Su rutilante envoltorio palidecía ante su ingrávida consistencia. ¿Debía asustarme? De hecho, fue así. No oí palabras ni voces, pero supe, no sé cómo, que debía desechar el temor.
Un carrusel de colores giraba como un danzarín de ballet, veloz y ágilmente, impidiéndome distinguir cada gama, cada tono que en su vertiginosa carrera se convertía en una mancha grisácea, verdosa o parduzca.
-¡Por favor, detente! -grité mientras el viento producido por sus vesánicos giros amenazaba con echarme al suelo, haciendo volar mis cabellos dividiéndolos en miles de guedejas en giros circulares y elípticos.
El movimiento fue decreciendo paulatinamente, cual montaña rusa que con avidez devora su conocido circuito perdiendo su fuerza en los tramos finales. Así pude apreciar un edén de espectacular lustror sin que la magnificencia de colores hiriese mis atónitos ojos.
Un círculo de urdimbre plateada como plenilunio en primavera se mecía frente a mí, hasta que su itinerario circular lentamente alcanzó un manso estado de quietud, peculiar, pues su campo magnético seguía enamorado del movimiento.
La silueta recordaba la figura de una mujer. Lenguas de tonos azulinos emergían de su garganta, de su pecho titilaban relámpagos verdes esmeraldas, mientras que el índigo alumbraba su cabeza.
-No temas, soy yo.
-¡Esa voz! ¡Era su voz! Un estremecimiento insolente se apoderó de mi cuerpo, pero afloró
también un sentimiento de curiosidad genuina, previsible en todo ser humano ansioso de conocer arcanos vedados a la mayoría de los mortales.
-¿Eres tú? ¿Cómo pudiste llegar hasta aquí?
-Dejaste abierta una puerta por la que pude entrar. Es la puerta de la duda. Quisiera disiparla, pero mi energía se pierde con cada palabra que pronuncio. Así que... pregunta.
-¿Me sigues recordando? ¿Me has perdonado? ¿Cuándo nos volveremos a encontrar?
-Aquí no hay lugar para otro sentimiento que el amor. Siempre te amaré. El perdón se da por sí sólo y nos volveremos a ver cuando hayas cumplido tu misión.
El sonido que emergía del arco iris de colores se debilitaba rápidamente. Me sentí etérea, ingrávida, como si flotase entre las blandas y claras nubes del cielo. Una sensación de felicidad me arropó, y sus labios, aún sin verlos, supe que se posaron en mis mejillas. A pesar del brillo que palidecía lentamente, el ser insombre, evanescente, esperaba otra pregunta:
-¿Qué debo hacer, mamá?
-Escucha a tu corazón. Estás en camino... Te amo. Sigue siendo como esta flor, tierna, bella y perfumada.
El pimpollo de la rosa era perfecto. Lo tomé con delicadeza y extendí los brazos hacia los suyos, que adiviné bajo las lengüetas anaranjadas de luz en las que remataban sus dedos que se fusionaron con los míos. Luces rosadas me envolvieron y me inundé de un sentimiento gozoso que me sumergió en un éxtasis indescriptible, mientras volaba
entre luces coloridas y figuras desconocidas y fantásticas. Una deflagración se produjo ante mis ojos y comencé a caer. En la caída el viento producía un gemido terrible, cada vez más estridente hasta que mis oídos parecieron explotar.
Abro los ojos y me encuentro con las formas familiares de mi dormitorio. ¿Fue un sueño? ¡Pero qué sueño! ¡Qué éxtasis!
Miro con tirria al raído reloj despertador. ¡Pobre! Volvió a cumplir con su deber. Con un manotazo pago vilmente su devoción, acallándolo, pues es el culpable de sacarme del paraíso en que me hallaba minutos antes ¿o fueron horas? Imposible saberlo. Pero la sensación de felicidad que había experimentado no me abandona del todo. Extiendo los brazos al cielo, como en el sueño, con la secreta esperanza de que sean tomados por la luz maravillosa que me había emocionado tanto.
El teléfono me vuelve a la realidad, como si hubiera estado en un trance hipnótico.
-No podré ir contigo al médico -es la voz de Julián, que habla en un susurro-. Mi mujer quiere que la lleve al nutricionista. No puedo negarme, ella sabe que tengo la mañana libre.
Con una lucidez increíble veo cuál es el camino que debo seguir.
Cuelgo el teléfono sin contestar.
Ya no abortaré. Tomo la rosa roja que se abre en la plenitud de su belleza sobre mi almohada, como un canto a la vida, y río como una demente mientras mis pies adquieren alas con las cuales bailo presa de una felicidad increíble.
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