invasora
(o-el-silencio-de-la-demokrcaia-hegemónica). Un escándalo real
(Cristo delante de Jesús; Jesús delante de-“Dios”--Hamlet delante
del incesto de su madre--) no soportaría el silencio filosófico, ni poético,
ni político de los exóticos; o el silencio posmoderno de los-fariseos-de-la-“individualidad”-demokrática.
El hombre vive escandalizado no sólamente por la soledad de “Dios”,
por su silencio (“Dios” vive escandalizado con la libertá del
hombre), sino que aún vive escandalizado con su propia libertá vacía,
con su propia libertá del sin sentido que lo consume. Esa libertá que
“Dios” le ha otorgado al hombre inmanentemente es, sin lugar a dudas,
tan aplastante como el parricidio de Smerdiákov. Esa soledad de la libertá
de ser es tan abrumadora, es tan intolerable, que los que podrían
cambiarla (inventarla, edificarla) se han dedicado a copiarla en lo ajeno
más próximo. El fraude, la falsedad de ser, se ha puesto demokráticamente
de moda. Este escándalo de la carne del plagio, de lo otro, de
lo karamasov (de lo Cristo--de lo nietzscheano, de lo marxista, de lo
freudiano--etc.) no soporta, entonces, ni el silencio de los burgueses, ni
las palabras fortuitas de los idiotas. II Algunos
argumentarán que la frase de Iván Karamasov, “si Dios no existe todo
está permitido”,[14]
era la frase que necesitaba Smerdiákov para salir de su anonimato.
Este, querrámoslo o no, vive aplastado por el prestigio de sus hermanos y
por la inmoralidad de su padre. El parricidio de Smerdiákov es el intento
ingenuo por restablecer la igualdad
y la justicia con sus hermanos. Pero esta igualdad
que él busca es totalmente falsa. El crimen, acaso, le ha dado la
notoriedad necesaria que él necesitaba para ser un Karamasov.[15]
El parricidio, piensa, sospecha, desea, los hará iguales. Esto
precisamente es lo que le sucede a los escandalosos, a los adolescentes oscuros del espíritu: la demokracia les provee el
inmoralismo nihilista que ellos necesitan como programa de serse. La
demokracia les otorga a estos “escandalosos”, ese personaje
nefasto de lo repulsivo. La repulsión del sujeto (del hombre que yace
sujeto espiritualmente a la decadencia de su clase--de su educación, del
poder: de la idealidad--) posee diferentes rostros: el de los
representantes, el de los periodistas, el de los escritores, el de los
policías, el de los fiscales, el de los padres, el de los curas, etc. Esa
creencia fundamental, la creencia idólatra del hombre demokrático ante
su sistema, les proveerá el espectáculo y el espacio del crimen
necesario. Pero el parricidio, ese ser de Smerdiákov, éste como el Parricida,
es el crimen mismo de lo extraordinario. Smerdiákov se moverá del
conserje que es, al parricida que lo sepulta, del idiota que es, al extraño
que lo enajena, de la miseria que es, al miserable que lo angustia. Es así
como Smerdiákov, sin proponérselo, ni él ni su hermano, se convertirá
en el instrumento fallido de todos ellos. Lo
que hay que recordar aquí es que Iván no escribe el “Gran Inquisidor” para seducir a Smerdiákov, o para
escandalizar a Alioscha, ni para seducir a Gruschenka. Iván escribe su
poema para resolver la necesidad espiritual que lo desgarra: Jesús le
resulta tan escandaloso como Judas. La muerte de los niños, estamos muy
lejos todavía de los adolescentes
oscuros, le resulta insoportable.
“Judas
refleja de algún modo a Jesús.”[16]
Es
este desgarramiento del-ser(-se) de
Iván (esta belleza de Iván en el escándalo de Cristo), lo que le
permitirá a Smerdiákov el terreno para realizar el parricidio ajeno que no le pertenece como idiota. Pero Smerdiákov no ve la
desgarradura de Iván. El idiota sólo ve la posibilidad de sí mismo en
la copia de su “plagio”. El esclavo, demokrático o no, no puede ver a
sus señores. La codicia, la envidia, el resentimiento,
el odio, el deseo mismo deforman la mirada sobre el “amo” aristocrático
(socialista, demokrático o posmoderno). Smerdiákov queriendo ser Iván,
queriendo inconscientemente ser lírico, filósofo,
se convierte aún en un hombre más extraño y más distante de sí.
Alienado de sí no le quedará otro recurso (posibilidad--sentido--) que
enajenarse de la realidad misma. Si ese desgarramiento del poema que
produce el escándalo (la poesía está tocando violentamente lo real: ¿Alioscha
se ha equivocado entonces?--¿Se equivocó Platón con la escritura
misma?--), sin éste entonces no podríamos ver que la poesía es, o podría
ser tan violenta como la realidad misma. ¿No estamos en estos días bajo
la violencia del Corán? “Matadlos hasta que la idolatría no
exista...”.[17]
Pero la poesía no alcanza (a pesar de Sade, a pesar del Conde de
Lautréamont) el horror de la realidad que El
Corán desencadena contra los “infieles”.[18]
El círculo tenebroso de lo imposible se ha hecho real (el círculo
tenebroso de lo real...se ha hecho posible). Alioscha
cree en Dios y por eso es posible para Iván compartir el poema con él.
El agnóstico, el ateo, busca desesperadamente al creyente para poder
crear el diálogo con el mundo que se le opone. Sin esta distancia de lo
fatal, de lo negativo (pensemos en Hegel), todo sería silencio y todo sería
maldad. Porque lo que hay detrás de ese diálogo, de ese compartir de Iván
con Alioscha es el deseo mismo de lo radical: Iván, de alguna manera,
anhela la bondad violenta de Cristo que hay en el alma de su hermano. Iván
está seducido por la fe y por la bondad escandalosa de Alioscha. Si éste
fuera Dimitri, si Alioscha arrastrara la sensualidad obvia de Dimitri,
entonces, no habría ninguna necesidad de sincerarse con él. Iván no
tiene porque recurrir a Dimitri, porque el esteticismo escandaloso de Iván
(Cristo estéticamente crucificado en las paredes del mundo--Dios
permitiendo la muerte de los niños--)[19]
es también el sensualismo de Dimitri como posible asesino de su
padre. Iván, a pesar de su sensualismo intelectual (a pesar de su idea
sensualista de-”ser-se”),
está próximamente lejano de Dimitri. Sírvanos
este oximorón para resolver momentáneamente la paradoja que nos consume.
Porque lo que el ateísmo sensual de Iván busca es el
sensualismo de Dios que Alioscha exhibe escandalosamente en su
ternura. Los sensuales buscan en el amor el placer sublime, el placer
infinito. Es ese “mismo” sensualismo el que Smerdiákov intentará
destruir con la muerte de su padre. Lo que es escandaloso en Fiodor no es
que sea un sensual a ultranza, sino que sea el padre de Alioscha y de Iván.
Lo que resulta escandaloso en Fiodor es que siendo tan idiota como Smerdiákov
haya “procreado” la belleza de Iván y la bondad de Alioscha. Pero lo
que perturba a Iván, no es el torbellino de Dimitri, ni las orgías de su
padre, ni la estupidez de Smerdiákov, lo que perturba a Iván es el escándalo
del amor que Alioscha posee
como representante de Dios: Alioscha como Cristo. Cristo encarnado en la
belleza carnal y paradojal de su hermano. Esta representación de la carne
del espíritu (esta espiritualidad de la carne), es la
orgía de Dios que es Alioscha, no puede ser la representación demokrática
de la corrupción, ni la decadencia de la monarquía, ni la impiedad de
los socialistas.[20]
Este escándalo de la orgía de Dios que es Alioscha
rodea a Iván como un infierno. Es
a pesar de esa simpatía hacia Alioscha, es a pesar de esa búsqueda que
es el “Gran inquisidor”, es
a pesar de ese deseo de Dios en medio de su “ateísmo”, que Iván se
develará, muy a pesar suyo, como el instigador intelectual del crimen que
realizará Smerdiákov. Iván será, no Fiodor, el padre espiritual y estético
del parricida. Su libertá de ser el poeta radical terminará por
arrastrar la mediocridad de su hermano. Pero, por otro lado, el crimen de
Smerdiákov romperá el esteticismo extraordinario de Iván. La dialéctica
de lo que se desata social y espiritualmente no permite las excusas: el
mediocre, a través del plagio y de la copia (de ser) desembocará a lo
tristemente “extraordinario”. Ese
crimen, desatado nihilistamente contra la modernidad, intentará romper el
anhelo de Dios que Alioscha siente en la casa de los sensualistas, como si
el anhelo de Dios no fuera suficiente para Alioscha. Esto hace que
Alioscha y el epiléptico no
puedan entenderse. Smerdiákov será el escandaloso que no siente (ni
siente ni padece) el escándalo de Dios. El es el violento en donde el
anhelo de Dios no existe como violencia. En Smerdiákov la violencia se ha
quedado vacía y se ha quedado sóla. La muerte de Dios, en las orgías de
su padre, se ha convertido en la soledad de los hijos. (La tesis no se
parece a las síntesis.) El mundo ha cambiado y ellos lo saben, lo
presienten: Dios, como el cuerpo de Cristo, está desnudo en la rigidez
del padre muerto. El crimen es el premio que el padre repulsivo y avaro
debe recibir de su hijo despreciable. Iván es el poeta que incapaz de
matar, elabora inconscientemente (a través de la filosofía) la teoría
de la “muerte de Dios”. Si Dios no existe matar será fácil. Matar
será placentero. Pero Dios también, posmodernamente, se ha convertido en
la excusa que permita realizar el crimen. Si Dios no existe no habrá
moral que contenga lo gratuito. El nihilista, el asesino de Dios, como su
adorador (los ortodoxos--árabes y judíos--) deberán ser consecuentes
con sus crímenes de guerra y deberán continuar matando hasta erradicar
la otredad, hasta eliminar la diferencia.[21]
No
sólo es que Smerdiákov no vea su propio “escándalo” de-ser-se”, como deseo del deicidio del “si Dios no existe” de
Iván, sino que Smerdiákov no posee ningún sentido del escándalo que
será. Smerdiákov ha intentado matar
idiotamente en y contra la
cretinidad misma de su padre. Ha intentado matar en lo real estéticamente
como si el asesinato fuera una obra de arte. Es imposible no pensar en Del
asesinato considerado como una de las bellas artes de Thomas De
Quincey y también en las Torres Gemelas del World Trade Center. Smerdiákov
ha intentado borrar con su escándalo el escándalo social de su propio
padre: el “representante” está malamente representado en la idealidad
del crimen Dios que realiza Smerdiákov ivanamente. La muerte del padre
impúdico, cuasi satánico, no le develará la imagen desconocida del Jesús
del “Gran inquisidor”. Smerdiákov pretende corregir consciente o
inconscientemente el desorden “cristiano” de su padre. Smerdiákov
pretende ser la frialdad intelectual del nihilismo de Iván. El asesinato,
aunque llore el asesino, aunque tenga remordimientos judasmente, no lo
salvará de su propia ilusión. El incesto, como el parricidio (como el
deicidio), clausura los caminos del retorno. Ahora es imposible volver atrás.
Aun
así, todas las sospechas, todo lo circunstancial, toda la lógica de los
hechos se derrumbará contra la figura apasionada y violenta de Dimitri.
El conserje seguirá siendo la oscuridad de ser que ha sido y nadie
sospechará remotamente del idiota.
El furor de Dimitri Karamasov lo convertirá en un sospechoso (de un deseo
que no halló los caminos oscuros de su anhelo). El hecho de confesar que
él también ha deseado la muerte de su padre (la muerte de Dios) lo
califica para ser el culpable obvio
ante los ojos atónitos del jurado y ante los ojos mediocres
de los jueces. La moral empobrecida que lo rodea no podrá soportar la
pasión de un “delito” no realizado. Su inocencia se develará, acaso,
como el deseo mismo de la culpabilidad. Este deseo es también una forma
secreta del delito. El
asesino es el rostro deformado
del héroe que Dimitri tampoco
puede ser. El héroe mata, pero mata henchido por las ideas
“religiosas” que lo consumen. Mira árabemente el terror que tiene que
realizar y no titubea. Mata para realizar la utopía que lo consume y no
por el dinero que debe o no debe obtener. El héroe mata para tocar el
corazón de Dios en medio de la historia. Pero la idea misma del robo
arroja a Dimitri contra el deseo de los hermanos. En esto Iván, Dimitri y
Smerdiákov, aunque sean cercanos y radicalmente distintos, se parecen
inevitablemente al asesino inédito que los une: el idiota ronda el corazón de los hermanos. El parricidio les sirve de
espejo: el que mata se parece al que desea matar. En oposición al héroe,
el parricida mata inútilmente; mata solo. El parricidio es el extravío
de la individualidad que no halla la colectividad política que lo redima
desde la revuelta, desde el terror o desde la toma del poder. No importa
ya que haya matado por odio, por celo, o por pasión, el parricida está
solo. Su búsqueda de Dios (su negación de Dios) lo ha extraviado. El
parricida es, entonces, junto al infanticida, el más oscuro de los
hombres de la historia. Su notoriedad es tan fugaz como el sonido del revólver,
o como el gesto del cuchillo. Ni siquiera la violencia del incestuoso podrá
alcanzarlo. Aquél, el
parricida, aunque contamine a la familia, está diosmente oscuro: su maldad lo arroja contra un Dios que calla, o
que cuelga inútilmente en las paredes de los templos. Pero lo que
verdaderamente sepulta a Smerdiákov en los espejos es su mediocridad es
que él, gústele o no, será siempre el criado:
“.
. .Smerdiákov vino a ser el segundo criado
de Fiodor Pavlovich. . .”.[22]
En
ese sentido fortuito e idotizante el parricidio no ha hecho otra cosa que
contaminar a los hermanos: el parricidio los ha mediocretizado. Iván, a pesar de su frialdad intelectual, de su
genialidad poética, ha caído contaminado tan violentamente como Dimitri.
Smerdiákov es la imagen de la peste que ambos arrastran en el deseo de la
muerte del padre. El deseo los ha deformado esperpénticamente con el
rostro del hemano. El crimen de Smerdiákov, he aquí el escándalo del
retorno, no lo ha hecho genio. Su crimen no lo ha puesto a la altura del
poema de Iván. El parricidio no lo convierte en el Iván Karamasov que él
desea ser. Smerdiákov desea ser el padre y desea ser Iván. Desea la
lujuria física del padre y desea también la lujuria intelectual del
poeta. La distancia que lo separa de su propio proyecto es abismal, porque
no basta querer ser para que el ser sea. El “ser-se”
los consume fatalmente como lo que es. He aquí, entonces, que Iván
seguirá siendo el poeta y Smerdiákov seguirá siendo el sirviente que lo
copia. Lo que Smerdiákov no sabe, no lo sabrá nunca, es que el poeta no
puede ser copiado. Copiar a Iván, serlo, es copiar el infierno Karamasov
de lo bello. Pero Smerdiákov está en el otro extremo: Smerdiákov está
en la miseria de lo-bello; Smerdiákov es el ghetto de lo bello. El
infierno de Iván es el deseo de una belleza que no le es transmitida a su
hermano. Es esa duda de Dios, ese odio contra la Iglesia que codicia al
Estado (esa Iglesia lacaya del Apocalipsis que permite que el Estado la
convierta estéticamente en su propia mercancía capitalista) y que se
estrella infinidad de veces contra el poeta mismo que la niega. Si
Alioscha resiste es porque está enmarcado en la ausencia y en la Gracia
de la violencia de Dios. Si Alioscha resiste es porque Dios se le ha
convertido en la Gracia misma de su ausencia. Es porque su ausencia es la
cercanía de su propia alma. Pero Smerdiákov, alejado de Alioscha, y
despreciado por Iván, sólo sabrá responder negativamente al
“slogan” de Iván desde la miseria y desde el abandono. Atrapado cada
cual en su “karamasovidad” el
parricidio se les convertirá en el infierno de la vigilia que los
“une”. El padre muerto se les convierte en la imagen misma de Satán.
Muerto el padre, muerto el obstáculo, (ambiguo Judas entre la cofradía
de los hermanos--”presente” Jesús en el Alioscha que lee el poema),
cada cual se devendrá hacia la posibilidad remota que lo reclama: Dimitri
se tornará más pasional, Alioscha más tierno, Iván más poeta y Smerdiákov
se tornará, en su propia originalidad,
el idiota por excelencia. El crimen, como hemos visto, ha terminado por
sepultarlos en lo que ellos son. Pero no podemos olvidar, entonces,
la diferencia que existe entre el príncipe de El
idiota y el idiota de Los
hermanos Karamasov. ¿Quiénes
son estos personajes que nos seducen? ¿Quiénes son en última instancia
estos Karamasov? Alioscha se develará a través de toda la novela como el
idealista enamorado de Dios; mientras Iván será el nihilista del
idealismo absoluto que es incapaz de encontrarse realmente con el mundo;
Dimitri, por su parte, es el romántico pasional (el Byron despolitizado)
que se desborda inútilmente en los placeres y el amor; y Smerdiákov,
obviamente, irrumpirá como el hombre que desea heredar secretamente la
imagen de su padre. El parricidio no le ha bastado, entonces. El
parricidio no le ha otorgado otra posibilidad que la de ser lo que han
sido hasta ahora. El “ser-se” los
ha consumido en su propio proyecto de la identidad. Ellos están atrapados
en la libertá de la nada que son y Dios no puede salvarlos de esa libertá
de nada sin violentarse a sí mismo. Dios no puede cruzar el límite del
bien y del mal, no puede cruzar esda nada de la libertá sin violentar la
soledad inaudita que lo consume. Lo que descubrirá Smerdiákov, por su
parte, seducido por Iván es que la libertá también es el infierno: que
el mito de la libertá del eterno retorno no posee regreso. Este es el escándalo
que Smerdiákov no podrá verbalizar, le falta el poeta, y podrá
entenderlo jamás. Su “estupidez” es el límite de su propio deseo. El
poema de Iván es inalcanzable. “La muerte de Dios” es intocable.
Smerdiákov no puede arribar, porque yace viciado por su propia
servidumbre. De todos ellos, Smerdiákov es el que más se parece a Fiodor.
Pero aún así, a pesar de esa negatividad de la nada de la libertá, el
parricidio los ha unido: su padre está tan lejano como Iván. La
fe de Alioscha es tan radical que permite que toda la familia gire
escandalizada, asombrada, alrededor de la bondad que de él emana.
Alioscha lo sospecha: Cristo ha tenido que hacerse libertá,
desgarramiento de Dios, carne de Dios, en el deseo mismo de lo ajeno, para
que el hombre pueda soñar con el “rescate” (con el retorno, con la
resurrección). Cristo es el
rescate de Dios a través de Alioscha para que el escándalo de Dios, el
amor de Dios, pueda tornarse presente. A pesar de éste escándalo
cristiano que Alioscha es, Smerdiákov se quedará atrapado en su propia ingenuidad. Smerdiákov se quedará sin diálogo, porque el crimen
que él es lo arrojará inútilmente al nihilismo que Iván sueña como
esteticismo, o como belleza. Aquí importa poco que el nihilismo de Iván
sea nietzschenamente negativo o que sea nietzschenamente positivo. Aquí
lo que importa es ésto: el diálogo de Iván no permite la cercanía de
la plebe. Por otro lado, lo que Smerdiákov ha copiado es la parte
negativa del esteticismo de Iván. Smerdiákov ha intentado realizar la
“justicia” que el poema de Iván reclama para sí. Pero para poder ser
otra cosa Smerdiákov necesita amar el crimen que lo realiza como
parricida. El conserje del “ser-se”
inútil tendría que amar el horror mismo que lo consume, pero para
ello tendría que ser Iván. Tendría que ser el otro. Su codicia no da
para más. Su infamia es insuficiente. La mímesis del poema, como la mímesis
del alma del poeta, es imposible. Por otro lado, la oscuridad de “ser-se” se ha vertido sobre él como el peor de los espantos. ¿Quién
lo redimirá ahora de la nada de la
libertá si todo está permitido? ¿Quién podrá liberarlo de esa libertá
de la nada si es la libertá misma quien lo ha condenado? ¿Quién
podrá salvarlo ahora eternamente del juicio de Dios y del infierno de su
ser conserje? Smerdiákov ha escogido al Judas que vive en lo profundo del
idiota. Smerdiákov se ha
escogido como odio. Smerdiákov lo sabe: Dimitri, el sospechoso, ha huido,
Alioscha está demasiado cerca de Dios para escucharlo e Iván no ha
dejado de despreciarlo. La soledad que Dios ha creado libertariamente para
él lo ha alcanzado a través de la muerte de su padre. Lo
intolerable de Dios ha terminado por iluminar al idiota.
Notas: [1]
Otro título posible: Smerdiákov o la ficcionalización del ensayo. [2]
Dostoyevski, Fiodor M. Los hermanos Karamasov. Madrid:
Editorial Aguilar, 1968. Págs. 404-406. [3]
De esto resulta que haya poetas, escritores y filósofos que resulten
tontos. Esto es así, porque la demokracia se ha convertido en el
reino mismo de los idiotas. [4]
Basta pensar en Ricky Martin cantando para
George Bush, o en Vargas Llosa defendiéndo la tan
desacreditada “demokracia” peruana, o a
Sila Calderón pretendiendo defender a los pescadores de
Vieques y, por otro lado, enviando policías a Vieques para defender a
los marinos norteamericanos. [5]
Esta afortunadamente no será la diferencia
de Derrida. [6]
Los
hermanos Karamasov;
pág. 415. [7]
Pensemos por un momento en Don Quijote de la Mancha y en Hamlet. [8]
Pensemos en Kirilov.
Recuérdese
lo que decía Sartre: el verdadero ateo es el hombre al cual Dios le
resulta indiferente. Es el hombre que no habla de Dios. Todos los
demás estamos profunda y absurdamente seducidos por el escándalo
de un Dios encarnado.
[10]
Véase José Echevarría: Libro de Convocaciones. 1: Cervantes,
Dostoyevski, Nietzsche, A. Marchado; Anthopos Editorial,
Barcelona,1985. Págs. 68-69. [11]
ibid; pág. 69. [12]Detrás
del “Dios ha muerto” de Nietzsche” laten tres figuras
fundamentales: el Kirilov de Los endemoniados
de Dostoyevski, el Hegel de la Estética y los poemas de
Heine en donde Nietzsche ha vuelto a reencontrar de forma tripartita
el concepto griego de la muerte de Dios que el poeta alemán y el filósofo
del idealismo absoluto han modernizado
para él. [13]
Véase el Fedro de Platón. [14]
Véase Los hermanos Karamasov. [15]El
instante mismo de “ser-se” es tan radical como el instante mismo
de “morir-se”. [16]
Jorge Luis Borges: Ficciones; Alianza/Emece, Madrid, 1994. Pág.
177. [17]
El
Corán.
Barcelona: Plaza y Janes Editores, 2000. Pág. 59. [18]
Nagasaki e Hiroshima, el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva
York (World Trade Center)
y
los
400, 000 niños que son utilizados sexualmente (filmados,
prostituidos, sodomizados) en Estados Unidos anualmente. [19]
Pensemos también en La peste de Alberto. Camus. [20]
Véase Los endemoniados. [21]
Véase Alberto Camus en El hombre rebelde. [22] Los hermanos Karamasov; Pág. 185. |
Yván
Silén
1 de febrero del 2001
10 de marzo del 2009
Nueva York/Puerto Rico
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