- ¿Qué fue lo que le llamó más la atención del premio?
- Muchas cosas. Entre ellas la modalidad del acto en la Ciudad Konex:
sobrio, sin espectacularidad, y al mismo tiempo organizado y planificado
de una manera impecable, hasta el último detalle. También la brevedad y
concisión de los discursos del presidente de la Fundación, Luis
Ovsejevich, y de Noé Jitrik, presidente del Gran Jurado que tuvo a su
cargo la selección. Discursos sólo con las palabras necesarias al margen
de toda retórica. Otra cosa que me llamó mucho la atención, y muy
gratamente, fue la diversidad y heterogeneidad en la integración del
Gran Jurado, compuesto de 20 representantes de distintas áreas de las
Letras; pero sobre todo la diversidad y heterogeneidad del grupo de los
que recibimos la distinción: era todo lo contrario a una uniformidad, no
sólo por las variadas ramas en el campo tan vasto de las Letras. Estaba
compuesto por gentes de edades muy distintas, de distinta formación, de
distintas ideologías (uso esta palabra aunque no me gusta). Todo eso
lucía como un garantía de imparcialidad en el proceder del Jurado.
Mauricio Kartun, que fue el encargado de dirigirse al público en nombre
del centenar de seleccionados, calificó risueñamente como “conjunto
extravagante” al grupo tan variado que formábamos los distinguidos por
Konex.
- Como filósofa tucumana, profesora emérita de la UNT, estando tan
ligada personal y familiarmente al ámbito universitario de la provincia,
¿no siente que el premio tiene un valor adicional, como si fuera un
trofeo que nos trae a los tucumanos, residentes o no en la provincia?
- Lo siento más bien como una ocasión para reconocer lo que me ha dado
mi provincia: crecer en un clima culto, y formarme en su Universidad
Nacional. Cuando mis colegas y amigos del IHPA (Instituto de Historia y
Pensamiento argentinos) me emplazaron para que me “autopresentara”
-según una modalidad iniciada por el Instituto- dije “soy un ‘producto’
de Tucumán”.
Ya en otras oportunidades dije algo sobre el ambiente universitario en
las épocas en que cursé mi carrera y me inicié en la docencia superior.
Fue esa, entonces, una Facultad muy particular: incipiente y bastante
carenciada desde el punto de vista material, pero privilegiada por su
calidad intelectual. Las dos guerras -la Guerra Civil Española y la II
Guerra Mundial, tan crueles y dolorosas- aportaron, en cambio, aunque
suene muy extraño, algo muy valioso para la Facultad. Académicos muy
destacados en su países de origen, que por las guerras tuvieron que
emigrar y que llegaron a nuestra Universidad. Piense usted que quien
inauguró el dictado de Introducción a la Filosofía fue nada menos que
Manuel García Morente, un español que huyendo del franquismo se instaló
por un tiempo en Tucumán. Franceses, italianos, alemanes, españoles
(como Roger y Elizabeth Labrousse, Benvenuto Terracini, Rodolfo Mondolfo,
Clemente H. Balmori, Guillermo Rohmeder) formaban parte del plantel. Por
cierto se sumaban a ellos jóvenes argentinos, egresados varios de la
Universidad de La Plata, de sólida formación académica. Entre ellos
quien fuera luego mi marido, Hernán Zucchi, premio Konex de Platino
1996, en la disciplina “Metafísica”. Y personalidades tucumanas como
Aberto Rougés y Manuel Lizondo Borda. Repito todo esto una vez más
porque los tucumanos solemos ser poco agradecidos e indiferentes con
nuestra Universidad, una vez que ya hemos obtenido el título
profesional.
© LA GACETA
PERFIL
Lucía Piossek es profesora emérita de la Universidad Nacional de
Tucumán. Se especializó en la Universidad de Colonia (Alemania), fue
profesora titular de Filosofía Contemporánea y fundadora del IHPA
(Instituto de Historia y Pensamiento Argentinos). El “filósofo topo” y
Argentina: Identidad y Utopía son dos de sus ensayos destacados. |