Esa era la octava vez que miraba su reloj en menos de dos minutos. Entre una y otra su cara se volvía un muestrario de tics nerviosos, cuando no guiñaba un ojo, estaba contrayendo los cachetes y sino fruncía el ceño. Sus uñas prácticamente habían desaparecido e incluso sus labios estaban sangrando por inconscientes mordiscos. Por momentos se paraba, hacía unos pasos y volvía a sentarse. Ni siquiera el cigarrillo servía para controlar sus ansias.
Aparentemente lo habían echado de su casa, yo supuse que lo habían mandado afuera para que tome aire, quizás así se tranquilizara un poco. Por la ventana se veía al resto de su familia que compartía juntos una importante cena. En aquél momento pensé que estaban festejando un cumpleaños porque para navidad y año nuevo todavía faltaba mucho. Se veía que brindaban a cada rato y se reían a carcajadas. A veces uno se paraba y actuaba como imitando a un vaquero o a un soldado, y luego todos lo felicitaban con fuertes aplausos. Mientras tanto él seguía en la puerta de su casa, fumando intranquilo como esperando a alguien. Yo recordé cuando esperaba a mi papá a la vuelta de su trabajo. Él siempre me compraba algún chocolate o una bolsita de caramelos y me los daba con la condición de que los comiera de postre. Cuando mi mamá me acusaba y decía que me había portado mal, me condenaban a ir a la cama sin el codiciado premio. Esto pasaba con mucha frecuencia porque mis hermanos mayores me molestaban hasta el punto en que yo estallaba de modos impredecibles.
De igual manera, no siempre me mandaba de las mías, algunos días me comportaba como un señorito inglés, tomaba el té y todo. Esos días sabía que sería premiado más tarde y los nervios se apoderaban de mi piel. En esa época todavía no sabía leer la hora en el reloj, pero observaba cómo pasaba el tiempo en el tamaño de las sombras y la claridad del día. Incluso había observado que apenas un ratito después de que se prendieran las luces de los faroles, llegaba mi papá con su auto por nuestra calle. Algo me llamó mucho la atención, porque él era grande ya como para esperar que alguien le llevara golosinas, de igual modo me alegré por este hombre que se encontraba en la vereda de enfrente, porque en el momento en que mi papá me daba ese chocolate mi cuerpo se llenaba de alegría.
Por aquellos días en mi casa también habían estado todos como locos, hablaban a los gritos sobre alguien que iba a pasar por casa, un tal "nosecuantovisor". Yo creía que era un amigo de la infancia de mis papás, por el cariño con el que hablaban de él. Nos contaron muchas historias que habían vivido juntos, tardes y noches que habían pasado en su compañía, cómo habían reído y llorado con él, cómo había pasado a formar parte de sus vidas. Más tarde me explicaron que no era una persona, aunque nunca negaron que fuera un amigo. Nos explicaron que era algo parecido a la pantalla prqyectora de hologramas, que era una suerte de film constante. Por supuesto papá fue más allá con su explicación y detalló características de este aparato entre las que se destacaban su instantaneidad, su proyección en vivo y en directo, su carencia de registro y no sé cuantas cosas más que por mi corta edad no entendí. Todos estaban ansiosos, yo por mi parte prefería jugar en la calle con mi auto a control remoto que me entretenía como ningún otro juego.
Mi mamá me llamó para que entrara a la casa, se estaba haciendo tarde y ella nunca quería que estuviera solo y de noche en la calle. Su grito me distrajo y perdí el control del autito que fue directo a los pies del vecino inquieto. Desde el frente me miró, me sonrió cómplicemente y me peguntó si a mi también me habían echado. Le intenté explicar que no, que todo lo contrario, que me estaban llamando para que volviera a la casa, pero en medio de mi discurso me interrumpió. Era muy verborrágico al hablar, creo que en dos minutos me habló de veinte temas diferentes sin cerrar una idea en ninguno. Yo estaba aturdido e incluso sorprendido porque por primera vez no era yo el que más hablaba. Se había agitado y bajó notablemente el tono de su voz, lo que me dio la posibilidad de participar en este intento de diálogo. Le pregunté si estaba nervioso porque esperaba a alguien y él me respondió que así era, que todos lo estaban esperando. Me dijo que era ese "nosecuantovisor", que lo había extrañado mucho y que no veía la hora de que llegara. Yo sentí un poco de orgullo y comenté que mis padres también eran amigos del próximo a venir, que también lo estaban esperando en mi casa. Pero la sensación de grandeza no duró mucho porque según mi vecino este "visor" pasaría por todos los hogares del planeta. Cuando dijo eso yo pensé en Papá Noel, y nuevamente me rebajó con una sonrisa burlona.
Luego de enterarme de la falsa existencia de Papá Noel y llevarme gratis la mayor desilusión de mi corta vida, el vecino me explicó que unos años atrás un virus de computadora, o algo asi, había puesto patas para arriba a todos los satélites de la tierra. Yo creía que hablaba de la luna, pero se refería a unas cosas inmensas con antenas por todos lados que se pasaban señales entre si. Me dijo que con esas cosas llevaban la "visión" esta para todo el planeta y después de este problema tuvieron que dejar de hacerla por mucho tiempo.
Me imagino que este virus debe haber sido jodido, como la vez en la que me engripé y no pude ir a la escuela por como dos meses. Aunque en esa oportunidad a mi no me molestó, estaba contento porque no tenía que levantarme temprano ni soportar a las chicas de mi grado. Este comentario no cayó del todo bien, a él todo este tiempo de ausencia del "nosecuantovisor" lo había dejado en cama. Ahora que me acuerdo, el día que volví a la escuela debe haber sido uno de los peores de mis días. No sólo tuve que llevar resmas de hojas con las prácticas de las letras, como para ponerme al ritmo de mis compañeros, también tuve que volver a adaptarme al horario del colegio y a ver a los matones en el recreo. Pero mi vecino estaba muy contento con su reencuentro con la "visión" esa.
Me explicó, casi sin éxito, que los científicos de la tierra se habían reunido para crear un nuevo sistema que no necesitaba de los satélites. Con este invento esa cosa que tanto había alegrado a mis papás, a mi vecino y a su familia, a mis hermanos y a toda la gente del mundo, volvería triunfal a nosotros. Los magnates más grandes habían puesto plata e incluso en muchos lados se habían hecho colectas para juntar fondos y revivir a esta "visión".
Por eso era que estaban todos reunidos en su casa, por eso también se reunían en la mía, para ver cómo renacía algo que se parecía mucho a un dios. En la plaza de la ciudad hicieron algo similar. Hasta ese momento yo no sabía para qué estaba pero habían puesto un reloj enorme, con números de lucesitas rojas que decían cuánto faltaba para este tan esperado regreso. Muchísima gente se había juntado, más que esa vez en la que el presidente fue a dar un discurso. No me acuerdo mucho qué pasó ese día, pero nunca me voy a olvidar de las paredes enormes en las que los amigos del presidente ponían su cara cuando iba hablando. Mi mamá me llamó de nuevo para que entrara, pero esta vez sentí en el tono de su voz una mezcla de ansiedad con enojo. Le pedía disculpas a mi vecino, lo saludé y me fui corriendo a mi casa. Mi papá había llevado una caja de plástico que tenía uno de los costados, el de adelante, hecho con vidrio. De la parte de atrás salía un cable que iba directo al enchufe donde antes conectábamos el purificador de aire. Siempre me retaban cuando esas máquinas se apagaban, pero ahora estaba desenchufada y nadie se quejaba, todos miraban como estúpidos la caja que había traído papá. Atrás de la parte de vidrio se veían unas luces negras y otras blancas, como un hormiguero o un arenero. Mi papá y mi mamá estaban sentados en el sillón grande con los ojos y la boca abiertos. Mi mamá me obligó a sentarme a su lado y a callarme. Yo no entendía qué pasaba, estaban todos en silencio y lo único que se escuchaba era un ruido como el de la radio cuando no tiene nada sintonizado.
Mi tío gritó anunciando que faltaban diez segundos y todos festejaron mientras hacían la cuenta regresiva. Al llegar al "uno" volvió el silencio y un silbido acompañó unas rayas de colores que aparecieron en la caja. Después de eso deben haber pasado unos quince segundos, más o menos, hasta que unas letras ocuparon el lugar de las rayas. Yo en esa época no sabía leer rápido, pero la voz penetrante de un hombre salió de la caja diciendo: "A partir de este momento. .. vuelve a girar el mundo". |