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Todo y nada. Reminiscencias del terremoto Angélica Santa Olaya |
Nunca había contado mi historia acerca de este día quizá porque, Gracias a Dios, en mi familia no hubo pérdidas y tengo el sentimiento de que lo mío es nada comparado con lo que vivieron otras personas... Recuerdo estar en el baño, peinándome frente al espejo, para ir a la universidad... Todo en silencio en nuestro departamento pues mi hermana dormía aún... Mi padre ya había salido a trabajar... De pronto, ruidos extraños y movimiento... Estoy mareada? Un ruido cada vez más rápido y fuerte, rítmico, seco, aterrador pues no había nadie más en casa... Salgo del baño y el espejo de la sala, ovalado con un pesado marco dorado estilo antiguo, se balanceaba rasguñando la pared de un lado a otro como el péndulo de un reloj... Mi hermana, detrás mío, miraba sin poder creerlo y en un arranque de no saber qué hacer, corrió a intentar detener el espejo "para que no se rompiera"... Los adornos cayendo al suelo y los muros crujiendo como si se quejaran... Yo la detuve: "Deja eso! Vamos abajo"... |
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Estábamos en un
quinto piso... Ella quería correr, yo la detuve para que conservara la
calma, pero cada escalón que bajábamos era un suplicio... Las piernas me
temblaban, las rodillas eran de chicle, difícil sostener el propio paso
y el de ella dominado por el pánico... En cada piso la gente salía
llorando, gritando, corriendo... Abajo muchos en pijama, camisón y
algunos hombres en calzoncillos... Todos felices de haber llegado
abajo... Sonrisas torcidas por la angustia del terror y de pronto el
temor por los seres queridos... Queriendo subir, todos, para tomar el
teléfono o encender la tele o el radio... El temor y la incertidumbre
desencajando los rostros... Poco a poco fuimos subiendo a nuestros
departamentos... Sin saber a que prestar más atención: si a la alegría
de estar vivos o al miedo de levantar el teléfono... Mi padre estaba
bien... Mis hermanas y familiares también... Luego vinieron las
noticias, las vivas imágenes del desastre, el dolor por los hermanos
muertos y con él la solidaridad, la ayuda, la bondad que los mexicanos
llevamos dentro en situaciones límite... La réplica, horas después,
luego de las horas e imágenes antes vividas y vistas, fue terrorífica...
El corazón latiendo a todo lo que daba queriendo salirse del pecho
mientras, nuevamente, bajábamos los cinco pisos aquellos en Miguel Bernard, frente al Poli... Los rezos, la incredulidad y el azoro... Mi
ginecóloga murió, lo supe días después, su consultorio estaba en la
calle de Monterrey... El edificio cayó... Y luego la esperanza y la
emoción cada vez que alguien era sacado con vida de entre los
escombros... Y eso: la esperanza, la solidaridad, las manos unidas en
torno al dolor es lo que más me gusta recordar de esta fecha... Me gusta
pensar que los mexicanos somos seres dolientes y guerreros cuando el
cincho aprieta, como decía mi abuelo... Y también me gusta recordar cuán
pequeña soy ante la infinitud y poderío de este planeta donde nos ha
sido dado un pedacito que ocupar... Ojalá la memoria sirva, también,
para recordar lo que hemos de cuidar cada día y para Vivir, cada
instante, a plenitud sin olvidar decir Gracias, Perdón o Te quiero...
Comencé diciendo que "lo mío es nada", pero no... en realidad, es
mucho... |
Angélica
Santa Olaya
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