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El idioma latín, que es una lengua clásica, por ejemplo, si bien no establece tildación para las palabras bisílabas, tiene palabras de dobles consonantes y una amplia gama de declinaciones en cada sustantivo y adjetivo, con la finalidad de diferenciar sus respectivas funciones sintácticas. En cambio, el idioma castellano, que es más moderno, no tiene en las palabras más dobles consonantes que las necesarias, ni diferencias declinacionales en sustantivos ni en adjetivos, sino la presencia de preposiciones y de artículos, todo lo cual permite una más rápida interpretación del texto. Por esto, podría decirse que ciertas lenguas clásicas son como las reglas de protocolo antiguamente aplicadas en la vida cotidiana, ya que estas atienden hasta los órdenes de precedencia para las ubicaciones de personas en cualquier lugar, y que las lenguas modernas son como las normas mínimas de convivencia.
También ocurre que la tildación evoluciona como el derecho. Por ejemplo, fueron abolidas la tildación innecesaria de monosílabos en el idioma castellano, y la esclavitud, los títulos nobiliarios, el mayorazgo y la pena de muerte en la República Argentina. Además, la Constitución Nacional Argentina de 1853 sufrió alguna reforma en 1994, así como durante la misma década de la reforma constitucional, en 1999, fueron simplificadas las acentuaciones de los pronombres “este”, “ese” y “aquel” con sus respectivos femeninos, y la acentuación del adverbio “solo” como sinónimo de “solamente”.
En la modernidad, no se tienen en cuenta las normas demasiado estrictas, que son comparables con alguna lengua clásica. Y lo más común de los tiempos que corren es que algunos seres humanos consideran naturales ciertas actitudes que pueden incomodar a terceros. Un ejemplo de lo recién comentado es que en los noticieros se oye decir, muy frecuentemente, que fue rechazado algún proyecto de Estado. También ocurrió algo parecido en el plano ortográfico: un intento rechazado de unificar cada grupo de fonemas en un mismo grafema (lo cual hubiese provocado confusiones con respecto a los parónimos), y de abolir la tildación (lo cual hubiese generado otras confusiones). Además, cada letra debe de haber sido diseñada en concordancia con los significados de ciertas palabras que la contienen. O sea que, si tal tentativa se hubiera realizado, los formatos de las letras habrían perdido un poco el sentido.
Yo me pregunto: ¿Podría ser el tema de las normas un asunto cíclico como para que en algún futuro muy lejano se volviera a las reglas estrictas? Lo probable sería que ocurriera esto si hasta las normas vigentes, tan prácticas, fuesen sumamente desbaratadas como para que se volviera al otro extremo por no saberse ya qué es lo indispensable y qué es lo superfluo. |
Patricia Mabel Scotta
Gentileza de "El Mangrullo" , Bs. As. Argentina
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