Defensa de la poesía El juego de hacer versos ensayo de Pedro Serrano
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La obsesión porque la poesía sea información, o dicho en otros términos,
porque sea un puente que nos permita pasar de una rivera a otra habita
siempre en quienes buscan alivio a sus incertidumbres y seguridad a sus
penurias, en quienes necesitan de asideros y cuerdas que los lleven
con parsimonia de un lugar a otro, o en quienes buscan que un poema sea
un lugar domesticado donde descansar de dudas, angustias y vacío. Sin
embargo, me temo, es una obsesión que en el poema, desafortunadamente,
no va a encontrar nunca asidero ni interlocutor, porque no lo tiene,
porque no existe, porque no lo hay. Es y ha sido siempre un error o un
espejismo buscar eso en un poema, por más claro que nos parezca al
leerlo, o por más oscuro e ininteligible que se nos presente al
rechazarlo. Quien lo intenta se topa siempre con ese mismo poema para
contradecirlo, pues eso que creía que allí estaba nunca ha estado. Puede
entonces tener la reacción de Platón, que con hábil y trabajoso bisturí
trató de desactivar a la poesía, hasta que se hartó y la aventó fuera de
sus propiedades, o puede seguir intentando ver en ella lo que no hay, es
decir, información. Y digo información en el sentido amplio, sobre lo
que queramos, sea nuestra propia vida, la del poeta, los sueños y lo
palpable, la realidad o la política. Buscar eso en ella es la reacción
de quienes no soportan confrontar el espacio siniestro que está en el
hueso de la vida, que se abre en su propia vida y en la de los demás, y
es lo que acecha en la poesía. Aclaro y repito que uso siniestro,
sinestreza y siniestría en el sentido de zurdo, de misterio, de
desacoplamiento y despeñamiento en lo real. Claro que la vida no tiene
hueso, pero por eso mismo es ahí, en el hueco a la vez inteligible e
inconmensurable que se abre en el ávido acercamiento de estas palabras
donde encontramos el efecto de lo siniestro, y que está detrás de la
reacción tanto de quienes rechazan la poesía como de quienes la ignoran,
de quienes la aceptan sin chistar como de quienes quieren domesticarla. Por su lado, la información es mesurable, cuantificable y reconvertible, se transporta de un lugar a otro, se puede guardar, catalogar y volver a usar, se almacena y va de regreso tal que como llegó, para lo que se necesite. “El dogma central de la teoría de la información”, señala Freeman Dyson (NYRB, 10 de marzo de 2011), “es que ‘el sentido es irrelevante’. La información es independiente del sentido que expresa, y del lenguaje usado para expresarlo.” Da lo mismo cómo se diga, pues lo que se busca informar es siempre lo mismo. La misma cantidad de información se puede transmitir con palabras, con sistema morse, con fuegos artificiales, con el ritmo de tambores africanos o con el lenguaje de los sordomudos. Sin embargo, la naturaleza, la realidad del poema afirma no lo contrario, sino algo totalmente distinto; no que el sentido lo es todo, sino que el eco de los tambores, la coreografía gestual de los sordomudos, la tactilidad gráfica del morse, el cielo brillando en fuego artificial, las palabras de un poema al escucharlas en la voz de su autor, ese mismo poema pero ahora leído en traducción, pueden ser a la vez el mismo y otro, una experiencia única y siempre repetida, replicante pero no replicable. |
La dislocación expuesta entre la palabra información y la forma sirve para mostrar cómo la poesía, al ser forma, carece de información. Un poema es un hecho concreto, una realidad palpable e insustituible, mientras que la información es, como dice Dyson, un concepto abstracto: “Todo lo que se necesita para transformar información de un lenguaje a otro es un sistema de codificación. Un sistema de codificación puede ser simple o complicado. Si el código es simple, como lo es en el lenguaje de los tambores, con sólo dos tonos, una cantidad dada de información requiere un mensaje más largo. Si el código es complicado, como sucede en el lenguaje hablado, la misma cantidad de información puede ser transmitida en un mensaje más corto”. Siguiendo esta descripción, en una primera instancia, podríamos suponer entonces que el lenguaje de la poesía es un lenguaje más complicado que el de la prosa, porque suele ser más breve. En ese sentido, una prueba irrefutable de esta complicación es el caso del haiku, y todavía más el caso de un poema concreto, o un poema en tweeter. Un haiku, un concreto o un tuit no necesitan de más elementos de los que tienen para destellar y ser, en su brevedad, lo mismo que una larga novela. Pero ni la novela ni el haikú ni el tuit, en caso de que sean poemas, son sistemas de codificación, sino máquinas de sentido. Son forma, no información. Ahora bien, podemos convenir en que no todos los haikus ni todos los tuits son poemas. Como decía Oscar Wilde, “toda la mala poesía surge de sentimientos genuinos”. Como sucede con los sonetos, las estructuras aparentes “(las “formas métricas”, como se les suele llamar) del haikú y del tweeter son un disparadero de malos poemas, porque los sentimientos genuinos, de tan genuinos en su inocencia prístina, se visten con el primer traje en que se les acomoda. No otra cosa pasa con las novelas, pero de eso hablaré más adelante. Para cualquiera que se enfrente a la escritura o a la lectura tanto de un poema como de la realidad, como dice Jaime Gil de Biedma en El juego de hacer versos, hay que “Aprender a pensar en renglones contados y no en los sentimientos con que nos exaltábamos”. Los renglones contados se pueden medir, como los tambores o los puntos del braile, pero el pensamiento que ejerce a la vez esos sentimientos exaltados y esos renglones contados, y que por eso mismo se constituye en poema, no. Por eso, aclaro, los renglones contados que aparecen en cualquier poema son ritmos de efectividad siniestra, no sílabas que midamos con los dedos. |
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Ahora bien, esa efectividad puede ser narrativa, o todo lo contrario.
Tan poemas son las breves narraciones luminosas extendidas en la
infinitud del conjunto de Los tres últimos años de Jorge
Fondebrider, y en los espejeantes recorridos por el pueblo de su
infancia de La memoria sin tregua de Juan Antonio Masoliver
Ródenas, ambos aparentemente cargados de información, como los paisajes
visuales de Pierre-Yves Soucy o las estructuras sonoras, sin sentido,
sin la más mínima información lingüística posible del flamenco Kurt De
Boodt, por dar dos ejemplos diametralmente divergentes. Todos esos
poemas, narrativa pura y dura la de los primeros, y dura abstracción o
sonoridad pura la de los otros dos, son forma, y por lo tanto o no
conllevan información, o la que traen es peligrosamente falsa. Ahora
bien, la información, como todos podemos casi palpar sin ver, es una
palabra cuyos orígenes se remontan a la palabra forma. La información es
una forma conducida, despojada de sí misma, digamos, y por eso es que
Dyson la desentiende del sentido. La información, vemos ahora, no tiene
sentido en sí misma, aunque sí, por supuesto, significado. |
ensayo de Pedro Serrano
Publicado, originalmente, en Periódico de Poesía, Nº 40, junio 2011
Periódico de Poesía es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), a través de la Dirección de Literatura,
Link: http://www.archivopdp.unam.mx/index.php/1874
Antonio Machado en Letras Uruguay
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